Al parecer en este inicio del siglo XXI la gran batalla política,
cultural y social es la del autoritarismo contra la democracia. No de
izquierdas contra derechas: igual hay autoritarios de izquierda como de derecha
o de centro. No en los sistemas económicos: lo mismo hay autoritarismos
liberales o neo-liberales como populistas o de economías con predominio estatal.
El autoritarismo es una actitud trasversal: se da lo mismo en la familia, en el
Estado o en la Iglesia así como en los organismos intermedios, las empresas,
las ONG ’s.
Revisemos por mera curiosidad las noticias de las últimas semanas en México. Lo mismo en Tlatlaya como en Iguala, se asoma el autoritarismo. En la imposición del reglamento de una gran
institución de educación superior, vemos el autoritarismo. Lo vemos en la
construcción de una presa en propiedad de un gobernador. En la negativa a
informar a la ciudadanía, en las maniobras para sellar la información de obras
de infraestructura por 25 años así como
en la definición de la Corte Suprema de
que la información del Poder Legislativo no es de interés público y, por lo
tanto no hay obligación de informar a la ciudadanía.
Y no es diferente el caso de la familia: el “porque lo digo
yo” es el grito de guerra del autoritarismo paterno o materno. En la Iglesia,
el Papa ha hablado en contra del clericalismo; y hay que reconocer que buena
parte del fondo del clericalismo es el autoritarismo. No únicamente las
actitudes "principescas" de algunos miembros del alto clero, sino
también en las actitudes de otras instancias menores, incluyendo las de algunos
catequistas y sacristanes. Y qué decir de las empresas. No sólo hay
autoritarismo en el "Olimpo". Son autoritarios la alta gerencia, la
gerencia media y en muchos casos hasta las secretarias y los porteros.
Pero, eso sí, prácticamente nadie lo reconoce. Señale usted
el autoritarismo de un político, un empresario, un padre de familia o un
clérigo y este, por regla general, reaccionará indignado. "¿Autoritario,
yo?". Y no hablemos de los legisladores en los diversos órdenes de
Gobierno. Porque pocas cosas se reconocen menos que nuestro propio
autoritarismo. Siempre hay razones. Siempre hay "principio de autoridad".
Siempre hay un “infantilismo de los gobernados, incapaces de decidir por sí
mismos”. Sin entender, por supuesto, que el fruto natural del autoritarismo es
el infantilismo de los subordinados. O, a veces, la rebelión. Siempre se
invocará el "Principio de autoridad". "Soy yo o el caos",
dice el autoritario.
En un estudio muy interesante, realizado por Geert Hofstede[1]
y que se ha venido actualizando por varias décadas, se presenta el
autoritarismo como el valor cultural de "la distancia al poder". Un
valor donde las sociedades aceptan que los superiores tienen derechos
diferentes al resto de la sociedad. Donde se considera que ese es el modo
normal como ocurren las cosas. El poder está lejano e inalcanzable, es
intocable. Se le critica, pero de fondo se le respeta. Porque se respeta ese
orden de cosas. ¿Le suena algo parecido a lo que tenemos en nuestra sociedad? De
hecho, en ese estudio, se coloca a México en el lugar diez de los países con
mayor autoritarismo entre los setenta y cuatro países analizados.
Un virrey de la Nueva España, el Marqués de Croix dijo en
una ocasión: “deben saber los súbditos
del gran monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y
obedecer y no para discurrir, ni opinar en los altos asuntos del gobierno”.
Cambie usted la redacción, el estilo y adáptelo a las situaciones actuales y
encontrará ese mismo espíritu en muchos espacios. No hemos cambiado mucho.
No me gusta decir que esto es un problema cultural. Porque
cuando decimos que algo es cultural, es casi tanto como decir que ya no hay
nada que hacer y que tenemos que resignarnos. Pero en parte es cierto. Hemos
vivido tan inmersos en un ambiente autoritario que casi no lo sentimos. Y, por
supuesto, los autoritarios son los que menos lo notan. Para ellos, esa es la
situación natural. El pez no se da cuenta de que está mojado.
Probablemente la batalla más importante tiene que ocurrir
dentro de nosotros mismos. Observándonos, entendiendo como es nuestra relación
con los demás. Tratando de encontrar en qué actitudes y en qué momentos nos
estamos mostrando autoritarios. Si un número importante de nosotros, los
ciudadanos, empezamos a actuar de una manera que no sea autoritaria, seguramente podremos hacer la diferencia. Y ya
urge.
(Publicado el 1º de Octubre de 2014)
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