¿Porqué Cuenta Larga?

¿Porqué cuenta Larga? Los mayas tuvieron dos maneras de llevar el calendario: la cuenta corta (el año o tun) y la cuenta larga, de 144,000 días, el baktun, equivalente a 395 años y medio, aproximadamente.

Las organizaciones deberían tomar en cuenta esta filosofía. Hay decisiones de corto plazo (Cuenta Corta) y de largo plazo (Cuenta Larga). Este blog está orientado a las situaciones de largo plazo y su influencia en las organizaciones

jueves, 30 de marzo de 2023

Cambiar la narrativa

 Cuando los politólogos y algunos que no lo somos, hablamos de la  política, es bastante frecuente que digamos qué es necesario tener una nueva narrativa y en todo caso no estar siguiendo la narrativa del Presidente de la República, ni siquiera para rebatirla.   Lo cual suena bien. Hace ya algún tiempo que la susodicha oposición   no ha tenido ideas propias y que, en términos generales, se ha dedicado más bien a criticar la narrativa de la 4T o en todo caso afirmar que no es una mala narrativa, pero que en el Gobierno han sido ineptos para aplicarla.

 Suena bien, en teoría. Pero no basta. La gran pregunta, es: ¿cómo?   ¿De qué manera se podría cambiar esa narrativa?   Por qué es claro que no hemos escuchado nada realmente nuevo. Pero también es cierto que quienes criticamos a la oposición, no hemos presentado ideas muy concretas.

No basta con decir cosas diferentes, nuevas soluciones, otros modos de alcanzar nuevos objetivos.   Tampoco decir qué la situación actual o su narrativa no está siendo suficiente.   No sólo se necesita que la oposición ofrezca una narrativa distinta; también se necesita una que entusiasme al electorado. Una narrativa que sea creíble,  que tenga racionalidad y al mismo tiempo elementos emotivos,   que sea una guía que lleve a la acción.   Todo eso, obviamente, es necesario.   Pero, otra vez, ¿de qué manera?

Para cambiar la intención del   electorado no basta con decirle que el actual gobierno tiene errores.   Finalmente, todo gobernante los tiene.   En todo caso, esas fallas se pueden enmendar.   Pero cuando no hay propuesta, ciertamente no hay errores, pero tampoco hay nada que mejorar. Necesitamos enfoques radicalmente diferentes. Dejar de ver la situación de la Nación en términos de blanco y negro, en términos bidimensionales   y ver que nuestra situación cómo Nación tiene múltiples colores con muy diversas tonalidades y que operamos no sólo en dos o tres dimensiones sino probablemente en un número mucho mayor.   Se necesita una propuesta que despierte el entusiasmo de quienes se oponen al sistema actual. Ya es bastante claro que la mera negación que se está haciendo no ha sido suficiente.

Tema que, además, no es solo de la oposición. Aquellos a los que el Presidente les llama “las corcholatas”,  tampoco han mostrado mayor iniciativa.   Su propuesta es la continuidad y hacer lo que les diga AMLO.   Pero al menos ellos tienen   el aval   del señor Presidente quién, de ser cierto lo que dicen las encuestas de opinión, sigue teniendo una gran popularidad.   Al menos eso tienen.   Los aspirantes a candidatos presidenciales de la oposición, ni siquiera eso.   No tienen quien les preste popularidad, no tienen un programa que continuar, o hasta el momento no lo han mostrado.   Alguien me dice que lo que pasa es que están reservando las buenas ideas para qué la 4T no se las vaya a robar.   Puede ser.   Pero hasta ahora no han mostrado mayor cosa.

También valdría la pena profundizar en el concepto de narrativa.   Es de esas cosas de las que todo mundo habla, pero qué no se define con claridad.   Incluso se dan cursos,  y se critican para bien o para mal las narrativas existentes,   pero más allá de las definiciones no hay más detalle.   Es como si alguien pretendiera hacer un nuevo automóvil   sin tener los planos detallados de las piezas, de los sistemas y las interconexiones entre ellos.

