¿Porqué Cuenta Larga?

¿Porqué cuenta Larga? Los mayas tuvieron dos maneras de llevar el calendario: la cuenta corta (el año o tun) y la cuenta larga, de 144,000 días, el baktun, equivalente a 395 años y medio, aproximadamente.

Las organizaciones deberían tomar en cuenta esta filosofía. Hay decisiones de corto plazo (Cuenta Corta) y de largo plazo (Cuenta Larga). Este blog está orientado a las situaciones de largo plazo y su influencia en las organizaciones

domingo, 28 de mayo de 2023

¿Innovación política? Muy poca

 La próxima semana estaremos pendientes de los resultados de una de las elecciones más importantes del 2023. Son, como todos sabemos, unas elecciones estatales, pero tienen una importancia mayor de lo normal por su cercanía a las elecciones presidenciales y por qué, en conjunto, abarcan casi la quinta parte de los votantes del país.

El campo de juego son los Estados de Coahuila y de México. Ambos gobernados por largo tiempo por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y ahora compartiendo la candidatura con los partidos Acción Nacional (PAN) y Partido de la Revolución Democrática (PRD). Sólo el Estado de México es el 16% del padrón electoral del país, pero, más importantemente, son Estados con una configuración social muy diversa, con zonas industriales importantes en ambos de ellos, áreas agrícolas, zonas muy marginadas y también algunas localidades con un ingreso per cápita comparable al de algunos países europeos.  Lo cual permitirá predecir con alguna aproximación cuál va a ser la reacción del electorado a diferentes ofertas políticas.  También, hasta cierto punto, predecir el posible éxito de las propuestas políticas de las distintas alianzas en juego.

No dejan de tener un cierto riesgo.  Cualquiera de las alianzas qué falle en ganar las elecciones,  sobre todo si lo hacen por un margen  elevado, sufrirá un golpeteo interno  entre los posibles candidatos para el 2024.  No faltaran las acusaciones mutuas, críticas de todo tipo porque, como he dicho en varias ocasiones, el fracaso generalmente  es huérfano.  Nadie se va a querer hacer responsable si no tiene el éxito que espera. Tan es así que ambos bandos ya empezaron a hablar de posibles fraudes, buscando como dice  un dicho mexicano “curarse en salud”.

Lo que es notable es que la oferta política es básicamente la misma en ambos Estados. Una oferta que no se distingue por su innovación. Unos ofrecen más de lo mismo. Otros ofrecen más de lo antiguo. La alianza en el poder está ofreciendo… bueno, aquello que ofrezca el actual presidente. Mismo proyecto de país, que básicamente consiste en lo que proponga un gobernante al que no le gusta que le cambien ni una coma de sus propuestas.  Es muy difícil imaginarse qué propuesta enviará próximamente.  La oposición no tiene una oferta importante. Básicamente consiste en ignorar las realizaciones y amplificar las fallas de la actual administración, para volver a lo que se hacía antes.  Para el ciudadano común, que no esté en el círculo rojo, que solo entiende por encima lo que le dicen los medios, sean los profesionales o las redes sociales, ese mensaje se reduce a decir: “no dejemos que entre en nuestros estados la 4T, para que podamos seguir gobernando cómo los últimos años”. Una oferta que difícilmente entusiasma a quién no pertenece a los núcleos duros de estas alianzas.

 Unos, los paladines de la cuarta transformación, piden paciencia para que las promesas, que no han podido cumplir hasta ahora, se realicen dándoles más tiempo.  Otros juegan con el miedo: “Si no hacemos algo ahora, el país se destruirá, entraremos en una dictadura que sólo tendrá como resultado empobrecer a nuestro país, como ha ocurrido en Cuba, en Corea del Norte y en otros países”.

Mala cosa. Lo único claro de las ofertas políticas de ambas alianzas es que no tienen propuestas innovadoras.  Ambos están jugando a qué contarán con la fe de los votantes. Nos dice la 4T: “sí en el mundo todo sigue igual, todo lo que hemos estado ofreciendo verdaderamente se cumplirá, siempre y cuando se haga al gusto del primer mandatario. Solo dennos más tiempo”. La oposición nos dice que, por el mero hecho de tomar el poder, revertirá todas las fallas que hubo, y todo se resolverá, solo con cambiar la administración actual, con solo revertir las medidas de AMLO.  Sin que se nos ofrezcan nuevas medidas de fondo para atender temas que son reales  y que, dadas las condiciones  en nuestro país,  no han tenido soluciones particularmente exitosas con sus administraciones anteriores.

