Estamos ya a poco más de 2 semanas de las elecciones más grandes de la historia de México. Y ciertamente, una de las más discutidas: probablemente a nivel de aquellas donde por primera vez en 70 años tuvimos la oportunidad de un cambio democrático. Y, seguramente, mucho más discutidas porque en este momento las redes sociales, mucho más difundidas que entonces, están teniendo un papel protagónico. Seguramente no se han discutido tanto unas elecciones como estas que tenemos enfrente.
Independientemente de lo anecdótico, en estas elecciones se ha dado un papel preponderante a iniciativas de la sociedad civil, algunas en muy pequeña escala, grupos de una docena de participantes, y otras con una dimensión mayor. Grupos de amigos, ex compañeros de escuelas y universidades, grupos que se formaron en el trabajo e iniciativas de muy diverso origen, están discutiendo de política. Lo cual es una verdadera novedad. En general, en México existía el círculo rojo, un grupo muy minoritario que discutía de política de una manera consistente. Al resto de la población se le consideraba fuera de este círculo y, en el mejor de los casos, era objeto de las intenciones de dicho círculo rojo para lograr alinearnos en uno u otro sentido.
Otra característica es que en estas elecciones la clase política, sobre todo la oposición, pero no nada más ellos, están en un estado de confusión. No saben qué hacer y no se les ocurre mucho. De ahí los intentos verdaderamente lastimosos de atraer votantes por medios tan peregrinos cómo poner a los candidatos a bailar en el Tik Tok. Parece bastante claro que no encuentran argumentos para convencer a quienes opinan de manera diferente y ni siquiera para atraer a los indecisos. Al parecer sólo encuentran argumentos que son capaces de convencer a los que ya están convencidos: a su propio bando. Se han abandonado los razonamientos, las argumentaciones, y se ha centrado el “debate”, así entre comillas, en el insulto y la descalificación. Como si la ciudadanía no pudiera entender otros argumentos.
Y ante esta situación de debacle nacional de la clase política, no atinan a qué hacer. Y como en situaciones de urgencia, como los grandes terremotos del siglo pasado y este siglo, mientras que la casta política no encuentra qué cosa hacer, quiénes se movilizan son decenas de miles de pequeñas iniciativas para informarse, discutir, transferir información fuera de los canales tradicionales y entenderse, comunicarse e influir en pequeña escala. Esfuerzos que, en mi opinión, van a tener un efecto importante.
Es claro que la clase política no está entendiendo que estas elecciones, como en ocasiones anteriores, pero en una escala mucho mayor, van a ser decididas por los indecisos, por los que hoy no tienen claro todavía por quién deberían de votar. Los miembros de la clase política están convencidos de que sus argumentos (es un decir) son tan poderosos que solo los tontos no los pueden entender. Parece como si estuvieran diciendo: “si fueran inteligentes, estarían de mi lado”. Están tan convencidos de sus propias posiciones que ni siquiera ven la necesidad de demostrar sus puntos de vista. Según ellos es suficiente con comunicarlos, sin mayor explicación.
Claramente, puede ser que ese porcentaje de dudosos, que algunos consideran entre el 20 y 30% del electorado, seguirá indeciso y no ejercerá su voto. En cuyo caso, las evaluaciones actuales y las doctas interpretaciones de las encuestas, serían correctas. También ocurre que hay quienes no quieren votar como porque no creen en el sistema ni en las distintas expresiones de la clase política. Hay algunos casos interesantes. Hay quienes, desesperando de hacer sentido en medio de esta confusión, deciden conscientemente no votar pensando que la mayoría tiene la razón y están dispuestos aceptar la decisión mayoritaria y colaborar con ella. Lo cual no es de desdeñarse: estos votantes creen en la democracia y que la mayoría tiene razón.
Pero quitando ellos, hay quienes no votarán por desinterés, desidia, o alguna otra razón inconfesable. Para todos debe ser claro que la abstención o la emisión de un voto en blanco, es equivalente a votar por la continuidad de la situación actual. No hay remedio. Había un analista, cuyo nombre he olvidado, que decía que no tendremos una auténtica democracia mientras en las boletas para votar no exista la opción de decidir diciendo: por ninguno de estos candidatos. Y una provisión para que, sí esa manera de votar fuera mayoritaria, se anularían las elecciones y se citaría a nuevas elecciones con candidatos diferentes, en un plazo preventorio. Pero, mientras no tengamos una provisión así, la manera más adecuada de ser ciudadano es votando: de la mejor manera posible, con la mejor información disponible, con un voto en conciencia, buscando lo mejor para nuestro país y nuestra sociedad.
Por lo pronto, hay que felicitar y felicitarnos por esta enorme cantidad de pequeños grupos, apoyados por las tecnologías disponibles, y que están haciendo su esfuerzo por entender, hacer sentido e iluminar el voto ciudadano. Bien por esos grupos. Y ojalá esos grupos no sé desbanden después de las elecciones: claramente los necesitaremos para asegurar la vigilancia ciudadana sobre una clase política que no ha estado a la altura de una sociedad que lentamente, pero de manera sostenida, está creciendo en madurez ciudadana. Y para los demás, es importante ejercer nuestros derechos y nuestras obligaciones ciudadanas. Que para eso sirven las elecciones.
Antonio Maza Pereda
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