A unas horas de las elecciones más grandes en la historia de este país, y en plena veda electoral, (la prohibición de hacer propaganda de cualquier tipo a favor o en contra de los contrincantes), vale la pena comentar uno de los riesgos más importantes a los que nos enfrentamos los ciudadanos. Porque en estas elecciones se está jugando, entre otras cosas, el revivir de la ciudadanía, un tema largamente esperado en nuestra sociedad.
Podría decirse que, sí a pesar de la efervescencia política que hay, sí a pesar de todo el esfuerzo de grupos de la sociedad para informar y dar a conocer las opciones del voto, sí a pesar de todos esos esfuerzos sigue campeando el abstencionismo, bien podríamos decir que no tenemos remedio. Que estamos condenados a dictaduras más o menos abiertas, más o menos perfectas, más o menos reconocidas como tales.
Una de las pocas ventajas de la avanzada edad de este escribidor, es haber vivido la época en que abstención era la norma. Votaban los acarreados, lo que se llamaba “el voto duro”, los votos comprados. La época en la que la gente no se presentaba a votar por temor a los disturbios que podían a ocurrir en las casillas. La época de la quema de urnas durante las elecciones, cuando gente armada robaba las urnas que volvían a aparecer habiendo cambiado el contenido. Una época cuando se decía que esas eran acciones del Ejército, y mucha gente lo creía. La época de las “urnas embarazadas”, la del “ratón loco”: grupos que iban de casilla en casilla votando repetidas veces. Todo ello, con la vigilancia (es un decir) de la Secretaría de Gobernación. Por no hablar de las “caídas del sistema”, reconocidas o no. Con eso no es de extrañarse que poca gente votara. Y todo esto ocurrió dentro de esta generación, y no cabe duda de que hay quienes quieren que esas épocas vuelvan.
Las encuestas, supuestamente muy científicas, no dan cuenta de aquellos que se niegan a responder a encuestas grabadas, o a la multitud de encuestas hechas en lo personal, con lo cual sus evaluaciones no son precisas. No cabe duda de que hay un gran número de indecisos, no cuantificados, pero también hay personas que están firmemente decididos a no votar. Bien pudiéramos estar hablando de 20 o 30% de abstenciones. Lo cual, curiosamente, sería un verdadero logro: en las elecciones intermedias la abstención generalmente es del orden del 50% de los votantes.
Esto indica también que el sentido de los votos, el sentido de los resultados está en manos de aquellos que han decidido no votar. Visto de esa manera, los resultados están en manos de los ausentes. Si se lograra un 70 u 80% de votación, los resultados podrían ser muy diferentes. Y no sólo eso: sería mucho más creíbles y tendrían mucho mayor legitimidad.
¿A qué voy con todo esto? Voy a pedirle una vez más que, por lo que más quiera, vaya a votar. Sí, será una molestia. Sí, serán colas largas por las precauciones necesarias por la pandemia. Sí, estamos en plena temporada de lluvias y nos arriesgamos a un resfriado o algo más. Todo ello es cierto. Pero usted y yo, los sin poder, no tenemos otro medio de hacer oír nuestra voz y más vale que la hagamos oír: hay mucho en juego. Todos los bandos necesitan poder demostrar su legitimidad, necesitan poder demostrar que realmente representan a las mayorías. La Sociedad necesita una votación muy copiosa, a prueba de conflictos postelectorales que pueden llevar a que las elecciones se ganen en los tribunales y no en las urnas.
Vote, por favor, vote. Necesitamos hacernos oír, y de un modo tan contundente que aquellos verdaderos demócratas, ciudadanos conscientes, se sientan obligados apoyar los resultados de estas elecciones, aún en el caso de que sean contrarias a sus ideas. Porque un demócrata apoyaría los resultados de una elección copiosa, limpia, muy representativa del sentir ciudadano.
Llegó la hora de la ciudadana, del ciudadano. Demos a la clase política una lección de civismo. Nos veremos en las casillas y, si todo sale bien, nos veremos en el seguimiento a aquellos que la mayoría escogió, para exigirles el cumplimiento de sus promesas electorales.
Antonio Maza Pereda
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