Si queremos ver en sus términos más simplificados la narrativa de la 4T, esos puntos quedarían así:   la situación:  antes teníamos una situación mucho mejor que la actual.   La complicación:   se abandonaron los postulados de la primera Revolución social del siglo XX y se permitió un viraje hacia el neoliberalismo.   La pregunta: ¿cómo regresar a ese pasado maravilloso que se nos ha perdido?    La respuesta: una transformación fundamental, basada en un caudillo qué entiende y encarna los anhelos de la población:   la cuarta transformación.   Obviamente es un esquema muy simple: la respuesta es una vuelta al pasado.

¿Basta atacar esta narrativa?   Posiblemente el 60% o 70% del   electorado no vivió esa situación idílica de la que nos platican.   No existe información clara sobre el nivel de pobreza o de violencia  en los cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX.   Y siempre está el recurso a “los otros datos”. Muchos aceptan esta premisa como un acto de fe, que no hay que demostrar.

Para poder exorcizar, valga la comparación,  una narrativa,   se necesita tener una base amplia de cultura política en lo económico, en lo numérico,  en los aspectos sociales   y hasta en la antropología filosófica.   Una base amplia pero no necesariamente profunda. Se trata de entender los aspectos básicos de estos temas.   Pero cuando los políticos, por poner un caso, no tienen un sentido claro de las proporciones, y  usan los números sin entender el concepto de la magnitud,   tendrán éxito sí el ciudadano  no tiene bases sólidas. Qué es justamente el tema más grave de la educación que hemos recibido y que se pretende seguirnos dando.

¿Es fácil?   Seguramente no. ¿Rápido?   Tampoco. Y tal vez por eso los politólogos     no pueden proponer soluciones aplicables. Todos los políticos, no importa su tendencia,   quieren tener resultados a toda velocidad, que no requieran un gran esfuerzo y que no haya que explicar demasiado. Sí, hay que reconocer las ventajas y las bondades de crear una nueva narrativa. Partiendo de un análisis de la situación:    creíble, demostrable, fácil de entender.   Con esa base,  crear objetivos que entusiasmen a    la ciudadanía,   Y que dejen muy claros cuáles serían los pasos para que ese grupo de objetivos se pueda cumplir.

Sé que pido demasiado.   Pero no puedo creer que solamente a base de mercadotecnia política esta opción actual, que resulta insuficiente al ciudadano que quisiera ver otras ideas, se vuelva eficaz.    La ciudadanía, organismos intermedios, y hasta algunas partes de los partidos políticos actuales tienen que hacer un gran esfuerzo de reflexión para ofrecer algo diferente.    La gran cuestión es: ¿alcanzará el tiempo de aquí al día de las elecciones?

Antonio Maza Pereda

lunes, 27 de marzo de 2023

Soberanía, el gran pretexto

Últimamente hemos vuelto a escuchar el concepto de soberanía, en un intento de llevar  a la agenda pública un asunto que permite justificar prácticamente casi todas las acciones que el      Gobierno pretende llevar a cabo, básicamente para aumentar su cuota de poder o para justificar sus fallas, haciéndolas aceptables de alguna manera.

  Este fue el concepto central en la marcha del pasado 18 de marzo, celebrando 85 años de soberanía de la nación sobre el petróleo. Lo cuál ha sido el mismo motivo para querer tener diversos monopolios estatales: en la energía eléctrica, y en otros tiempos sobre los ferrocarriles,     los puertos,  comunicación telefónica y telegráfica  y un largo etcétera. Qué se fueron abandonando cuando el endeudamiento insostenible del Gobierno hizo necesario dejar esas actividades, que en otro tiempo se consideraron estratégicas y por lo tanto asignadas exclusivamente al Estado.