 La solución, por supuesto, está en manos del electorado coahuilense y mexiquense. A nosotros, el resto de los ciudadanos de a pie, los sin poder, nos queda observar lo mejor posible lo que ocurra,  para aplicar las acciones que nos sugiere  el análisis de estos resultados.  Y será muy interesante también observar en las próximas semanas cómo se modificará la oferta política al 2024, cómo aumentarán las patadas bajo la mesa entre  los posibles candidatos,  y cómo se deterioran las  relaciones en ambas  alianzas.  Y, como siempre, lo importante será la actuación de nosotros, los votantes, que finalmente seremos quienes definan la situación del País. Posiblemente en toda la historia moderna  de nuestra  nación,  nunca tuvimos las fuerzas políticas  más estancadas  y menos innovadoras,  más necesidad  de que nuestro electorado  participe  copiosamente en las elecciones y  actúe con sabiduría  y moderación.  Hay que responderle a nuestra Sociedad.

Antonio Maza Pereda

lunes, 22 de mayo de 2023

Amabilidad y comunicación

 Parecería que, para algunos de nosotros, hablar de amabilidad en la comunicación, sobre todo en la información de tipo social y de contenido político, es una especie de contradicción en términos. Difícilmente podemos hablar de amabilidad cuando se debaten temas sociopolíticos y, sobre todo, cuando se trata de confrontar posiciones entre diferentes facciones. Si hablamos de política o de temas sociales, parece que no es posible ser amables.

Claramente seguimos en el concepto de vencer en nuestras conversaciones entre diferentes posturas políticas. Y queremos ganar en todo: nada de tener victorias parciales.  Nada de convencer al otro:  lo que queremos es dejarlo aturdido y sin palabras para respondernos.

Y esto que ocurre en la comunicación profesional, en  los medios tradicionales de comunicación, se ha multiplicado  en la comunicación individual,  en las redes sociales que  posiblemente abarcan más de la cuarta parte de la humanidad. Y esto claramente ha llevado a una polarización cada vez más extensa.  Una situación que puede verse en muchos países, por no decir en todos. Y que hace temer por nuestro futuro como sociedad civilizada.

Ante esta situación realmente conflictiva, se propone entre otros aspectos incorporar la amabilidad en la comunicación. Un poco como la amistad social, de la que se ha hablado recientemente. ¿Será verdaderamente esta la solución? Dependerá mucho de lo que entendamos por amabilidad.

Generalmente confundimos amabilidad con cortesía. Lo cual no es necesariamente lo mismo. La cortesía tiene mucho que ver con las formas y normas de comunicación, que tienen mucha relación con la cultura, las costumbres, hasta con la historia de  las comunidades y la construcción del lenguaje. Formas de hablar que no causen problema entre los que se comunican. Maneras de comunicarse que no necesariamente son genuinas, qué se llevan a cabo para quedar bien ante los demás y que con cierta frecuencia se prestan a una  cierta falsedad. Te trato con mucha cortesía, pero de fondo, no te respeto.  No uso palabras altisonantes, te hablo “bonito”, pero te desprecio. También puede ser utilizada para una agresión pasiva: uso una cortesía exagerada para darte una cachetada con guante blanco.

Ser amable, nos dice el diccionario, es ser digno de ser amado. O, más precisamente, hacerse digno de ser amado. Algo mucho más difícil. Comenzando porque, en nuestra situación actual, tenemos una idea muy restringida de lo que es el amor, pensando que se trata únicamente de la relación sexual. Puesto de esa manera, sería digno de ser amado aquel que tenga las condiciones físicas para tener relaciones sexuales muy placenteras. En un concepto más profundo, estaríamos hablando de quien tiene capacidad de generar afecto, buen trato, respeto, quien busca el bien de aquel al que ama.

Pero posiblemente, en otro nivel de profundidad, no solo se trata de quien tiene las cualidades que lo hacen ser amado, sino también de aquel que está dispuesto a encontrar, en los demás, razones que los hacen dignos de ser amados.  Algo todavía mucho más difícil.

