Para mi gusto, de entre las Reformas Estructurales, ya casi
olvidadas, al menos en los medios, la más estratégica es la Reforma Educativa.
Por la materia que le toca, no porque esté bien hecha. No hay algo más
importante para este país que lograr una educación a la altura de la de
nuestros competidores internacionales. Desgraciadamente, al menos en lo que fue
visible, el enfoque no fue ese.
No se ha presentado un diagnóstico claro de dónde están las brechas
entre el nivel que tenemos en nuestra educación comparado contra el que tienen
otros países. Sí, algo tenemos con las evaluaciones que hacen organismos
internacionales. Pero siempre hay el riesgo de estar comparando "peras con
manzanas". La impresión que se dio a la ciudadanía fue que la mayor parte
del problema venía de los docentes, en menor medida de la implementación de
tecnología en la enseñanza y, al final, la dignificación de las escuelas y
lograr su funcionalidad. De estos temas, al menos mediáticamente, al que se le
dio más importancia fue a la evaluación de los profesores. De ellos, con el
primer secretario de Estado a cargo del tema, hubo un enfoque amenazante:
"aquellos que no den el ancho, serán despedidos", o algo parecido. Lo
cual, previsiblemente, provocó miedo y rechazo en los profesores que, en su
inmensa mayoría, no tienen la culpa de no estar bien capacitados por el sistema
que ahora pretende evaluarlos. Después se ha dado marcha atrás, con el nuevo secretario,
en un enfoque mucho más conciliador. Pero el tema sigue ahí.
Luego está el aspecto de la remuneración, que no ha sido tratado
fondo. Los profesores viven, sino un voto de pobreza, al menos uno de austeridad.
Un profesor gana casi siempre menos de lo que ganaría un profesionista con su
misma preparación y experiencia. De hecho, en la enseñanza básica y de otros
niveles, no es raro encontrar profesores vendiendo Tupperware, cremas u otros bienes, para complementar su ingreso. O
trabajando un segundo turno, a costa de su salud y del tiempo que deberían
dedicar a su preparación y la olvidada, pero fundamental labor de calificar los
trabajos escolares.
Eso, si tienen plaza. Muchos trabajan por honorarios; sobre
todo en escuelas privadas. Hay universidades, públicas y privadas, donde hasta el 70% del profesorado trabaja sin
plaza. Lo cual significa menor pago y ausencia de prestaciones sociales, de
salud así como de fondo de retiro. El profesor es como una pieza
intercambiable. Si ya no puede seguir, si sale del campo de la enseñanza, no
hay problema. Siempre hay modo de encontrar un reemplazo. Es barato despedirlo.
Y esto se nota. A la sociedad no le ha importado esta situación. Este sistema
produce costos bajos y por eso se mantiene.
La importancia de los profesores y profesoras, en el aspecto
social, rebasa el ámbito de la enseñanza. Es interesante el hecho de qué, si
papá y mamá trabajan, los maestros pasan tanto o más tiempo con nuestros hijos
del que pasamos los padres, si
descontamos las horas de sueño. En la adolescencia, donde se da un natural
distanciamiento con los padres, muchos alumnos acuden a los profesores buscando
consejo y apoyo. Y también después los adultos jóvenes. Una influencia muy
fuerte y que, en la inmensa mayoría de los casos, es positiva. Pero que se da
de una manera espontánea, por la vocación de los profesores. No se les forma
para eso.
Es importante que, como sociedad, vayamos más allá de la
justa exigencia de que los maestros estén preparados y exijamos también que se
les trate con equidad, se les remunere bien, se les equipe bien, se les den
instalaciones adecuadas y una preparación y actualización suficientes. No será
regalando “tablets” como se va a mejorar sustancialmente el nivel educativo que
necesita el país. Si queremos ser serios, se requiere revisar y rediseñar esta
reforma que, si se deja tal como está, tiene toda la probabilidad de ser fallida.
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