Entre las decenas de temas políticos, sociales y económicos que ocupan a la población, hay asuntos urgentes o no tan urgentes, importantes o de poca importancia, estratégicos o tácticos, de interés para unos pocos o los que atañen a gran parte de la sociedad.
Desgraciadamente,
los temas importantes, pero no urgentes, suelen posponerse hasta que se
convierten en crisis. Ese es el caso de la ideología de género. Un tema
que afecta a más de la mitad de la humanidad y que claramente es importante.
Uno que se ha presentado por milenios. Y por esa combinación de lo importante
pero que no es urgente, se ha venido posponiendo hasta que se está convirtiendo
en un conflicto social.
Afortunadamente,
el tema empieza a ser tratado desde el ángulo de la escucha y el diálogo
en vez del ataque que ha suscitado esta ideología por parte de algunos o la
indiferencia por parte de otros. Desde el campo de lo religioso, pensadores
destacados como Hector Sampieri proponen un método de diálogo que tiene como
base establecer puentes y ubicar grietas en la argumentación de esta ideología.
Con bases sólidas que van desde la antropología hasta las técnicas del coaching,
este autor busca el diálogo entre proponentes y opositores de dicha ideología.
Pero, para que
haya un diálogo profundo, hay que reconocer no solo las grietas en la
argumentación de los que proponen la ideología de género sino también las
grietas de quienes se le oponen a dicha ideología. Que van desde los que opinan
que “antes estábamos mejor”, pasando por los que piensan que “no es
para tanto”, hasta los que reconocen que hay una “deuda histórica a la
mujer”, como dice Sanpieri.
El punto más
fuerte de esta argumentación es rechazar la confrontación entre hombres y
mujeres, entendiendo que somos diferentes pero complementarios. Lo cual tiene
lógica, y está basado en argumentos biológicos, antropológicos y hasta
religiosos. La dificultad del asunto es doble: decidir en qué nos complementamos
y en qué somos igualmente aptos, así como quien decide esos roles, por un lado;
y cuál es el aprecio social de quien tiene el papel principal y cuál el del que
es complementario.
Porque eso
siempre ha existido. Un ejemplo entre muchos: la tarea del médico es
complementada por la de la enfermera. A principio del siglo XX, era raro que
hubiera médicas, y el papel femenino se asignaba a la enfermera. Y, correspondientemente,
el mayor prestigio se asignaba al médico, así como una remuneración superior.
Hoy, que tenemos enfermeras con grados de maestría y doctorado, su prestigio y
remuneración sigue casi igual. ¿Quién decidió que el cometido complementario
fuera el de la mujer?
Este papel se
repite por miles de millones de casos en la familia. El hombre es el sostén
económico del hogar; la mujer complementa ese papel del hombre. Y, por
supuesto, en esta época del Homo Economicus, quien más aporta tiene el
papel importante. Y cuando en alguna familia el hombre solo complementa el
sostén del hogar, es visto con desprecio, como el “mantenido”. A la
mujer se le asigna la virtud de la abnegación, es la que se sacrifica por el
bienestar de todos en la familia, la que se hace chiquita para servir a todos.
Y al hombre se le asigna el papel dominante, el de las decisiones, el de los
derechos. Y cuando no es así, a veces la misma mujer oculta el hecho. Otro
tema: la mujer es la responsable de la educación de los hijos, de su cuidado diario,
mientras que el hombre tiene un rol periférico, porque tiene “cosas más
importantes que hacer”. Y los ejemplos se multiplican casi hasta el
infinito. Y antes de que usted me cuestione, le reconozco que así sigo siendo
yo en estos temas que critico, a pesar de que entiendo que no es lo correcto.
Esta situación
tiene que cambiar. Debemos que reconocer que hombres y mujeres somos iguales en
dignidad y valía. Que debemos tener la misma remuneración y tener acceso a los
mismos niveles de autoridad, basado en nuestras capacidades. Que se nos debe permitir
ocupar los mismos niveles de mando. Que hombre y mujer debemos ser consultados por
igual en las decisiones importantes.
Un gran tema:
¿Estamos dispuestos a aceptar un enfoque de complementariedad, no de superioridad
ni de imposición? Necesitamos trabajar por un enfoque de complementariedad
activa, no impuesta, por una igualdad de fondo en lo esencial. Y si logramos
que esto ocurra en este siglo XXI, habremos hecho una buena tarea.
Antonio Maza Pereda