En todo lo cual siempre se ha manejado una gran confusión. Este tema de la soberanía era mucho más sencillo cuando teníamos soberanos, es decir: cuándo el derecho divino de los reyes justificaba su poder y más concretamente su poder absoluto. Es la era del absolutismo personificada por Luis XIV, el soberano de Francia, que podía decir con pleno derecho:   el Estado soy yo. Con la destrucción casi total de los Gobiernos absolutistas, esas actitudes solo se dan en las dictaduras.  Se requiere en la cultura política de las naciones, no sólo una definición jurídica pero, sobre todo, una construcción cultural que permita al ciudadano entender y poder defender los alcances y los límites de la soberanía que establece la Constitución.

Porque seguimos teniendo un gran desconcierto. Se nos pretende hacer entender soberanía como un cuasi equivalente de la nacionalización o de la estatización de los aspectos económicos. En la situación de las actividades productivas, sólo habría dos caminos: el de renunciar a la globalización y volver a economías nacionales autosuficientes, a riesgo de reducir fuertemente el crecimiento económico, o aceptar límites al poder económico de los Estados a cambio de un crecimiento importante de la economía, conectada con mercados globales. Opción, esta última, que está haciendo adoptada de un modo o de otro por la mayoría de las economías crecientes, mientras que los que no quieren adoptar este modelo global, tienen pocos ejemplos para demostrar que su manera de organizar la economía es más exitosa que la de aceptar y manejar su inclusión en la economía global.

   Porque, curiosamente, los conceptos que en la dictadura perfecta manejaban la soberanía como sinónimo de estatización de la economía, veían como única opción el control del Estado. Como si confiar cualquier tipo de actividad al sector privado nacional fuera en demérito de la Nación. En el fondo se está manejando la soberanía del Estado como si fuera el único modo de tener soberanía de la Nación. Como si el Estado y la Nación fueran lo mismo, como sí el primer mandatario fuera el Estado, siguiendo el concepto de Luis XIV, en la época del absolutismo.

Por poner un ejemplo: la Constitución establece qué el petróleo pertenece a la Nación. Pero esto ha sido interpretado como si tener compañías privadas mexicanas extrayendo y procesando el petróleo y dándole al Estado impuestos y derechos sobre el uso de estas reservas petroleras, iría en contra de la soberanía nacional.   Así es el modelo de industria petrolera qué se maneja en los Estados Unidos por el cual, hasta dónde conozco, nadie piensa que ese país haya perdido soberanía .  Por otro lado, para los que proponen  el modelo de la industria petrolera que tuvimos durante el siglo XX, es necesario  que haya un monopolio del Estado en esa industria. Sin embargo, no parece imposible que hubiera varias compañías  petroleras, propiedad del Estado, cada una con sus propias regiones de explotación y producción, con sus propias refinerías y compitiendo las unas con las otras vendiendo sus productos al mercado nacional. Con lo cual habría motivos para buscar que fueran compañías competitivas. Mientras asignemos a las compañías energéticas sus monopolios, no habrá incentivo para volverlas más competitivas. Cómo ocurre en cualquier actividad monopólica.

Un modelo parecido podría usarse en la energía eléctrica y en otras así llamadas industrias estratégicas. En fin, sería cosa de estudiar distintos modelos dónde se pudieran tener compañías nacionales, públicas o privadas y no monopólicas compitiendo entre sí, y ofreciendo mejores servicios a la población. Tal vez los modelos no estén totalmente acabados, pero no es imposible encontrar soluciones para lograr una mejor atención a la población.

 Finalmente, siempre queda una duda.  Nuestras compañías estatales han ido adquiriendo una deuda externa cada vez mayor, con el aval del Gobierno.  No tenemos una idea clara de qué porcentaje del endeudamiento público procede de las compañías del Gobierno, a las que llamamos estratégicas. Tal parece que no creen que estar endeudadas sea problema. Que no significa que estas compañías y por ende el Gobierno hayan perdido soberanía. Así como una familia muy endeudada tiene muy reducida su capacidad de acción, porque sus acreedores limitan sus posibilidades, así ocurre con los Gobiernos y sus acreedores, sean los organismos internacionales o la banca mundial. Porque no deja de ser muy inocente pensar que los países fuertemente endeudados no van a ser limitados en su toma de decisiones por sus acreedores, y sobre todo cuando llegue el momento en que ya no puedan pagar sus deudas. Y el Estado tiene que someterse a las condiciones que le pongan los acreedores o las de aquellos nuevos prestamistas qué les podrían permitir sanear sus deudas. De nada sirve tener en el papel una gran soberanía cuando en la vida práctica estaremos limitados por las condiciones que nos pongan aquellos a los que les debemos.       Porque en un país de mediano desarrollo, como es el nuestro, no podemos esperar que nos permitan seguirnos endeudando sin límite, cómo se les permiten a las grandes economías.

