Hace un año, ocurrieron dos eventos interesantes. La marcha conmemorando el día 8 de marzo y al día siguiente, el paro de una gran cantidad de mujeres en sus actividades diarias, fueran laborales o las hogareñas. Yo dije, en aquella ocasión, que fue un resultado muy bueno. Se demostró gran capacidad de organización, conciencia de las dificultades que esto implicaba, y se tuvo un resultado que verdaderamente fue impactante. Después, vino el recrudecimiento de la pandemia, el confinamiento por la misma, el cierre de escuelas y templos, así como de los negocios no indispensables. Rápidamente se olvidó el tema.
Tristemente, porque un impulso importante que ya se había logrado, se perdió. Algunos piensan que la famosa frase de que “la pandemia nos vino como anillo al dedo”, tuvo que ver con que hubo un nuevo motivo mediático y se pudo, impunemente, dejar las cosas como estaban. A un año, nada importante ha cambiado. No han disminuido las violaciones, secuestros, feminicidios ni trata de personas. La impunidad, sigue igual. O peor.
Bueno, hay algo que sí ha cambiado. Ahora, frente a la marcha, se reaccionó con el uso de gases de guerra, francotiradores para abatir los drones que podían documentar la magnitud de los eventos y lo que algunas llaman “el muro de la infamia”, con el que se pretendía evitar daños a los edificios del Palacio Nacional y resguardar a sus ocupantes.
Como dije en aquella ocasión, me cuesta trabajo opinar sobre el tema. Yo no puedo imaginarme la angustia, el miedo, la desazón que padecen las mujeres día con día. Intento ponerme en su lugar, pero soy consciente de que no soy capaz de ello, al menos en plenitud. Puedo razonar sobre el tema, pero no puedo sentir lo que ellas sienten. Un ejemplo me ocurrió durante las conmemoraciones de este año. Una de mis alumnas, profesional, directiva en una empresa transnacional, me mostró algo que yo no tenía presente. Yo, tratando de ser incluyente, la felicité por el día internacional de la mujer. Ella, comedidamente, me hizo ver que no hay razón para felicitarlas. No hay nada que celebrar. No se trata de un día para felicitaciones. Es, me dijo, una conmemoración. Se trata de que no se nos olvide que, hasta donde alcanza la memoria de la humanidad, la mujer, la mitad de la sociedad, ha sido discriminada, vejada y humillada por el hecho de ser mujeres. El 8 de marzo debería ser para que ese hecho vergonzoso no se siga olvidando.
Sí, las cosas han cambiado. Pero no suficientemente: todavía la violencia intrafamiliar es mayormente dirigida a las mujeres; las violaciones, la trata de personas, siguen siendo mayoritariamente enfocadas a la mujer. Continúa la discriminación laboral, con salarios menores que los de sus pares masculinos, y falta de oportunidades de ascenso para las mujeres, sobre todo en los niveles de mayor nivel.
En este 8 de marzo, se comentaron los temas de los excesos. Y a los pocos días, todo vuelve a la normalidad. Las mujeres siguen siendo vejadas, la impunidad sigue vigente, y muchos grupos políticos ya están en con el conocido y mexicanísimo “ya chole”, ya basta del tema. Como si eso fuera una solución.
Vergüenza para nosotros los hombres, vergüenza para la humanidad. En tantos milenios, no hemos podido resolver este penoso asunto. Seguimos culpando a las mujeres de estos problemas. ¿Qué hacer? Por lo pronto, como inicio, que no se olvide. Que no dejemos de tener vergüenza de que no hemos podido cambiar. Que las mujeres no necesiten de la protección y apoyo de los hombres porque nadie sea un peligro para ellas. Que tengan la certeza de que no habrá impunidad.
Antonio Maza Pereda
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