 Vamos a pensar en nuestra comunicación cuando debatimos temas sociales o políticos. ¿Realmente podemos asegurar que al discutir algún tema en el que no estamos de acuerdo, verdaderamente queremos hacernos dignos de ser amados?  Más todavía, en esa misma situación, ¿estamos buscando cuáles serían las cualidades que me permitirían  valorar a mi contrincante y encontrar motivos para apreciarlo, respetarlo  y aceptar que tiene  razones de buena fe para pensar de la manera que lo hace? Al leer editoriales, escuchar discursos o revisar escritos y videos en las redes sociales, pocas veces encontramos ese tipo de trato. No estamos teniendo una auténtica amabilidad; difícilmente estaremos buscando hacernos dignos de ser amados ni tampoco estamos buscando las cualidades que harían amables a nuestros contrincantes.

Estoy consciente de que esto parece ser una especie de utopía:  un mundo donde confiamos en los demás y tratamos de encontrar, de buena fe, el modo de qué confíen en nosotros. Y tal parece que nada está más lejos de nuestra realidad. Es un concepto muy cercano a lo religioso, qué parece impracticable en nuestra vida diaria. Y nos encontramos a muchos que presumen de su religiosidad y que no tienen este concepto de buscar dónde está el bien en los demás ni tratarlos en consecuencia.

Sin embargo, si queremos que nuestra civilización se consolide, tenemos que encontrar un lugar para la amabilidad en nuestras comunicaciones.  Aún más, cuando la capacidad de comunicarnos, que antes era el privilegio de unos cuantos, ahora se ha vuelto una facilidad a la que una enorme cantidad de personas tienen acceso. Si no ponemos en práctica estos conceptos, sólo podemos esperar conflictos cada vez mayores. Usted, amiga o amigo, ¿está dispuesto a asumir como una responsabilidad ser amable?  ¿Está dispuesto a dar ejemplo y demostrar qué se puede construir la amabilidad en nuestra sociedad? Si es así, los necesitamos con urgencia. 

 

Antonio Maza Pereda

lunes, 15 de mayo de 2023

Día del maestro

Vale la pena preguntarse, a propósito de la celebración del día del maestro, ¿cuál es el aprecio que la Sociedad tiene por la labor de maestras y maestros? Se ha documentado el hecho de que,  en aspectos de confianza de la ciudadanía, los maestros tienen mayor credibilidad que las autoridades civiles, partidos políticos y empresarios, así como un lugar tan importante como el que tienen la Iglesia y las  fuerzas armadas en esos aspectos.

Su papel social es sumamente importante. En la formación preescolar,  ya se ponen las bases de una convivencia  armónica, que tanta falta nos hace.  En la formación básica se crean los hábitos fundamentales que permiten a los alumnos ingresar al mercado de trabajo en labores muy básicas, mientras que la educación media  ya permite llevar a cabo operaciones  más complejas. La formación superior permite operar diferentes tipos de organización o parte de ellas, y la educación de posgrado permite dirigir organizaciones complejas y, de modo muy importante, generar nuevos conceptos.

No quiero decir que esto siempre ocurre.  Todos conocemos casos de personas que solamente tuvieron educación muy básica y lograron crear empresas muy desarrolladas, dirigirlas y marcar rumbo a personas mucho más educadas que ellas mismas. Pero claramente se trata de excepciones.

Cabe sin embargo la duda.  En la gran mayoría de la Sociedad, ¿verdaderamente se aprecia el valor de los maestros? Si es así, ¿por qué se ha permitido qué el trabajo de los docentes ha sido tradicionalmente mal remunerado? En ciertos medios de la Sociedad se menosprecia su papel. El dicho muy difundido: “Quién sabe, hace y quien no sabe, se dedica a la enseñanza”, refleja en buena parte la creencia de que los docentes  no están al mismo nivel qué directivos, políticos y empresarios. No faltan quienes ven en la docencia una especie de martirio, donde un grupo importante de personas se sacrifican por el bien de la infancia y la juventud.