Vale la pena cuestionar este modo que se nos ha impuesto de concebir la soberanía nacional. No hay un modo único de concebirla. Y el concepto actual no es el más adecuado para el País. 

Antonio Maza Pereda

lunes, 20 de marzo de 2023

Marchas: vuelta al pasado

El pasado 18 de Marzo, tuvimos una regresión a los tiempos de los cuarenta y cincuenta del siglo XX e incluso un poco después. Una época en que la legitimación de muchos de los decretos del Gobierno se daba mediante marchas. Para la mayoría de la Nación, esto es una historia poco conocida. En ese tiempo solamente el Gobierno y el partido gobernante, con sus sectores obrero, campesino y popular eran los únicos que tenían capacidad de poner en la calle un número importante de ciudadanos. La escasa oposición que había no tenía la capacidad de convocatoria necesaria  y los demás partidos eran en realidad satélites del partido gobernante.

Después de un largo y tortuoso proceso de democratización del País, ahora ya se pueden tener grupos de ciudadanos y ciudadanas organizados, con la capacidad  de poner en la calle números importantes de personas, como en las recientes marchas defendiendo al INE y protestando por la discriminación de las mujeres.  Y, por supuesto, el partido en el Gobierno, quien conserva la metodología y los recursos para poder llevar a las calles a números importantes de manifestantes, reacciona tratando de demostrar que tienen mayor capacidad de movilización.

Lo cual nos lleva a una distorsión importante en la vida política del país. Parecería, y así lo están manejando la prensa y alguna parte de la oposición (es un decir) qué piensan que a la población realmente la van a convencer las comparaciones numéricas. Y tratan de demostrar o al menos dar la impresión, de que pueden poner en la calle a un número mayor de electores que el que mueve el Gobierno. Parecería que el asunto se reduce a un juego de números y al hecho de poder demostrar que el contrincante hace trampa en la contabilidad del personal que llevan a sus marchas.

No es que sea algo nuevo. Los partidos fascistas en la primera mitad del siglo XX,  así como los partidos soviéticos que actuaron en más de dos tercios del mismo siglo, justificaban el derecho a gobernar mediante marchas multitudinarias. Como sigue ocurriendo en algunas de las izquierdas latinoamericanas, como las de Cuba, Nicaragua y Venezuela, así como las izquierdas menos consolidadas como en algunos momentos estuvieron las de Brasil, Argentina y Chile.

Sin tratar de justificar estas marchas, su existencia se daba porque,  ante sistemas electorales con poca solidez y casi nula credibilidad, los resultados de las votaciones tenían un tanto de “política ficción”. Ante los robos de urnas,  el voto de los difuntos, el acarreo de los grupos beneficiarios de los programas sociales y la amenaza de la cláusula de exclusión de los sindicatos, llevaban a la ciudadanía a ver con un profundo cinismo los resultados electorales. La mitología de los métodos como el ratón loco, el embarazo de urnas, el acarreo de empleados del Gobierno,  los mapaches y otros elementos de la fauna electoral,  hacían pensar al ciudadano que no tenía caso votar.  Yo recuerdo un conocido mío que se lanzó como diputado federal en uno de los estados del norte del País y que citó a la prensa, a sus alumnos y a los escasos ciudadanos que le hicieron caso para un discurso de inicio de su campaña, el cual se dio en el panteón civil de la capital de su estado. Lo cual obviamente provocó muchas bromas de la ciudadanía. Y más aún cuando la prensa le preguntó al candidato: ¿por qué iniciaba su campaña en el cementerio?. A lo cual él contestó que en un país dónde los muertos votan, se tenía que hablarle al electorado.

