Lógica: “Ciencia que expone las leyes,
modos y formas de las proposiciones en relación con su verdad o falsedad”. Real
Academia Española
Esta es la definición formal de la lógica, un instrumento
que nos permite hacer un uso correcto en nuestra razón. Porque la razón es el
medio que tenemos para poder encontrar la verdad. Pero no basta el discurrir, el
imaginar o pensar para alcanzar de una manera directa la razón.
Esto, que parece natural, se ha ido deformando. Partiendo
del concepto de que la realidad, si es que tal cosa existe, es muy difícil
llegar a percibir. Y si no podemos percibir con claridad cuál es la realidad, malamente
podremos pensar en un instrumento que nos permita validar la verdad o falsedad
de nuestras ideas.
Todo esto que parece un tema para especialistas, un tema
complejo de manejar, tiene consecuencias prácticas en la vida de la sociedad. Aún
si no conocemos o intuimos los conceptos básicos de la lógica, el dudar de que
se pueda conocer la realidad tiene consecuencias muy importantes en la vida
diaria y, sobre todo, en el manejo de la sociedad.
Esto lo hemos estado viviendo más intensamente en los
últimos años, cuando diversos gobernantes, en un principio encabezados por el
señor Donald Trump, empezaron a crear el concepto de los “otros datos”, de
las “realidades paralelas”. Una vez que se aceptan esas posibilidades,
el debate, la discusión racional dejan de ser posibles. El muy discutido tema
de los “otros datos”, inválida y hace imposible posible una discusión o
un debate. Y, por supuesto, la lógica deja de ser relevante, o si usted lo
prefiere, la lógica se vuelve ilógica.
Esto ya ha sido discutido por algunos especialistas en las
ciencias del pensamiento. El fenómeno de las “burbujas de lógica”, explorado
entre otros por Edward de Bono, explica que nuestras percepciones son
modificadas por un concepto casi sociológico: Las personas se rodean de otras
personas que siguen una percepción parecida de la realidad y de acuerdo con esa
percepción construyen una lógica qué puede no ser válida para los demás, pero
que es válida dentro de ese grupo. Dentro de esa burbuja los conceptos no se
argumentan, no se cuestionan. Como en las ideologías, las verdades son
empaquetadas en un tipo de explicación total. Su percepción no se cuestiona, se
vuelve un dogma. Y por eso casi todas las ideologías terminan convirtiéndose en
un dogmatismo.
Esto es lo que nos estamos encontrando en la discusión
política y social de nuestro país y de muchos otros países. Una vez que alguien
se declara de izquierda o de derecha, liberal o conservador, socialista o
capitalista, deja de cuestionar una serie de categorías. Es inútil tratar de
convencerlos apelando a las realidades. Como decía algún político, “si la
realidad es diferente, peor para la realidad”. O como dijo algún gobernante
mexicano: “Todo nuestro plan era excelente, sólo nos falló la realidad”.
No hace mucho, conversando con un taxista culto, tan culto
que traía un libro de Nietzsche en su automóvil para poderlo leer en sus ratos
libres, le cuestionaba yo si realmente, lo que le llamamos en México a la
izquierda, era auténtica. Le di ejemplos donde en realidad no se cumple con los
criterios de una izquierda, mucho menos de una izquierda democrática. Y su
respuesta, muy iluminadora, fue: “Tiene usted razón, pero esa es la
izquierda que hay. Y por lo tanto hay que seguirla”.
Y no es un tema exclusivamente de la izquierda: en todas las
tendencias sociopolíticas nos encontramos ese mismo tema. Es perfectamente
inútil tratar de convencer a un neoliberal de evitar los males de un
capitalismo salvaje. Seguramente su respuesta sería muy parecida: “Ese es el
capitalismo que hay y por lo tanto hay que seguirlo”. Y lo mismo ocurre con
debates de tipo económico o social. Cada uno insertado en su burbuja de lógica,
no alcanza a ver lo ilógico de su razonamiento.
Esto tiene un alcance muy importante. No se trata de un tema
de teoría, se trata de un problema eminentemente práctico. Mientras sigamos en
un relativismo, en un dogmatismo, metidos en nuestra burbuja de lógica ilógica,
tendremos problemas graves de juicio, de toma de decisiones. Nos será muy
difícil ver las consecuencias de los hechos y de las acciones, nos costará
mucho trabajo establecer objetivos y metas de gobierno y de muchos otros
ámbitos por la imposibilidad de medir si verdaderamente se está llegando a los
fines que se han establecido.
Es importante que tratemos de evitar esas burbujas de lógica.
Es importante cuestionar esos argumentos totalitarios, dogmáticos, que proponen
partidos, gobernantes, dirigentes políticos sociales o económicos Ellos creen
que no se equivocan nunca.
No es sencillo. Tenemos que partir de un principio ingrato:
que con mucha facilidad podemos equivocarnos. Y nos duele. Todos queremos tener
siempre la razón, lo mismo en temas menores como pudieran ser los gastronómicos,
los deportivos o los de espectáculos como en los temas más importantes para la
sociedad, como pudieran ser los del gobierno. Mientras no tengamos esa humildad
para reconocer que podremos equivocarnos, el debate y la construcción de
acuerdos serán extraordinariamente difíciles y se resolverán por la fuerza, sea
por la fuerza de los números o por la fuerza de la violencia, legítima o no. No
por la fuerza de la razón.
Antonio Maza Pereda
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