En estos primeros meses del gobierno de MORENA, el debate de los temas nacionales ha sido bastante limitado. En vez de razones, hemos tenido insultos, falacias y un uso cada vez mayor de frases tratando de avergonzar al contrincante, para acallarlo. La vergüenza como arma, se podría decir. De eso, sí ha abundado. Y hasta creen que eso es debate. Eso, además de las “fake news” y los “otros datos”, tan socorridos.
Y esto no ha sido privativo de ningún bando: toda la clase política y la comentocracia han entrado a este juego. Lo cual quiere decir que a la mayoría no les funcionan los razonamientos, que no tienen la capacidad de debatir a ese nivel. Por otro lado, es curioso ver que ambos bandos piensen que pueden convencer a otros avergonzándolos. A menos que no les interese convencer: puede ser.
Algunos modos de avergonzar a otros se basan en aspectos físicos o de la personalidad de sus contrincantes. Desde las críticas por la edad del Presidente, hasta las burlas brutales contra una legisladora por su obesidad, con toda clase de calificativos, comparándola con animales, riéndose de su modo de alimentarse y más. Un ataque más propio de un “bullying” de la secundaria que de los debates legislativos. Y muchos, con eso, ya sienten que no necesitan analizar sus argumentos contra los de la legisladora. Como si el ser obeso, flaco, viejo o joven fuera una señal de que la persona no puede pensar. Como si eso signifique que no vale la pena analizar sus ideas. Al final, lo que se busca el que el atacado ya no siga participando en el debate. ¿Será acaso que les tienen miedo a sus ideas? Podría ser.
Otro tipo de ataque consiste en mostrar y demostrar que la persona cayó en contradicción. Que alguna vez proponía algo y en otras proponía lo contrario. La implicación en que la gente no puede o no debe cambiar de opinión y que debería avergonzarse de ello. No se analiza ni el momento, ni las circunstancias: basta demostrar que su contrincante dijo algo diferente hace 5 años, hace 10 años para demostrar que está equivocado. En realidad, no contradecirse no es señal que se tiene razón. Los argumentos deben ser válidos por sí mismos, sin importar cuando se dijeron, quién los dijo o cómo había opinado en otra ocasión.
Una variante es avergonzar a los otros preguntándoles por qué no hicieron algo o no tuvieron resultados cuando estuvieron en el poder o cuando eran comentaristas. “¿Dónde estaba usted cuando se cayó el sistema?” le preguntaron a un comentarista. “¿Por qué no protestó entonces?” “Probablemente porque estaba en el Kínder, peleándome por una paleta” respondió el comentarista. Bromas aparte, la idea es avergonzar a otros por su pasado y decir que, si cometió un error en el pasado, ya no tendrá derecho a opinar en el resto de su vida. Si les creyéramos, viviríamos perpetuamente paralizados por un pasado que nos apena y del que ya no podemos redimirnos.
¿Y nosotros, los ciudadanos? ¿Los sin-poder como decía Vaclav Havel? A nosotros nos toca estar alertas. No dejarnos manipular con las mentiras, las falacias, las sinrazones de la casta política. Cometimos un grave error en el pasado: darles demasiado poder a los políticos. Desinteresarnos de la política al grado de considerar de mal gusto tratar este tema en público. Sí, cometimos ese error, pero nada ganamos con avergonzarnos ni dejarnos paralizar por esa vergüenza. Nos toca reconstruir nuestro poder ciudadano. Interesándonos, estudiando, debatiendo de buena manera los grandes temas nacionales.
Nunca más, callar y obedecer. Nunca.
Antonio
Maza Pereda
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