Esto empezó a cambiar por muchas razones, pero alguien que tuvo un influjo importante fue un ensayo muy bien elaborado por Enrique Krauze, quien pedía que en México tuviéramos una democracia sin adjetivos. Abundando en el tema decía que necesitábamos que los votos se contaran y se contaran bien, para darle credibilidad con la ciudadanía. Lo cual se logró en buena medida,  sin llegar realmente a poder desechar del todo los antiguos vicios en los temas electorales.

Ese es el punto crucial. Perderemos mucho sí empezamos a sustituir el aburrido, pero extraordinariamente valioso método de tomar decisiones mediante el voto de la ciudadanía y sustituirlo por la métrica de las marchas. Al parecer en esto está cayendo también nuestra enclenque oposición. Las marchas sólo representan un porcentaje mínimo de la ciudadanía; aún en aquellas dónde se habla de millones de marchantes, ellos representan cuando mucho un 2 o 3% de los ciudadanos. Lo importante es seguirle dando solidez al tradicional método electoral y negarnos a aceptar qué las estimaciones más o menos amañadas del monto de los que marchan, substituyan a una contabilidad precisa y confiable del número de los que votan.

Que, por otro lado, no significa que no debiera haber marchas. Pero en la realidad estas sirven mayormente para convencer y enardecer a quienes ya forman parte de los diferentes grupos políticos. Y también para que aquellos que no forman parte de las facciones electoreras, puedan hacer oír su voz. Pero lo importante realmente es defender un sistema que, estando todavía distante de tener total credibilidad, es un modo mucho mejor de gobernar, que lograr poner en las calles a un número importante de personas.

Antonio Maza Pereda

lunes, 13 de marzo de 2023

8 de Marzo. ¿Hay mejora?

 Un año más. Diferentes asociaciones de mujeres nos recuerdan el Día Internacional de la Mujer. Una conmemoración madura, en el fondo más fuerte, con menos destrozos y una vez más con una reacción tibia de las autoridades y de una parte importante de la Sociedad. Obviamente es muy difícil medir el resultado de este tipo de actividades. En el año que ha pasado desde la anterior conmemoración, han aumentado las denuncias. También las solicitudes de calificar las agresiones como intentos de feminicidio. Hay un sentimiento generalizado entre muchas mujeres de que el asunto no avanza o, por lo menos, no lo hace a la velocidad que debería. No faltan quienes culpan a la pandemia del agravamiento de estas situaciones y también los que minimizan el asunto considerando que es un tema de la clase media aspiracionista y de las fifís.

¿Podemos decir, en serio, que ha habido un avance? El consenso es que no es así. Que la pandemia exacerbó la situación al mantenernos forzadamente en una relación más frecuente de lo normal, y que no se está haciendo lo suficiente. Ahora se habla más del tema: en los medios, en la agenda pública, y en el sentimiento de la Sociedad. Pero, la gran duda es: ¿hay una mejora efectiva?

Cómo es de esperarse, las facciones políticas han reaccionado con
 su tradicional falta de imaginación. No se les ocurre nada más que aumentar las penas por los distintos delitos, proponer una homologación de los códigos penales para asegurar que en todos los Estados traten del mismo modo los casos de violencia contra la mujer y feminicidio,  la ampliación de este concepto para asegurar que pueda haber penas más severas. Pero... el gran tema es la impunidad. De ser cierto lo que se está diciendo: que sólo el 10% de los casos de violencia contra la mujer se denuncian y que de los denunciados sólo el 10% llega algún tipo de sentencia absolutoria o condenatoria, el tema de las penas resulta ser irrelevante. Sí: cuando acaso te denuncian, si rara vez las autoridades te ubican y si tienes una condena, tu situación sería peor. Pero ¿cuál es la probabilidad de que eso te ocurra? Mientras haya este nivel de impunidad, de poco sirven las penas más severas. Esto no es un aspecto meramente teórico. En la práctica está demostrado que el endurecimiento de las condenas no está funcionando.

