La salud, la economía y la sociedad son algunas de las víctimas de la pandemia. Una víctima de la que se habla poco ha sido la escuela.
Uno de los primeros confinamientos fue precisamente de las escuelas. Primero, adelantar las vacaciones, suspendiendo las clases una semana antes de la Semana Santa, hablando del regreso a clases pasando la semana posterior; después, regresar a clases pasando el 10 de mayo y, en fin, que no hay para cuándo. Escuelas muy bien equipadas se lanzaron a clases remotas casi de inmediato. Bastante tiempo después, se abrieron clases por televisión. Ahora se intenta regresar a clases en los Estados con “semáforo verde”, entre dudas de que el regreso de los niños pudiera causar esos Estados regresen al “semáforo naranja” o al rojo, precisamente por el movimiento que significa el regreso muchos millones de niños a las escuelas, centenares de miles de profesores y empleados y millones de padres de familia llevando y recogiendo a los niños.
Pero el problema, con lo grave que es, no tendrá -esperamos- un impacto tan a largo plazo como la posibilidad de tener una generación con un bajo nivel educativo. Un tema que empezó antes de la pandemia: nuestro país lleva muchos años con un bajo nivel educativo, como lo demuestran las evaluaciones internacionales y lo constatan las empresas que dicen que los egresados que reciben para emplearse sólo tienen del 30% al 50% de los conocimientos que las empresas requerirán, según datos del Foro de Davos.
Agregue usted el bajo desempeño de los sistemas de enseñanza en línea y se explicará por qué las empresas de primer nivel están creando sus propios sistemas educativos para remediar el bajo nivel de los aspirantes a ser empleados.
De esto podríamos hablar por horas y horas. Pero lo que importa, creo yo, es prever qué escenarios podríamos enfrentar. Las escuelas, comprensiblemente, no quieren reconocer la magnitud del problema. Es muy difícil de reconocer ante los padres de familia el hecho de que los alumnos están aprendiendo menos, a pesar del gasto y el tiempo invertidos en la enseñanza remota. De hecho, aunque no lo reconozcan, los sistemas y los programas se improvisaron en modo de urgencia. No hay evidencia confiable de que la enseñanza remota dé resultados similares a los que tenía la enseñanza presencial. A los docentes que señalan este hecho se les acusa de “resistencia al cambio”, “anticuados” y otras lindezas más.
Por otro lado, es de esperarse que las escuelas privadas e incluso las públicas se resistan a reconocer que la enseñanza se está deteriorando. Sí lo reconocieran, las familias y los alumnos adultos se resistían a pagar las cuotas que las escuelas cargan por estos servicios.
Circuló en redes sociales un discurso, presuntamente del presidente de Uganda, comparando la situación actual a una situación de guerra. Comentaba que, en una guerra, lo esencial es sobrevivir y que se acepta que el resultado será un retraso en la capacidad educativa, entre otras cosas. Y que habrá que esperar al final de la pandemia para tener planes muy concretos para recuperar la deficiencia en educación. Independientemente de si esta carta es un “fake new” o no, hay algo de verdad en esto.
Antes de la pandemia, la inmensa mayoría de la población daba por sentado que, si un alumno es aprobado en la escuela, tiene los conocimientos necesarios. Ahora que los padres están apoyando a los niños para la enseñanza remota, se están dando cuenta de primera mano que muchas veces los niños no tienen las capacidades que presuntamente se les están enseñando. Una diferencia importante: antes de la pandemia la inmensa mayoría de la población confiaba en las escuelas y ahora, tristemente, esto está en duda.
Probablemente sería mucho más práctico reconocer que hay una falla e ir planeando un verdadero regreso a clases, cuando se haya terminado la pandemia, incorporando clases remediales para poner a los alumnos en el nivel que deben estar. También hay que considerar la situación de aquellos profesores a los que no se les pudo seguir pagando y que buscaron otra ocupación. Muy probablemente, algunos de los mejores profesores lograron emplearse en algunas empresas, aprovechando sus capacidades de aprendizaje, organización de la información, conocimiento de muchos temas. Y estos profesores, muy probablemente, ya no volverán al sistema escolar. De modo que tendremos un problema doble: formar maestros especializados en las tareas de remediación, que serán imprescindibles, y formar rápidamente a los profesores que se hayan perdido como consecuencia de la pandemia.
Todo un tema. Uno que no se está tratando. Muchas asociaciones de padres de familia solamente están ocupándose de que los niños no pierdan el año, sin considerar que no se trata solamente de cumplir con el requisito de “pasar el año” sino, sobre todo, de tener los conocimientos necesarios para continuar sus estudios o emplearse productivamente con los conocimientos del nivel escolar que hayan alcanzado
Y dado que el Gobierno, las autoridades educativas, sindicatos de profesores, así como asociaciones de padres y docentes no hablan de este tema, sólo nos queda a la sociedad hacernos cargo, poner este tema en la agenda pública, y participar en la titánica tarea de remediación educativa qué nos espera una vez que hayamos vencido esta pandemia.
Antonio Maza Pereda
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