La contingencia ambiental en la Ciudad de México, que obligó
a sacar de la circulación a un millón de autos los pasados días 16 y 17 de
marzo, es el resultado de una larga era de ineptitud técnica y política.
¿Aprenderemos la lección?
En 1989, se inicia en el Distrito Federal un programa que al
principio fue voluntario, para reducir el tránsito de vehículos, sacando de la
circulación a la quinta parte de los mismos. El programa fue muy exitoso; hubo
gente que por primera vez en su vida subieron a un camión o al Metro y se
sentían un tanto heroicos. El programa era temporal, solo se aplicaría en los
meses de invierno, cuando ocurren las inversiones térmicas y después volvería a
la normalidad. Hasta aquí todo bien: claramente no se resolvía nada de fondo y
el programa solo ganaba tiempo para implementar medidas de largo plazo.
Dado el éxito, las autoridades decidieron hacer obligatorio
el programa y permanente, además. Se implementó un programa de verificación, un
tabulador de multas y reglas para aplicar la restricción. El premio para la
ciudadanía que había colaborado gustosamente, fue imponerle nuevas
restricciones. Además se creó una enorme fuente de ingresos para policías y
centros de verificación corruptos. Ante lo permanente del programa, quienes
tuvieron el dinero adquirieron un coche nuevo o usado, para poder circular en
los días en que lo tenía prohibido. Obviamente, al tener un coche adicional en
la familia, este coche no se usó únicamente en los días en que el auto que ya
se tenía no podía circular. Con lo cual aumentó el tránsito vehicular y, como
bien sabía PEMEX pero nunca lo publicó, aumentó de manera importante el consumo
de la gasolina. Obviamente, a más gasolina consumida, más contaminación. Los
premiados, los más beneficiados, fueron los fabricantes de automóviles y los
vendedores de coches usados.
Más de fondo, el aparente éxito de la medida hizo que se
olvidaran y no se pusieran en práctica las soluciones de fondo: mejorar de
verdad el transporte público, ampliar de manera importante el Metro, ampliar su
cobertura y buscar modos para incrementar la frecuencia de los viajes de estos
vehículos. Se establecieron medidas claramente discriminatorias como la de
prohibir la circulación de automóviles viejos, aunque cumplieran con las normas
de contaminación. Con lo cual, otra vez, los beneficiados fueron los
fabricantes de automóviles. En estos 27 años que pudieron haberse aprovechado
para resolver de fondo el problema del transporte, se hicieron obras faraónicas
para facilitar el transporte en automóvil y se hizo muy poco para mejorar el
transporte masivo. Y lo poco que se hizo, fue marcado por una corrupción tan
patente, que se sellaron los registros de las obras públicas para que la
ciudadanía no pudiera conocer en qué se gastaron cantidades gigantescas de
dinero. Y un gobernador del Distrito Federal está exiliado en Francia, por
temor a que al regresar a su país pueda ser acusado de las obras defectuosas,
costosísimas y además insuficientes que se hicieron para ampliar la cobertura
del Metro. Los fondos para mantener en buen estado el parque vehicular tanto de
autobuses como del Metro han sido muy escasos por lo que toda la
infraestructura está en un estado lamentable.
Hay mucho más, el tema da para uno o varios libros. Pero
hablemos de lo inmediato. Se conoce de la contingencia el martes 15 y se
pospone el anuncio de medidas para la contingencia. En todos estos años no se
tenía previsto con claridad qué se debería hacer. O lo sabían y no querían
tomar una medida claramente impopular. Por lo que estuvieron posponiendo el
anuncio, que fue hecho a última hora, con lo cual una parte importante de la
población no se enteró a tiempo de lo que estaba ocurriendo. Dieron como excusa
que estaban investigando las opciones. En mi opinión pasó una de dos cosas: o
no tenían previsto en todos estos años como debería de actuar, o estaban
rezando para que cambiaran los vientos y no tuvieran que anunciar la
restricción.
Una vez tomada la medida, tanto en la ciudad de México, como
en el Estado de México, lanzaron a la policía a detener a los que estaban
circulando contraviniendo la medida. Con lo cual crearon inmensos
embotellamientos que empeoraron aún más la situación: habitantes del Estado de
México que se dirigían al Estado Ciudad de México, aumentaron su tiempo de traslado
a veces hasta el doble. Tanto pensar la medida para no prever que su
implementación podría hacer peor las cosas.
Y luego vino el vistoso ejercicio de encontrar culpables. La
Suprema Corte es culpable por haber dicho que los ciudadanos que cumplieran las
reglas de contaminación, podrían seguir circulando aunque sus vehículos fueran
viejos. La culpa la tiene los Estados que rodean al Estado Ciudad de México
porque causan mucha contaminación. La culpa la tienen los ciudadanos del Estado
de México que vienen a trabajar a la Ciudad de México. En estos dimes y diretes
empezó un pleito entre gobernadores que parece una disputa entre niños de ocho
años. "Que tú tienes la culpa" decía el uno. "¿Ah, sí?" decía
el otro. "Pues entonces, ya no te dejo usar mis tiraderos de basura. Ya
estamos aburridos de que nos vengan a echar su basura." Dos políticos ya
mayores, con ambiciones de candidatura presidencial, pusieron sus respectivas
imágenes por encima de la colaboración que se hubiera esperado de quienes
quieren llegar a ser presidentes. Ambos dieron una amplia prueba de sus
incapacidades para cooperar y hacer funcionar las cosas.
Y ahora, regresamos a más de lo mismo. Vamos a continuar con
un programa que en 27 años lo único que ha dado es tiempo para aplicar
soluciones de fondo. Y no parece que se esté tomando ninguna medida para reducir
en serio la contaminación: hacer viable, atractivo y funcional el transporte
público. Se podrían buscar medidas para el fenómeno de las "horas
pico", que podría darnos un poco más de tiempo para resolver el problema
de fondo. Poner restricciones importantes al uso de camionetas y automóviles
pesados, que consumen hasta el doble del combustible que los automóviles
pequeños y, por lo tanto, contaminan lo doble. Algo que seguramente enfurecerá
a los fabricantes de automóviles y a los ciudadanos que les encanta tener
coches y camionetas grandes por la sensación de poder que estos vehículos les
dan.
Todo esto que podría parecer un sainete, es una inmensa
tragedia. Nunca sabremos el daño en la salud de los ciudadanos de esta área Metropolitana,
es imposible contabilizar los años de vida que se les han acortado a los
habitantes de esta región, el enorme dispendio de recursos públicos y privados
que se han gastado en sostener un sistema de transporte que no puede ser
mejorado de una manera sustancial. Se ha demostrado en muchos países que la
mejor solución está en el transporte colectivo y que esa sí es una situación de
fondo.
Ante la actitud de quienes deberían estar tomando estas
decisiones, el futuro se ve casi tan gris como el cielo de la zona Metropolitana
de la Ciudad de México.
No hay comentarios:
Publicar un comentario