¿Porqué Cuenta Larga?

¿Porqué cuenta Larga? Los mayas tuvieron dos maneras de llevar el calendario: la cuenta corta (el año o tun) y la cuenta larga, de 144,000 días, el baktun, equivalente a 395 años y medio, aproximadamente.

Las organizaciones deberían tomar en cuenta esta filosofía. Hay decisiones de corto plazo (Cuenta Corta) y de largo plazo (Cuenta Larga). Este blog está orientado a las situaciones de largo plazo y su influencia en las organizaciones
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viernes, 3 de marzo de 2023

Ancianos Invisibles

Es un hecho que la humanidad está envejeciendo cada vez más. En la mayoría de los países desarrollados ha aumentado el número de adultos mayores en proporción al total de la población. Para lo cual contribuye la disminución, en algunos casos radical, de la natalidad combinada con una mayor esperanza de vida gracias a los avances de la ciencia médica.

Lo cual ha creado la así llamada “cultura del descarte”. Cultura que abarca una gran variedad de formas, pero que se está aplicando a partes importantes de la Sociedad, incluyendo los pobres, a los que tienen una educación deficiente, los minusválidos y, de manera muy destacada,  a los ancianos. Todas estas categorías de personas qué se les considera menos aptos para contribuir a la sociedad. Parte de esta cultura tiene que ver también con un resentimiento importante hacia los ancianos, que consumen pero ya no producen de una manera importante y que son percibidos como miembros poco beneficiosos para la Sociedad. Un resentimiento que, en el extremo, es una parte de la justificación de la eutanasia.

¿Cómo es la situación en un país de nivel de desarrollo mediano como México? De alguna manera hemos llegado tarde al concepto europeo del Estado que protege “desde la cuna hasta la tumba”. Un ideal que nunca se ha cumplido del todo, pero que forma parte de las expectativas de la población. A nuestro país todavía le falta bastante para llegar a los niveles del Estado benefactor que se tienen en Europa y en algunos otros países desarrollados. Acá partimos de organizaciones como el INSEN (Instituto de la Senectud), el INAPAM, y actualmente la Secretaría de Bienestar. Programas que han sido acusado de clientelares, con la idea de qué es una manera disfrazada de comprar votos de los ancianos.

Independientemente de los conceptos de manipuleo político, es un hecho que para una parte importante de la población de edad avanzada, o no tienen pensión o la que tienen no alcanza para cubrir los mínimos para subsistir con dignidad. El hecho de que el anciano no pueda contribuir ni siquiera a su propio mantenimiento, le  resta prestigio y muchas veces se le hace sentir que es un “arrimado”,  una carga  que impide que el resto de su familia pudiera vivir mejor.

Lo cual lleva a muchos adultos mayores a sentir una discriminación que pocas veces se reconoce como tal. Los apoyos qué están otorgando a estos adultos mayores tienen un concepto asistencial. Es un apoyo económico en aspectos de salud tanto física como psicológica pero solo de un modo mínimo. ¿Sería posible dar otro tipo de apoyos a muchos adultos mayores que todavía podrían tener una aportación sustantiva para la Sociedad? ¿Ayudas que les permitieran tener otro tipo de desarrollo y un reconocimiento social? Por poner un ejemplo:  para desarrollar recursos humanos, la Sociedad destina una parte de sus recursos a becas. Mismas que solo se les asignan a los jóvenes, porque se considera que el dinero para desarrollar a los adultos mayores es un desperdicio. Poco se hace por hacer investigación sobre la situación de este segmento de la sociedad, hay pocos programas de extensión universitaria enfocados a mejorar la capacitación de estos ciudadanos y muchísimo menos existen procedimientos específicos para consultarlos en la toma de decisiones a todos los niveles.

Esta exclusión del adulto mayor no es necesariamente visible. Los mismos ancianos hacen lo posible por permanecer invisibles. Algunos buscando que su arreglo personal oculte su condición de ancianos:  como el detalle de ocultar su edad mediante teñir sus canas, un negocio que cada vez es más rentable. Otros medios tienen más profundidad: cada vez más encontramos ancianos qué posponen su jubilación hasta los 75, 80 o más años. Y no necesariamente sólo por razones económicas: también se da por razones de prestigio social.

Por supuesto, la mayoría de la población niega la existencia de esta discriminación. Lo cual ocurre con mucha frecuencia cuando una sociedad discrimina a una parte de sus integrantes. Sí preguntamos, por ejemplo, si se marginan a los afroamericanos, los discriminadores normalmente niegan la existencia de dicha exclusión y pueden citar ejemplos de actividades que son reales, pero que muchas veces no llegan a resolver el fondo del asunto. Por no comentar el tema de la marginación de la mujer: si consultamos al típico machista, lo usual será que niegue dicha discriminación y, en el extremo, no faltará quien diga que ya se ha hecho demasiado.

¿Por cuánto tiempo seguiremos con esta situación? No es un tema fácil. Hace ya algún tiempo, el muy reconocido y escuchado empresario mexicano, Carlos Slim,  dijo que los ancianos pueden trabajar con tanta eficiencia como otros empleados de menor edad; solamente es necesario asignarles horarios con menos horas de ocupación. Un concepto interesante, qué podría rescatar saberes y experiencias muy útiles,  pero que aparentemente nadie está dispuesto a llevar a cabo. El tema da para mucho. Si no profundizamos y nos quedamos sin reconocer estas situaciones, lo más probable es que nos encontraremos con sociedades cada vez más fincadas en el egoísmo y un crecimiento exponencial de la cultura del descarte.

