A raíz del enfrentamiento cada vez más fuerte entre el
Presidente Trump y los principales medios de comunicación de Estados Unidos, se
podría hablar de la declinación del llamado cuarto poder, es decir, la prensa y
los medios. Pero esta declinación no empezó con el Presidente Trump y muy
probablemente no terminará cuando él complete su mandato. Los medios tienen
cada vez menor poder de influencia, menor viabilidad económica, y lo más
importante: menor credibilidad. A corto plazo, no se ve que esta situación vaya
a cambiar.
Por eso las
dictaduras tratan de subordinar todos los poderes a la voluntad del poder
ejecutivo. Quienes hemos vivido en la dictadura perfecta, nos queda claro el
concepto: una Presidencia imperial, que domina sobre el Congreso y sobre la Suprema
Corte. Que domina la prensa y los medios de diversas maneras, además.
Eso, por supuesto, ha dado como resultado que en los países
democráticos hay una tensión entre el ejecutivo y los medios. Y que una señal
clara de dictadura es la existencia de una prensa que no difiere de la opinión
de los gobernantes. Así, las naciones de la órbita soviética tenían una prensa
muy domesticada. Como sigue ocurriendo en Cuba, Corea del norte y China. Como
lo intenta cada vez con mayor fuerza el gobierno de Venezuela.
Ahora nos encontramos con una crisis entre el Presidente de
los Estados Unidos y los medios tradicionales. El enfrentamiento va escalando: de no responder preguntas, a
expulsar algún preguntón, a prohibir algunos medios, a retrasar la entrega de
información a los mismos, y últimamente a declinar la invitación tradicional a
la cena anual de la asociación de reporteros de la Casa Blanca.
Por otra parte, muchos medios están en una crisis económica.
La fuente de sus ingresos, la publicidad, ahora se reparte entre más medios
tradicionales y también en medios electrónicos. Pero los presupuestos de
publicidad no han crecido en la misma proporción. La consecuencia ha sido la
quiebra de varios periódicos tradicionales, situaciones económicas muy adversas
como la que está pasando La Jornada y otros medios que encuentran cada vez más
difícil sostenerse. Algunos han reaccionado tratando de cobrar la conexión a
sus medios a través de la Redes, pero hay tal oferta de acceso gratuito en
estos momentos que el público cada vez está menos dispuesto a pagar por tener
acceso electrónico a periódicos y revistas. A esa crisis económica se le agrega una crisis de
credibilidad. En un estudio en 28 países, incluyendo México[1],
los medios tienen menor calificación de confianza que las empresas, las ONG’s y
solo arriba de los gobiernos.
El Presidente Trump habla de noticias falsificadas (fake
news) y este concepto resuena con una parte importante de la sociedad
estadounidense. Los ha llamado “enemigos del pueblo” y al parecer no habido
muchos que se levanten a defenderlos. Pero esto no es exclusivo de la sociedad
norteamericana. Ni es nuevo tampoco.
Hay otro concepto fundamental. Los medios, tradicionales o
electrónicos, deberían tener en sus códigos de ética un manejo escrupuloso de
la verdad. Porque hay muchas maneras de faltar a la ética. Una es distorsionar
el concepto clásico de la verdad: que lo que se dice corresponda con la
realidad. El modo más crudo de falsificar la verdad es deformando u ocultando
los hechos. Lo cual es cada vez más difícil, en un ambiente híper-comunicado.
Otro modo es negar que haya una sola verdad posible, hablando de la post verdad
o de los hechos alternativos”. Lo que en
realidad está ocurriendo es que la interpretación de los hechos, que es la
segunda parte del “producto” de los medios, es mucho más sujeta a discusiones.
Claramente podremos encontrar un hecho que tiene una explicación única, pero a
veces no. Y no es cierto que todas las posibles interpretaciones de un hecho
sean válidas. Un aspecto muy delicado. Y que requiere una gran sutileza para
distinguir la verdad del error.
¿Qué nos espera el futuro si continúa la decadencia de los
medios tradicionales? Muy posiblemente, mayor confusión, mayor dificultad para
lograr acuerdos en la sociedad, entre los mandatarios y los mandantes, entre
las naciones y entre éstas con los organismos internacionales. También
significa que los usuarios de los medios tendremos que aprender el difícil arte
de validar la información que recibimos y su interpretación. Intoxicados por el
exceso de información, podríamos ser fácil presa de demagogos y manipuladores
.
En mi opinión, la salvación de los medios esta en volver a
una ética muy exigente en el aspecto de investigar, interpretar y difundir la
verdad. Y también el tener un concepto de imparcialidad que les haga presentar
todas las posibles interpretaciones de los hechos y dar voz a los que difieren de su línea editorial
y a los que le señalen sus fallas de información e interpretación. Veracidad e
imparcialidad, fáciles de definir y no necesariamente fáciles de aplicar.
Particularmente, el gran reto será convencer a la sociedad de su buena fe y de
que están al servicio de todos, no solamente al de alguna ideología. Sin que
ello signifique que no tengan un punto de vista, pero sin ocultar otras maneras
de ver diferentes de la de su medio.
¿El fin de los Medios? No necesariamente. Pero si un cambio
fundamental. Una reinvención en lo económico y posiblemente en su manera de
presentar sus contenidos. El fin, posiblemente, del sensacionalismo. Un cambio
de fondo de cara a la sociedad y a su derecho a la verdad. Ojalá sea para bien.
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