 Algo se ha mejorado, no cabe duda.  Pero en muchas partes hay maestros que tienen que recurrir al pluriempleo para poder sostener a sus familias.  Y dado que hay una cantidad de importante de mujeres dedicadas a la enseñanza, generalmente con remuneración inferior comparada con la de los varones, este tema se agudiza. Hace no muchos años todavía se contaban historias de que, para poder complementar sus magros ingresos, las maestras tenían que dedicarse a diferentes tipos de ventas estructuradas. Este 15 de mayo se anunció un aumento en las remuneraciones de los profesores del 8.2%, retroactivo al principio del año. Muy bien, por supuesto. Pero desgraciadamente este aumento se queda apenas al nivel de la inflación que hemos tenido en los últimos 12 meses.

Otro punto importante que hay que atender: el papel de los distintos actores en la educación de la infancia y la juventud. Por desgracia, en una cantidad importante de familias, se considera que la educación es labor de la escuela. Lo cual no necesariamente es cierto: la escuela y los maestros son un gran apoyo a los padres, pero no tienen la responsabilidad que la familia tiene para el desarrollo de los niños.  Y muchos padres de familia consideran que con proveer una escuela, al mejor nivel que les permitan sus posibilidades, ya cubrieron con esta responsabilidad.

En la etapa más crítica de la pandemia, vimos que para muchos el gran problema era poder atender a los niños sin dejar de trabajar.  Hubo una fuerte presión de las familias pidiendo que el regreso a clases ocurriera lo antes posible, permitiendo a ambos progenitores su trabajo remunerado. Y a padres y madres les quedó claro que era extraordinariamente difícil apoyar la educación remota, dado que no tienen las capacidades necesarias y en ocasiones ni siquiera los conocimientos básicos para poder apoyar a sus hijos. Por no hablar de la paciencia y la constancia para encauzarlos y lograr que hagan su mayor esfuerzo.

No es un tema menor. De continuar cómo vamos, se cumplirá la profecía apocalíptica de que entraremos en una etapa de decadencia de la humanidad. El abuso de la tecnología, la cultura del entretenimiento que ya hemos mencionado en estas páginas, han llevado a qué en la última década el coeficiente intelectual de la humanidad ha disminuido por primera vez desde que este indicador se ha medido. Y esto se ve en la vida diaria de la enseñanza y en la operación de los sistemas sociales. Habilidades básicas qué se daban por descontadas, cada vez son más difíciles de obtener.  Cosas como conceptos fundamentales de lógica, capacidad de razonamientos simples y comprender el concepto de cantidad, cada vez son más raros de encontrar. Las empresas tienen que gastar cantidades importantes para que los egresados de los distintos grados de educación tengan los conocimientos que se esperan para los puestos a los que aspiran. Recuerdo recientemente que el director técnico de una transnacional me decía que los egresados con grado de ingeniería, necesitaban al menos tres años de capacitación para poder hacerse cargo de las funciones para los que se les estaban contratando.

No cabe duda de que hay mucho por hacer.  Y tenemos que partir de un apoyo formidable a los docentes para lograr que se cumpla lo que esperamos de la escuela. Ellos quisieran aportar más, pero necesitan remuneración más adecuada, capacitación en mayor escala. Así como un apoyo decidido por parte de las familias, qué deben de asumir que los resultados de la educación dependen primordialmente de los progenitores. Los maestros, personas técnicamente preparadas, son un apoyo fundamental para lograrlos pero no son los únicos responsables y sin el apoyo de las familias, sus resultados serán muy limitados.

Antonio Maza Pereda

lunes, 8 de mayo de 2023

¿Vencer o Convencer?

 

Nos esperan al menos 14 o 15 meses de fuerte efervescencia política.  Una competencia cada vez más intensa por puestos importantes de índole local y sobre todo de nivel federal.  Seguramente veremos de todo:  los tradicionales pasacalles, bardas pintadas, abundancia de lemas y eslóganes, debates, discursos, artículos y editoriales.  Todos con un objetivo común:  convencer a la ciudadanía de la bondad de los contrincantes. Buscando retener a quienes actualmente son sus partidarios y, preferiblemente, convencer a los seguidores de sus contrarios de cambiar el sentido de su voto.

 De acuerdo con las encuestas, en la medida en que de veras sean creíbles, ha habido poco cambio en las intenciones de voto.  Se ha deteriorado el voto de la izquierda, mientras que no ha aumentado apreciablemente el voto de sus contrincantes. Al parecer lo que aumenta es el número de los indecisos o de los que no piensan votar.  Si revisamos la popularidad del Señor Presidente, aunque ha disminuido, es claro que sigue siendo mayoritaria, al menos si le creemos a los encuestadores.

