Dos eventos dominaron las noticias en Febrero. La visita del
Papa Francisco, por supuesto, y el anuncio de que PEMEX adelanta la concesión de importación de combustibles a
empresas privadas. La manera como se interpretaron nos dice mucho de la
objetividad y de la ética periodística.
Eventos así de importantes generaron toda clase de
reacciones. Las interpretaciones fueron de lo más diverso. Y está bien. Todos
tenemos derecho a opinar. A lo que no tenemos derecho es a que nos crean, a
menos que demostremos nuestros dichos. Y aquí entramos al resbaladizo tema de
la ética periodística y, en un sentido más amplio, en la ética de las
comunicaciones personales, sociales, institucionales, y otras. Déjeme poner dos
ejemplos.
El Papa es recibido en el palacio nacional en un evento
oficial, donde el gobierno mexicano lo recibe como jefe de Estado. El Papa no
regaña en público al presidente. Menciona temas graves como la corrupción y la
violencia, por ejemplo, en un tono conciliador y que no puede ser visto como un
regaño. "Ya se amafió", dicen algunos comunicadores. ¿Por qué lo
dicen? "Porque, si no estuviera amafiado -dicen ellos -lo hubiera
regañado". ¿Se da cuenta de la lógica torcida que están empleando? Su
argumento es: si no reaccionó como yo hubiera reaccionado, quiere decir que ya
"le llegaron al precio". O sea, no hay argumento. Sólo hay una
apreciación.
Por supuesto, podría haber habido otras interpretaciones. En
los eventos de Estado, los gobernantes de los países no se regañan los unos a
los otros. El Papa ya había dicho que no venía a decir del gobierno mexicano
como hacer las cosas, sino hacer una visita a un misionero de la misericordia.
De hecho, el Papa estuvo dentro de los límites de la diplomacia al hacer
mención de los graves problemas que enfrenta el país y de la responsabilidad que
tenemos todos de atacarlos, sobre todo quienes nos gobiernan. Pero de ahí a
hacer un regaño público, hay una diferencia. Y seguramente en este tema puede
haber otras interpretaciones.
Otro ejemplo. Se anuncia, para variar en el extranjero, que México
abrirá la importación libre de gasolinas por medio de empresas privadas, a
partir de abril. ¿Cuál fue la interpretación? Yo escuché una: como el anuncio
se hizo en Texas y en conexión con una ceremonia en la que se entregaba un
premio al Presidente de la República, quiere decir que ya vendió a PEMEX. ¿Cuál es el argumento? “Porque
Texas es la región petrolera más
importante de los Estados Unidos”, dicen esos comunicadores.
¿Habrá otras posibles interpretaciones, que no incluyan una
teoría de la conspiración? Claramente, PEMEX dista mucho de ser la empresa más
eficiente en la industria petrolera. Hay quien opina que México no puede llegar
al punto de equilibrio (el precio en el que no se tienen pérdidas ni ganancias)
si el precio del barril de petróleo no está, por lo menos, por encima de los
sesenta dólares el barril. O sea, si
seguimos vendiendo gasolina, aún a los inflados precios actuales, PEMEX seguirá
perdiendo. Pero hay otros puntos. Ya en el principio de los 80, el entonces
presidente de la República, Miguel de la Madrid, anunció en una ceremonia de la
nacionalización del petróleo, que si PEMEX no podía producir la gasolina a
precios competitivos, habría que importar la gasolina. También es cierto que en
medio de la crisis económica de los 80, se limitó severamente el gasto en
exploración de nuevas zonas petrolíferas. Y, por supuesto, todos estamos
conscientes de que PEMEX opera con muchísima ineficiencia. Es la compañía
petrolera que gasta más en personal por litro de gasolina producida, en todo el
mundo. La cantidad de personal, muy bien pagado, que tiene PEMEX es una de los
más grandes en toda la industria mundial. En otras palabras: no nos tenemos que
imaginar una obscura conspiración para darnos cuenta de que PEMEX no es el
emporio que muchos se siguen imaginando. Y que había que tomar medidas de esta
clase más pronto o más tarde. En especial, en medio de la crisis económica
mundial que podría recrudecerse y la baja de los precios del petróleo, que no
termina de resolverse.
Éstos son meros ejemplos. No trato de convencer a nadie,
sólo quiero demostrar que hay otras posibles interpretaciones y estoy seguro de
que se pueden encontrar aún más. En la ética de un comunicador que busque ser honesto,
debería quedar muy claro que nuestro público merece recibir distintas
interpretaciones, pero no cualquier clase de interpretaciones. Interpretaciones
válidas, interpretaciones sustentadas con argumentos. No se trata de llegar a
una interpretación única, un sentido único. Pero tampoco se trata de llegar a
un relativismo, en el que todas las interpretaciones sean igualmente válidas.
Entre esos dos extremos puede haber interpretaciones que estén sustentadas en
una lógica, en argumentos sólidos. Y es papel del que interpreta, por
honestidad intelectual: reconocer y transmitir las interpretaciones
alternativas que puede haber a sus propias opiniones, presentar los argumentos
en favor de unas y otras y dejar a su público que se quede con interpretación
que más le convenza. En todo caso, si yo comunicador no tuve la capacidad para
sustentar mis argumentos, mi reacción no debería de ser la de ocultar los
argumentos contrarios para lograr que mi público acepte los míos.
¿Qué estoy siendo muy ingenuo? Estoy consciente de que
muchos lo verán así. Honestamente, prefiero pasar por ingenuo que engañar a mis
lectores ocultando interpretaciones diferentes de la que yo sustento. Es mi
tarea encontrar los mejores argumentos, construir mi lógica de una manera
impecable y no ocultar sus debilidades o las opciones que puede haber a mis
argumentos. Por decencia. Por cariño con mis lectores. Y sobre todo, por no
engañarme a mí mismo pensando que soy el único que tiene las mejores
interpretaciones.
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