¿Porqué Cuenta Larga?

¿Porqué cuenta Larga? Los mayas tuvieron dos maneras de llevar el calendario: la cuenta corta (el año o tun) y la cuenta larga, de 144,000 días, el baktun, equivalente a 395 años y medio, aproximadamente.

Las organizaciones deberían tomar en cuenta esta filosofía. Hay decisiones de corto plazo (Cuenta Corta) y de largo plazo (Cuenta Larga). Este blog está orientado a las situaciones de largo plazo y su influencia en las organizaciones

martes, 19 de abril de 2022

Así no, Ciudadanía

A poco más de una semana de terminar la votación por la revocación del mandato, yo esperaba el ciclo típico de estos eventos. Primero, declaraciones triunfalistas el lunes; después, el martes una serie de sesudos análisis; el resto de la semana de declaraciones, debate y después el olvido paulatino en la segunda semana. Esta vez pasamos de declaraciones triunfalistas el lunes, a pocos comentarios el martes y un olvido casi total a partir del miércoles. Ni votantes ni abstencionistas le dan seguimiento al asunto.  No hay debate. ¿Acaso será por haber entrado todos en el clima de vacaciones de Semana Santa? Parece que nadie le importa el resultado. Algo suena hueco en las declaraciones triunfalistas de ambos bandos.  A la ciudadanía ya se le olvidó el tema. O nunca le importó.

El problema de fondo es que, si todos se dicen triunfadores, nadie va a cambiar mucho. Como ciudadano sin poder me preocupa eso. No puedo aceptar que consideremos la abstención como una manera de triunfo. Tampoco que el triunfo se defina con la ingeniería electoral. El gran asunto es que en la democracia ganan y gobiernan los que participan. Quien no tiene argumentos, pierde. La democracia sirve si estamos dispuestos a creer que la mayoría tiene razón o por lo menos si estamos dispuestos a cooperar con aquellos que demuestran de una manera justa tener la mayoría. A largo plazo lo que nos provee la democracia es un mecanismo para evitar las confrontaciones violentas y llevar el tema al punto de la discusión racional. No se trata de ver quién convence con apodos o con insultos surtidos que endosamos a todos aquellos que piensan diferente de nosotros.

Mientras no estemos convencidos de que, en la mayoría de los casos, debemos de cooperar con quien ha demostrado tener la mayoría en la votación, la democracia será cada vez más un ejercicio estéril. La solución a largo plazo está en la educación y el desarrollo de la conciencia política. La creación de narrativas es importante pero los argumentos son lo que funciona en el largo plazo. Necesitamos soluciones. No adjetivos.

Siempre podemos encontrar motivos por los que la democracia no es todo lo que debería de ser. Es fácil señalar: lo que no es tan simple es mostrar dónde están las soluciones.  Por ejemplo, es un hecho que las personas pobres muchas veces venden su voto. Podemos demostrar el hecho, pero ¿cuándo hemos escuchado qué cosa hacer para que los pobres sean menos pobres y no necesiten vender su voto? De hecho, tal parecería que hay grupos políticos en todos los bandos que prefieren tener a la población en situación precaria para que puedan movilizar sus votos. Otro tema: los jubilados que votan por determinadas formaciones políticas por temor a perder los escasos beneficios que han logrado recibir. ¿Cómo hacer para que estos jubilados tengan pensiones dignas? De eso no se habla. Señalamos a ignorantes que no entienden las consecuencias de sus votos.  Podemos denunciar y decir que en este país hay muchísimos ignorantes, fáciles de engañar. ¿Qué proponemos para enseñar a pensar críticamente a la mayoría de la población?

Porque si todo sigue igual, el 2024 no será muy diferente. Aún si empezamos a cambiar hoy, dos años no bastan para modificar estos temas que he mencionado. No cabe en duda que el argumento de Manuel Gómez Morín al hablar de una “brega de eternidad” como el modo de lograr cambiar de fondo las situaciones de México, sigue siendo una idea totalmente válida. Y nadie, ni siquiera los supuestos sucesores de Gómez Morín, tienen programas concretos para resolver los problemas de fondo que dañan nuestra democracia.