Claramente necesitamos una solución de fondo y tristemente no tenemos todavía una buena propuesta. Es muy poco probable que logremos un acuerdo entre los machistas y las feministas para mejorar la situación. Lo que necesitamos es un acuerdo de mujeres y hombres de buena voluntad, con una idea de colaboración para construir conjuntamente el tipo de solución que la Sociedad requiere y abandonar el concepto de ganar-perder qué es el que ha dominado la escasa discusión que ha habido sobre este tema. De nada están sirviendo las declaraciones ni los razonamientos más o menos lógicos. Tampoco están funcionando los señalamientos, la confrontación y la polarización. Tenemos que lograr el convencimiento de que a todos nos conviene lograr una solución mucho mejor que las que actualmente tenemos en el panorama. Tenemos que reconocer los hombres que no hemos hecho lo suficiente. No basta con declarar nuestro apoyo a las mujeres. También será importante tener claro que siempre habrá quien se oponga, desde ambos lados, a que lleguemos a un entendimiento. Porque hay a quienes les ha beneficiado la situación, la injusta situación actual contra las mujeres. También ha habido algunas mujeres, muy pocas por cierto, que han logrado beneficiarse con sus posiciones anti patriarcales. Habrá que reconocer que hay que construir un camino de solución,  que vaya logrando avances parciales y que deberá aceptar retrocesos, consolidar mejoras y recomenzar. Evaluar y reconocer los daños que hay que enmendar. Hay que admitir que no tenemos soluciones probadas, que no hay antecedentes claros que podamos aplicar inmediatamente. Más allá de las actitudes simbólicas de pedir disculpas, estar dispuestas a otorgar perdón, de crear comisiones de la verdad y otras supuestas soluciones, no hay mucho que decir. Tendremos resultados cuando mujeres y hombres de buena voluntad, logremos hacer equipo, reunir y hacer colaborar a nuestras mejores mentes y estar dispuestos a trabajar de tiempo completo para lograr propuestas que a la Sociedad le hagan sentido.

Hace tres años, escribía yo lo siguiente: “La gran pregunta, creo yo, es si los demás, la Sociedad en su conjunto, mujeres y hombres entenderemos el mensaje y dejamos claro que en una sociedad civilizada no podemos aceptar el horror de la violencia contra las mujeres, de todos  los niveles de gravedad, en todos los niveles socioeconómicos y en todos los culturales. Que no quede en anécdota. Que no quede como materia prima para chistes y memes. Que lo tomemos en serio y actuemos en consecuencia”.

 Tres años después, yo sigo pensando igual.

Antonio Maza Pereda

viernes, 3 de marzo de 2023

Ancianos Invisibles

Es un hecho que la humanidad está envejeciendo cada vez más. En la mayoría de los países desarrollados ha aumentado el número de adultos mayores en proporción al total de la población. Para lo cual contribuye la disminución, en algunos casos radical, de la natalidad combinada con una mayor esperanza de vida gracias a los avances de la ciencia médica.

Lo cual ha creado la así llamada “cultura del descarte”. Cultura que abarca una gran variedad de formas, pero que se está aplicando a partes importantes de la Sociedad, incluyendo los pobres, a los que tienen una educación deficiente, los minusválidos y, de manera muy destacada,  a los ancianos. Todas estas categorías de personas qué se les considera menos aptos para contribuir a la sociedad. Parte de esta cultura tiene que ver también con un resentimiento importante hacia los ancianos, que consumen pero ya no producen de una manera importante y que son percibidos como miembros poco beneficiosos para la Sociedad. Un resentimiento que, en el extremo, es una parte de la justificación de la eutanasia.

