Una paradoja, casi como las de Chesterton, fue parte de un
discurso de Churchill diciendo, a propósito de algunos de los eventos de la
Segunda Guerra Mundial: “Esto no es el principio del fin, pero sí es el fin del
principio”.
Espero de todo corazón que las elecciones parlamentarias en Venezuela
sean el principio del fin de una larga noche de autoritarismo, de populismo, de
medidas antidemocráticas y de sumisión a los últimos estalinistas del mundo. Lo
deseo ardientemente: que Venezuela vuelva a ser el ejemplo de democracia en América
Latina que fue durante la larga temporada de dictaduras militares y dictaduras
de partido que sufrimos en nuestro
continente.
Aunque a la hora de hacer este artículo aún no se sabe el
resultado final de las elecciones, ya es un hecho que la oposición gana 99
escaños en el Congreso, mientras que los Chavistas-Maduristas tienen 46 y están
indecisos 22 puestos. Lo cual no es cosa
menor: la ley Venezolana marca diferentes atribuciones a diferentes mayorías:
la mayoría simple (la mitad más uno), la de tres quintos más uno y la de dos
tercios más uno. Solo esta última puede evitar que Maduro gobierne por decreto,
como podría ser autorizado por el actual Congreso en los 30 días que le quedan
en el poder. O sea que, aun habiendo ganado por mayoría, la oposición podría
quedar inmovilizada para detener los desplantes autoritarios de Maduro, si no
logra más de los dos tercios.
Como ve Usted, hay un real motivo de alegría en Venezuela,
pero todavía no es el fin. Hasta el 2018 serán las elecciones presidenciales
que podrían sacar finalmente a Maduro del poder. Y quedaría también por ver si
la oposición se mantendrá unida, cosa que apenas ahora se ha logrado.
Según un estudio de varias universidades venezolanas, el 73%
de los hogares en ese país están en condición de pobreza por ingreso[1].
Una clase pobre que desconfía de la clase media y adinerada así como de los partidos
de centro y de izquierda moderada. Las décadas de bonanza petrolera, que podrían
haber sido aprovechadas para crear una infraestructura económica que no
dependiera del petróleo, se desperdició en subsidios que no generaron empleo
estable y en subsidiar a otros países afines ideológicamente al Chavismo, mediante generosos apoyos en petróleo. La
historia económica de Venezuela pudo haber dejado de ser la historia de los
precios internacionales del petróleo. Hubo la oportunidad. Chávez y sus sucesores
la desperdiciaron.
Ahora la tarea es mantener el impulso. Mantener la unidad
arduamente obtenida y ganar las mentes y los corazones de los venezolanos
pobres, mediante hechos más que con
discursos. Maduro está achacando su derrota a la guerra económica que, dice él,
han desatado los países ricos y la burguesía venezolana. Ignorando, mañosamente,
que la parte sustancial de la penuria venezolana viene de los precios que fija
la OPEP, de la cuál es fundadora y miembro Venezuela. Y olvidando que subsidiar
absurdamente el consumo de gasolina y mantener un tipo de cambio artificial,
solo propiciaría importaciones y, a la larga, la inflación que hoy padecen. Pero,
si el viento cambia y el petróleo puede volver a estar caro, Venezuela volvería
a tener prosperidad.
La reconstrucción de la confianza es la orden del día y de
muchas semanas y meses. Una actitud triunfalista de los hoy ganadores, puede
generar un desastre a mediano plazo. Hoy, más que nunca, en Venezuela como en
América Latina y en el mundo entero, tenemos que reconstruir las sociedades
mediante el rechazo de la lucha de clases, que se ha mostrado enormemente
dañina y reconstruir relaciones de acercamiento y apoyo mutuo ente las clases
sociales. Por el Desarrollo, “el otro nombre de la Paz”, como dijo Paulo VI.
Por la concordia. Por la confianza entre los miembros de la sociedad. Por
nuestro futuro.
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