De modo que, volviendo a los resultados en la consulta por la revocación de mandato, insisto en que el gran tema es que todos los partidos se declararon vencedores y mientras se declaren triunfadores no tendrán ningún incentivo para modificar sus añejas costumbres. ¿Tienen ellos la culpa? Puede ser. Pero el gran asunto es que la ciudadanía nos conformamos con bastante facilidad. Seguimos aceptando el largo ayuno de ideas que ya podría considerarse que dura varias décadas. Nos estamos yendo con las narrativas creadas por especialistas en ese manejo y diseñadas para mantenernos entretenidos, en lugar de tomar al toro por los cuernos y exigir cambios a una clase política que está quedando a deber con los ciudadanos. Porque, aunque no estoy de acuerdo con la idea de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, es claro que así las cosas no van a mejorar. Y no son los políticos, que han vivido bastante bien de nuestros impuestos, los que mejorarán la democracia.  No tienen por qué cambiar mientras nosotros sigamos viendo las cosas con la misma superficialidad.

Antonio Maza Pereda

viernes, 8 de abril de 2022

Domingo de ramos electoral

 Sé que es un poco tarde. Sé que muchos, personas inteligentes y a los que admiro y aprecio, piensan diferente. Y que sus razones son tanto o más válidas que las mías. No lo sé, pero creo que estoy en minoría. El hecho es que sí pienso votar por la revocación de mandato en unos días.

En muchos casos la razón para no votar es, en pocas palabras, que no quiero darle el gusto al presidente. “Si fuera otro presidente tal vez sí votaría. Si fuera la oposición quien lo propusiera yo estaría de acuerdo”. En algún modo el argumento es relativamente sencillo: si lo propone AMLO es que debe de ser malo. Complementariamente, al no votar por él, le hago algún daño a su causa. No me convence este argumento: yo creo que se tiene que votar en esta y en todas las ocasiones por los propios méritos de la propuesta, no pensando en quién la está presentando. Es el famoso argumento de autoridad que, según Tomás de Aquino, es el más débil de los argumentos. Un argumento de autoridad a la inversa: si lo propone una autoridad con la que no estoy de acuerdo, no debo de votar en ningún sentido.

Francamente tengo dudas de que el señor presidente de veras quiera una votación copiosa. En primer lugar, está el hecho de qué redujo drásticamente el presupuesto para estas elecciones, con lo cual se hizo incómodo y más difícil para la ciudadanía emitir su voto. Posiblemente está confiando en la fortaleza de su maquinaria electoral y, dado que la oposición ha demostrado una y otra vez su debilidad en ese mismo aspecto, el voto duro de la 4T sí funcionará y se logrará, si no un resultado vinculante, por lo menos una votación que muestre la fortaleza del voto duro de MORENA.

Hay otro tema que no he escuchado comentar: ¿Por qué poner esta votación el 10 de abril? Parecería en realidad como cualquier otro domingo, tan bueno como los demás para llevar a cabo las elecciones. Curiosamente, coincide con el Domingo de Ramos. Domingo con el que empieza la Semana Santa y las vacaciones de primavera. Una cantidad importante de ciudadanos saldrán de vacaciones desde el viernes 8 y el sábado 9, para aprovechar lo mejor posible el periodo vacacional. O sea, estarán fuera de las casillas que les corresponden en ese domingo. Habrá el material electoral en las casillas especiales, pero nadie habla de que hay una cantidad suficiente como para atender a un porcentaje muy elevado de la población que no estará en su lugar de origen. Qué coincidencia, ¿verdad? Pero se dice que en política no hay coincidencias. Y yo lo creo. Además, quienes salen de vacaciones de Semana Santa normalmente son personas de la clase media, en donde la 4T no es tan poderosa, mientras que las mal llamadas clases populares generalmente no toman vacaciones en esos días o las empiezan a tomar a partir del Jueves Santo.

Curioso, ¿verdad? Gran casualidad que las elecciones se hayan dispuesto justamente cuando la clase media de ingresos medianos o altos no estará disponible para votar o, en caso de desear hacerlo, no encontrará boletas suficientes cuando esté fuera del lugar donde está empadronado. Pero es claro, por lo menos para mí, que el argumento a favor de no darle gusto a Andrés Manuel se voltea al revés. Tanto la escasez de recursos como la fecha seleccionada están pensadas para que la clase media no vote. La misma clase media que no es fácil de acarrear y que ha demostrado que tiene mayor abstencionismo, precisamente porque no son sujetos al fenómeno del agradecimiento que, seguramente, está siendo puesto en juego con las visitas de los “servidores de la nación” a los pensionados por la 4T.