Después de 4 años y medio de ataques de todo tipo: descalificaciones, insultos, incluso ataques violentos, la situación del electorado al parecer ha cambiado poco. Probablemente no hemos visto en los últimos 70 años una cantidad de ataques tan frecuentes y tan numerosos como los que hemos visto en estos últimos 4 años. Agresiones que vienen de ambos bandos: tanto del gobiernista como de los opositores. Sin mucho resultado, al parecer.

Aparentemente muchos piensan que insultar a sus contrincantes los van a convencer de votar en su favor.  Algo que parece poco probable. Su lógica no ha sido la de convencer, sino la de vencer.  Aparentemente muchos creen qué con tal de no ser llamados chairos, fifís o conservadores, una cantidad importante de la población votará de una manera diferente.  El señalamiento, algunos creen, dará tal vergüenza a los opositores qué cambiarán de bando o al menos se abstendrán de participar en las próximas elecciones, dejándole el campo libre a la facción política con la que antes no comulgaban.

 A mí, por lo menos, no se me ocurre cuál es la lógica de este tipo de ataque. Sí, puede ser que a algunos les avergüence  el que en el pasado hayan apoyado a los malos. Aunque en muchos casos, y me incluyo entre ese grupo, votamos por la opción que nos pareció menos mala, conscientes de que no podíamos esperar demasiado de  la clase política. Pero dudo que esos avergonzados sean muy numerosos. O que voten de otra manera.

Dentro de su aparente lógica (es un decir), muchos piensan que demostrar que otros mandatarios lo hicieron mal, significa en automático que los gobernantes actuales lo están haciendo bien. O lo contrario: que, si el gobierno actual lo ha hecho mal, quiere decir que sus opositores lo harán bien. Aparentemente no se les ocurre la posibilidad de que tanto los gobiernos anteriores como el gobierno actual hayan hecho o estén haciendo mal las cosas.  Y no se le ocurra a usted señalar esta falacia de lógica:  de inmediato será usted atacado como ignorante, chayotero,  corrupto o algo peor.

Mucho menos se le ocurra reconocer logros de cualquiera de los bandos.   De inmediato se encontrará usted acusado de haber cambiado de ideología, de haberse vuelto fifí o chairo, solamente por reconocer que en ninguno de los bandos existe la maldad químicamente pura, sin la menor mezcla de una pequeña migaja de bien.

 Las facciones políticas siguen creyéndose sus propias mentiras y tienen la mente completamente cerrada a que pueda haber un modo diferente de hacer política.  Y, por lo que estamos viendo, lo que nos espera es más de lo mismo:  violencia verbal y posiblemente violencia física, mayor polarización, rigidizacíon de las posiciones políticas.

 Ante esta situación poco podemos esperar de estos facciosos. Solamente los moverá un mensaje fuerte e inequívoco del electorado, diciéndole a los políticos: “no me convencen, no me están dando argumentos para creerles, ni nuevas razones para  votar por ustedes”.  La carga del convencimiento le toca a la ciudadanía.  Tenemos que convencer a esta clase política, que tanto nos ha quedado a deber, de que tienen que ofrecernos visiones nuevas, porque las actuales y las antiguas no han sido suficientes,  en su mayoría.  Necesitamos que conserven lo que ha funcionado, por poco que sea, y que desarrollen nuevos conceptos que puedan entusiasmar al electorado. Porque esto es lo que necesitamos: una ciudadanía consciente y propositiva que ponga en su lugar a los que sólo les interesa vencer sin convencer.

Antonio Maza Pereda

lunes, 1 de mayo de 2023

Responsabilizarnos

 

 Hay una pregunta que no tiene una fácil respuesta: en temas de la Sociedad ¿quién se hace responsable? Es claro que todos somos muy capaces de encontrar culpables en ese tipo de asuntos. Lo que no es tan frecuente es que estemos dispuestos a asumir nuestras responsabilidades en los temas sociales, políticos, económicos y, en general, en todos los que tienen que ver con la Sociedad en su conjunto.  La respuesta más común es decir que todos somos responsables.  Pero, como decía un antiguo profesor mío, “Cuando se dice que todos son responsables, nadie se hace responsable”.  Y tenía mucha razón.

