El año próximo se cumplirán 80 años de una situación, en
España, que tiene un espeluznante parecido con su situación actual, al menos en
algunos aspectos. En 1936, ante la imposibilidad de que ninguno de los partidos
de izquierda pudiera derrotar a los partidos de derecha, se crea el Frente
Popular, una coalición de partidos de izquierda desde los moderados hasta los
más radicales, incluidos los anarquistas así como liberales anticlericales y
grupos autonómicos mediante los cuales toman el poder en ese año. Poco tiempo
después vendría el asesinato del líder más importante de la oposición de
derecha, José Calvo Sotelo, y a los pocos meses el levantamiento militar que
llevó a una guerra civil que duró varios años y costó, al menos, 1 millón de
muertos.
Los resultados de las elecciones españolas el pasado 20
diciembre dejan a España en una situación de indefinición. Los partidos de
centro-derecha, el Partido Popular y el partido Ciudadanos, no alcanzan la
votación necesaria para formar un gobierno. Las distintas izquierdas, fundamentalmente
el PSOE (Partido Socialista Obrero Español) y el partido Podemos, tienen una
votación aún menor pero, si logran una alianza con partidos nacionalistas,
podrían formar un gobierno. De hecho, algunos analistas ya empiezan a hablar de
un Frente Popular como el de 1936. De no formar gobierno ninguna de las fuerzas
principales, la ley Española prevé una segunda ronda de votación.
Claramente, estamos hablando de una situación muy diferente.
No es creíble que empiece una ronda de asesinatos políticos: el desarrollo
industrial y económico de España, aún en las condiciones actuales de crisis, ha
reducido las diferencias socioeconómicas en el país y muchos años de paz han
cambiado también la cultura de la población. Pero no deja de ser muy notorio
que después de tantos años la sociedad española sigue profundamente dividida.
Como en 1936, no existe un consenso claro sobre el camino a seguir y las posiciones
tienden a radicalizarse, no necesariamente en el sentido de la violencia, pero
sí en el sentido de un rechazo un tanto visceral a entender los puntos de vista
de los que opinan diferente.
En el fondo, lo que hay es una profunda
desconfianza sobre los partidos políticos. Los nuevos partidos han crecido en
base a los afiliados a los partidos más tradicionales, que han perdido
credibilidad: el partido Ciudadanos crece con las defecciones del Partido Popular
y el partido Podemos crece, en buena parte, con los que abandonan al PSOE y
también con una gran parte de la población joven, con un desempleo brutal y con
una desconfianza profunda por el sistema.
Es claro que los poco menos de 40 años de transición
democrática española, no han sido aprovechados para formar partidos sólidos,
con modelos de nación claramente entendibles para la ciudadanía y tampoco se ha
buscado desarrollar una cultura democrática que abarque a la gran mayoría de la
sociedad. A cambio de ello, los partidos han sido aprovechados como un botín
que permite enriquecimiento ilícito de algunos representantes muy conspicuos de
la clase política. Ninguno de los bandos en contienda puede decirse inmune a
los casos de corrupción escandalosos que han sacudido al país y, tristemente,
ni la propia Casa Real ha dejado de tener algún caso de este estilo.
En esta situación no es de sorprender el rechazo de la
mayoría de la ciudadanía por una clase política que no es percibida como promotores
y abanderados del bien común. Los dichos de "que se vayan todos" y
"todos son iguales" podrán ser injustos, pero son muy entendibles.
Es importante que en esta situación veamos nosotros paralelos
para la situación de la democracia mexicana. Y, dicho sea de paso, de la
democracia en el mundo entero. Tenemos el mismo desencanto con los partidos
políticos. Nuestros partidos no han aprovechado la transición democrática para
formar a la ciudadanía en una cultura democrática que vaya más allá de una
participación electoral, sino que realmente abarque todos los aspectos
económicos, sociales y políticos de nuestra sociedad. Si nos quejamos de la
falta de democracia y corrupción en los
partidos políticos, deberíamos voltear a ver la falta de democracia y corrupción
en las demás instituciones del país. Claramente, tenemos una visión reducida y
reduccionista de lo que significa el concepto de democracia. No vamos más allá
del aspecto de los votos emitidos con libertad y contados con imparcialidad,
asuntos fundamentales pero que no agotan el sentido de lo democrático. Pero
sentirse auténticamente democrático debería incluir el aceptar los resultados
de las elecciones y colaborar a que se cumpla la voluntad de la mayoría.
Entender que ser democrático incluye el aceptar ponerse bajo el gobierno de
otros que opinan diferentes de nosotros, solamente por el hecho de que son más.
Y colaborar con ese consenso.
En nuestro país, se han desperdiciado los años de la
transición democrática en debates partidarios sobre el modo de repartirse
privilegios y facultades y muy poco se ha hecho para formar, en primer lugar,
las bases democráticas entre los afiliados a esos partidos y mucho menos para
formar a la ciudadanía en una cultura que le permita actuar como los mandantes
que les señalan a los mandatarios como deben ser en su actuación y cómo deben
llevar a cabo su gobierno. Logramos salir del autoritarismo, pero hemos caído
ahora en la partidocracia. Y, tristemente, estamos viendo en muchas partes un
retorno claramente planeado para volver a los tiempos autoritarios. Una parte
importante de la población no sale de la crítica, más o menos agresiva, y no
está dispuesta a hacer su parte para el desarrollo democrático de nuestro país.
Que es, claramente, un asunto de la mayor importancia. El gran tema de los
próximos años, el gran resultado al que debían abocarse no sólo los partidos
políticos sino también los grupos intermedios de la sociedad.
Y no sólo esos grupos: Usted, yo, todos los ciudadanos
debemos hacernos responsables de la creación de esta cultura. Porque nadie lo
va a hacer por nosotros. Porque la mayoría de los grupos políticos y cuerpos
intermedios tienen mucho de que beneficiarse con la situación actual y con una
reducción de los espacios democráticos. Ellos actuarán por presión, por nuestra
presión. La ciudadanía tendrá que actuar por convencimiento.
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