Estamos entre la fecha del inicio de la
revolución de independencia de nuestro país y la de su consumación el 27
septiembre de 1821, fecha que nuestro Gobierno no celebra. Sin que haya dado
nunca una explicación lógica, no sectaria, del porqué de esta omisión. No, no
voy a caer sobado tema de muchas izquierdas que, basándose en las teorías de la
conspiración, dicen que nuestro país no es realmente independiente y que
nuestra política interior y exterior se dicta en Washington. Mucho hubo de eso
siglo XIX y buena parte del siglo XX, a veces de una manera discreta y otras de
modo muy evidente, como las
intervenciones de los embajadores Poinsett y Morrow. En el siglo XXI ha habido
más cuidado en guardar las formas. Pero cabe la duda: ¿tenemos plena
independencia?
Es claro que un país que tiene severos
problemas económicos no tiene una total independencia. Siempre estará sujeto a
los dictados de grupos económicos, organismos internacionales, y otros diversos
grupos de presión. Si además, este país no tiene grandes riquezas, claramente
estará más sujeto a esas presiones. Y contra el mito de que México es "el
cuerno de la abundancia" tenemos que ver nuestras realidades: nuestro país
es árido; la mayoría de los estados tienen escasez de agua. Tenemos poca tierra
de labranza, aproximadamente el 14% del territorio nacional, de lo cual la
mitad está sujeta a los temporales. Es cierto que tenemos un gran litoral, pero
no todos nuestros mares son ricos en pesca. Tenemos petróleo, pero no somos
estrictamente un país petrolero como dice Macario Schettino, uno de nuestros
grandes especialistas. Y cada vez tenemos menor producción del mismo.
Tenemos una gran riqueza en nuestra población,
todavía joven y lejana al invierno demográfico. Pero la mala organización de
nuestro sistema productivo hace que muchas de nuestras mejores personas, en
todos los niveles sociales, emigren buscando mejores oportunidades. Los que nos
quedamos, vemos a nuestra población perdiendo su nivel educativo real, aunque
sume años de escolaridad. La ignorancia siempre generará dependencia. Y si a todo
esto le agregamos la corrupción pública y privada, esa pobreza se agudiza.
Probablemente la peor de las dependencias es
la dependencia cultural. La dependencia que tenemos en muchos aspectos de la
cultura popular, muy influida por valores y costumbres que no son las nuestras.
La peor de las dependencias es cuando perdemos los valores de nuestra cultura,
porque nos son dictados por instancias y organismos internacionales. Esta
dependencia significa que estamos en riesgo de perder nuestra esencia como
nación.
Para ser plenamente independientes tenemos
necesidad de un mejor desempeño económico. Ningún país pobre es totalmente
independiente. Pero no basta con eso. Necesitamos tener educación de más alto
nivel para ser independientes en esta era.
Necesitamos una ciudadanía bien formada y actuante. Necesitamos un sector
privado valiente, emprendedor y muy capacitado. También un sector público
eficiente y capaz. Necesitamos independencia tecnológica, sindicatos
independientes, políticos independientes.
Pero la independencia no es el único modelo.
Puede ser que estemos cayendo en casos de codependencia. Una relación tóxica
que hace daño muchas veces a ambas partes de la relación, aunque posiblemente a
una más que a la otra. Como la codependencia que ocurre a veces en las
relaciones familiares. O, como la que podría darse entre nuestro país y
nuestros socios comerciales. Ellos, dependiendo nuestra mano de obra barata;
nosotros dependiendo de su fortaleza económica, de sus sistemas de
comercialización, de sus mercados y de su desarrollo tecnológico.
Tal vez el modelo del futuro, al que
deberíamos de aspirar, es el de la interdependencia. Poder tener relaciones
mutuamente beneficiosas con otros países, relaciones donde todos ganaran. Eso
ha sido el ideal, tal vez no realizado plenamente, de la Comunidad Económica Europea.
Esa interdependencia sólo puede funcionar si nuestra nación se fortalece. No se
trata de pedir dádivas, sino de ofrecer nuestras fortalezas a cambio de una
retribución justa.
En resumen, ser plenamente independientes es
una tarea ardua, un camino difícil. Puede significar sacrificios para esta
generación, que posiblemente no vea los resultados pero que estará construyendo
para sus hijos y sus nietos. Ahí es donde debemos aplicar y aprovechar nuestro
fervor patrio. Ahí es donde debemos encontrar un terreno común para conciliar
hasta donde sea posible nuestras divergencias. Porque es muy difícil que una nación
amargamente dividida, pueda evitar ser juguete de las fuerzas que quieren
arrebatarnos nuestra independencia.
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