¿Cómo es la situación en un país de nivel de desarrollo mediano como México? De alguna manera hemos llegado tarde al concepto europeo del Estado que protege “desde la cuna hasta la tumba”. Un ideal que nunca se ha cumplido del todo, pero que forma parte de las expectativas de la población. A nuestro país todavía le falta bastante para llegar a los niveles del Estado benefactor que se tienen en Europa y en algunos otros países desarrollados. Acá partimos de organizaciones como el INSEN (Instituto de la Senectud), el INAPAM, y actualmente la Secretaría de Bienestar. Programas que han sido acusado de clientelares, con la idea de qué es una manera disfrazada de comprar votos de los ancianos.

Independientemente de los conceptos de manipuleo político, es un hecho que para una parte importante de la población de edad avanzada, o no tienen pensión o la que tienen no alcanza para cubrir los mínimos para subsistir con dignidad. El hecho de que el anciano no pueda contribuir ni siquiera a su propio mantenimiento, le  resta prestigio y muchas veces se le hace sentir que es un “arrimado”,  una carga  que impide que el resto de su familia pudiera vivir mejor.

Lo cual lleva a muchos adultos mayores a sentir una discriminación que pocas veces se reconoce como tal. Los apoyos qué están otorgando a estos adultos mayores tienen un concepto asistencial. Es un apoyo económico en aspectos de salud tanto física como psicológica pero solo de un modo mínimo. ¿Sería posible dar otro tipo de apoyos a muchos adultos mayores que todavía podrían tener una aportación sustantiva para la Sociedad? ¿Ayudas que les permitieran tener otro tipo de desarrollo y un reconocimiento social? Por poner un ejemplo:  para desarrollar recursos humanos, la Sociedad destina una parte de sus recursos a becas. Mismas que solo se les asignan a los jóvenes, porque se considera que el dinero para desarrollar a los adultos mayores es un desperdicio. Poco se hace por hacer investigación sobre la situación de este segmento de la sociedad, hay pocos programas de extensión universitaria enfocados a mejorar la capacitación de estos ciudadanos y muchísimo menos existen procedimientos específicos para consultarlos en la toma de decisiones a todos los niveles.

Esta exclusión del adulto mayor no es necesariamente visible. Los mismos ancianos hacen lo posible por permanecer invisibles. Algunos buscando que su arreglo personal oculte su condición de ancianos:  como el detalle de ocultar su edad mediante teñir sus canas, un negocio que cada vez es más rentable. Otros medios tienen más profundidad: cada vez más encontramos ancianos qué posponen su jubilación hasta los 75, 80 o más años. Y no necesariamente sólo por razones económicas: también se da por razones de prestigio social.

Por supuesto, la mayoría de la población niega la existencia de esta discriminación. Lo cual ocurre con mucha frecuencia cuando una sociedad discrimina a una parte de sus integrantes. Sí preguntamos, por ejemplo, si se marginan a los afroamericanos, los discriminadores normalmente niegan la existencia de dicha exclusión y pueden citar ejemplos de actividades que son reales, pero que muchas veces no llegan a resolver el fondo del asunto. Por no comentar el tema de la marginación de la mujer: si consultamos al típico machista, lo usual será que niegue dicha discriminación y, en el extremo, no faltará quien diga que ya se ha hecho demasiado.

¿Por cuánto tiempo seguiremos con esta situación? No es un tema fácil. Hace ya algún tiempo, el muy reconocido y escuchado empresario mexicano, Carlos Slim,  dijo que los ancianos pueden trabajar con tanta eficiencia como otros empleados de menor edad; solamente es necesario asignarles horarios con menos horas de ocupación. Un concepto interesante, qué podría rescatar saberes y experiencias muy útiles,  pero que aparentemente nadie está dispuesto a llevar a cabo. El tema da para mucho. Si no profundizamos y nos quedamos sin reconocer estas situaciones, lo más probable es que nos encontraremos con sociedades cada vez más fincadas en el egoísmo y un crecimiento exponencial de la cultura del descarte.

 Antonio Maza Pereda