Con los acontecimientos de los últimos años y, más
pronunciadamente, los de los últimos dos meses es claro que hay una demanda
social. No estamos conformes con ninguno de los partidos políticos. Y, razones
más o razones menos, la ciudadanía siente que los partidos no nos representan,
que no les importa lo que nos importa a los ciudadanos, que lo que hacen
legalmente nos sale bastante caro y que lo que hacen por fuera de la ley
posiblemente nos sale más caro todavía. Y, de vez cuando, actúan criminalmente.
De ahí que muchos ciudadanos, cuando se les señalan los asuntos de Ayotzinapan o
cualquier otro que han ocurrido durante la gestión de uno u otro partido, una
respuesta común es la de: "A mí no me importa cuál es el partido, se trata
del Gobierno". Todos son igual de malos.
Y, ante ese descontento, hay muchos que se preguntan: ¿No
podríamos vivir sin partidos políticos? De hecho, los partidos políticos un
fenómeno relativamente nuevo; antes del siglo XVIII o XIX se hablaba muy poco de partidos. Y no sólo
porque los sistemas fueran monárquicos: en la democracia griega no había
propiamente partidos. No deja ser un fenómeno relativamente moderno. Pero, ¿cuáles
serían las opciones? Muy en concreto, ¿qué se podría hacer en México?
Desde luego, está la opción del anarquismo. El cual, al
menos conceptualmente, parte de la base de que el ser humano es bueno por
naturaleza y que es el Gobierno quien lo corrompe. Pero, claro, resulta difícil
creer en esa bondad de la naturaleza humana. Francamente no creo que la
ciudadanía estuviera tranquila encomendando nuestro Gobierno a quienes
proclaman que “la violencia es la partera de la Historia”.
Están, desde luego, las formaciones políticas que dicen no
ser partidos, sino movimientos. Algunos más conocidos, otros menos. Pero, al
final, hablamos del mismo tipo de grupo con otro nombre.
Luego están los ejércitos. De muchos tipos: desde el EZLN,
el ELN, el ERPI y otros. Varios de ellos comprometidos a llegar al poder mediante
las armas; uno de los argumentos menos democráticos. Y no faltarán quienes
pongan su esperanza en el Ejército Nacional. No, decimos la mayoría: el nuestro
es un ejército institucional. Pero, si hacemos memoria, también se consideraba al Ejército chileno como uno de los ejércitos más profesional, institucional y
democrático de América. Y no faltará quien, de pura desesperación, consideren
que la salvación del país está en tener una dictadura militar, similar a las
que han tenido en diversos momentos los países sudamericanos.
¿Otras opciones? ¿Darle el poder a los civiles? Lo hicieron
en Sudamérica con Collor de Melo y con Fujimori y los resultados no fueron
precisamente brillantes. Al parecer, hay quienes consideran que no ser político
es garantía de honestidad y de buen acierto para gobernar. A mí me parece que
esa argumentación es muy poco sólida.
¿Confiarlo a los académicos? Conociendo algunos, francamente me parecería que
no todos tienen las capacidades. ¿A la prensa? ¿A los organismos empresariales?
¿A las ONGs? ¿Al clero? La verdad, no se ve claro una agrupación que tenga la
plena confianza de la ciudadanía y que pueda sustituir a los partidos
políticos. De manera que cuando, viniendo de gente de buena fe y preocupada por
la situación del país, escucho la propuesta de que no tengamos partidos
políticos, me quedo pensando: ¿y cómo los sustituimos?
Seamos claros: para nada estoy de acuerdo en que sigamos
dentro de lo que algunos llaman "la partidocracia". Los resultados
han sido fatales, y ellos no parecen tener ninguna idea clara de cómo deberían
cumplirle mejor a la ciudadanía. No en el discurso: ahí sí es fácil arreglar el
mundo. El chiste es dar resultados, sistémicos y de largo plazo, en la
práctica.
Creo, sin embargo, que tiene que haber soluciones. Y la respuesta
tiene que venir de esta masa informe que somos la ciudadanía. Hasta ahora nos
ha sido fácil desentendernos de la labor de vigilar y controlar a aquellos que
hemos elegido para qué, supuestamente, nos representen. Necesitamos construir
instituciones ciudadanas, estas sí, escrupulosamente ajenas a los políticos de
cualquier signo, con fuerza legal para ejercer una auditoría de las acciones de
nuestros representantes. Y no sólo con el voto: el mecanismo de hacer pagar sus
fallas en los partidos en las elecciones es un mecanismo demasiado lento y las
leyes y reglamentos han sido construidas de manera que fácilmente se pueda
evitar ese tipo de control.
¿Quiere oír mi utopía? Conste que es una utopía, algo
prácticamente irrealizable. Habría que desbandar a todos los partidos
políticos. Darles un tiempo para reorganizarse pero con algunas limitaciones:
no podrían tener entre sus miembros a aquellos políticos que hayan ganado
puestos de elección, o que hayan recibido algún nombramiento dependiente de los
presidentes y gobernadores. Por otro lado, tendrían obligatoriamente que
cambiar de nombre y de colores. Esto porque, a través de decenios, todos los
partidos han creado una “imagen de marca” usando para ello nuestras
contribuciones. Y, por supuesto, se limitaría el número de partidos mediante el
número de firmas que podrían recabar para su constitución y se les asignaría a
todos un presupuesto bajo e igual. De esta manera, ningún partido podría tener
ventajas sobre los demás excepto por la calidad de las propuestas y los
candidatos que seleccionen.
Y, complementariamente, a las compañías de medios se les
limitaría severamente para que no puedan hacer publicidad en mayor proporción a
unos políticos que a los otros. Y esto, mediante con penalidades tan severas
como la de poder quitarles, en un extremo, hasta la concesión.
Todo esto requeriría, imprescindiblemente, de una amplia participación
de los ciudadanos como contralores de las agrupaciones políticas. Ya pasó el
momento en que podríamos desentendernos de las acciones de los políticos y
llegó el de darnos cuenta de que la política es demasiado importante como para
dejársela a los políticos. ¿Estaremos a la altura?
Estimado Antonio:
ResponderEliminarExcelente artículo Dr. Maza, me anoto desde el momento que se vuelva realidad esta utopía.
Saludos
Cesáreo Martínez.
Alumno Dipl. TEC Alta Dirección