Mi argumento, y repito que respeto mucho los argumentos contrarios, es que tengo un deber ciudadano de participar en las elecciones. Hay argumentos para decir que hay elementos de ilegalidad en esta votación. Pero esos ya fueron considerados por las autoridades electorales y, nos guste o no, fueron rechazados. Con lo cual tienen la fuerza de una ley, aunque muchos piensen al revés y no hayan logrado convencer a la autoridad electoral de sus argumentos. Pero, viendo las cosas más a fondo, en esta elección como en las de los últimos 15 años o más, el gran tema es: democracia sí o democracia no. Y más importante: qué clase de democracia estamos construyendo.

La democracia no depende de quién está gobernando ni de quién hace las propuestas para la votación. No depende del hecho de que estemos previendo que una maquinaria electoral formidable se va a aprovechar del resultado. Lo que estamos buscando, al menos algunos que nos consideramos demócratas, es la muy conocida democracia sin adjetivos.

Porque si algo nos demuestra el siglo 20 es que nadie dice estar en contra de la democracia. Como en el sistema soviético, que se auto llamaban “democracias populares”, aunque sólo el partido en el poder y sus miembros tenían derecho al voto. O los sistemas de votación a mano alzada, donde el voto no es secreto y que se ha usado en algunas reuniones políticas de la 4T. Lo que necesitamos es una democracia donde los votos se cuenten y se cuenten bien, donde el Gobierno no organice ni contabilice los resultados, donde haya límites al poder del Gobierno, para que no pueda cerrarles caminos a sus opositores y manejar elecciones de Estado. Que es lo que lograrán si demuestran que el INE ha sido ineficiente. En todas las dictaduras el argumento ha sido: “¿Para qué votar? Es claro que la mayoría está en favor del Gobierno actual, ¿Para que gastar el dinero que podría estar dándose a los pobres en un ejercicio inútil, del que ya sabemos cuál va a ser el resultado?”

Y no es que el señor presidente las tenga todas consigo: hubo una reunión que, según se dice, tuvo con los gobernadores de su partido, para ponerles muy claro que espera resultados tan decisivos como los que tuvo en el 2018. Pero, otra vez, esto bien puede ser para la opinión publicada. Pero, de cualquier manera, sigo creyendo que, aun suponiendo que mi voto será inútil o que reforzará las posturas de la izquierda morenista, tengo el derecho, la obligación y el deber de votar. Y no creo que el modo de mejorar las cosas en este país sea absteniéndonos de ejercer nuestro voto. Tampoco creo que se defiende al INE dejando de votar.

 

Antonio Maza Pereda

martes, 5 de abril de 2022

Bofetadas y otras cosas…

Hace muchos años, en mi pueblo, a un niño de 7 años le pusieron anteojos. El niño veía bastante mal el pizarrón y la profesora les pidió a los papás que lo llevaran al médico. En cuanto el niño llegó con sus lentes a la escuela, el acoso (lo que ahora le llaman bullying) empezó de inmediato. Lo menos que le decían era “cuatro ojos” o “cegato” y muchas otras cosas más. Le escondían los anteojos y hacían que corriera detrás de alguno para recuperarlos y después le aventaban los lentes a otro. Hasta que un día el niño no soporto más y le dio un golpe a uno de sus acosadores. Con tanta suerte que le sacó sangre de la nariz.

Los acosadores fueron de inmediato a la enfermería y con la maestra a acusar al golpeador. La maestra, debidamente escandalizada, mandó al niño con la directora. Una mujer recia, que era famosa porque en su oficina tenía una regla metálica forrada de cuero, con la cual golpeaba las puntas de los dedos de los niños y les daba nalgadas. Castigo que recibió el delincuente a sus 7 años. Pero el asunto no terminó ahí: al terminar las clases el niño fue enviado de nuevo a la dirección donde estuvo hasta que vino a rescatarlo su mamá, a quién se le informó debidamente del crimen del niño y se le exigió que tomara medidas. Y la mamá, como era de esperarse, regañó y castigó al niño.

