Un tema muy español. Las provincias catalanas quieren
separarse de España. La semana pasada hubo unas elecciones locales que fueron
presentadas, por el gobierno separatista catalán, como si fuera un plebiscito
sobre la separación de Catalunya. Un tema que no es, en lo esencial,
exclusivamente español. Situaciones similares, si bien menos agudas, se
presentan en otras partes del mundo e incluso en México. Un tema del siglo XXI. Uno de Cuenta Larga.
Detrás del independentismo catalán, está una larga serie de
agravios: algunos centenarios y otros relativamente recientes. El desprecio que
han sentido en muchos gobiernos centrales de España, que en algún extremo
llegaron a intentar desaparecer su lengua y su cultura. La imposición abusiva
de cargas en la que se percibe una injusta participación en los impuestos que
se recogen en las distintas provincias españolas. Y en el fondo, el sentirse envidiados
y despreciados al mismo tiempo. Abusos que no se han reconocido, agravios de los
que no se ha pedido perdón.
Mucho hay de cierto
en sus agravios: los catalanes proveen el 25% de la recaudación fiscal de
España, y recibe a cambio una participación relativamente pequeña de ese
ingreso. Eso, a pesar de que pagan las tasas de impuestos más elevadas de
España. Se quejan, por ejemplo, de que su gasto en salud está mal financiado
porque lo que reciben del gobierno central es escaso. Y este es sólo un ejemplo.
En el debate, la argumentación que están ofreciendo los
demás españoles a favor de la no secesión de Catalunya, no reconoce agravios ni
busca la conciliación. En términos generales, el tono es de ataque, de
demostrar sus fallas, de acusarlos de no cumplir con los mandatos
constitucionales que aceptaron, por ejemplo, y de tratar de convencerlos de que
la economía catalana tendría mucho que perder si se separara de la española.
Hasta llegar a los argumentos intrascendentes, como la dificultad del equipo de
fútbol Barcelona para mantener su nivel internacional si no jugara en la liga
española.
Me da la impresión de un marido que está tratando de evitar
que su esposa lo divorcie, y los argumentos que da, fueran: que ella es bastante inútil,
un tanto antipática, y que no podrá sostenerse económicamente si él no la
estuviera apoyando. Por no decir, que perdería a sus amistades comunes. Yo no
sé qué le parezca usted, pero a mí me parece que a esa esposa no le harían
mayor impresión esos argumentos. Y algo así sucede en este debate. Algo he
leído de la prensa española y no he encontrado absolutamente nada en el sentido
de que a los españoles les importen los catalanes. De que los necesiten. Nada sobre la hermandad entre los hispanos,
nada en el sentido de que “nos necesitamos y que, aunque como buenos hermanos
nos peleamos, en el fondo nos queremos mucho”.
Francamente, desde la lógica de los argumentos a favor de
mantener la unión, parece muy difícil que Catalunya no se independice. En el
fondo del debate se ven agravios, se ven rencores, puede ser que, en algún caso,
hasta odio. De ambas partes. Mala base para negociar. Mala situación para
lograr un acuerdo, si ambas partes no están dispuestas a perdonar y, por duro
que sea, lograr en alguna medida olvidar. Que no es fácil, pero es lo único que
puede lograr sanar las heridas entre las comunidades catalanas y el resto de
España.
Como decía anteriormente, este no es un tema exclusivamente
español. En Europa hay situaciones parecidas, si bien no tan agudas. Los lombardos
en Italia, los corsos en Francia, por
poner dos ejemplos, también han expresado ideas separatistas. Y por razones
históricas, culturales, y fiscales similares a las que expresan los catalanes.
En la propia España, los valencianos, los gallegos y los eúskaros han expresado
su necesidad de mayor autonomía o incluso de independencia. Según algunos
futurólogos, en este siglo se estaría presentando en todo el mundo un esquema
de zonas económicas de libre comercio, como la Unión Europea, el tratado de
libre comercio de América del Norte y los tratados del Pacífico, con normativas
comunes, con situaciones fiscales homologadas, y con fraccionamiento de los
países en diferentes regiones autónomas. Estos futurólogos ven que, como
reacción a las grandes alianzas comerciales, habría un reforzamiento de las
autonomías locales. Lo cual no es tan mala idea: las alianzas entre las grandes
naciones al principio del siglo XX, provocaron la Primera Guerra Mundial y en parte
también la Segunda.
¿Podría ocurrir algo parecido en México? En alguna medida,
las semillas ya están aquí. En concreto, esa es la postura del EZLN, buscando
la autonomía para las comunidades indígenas. Y lo mismo ocurre con diversos
estados donde se busca promover los "usos y costumbres" de los
indígenas. Ellos también tienen agravios centenarios, de expoliación de sus tierras
y sus comunidades, de desprecio y discriminación a sus culturas y lenguas, así como un intento que empezó con los liberales del
siglo XIX para "castellanizarlos". La diferencia es que estos grupos
no tienen el impacto económico que tienen los catalanes en España y, por lo
tanto, para la mayoría de la población es un tema de escasa importancia.
Pero no son los únicos. También los neoloneses sienten como
un agravio que ellos participan muy fuertemente en los impuestos que recauda
Hacienda, y sienten que no reciben una parte proporcional de lo que entregan.
En ciertas zonas del país, en los noventas, se veían en varias ciudades las
pintas diciendo: "haz patria, mata un capitalino". Las mismas
semillas de odio, los mismos agravios que se mantienen, podrían llevar a esa
situación. En un escenario, si en los desiertos de Chihuahua y Coahuila que
tienen formaciones geológicas similares a las de Texas, se hicieran
descubrimientos importantes de petróleo, se rompería la dependencia que tienen
los estados del norte respecto al resto del país y la tentación de
independizarse sería muy fuerte.
Al final, lo que importa es que los países se mantienen
unidos por lazos de cariño, de aprecio y de solidaridad entre sus diferentes
comunidades. La lengua común, la historia común, incluso la religión que
mayormente se profesa, no son suficientes para mantener la unión. Y, para
demostración, basta ver lo difícil que ha sido unir a los países de América
Latina. En España, como en México y en el resto del mundo, la unión se dará
cuando todos reconozcamos públicamente que nos necesitamos los unos a los
otros, que nos apreciamos los unos a los otros, que nos importa el destino de
nuestras distintas comunidades. Que estamos dispuestos a hacer algo para
remediar los agravios, reconocer lo que nos debemos los unos a los otros, y
cultivar nuestra amistad y aprecio entre todos nosotros.
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