 Antonio Maza Pereda

viernes, 29 de octubre de 2021

Ancianos y COVID-19

 

Para todos es bastante claro que, por lo menos en nuestro país, a los ancianos se les dio un tratamiento preferencial en el aspecto de la vacunación para prevenir su contagio por el COVID-19. Y para ello había razones: el tema de que son más vulnerables por su edad y por el hecho de que, teniendo otros padecimientos, es más probable que su contagio sea grave. Y la población, en general, acepto con gusto. Las ventajas, por supuesto, era reducir la progresión de la pandemia y desahogar los servicios de terapia intensiva como la llamada intubación. En términos generales, los jóvenes y los adultos aceptaron esto que en otras circunstancias podría haberse sentido como  una imposición. Incluso por el hecho de que, por regla general, los adultos mayores ya contribuyen poco en los aspectos económicos a la sociedad.

Recientemente estuve en una cola de un hospital público, donde una buena cantidad de derechohabientes estaban  en la calle, antes de la salida del Sol, esperando para entrar a recibir un servicio de laboratorio clínico. La cola era relativamente larga y todos trataban de guardar más o menos la distancia prescrita. En medio del silencio de los que estaban esperando llegó un taxi que se estaciono en la parte más cercana a la puerta.  El conductor se bajó y ayudó a un adulto bastante mayor a bajar del automóvil. Lo acercó a la banqueta, le ayudó a subir a la misma, y se retiró. El anciano pregunto a los que hacían cola por donde había que formarse y de inmediato los que estaban cercanos a él le hicieron hueco. Alguno le dijo a los demás que estaban esperando, si aceptaban que se le dejara entrar, con lo todos que estuvieron de acuerdo, y el anciano tuvo un lugar. Casi inmediatamente una señora encontró en algún sitio un banco, lo ofreció al anciano, y una joven fue hasta la puerta del hospital y regresó con una silla de ruedas para que el anciano pudiera estar más cómodo. Todo esto, sin protestas, sin enojos, con la aceptación de todos los que estaban en el lugar. Lo cual no es algo común, pero nos muestra cómo la pandemia, que ha descubierto muchas carencias, ha dado visibilidad a los mejores sentimientos de la población. Algunos minutos después llegó una joven, evidentemente familiar del anciano, y se hizo cargo de él. Pero ya había sido cobijado y apoyado por una serie de desconocidos, sin relación con él, y que se ocuparon de ayudarlo.

Independientemente de estas situaciones, hay un tema de salud mental del cual se ha hablado relativamente poco. El confinamiento ha separado muchas veces al anciano de sus familiares, sobre todo en las primeras etapas de la pandemia. Lo cual vino a agravar el tema de soledad que enfrenta la gente de la tercera edad. Varios de ellos resintieron fuertemente el que se les separara de los hijos y de los nietos, sobre todo en los casos de aquellos ancianos que viven solos. Pero aún en los que viven en una familia extensa, acostumbrados a tener muchas veces una “soledad en compañía”, sintieron que el hecho de que toda la familia estuviera reunida durante todas las horas hábiles reducía el tiempo que podían tener para compartir con hijos y nietos.

¿Cuáles son las consecuencias médicas de este aislamiento? ¿De qué manera se deteriora la salud mental del adulto mayor qué resiente un mayor grado de aislamiento que el que de por sí estaba padeciendo debido a su edad? Es claro que en nuestra sociedad el adulto mayor se siente cada vez más inútil, cada vez menos necesario, cada vez menos apreciado. Que reciban las vacunas antes, obviamente tiene un aspecto positivo. Pero también es cierto que, normalmente, el adulto mayor tiene menor contacto con hijos y nietos. Aun cuando puede aprovechar las ventajas de la tecnología que le permite tener algún contacto, aunque no sea igual de satisfactorio. Ventajas que los adultos mayores están adoptado con singular alegría. Encontramos abuelas que son unas verdaderas tigresas del WhatsApp y del Zoom. Pero los abrazos y besos, los efectos del contacto físico no están ahí. ¿Cómo podemos suplir esa carencia del adulto mayor?

Estamos viviendo, en opinión de pensadores muy apreciados, la llamada cultura del descarte, que empieza en parte por un consumismo que lleva a sus víctimas a descartar una parte importante de sus propiedades, simplemente por razones de novedad o de moda, y que se ha ido trasladando a otros segmentos de la sociedad: a los pobres, a los que tienen alguna discapacidad, incluso los que tienen un origen racial diferente, y con mucha frecuencia a los ancianos. Una cultura que desecha a todos aquellos que por diversas razones no pueden aportar lo mismo que lo que aporta la parte mayoritaria de la población. Y, en el extremo, incluye también descartar a los niños, naturalmente incapaces de aportar a la economía de la sociedad y que son muchas veces vistos como una carga. Con todas las consecuencias de esta manera de pensar.

El tema no es simple. Poner la economía en primer lugar, como ocurre en muchas tendencias políticas tanto de derecha como de izquierda, está teniendo consecuencias desastrosas, al considerar que los que tienen menos que aportar deben ser desechados, descartados, discriminados. Finalmente, una sociedad bien constituida, tiene claro que una parte de la sociedad, los adultos, se tienen que hacer cargo del apoyo a los niños, a los ancianos, a los pobres y a los discapacitados. La solución fácil es descartar a todos aquellos que no generan ingresos económicos similares a los que puede aportar la mayoría. Lo difícil es encontrar en nuestros corazones la compasión, en el buen sentido del término, para rechazar esa cultura del descarte y adoptar una cultura de solidaridad hacia todos.

Antonio Maza Pereda