La Sociedad se estructura de manera que haya un reparto de tareas. A todos nos toca una parte de labores.  Los padres de familia, ciudadanos, instituciones educativas, gobernantes en distintos niveles, empresarios y muchos otros componentes de la Sociedad tenemos responsabilidades en nuestro campo de participación.  Pero, tristemente, muy pocos verdaderamente se hacen responsables. Entendiendo por responsable quién responde por los resultados en el campo que se le ha confiado.  Todos somos muy buenos para exigir, pero muy malos para rendir cuentas de nuestros compromisos.

Con lo cual estamos en un medio donde hay muchos que no nos hacemos responsables, confiando en unos pocos qué pensamos que deben de rendirnos cuentas de los resultados de la Sociedad.  Vivimos en un mundo infantilizado, donde pedimos mucho y respondemos poco. Donde esperamos de los demás que nos den resultados, sin estar dispuestos a hacer nuestra parte.

 En nuestro medio nos encontramos una gran cantidad de dirigentes que no aceptan su responsabilidad. Cuando algo falla, siempre hay otros que son los culpables:  los que estuvieron anteriormente en su puesto, los que no comparten sus ideas, los que se atreven a criticar y muchísimos otros más.  Lo que no se ve es que alguno de nuestros dirigentes acepte que no estuvo a la altura de su responsabilidad. Como dicen algunos, el éxito tiene muchos padres y padrinos, las fallas siempre son huérfanas.

Y la verdad es que no es nada fácil encontrar quien acepte sus errores.  Esa aceptación es una señal muy clara de madurez.  Y, tristemente, la madurez no abunda,  no es nada fácil. Como dije antes, vivimos en una situación de infantilismo en el aspecto de lo social.  Es claro que el único modo de progresar es ser capaz de decir: “Me equivoqué”.  Esas dos palabras son las más difíciles de pronunciar en nuestro idioma y en nuestro ambiente.

Si verdaderamente creyéramos que para progresar hay que aceptar nuestras fallas, todos buscaríamos la oportunidad de explorar nuestros errores, conocer cuáles fueron las razones para cometerlos y encontrar la manera de que no se repitan.  Pero, cuando no hacemos el análisis de nuestras fallas, estamos condenados a repetirlas una y otra vez.

En una casa de consultoría que conocí a profundidad, al terminar cada encargo se hacía una sesión dónde se llevaba a cabo una “autopsia del proyecto”. Y dicha autopsia consistía mayormente en responder la pregunta: “Si tuviéramos que volver a hacer este mismo proyecto, ¿qué haríamos de un modo diferente?” Un ingrediente importante de esa autopsia era evitar cuidadosamente personalizar las fallas.  Cuándo el evento se vuelve un torneo de señalamientos tratando de quitarse las culpabilidades y asignándole las equivocaciones a los demás, el método falla, genera una gran cantidad de culpabilidades y muy poco progreso.

En nuestro medio el error conlleva un estigma. Quien falla tiene una carga de culpabilidad.  Ese concepto de culpa hace que ocultemos los errores y no aprendamos de ellos. Una novela vieja, El Padrino de Mario Puzo, que no es un manual de conceptos sociales, se decía del protagonista, como un gran elogio,  que era un hombre que había cometido pocos errores y había aprendido de todos ellos.  Ése es el punto.  El problema no es estar libre de cometer errores.  Ningún ser humano lo está.  El verdadero asunto es poder utilizar las equivocaciones cómo oportunidades de aprendizaje, hacerles un análisis profundo y evitar que la falla se repita.

En nuestro ambiente social, pero sobre todo en los aspectos sociopolíticos, nuestro gran problema es que no estamos aprendiendo de nuestros errores. Seguimos manteniendo una relación de falla-castigo.  Y claramente todos estamos cargados de razones para haber cometido esas fallas. Y mientras no las entendamos a fondo, estaremos condenados a repetirlas.

 ¿Significa esto que no debamos de criticar los errores?  Yo creo que no, pero deberíamos adoptar un método que se usa en las mejores prácticas de las tormentas de ideas: si crees que alguna propuesta está equivocada, propón una idea mejor.

Varias décadas de crítica a nuestros dirigentes han traído poca mejora. Ya es tiempo de que cambiemos de método. ¿Se imaginan cuanto hubiera progresado nuestro país si hubiéramos aprendido de todos nuestros errores?


Antonio Maza Pereda