El asunto, por supuesto, no paró ahí. Los acosadores se sintieron validados por la actitud de las maestras y de la directora; el acoso subió de tono. Hasta el punto donde el niño, desesperado, volvía a lanzar su famoso gancho de derecha contra la nariz de alguno de sus agresores. Y el evento se repetía: acusación con la maestra, envío con la directora, castigo físico, acusación con la madre y posteriormente en siguientes eventos el avergonzar en público al niño delante de toda la escuela.

Ese niño fui yo. La primaria y la secundaria fueron una tortura. De repente nos agrupábamos algunos “cuatro ojos” para apoyarnos unos a otros, pero siempre éramos minoría. Con el tiempo el niño que fui se volvió tímido, cobarde, evitaba la confrontación. Lo cual sólo les daba nuevas fuerzas a los acosadores.

Hasta que en tercero de Secundaria entré a un deporte que ahora es olímpico: el Judo. Tuve la suerte de tener un excelente maestro que no sólo me enseñó las técnicas de ese arte, sino que me enseñó a controlar la ira y me ayudó a recuperar la confianza en mí mismo. Curiosamente, una vez que tuve esa clase de habilidades casi nunca las usé fuera del gimnasio o en las competencias. Solamente el hecho de que mostraba confianza en mí mismo y que no tuviera miedo de mis agresores era suficiente para evitar la confrontación. Dios bendiga a mi maestro.

Muchos años después, me toca presenciar un evento similar. En la entrega de los premios Oscar, un acosador ridiculiza a una hermosa dama, Jada Pinkett, quien padece alopecia como resultado de una enfermedad. Al público le pareció muy gracioso el asunto y lo festejaron cumplidamente. Mientras que la televisión mostraba la cara de pena, vergüenza y tristeza de esta mujer, su marido, Will Smith, no supo contener su ira, subió al escenario y le dio una cachetada a quién ofendió a su mujer en público. Por supuesto, el mundo se le vino encima al de la bofetada. Pidió perdón en público, ha renunciado a su puesto en la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas y todavía no se sabe exactamente qué castigo se le dará.

Hizo mal Will Smith. Debió haber controlado su ira; seguramente podría haber tenido una respuesta más apropiada y se hubiera evitado el desaguisado. Pero mucho más mal hizo el pretendido “cómico” al poner en ridículo a esta dama. Y todavía más el público, personas que presumen de ser parte de la estructura de cultura del primer país en términos de cinematografía. Porque si ellos hubieran reaccionado abucheando al acosador, éste no se hubiera vuelto a atrever a ridiculizar a una persona en público con tal de ganar algunas carcajadas. Y qué vergüenza para la Academia si solo castiga a Will Smith y no a Chris Rock.

Desgraciadamente en todas las culturas, y la nuestra no es la excepción, no nos parece importante la violencia a no ser que haga salir la sangre. Estamos tan inmersos en un clima de violencia extrema, qué otros tipos de violencia nos parecen poco importantes e incluso graciosos. Como lo demuestran tantos cómicos que hacen reír a la gente, no porque sean muy ingeniosos, sino a costa de los demás.

Hemos perdido el concepto de lo que es violencia. Los terapeutas familiares han creado un dispositivo llamado el “violenciometro”, que tiene una escala con diferentes niveles de violencia. En el primer tercio de este instrumento aparecen las burlas, ridiculizar al otro, reírse de su físico y más. Pero eso es sólo un primer paso: una vez acostumbrados a ese tipo de violencia, se progresa a los golpes y a los asesinatos.

Se nos olvida que la violencia no es solo física: puede ser emocional, psicológica, racial, económica, cultural y de muchos otros tipos. Y que muchas veces las secuelas de estos tipos de violencia, aparentemente menos importantes, pueden tener un efecto bastante duradero.

Leí a un moralista que decía que, con toda seguridad, Will Smith tiene el corazón podrido. No me atrevería a decirlo. Pero no tengo la menor duda de que el público que se rio de la burla que le hacían a su esposa tiene el corazón por lo menos tan podrido, si no es que más, que este artista. Por no decir cómo lo debe de tener Chris Rock, el que a cambio de unas carcajadas se permite burlarse de los demás. Y no lo sé, pero me parece que también debe haber moralistas con el corazón bastante podrido.

Antonio Maza Pereda