Ya iniciamos la Cuaresma, un periodo que, hace una centuria, paralizaba la vida social. Tiempo donde no oía música, había largos ayunos y cambiaba la alimentación, y hasta había quién, como penitencia, no se bañaba en toda la Cuaresma. Hasta el llamado “sábado de gloria” donde los muchachos traviesos bañaban a los transeúntes, generalmente contra su voluntad. Largas oraciones, se posponían los matrimonios y no había fiestas. Ahora, en este 2021, la Cuaresma ha dejado de tener ese impacto; en todo caso es un período de preparación para las vacaciones de Semana Santa y ahora, con esto de la pandemia, ni eso.
Lo que sí tenemos es un largo ayuno de ideas y de propuestas políticas. No es que haya empezado ahora, pero en estos momentos de precampañas y precandidaturas, presentación de algunos nuevos partidos... caramba, ya deberíamos de haber recibido algunas propuestas. Y nada. Sí, algunos de los habituales escándalos políticos. Por ejemplo, el de un precandidato acusado de violador, los testigos protegidos enlodando a algunos partidos y respetando escrupulosamente a otros. Nada diferente.
Tal parece que la clase política ha abandonado el campo de las propuestas. Hoy es difícil saber qué nos proponen para ganar el voto de la ciudadanía. Su propuesta se ha centrado en la popularidad de los candidatos: algunos proponen artistas, deportistas, influencers, todos indudablemente populares. Pero lo que la historia nos demuestra es que estos personajes rara vez hacen algo más qué cobrar sus jugosas remuneraciones. Al final, parece una carrera por ganar un concurso de popularidad.
Y no es que no haya materia para hacer propuestas atractivas para el electorado. ¿O será que no se les ocurre nada nuevo? La fracción dominante en el poder legislativo ha dejado la iniciativa al Ejecutivo, entendiendo aquello de “iniciativa preferente” como “monopolio de la iniciativa” para el Ejecutivo.
La oposición, que aún no se repone del batacazo del 2018, solo se le ocurre atacar al Ejecutivo. No es que esto esté mal. Ciertamente es su papel. Pero el ataque debería incluir una propuesta. Por ejemplo, decir: “el Ejecutivo está mal en esto o en lo otro; nuestra propuesta es que, en vez de esa mala idea, adoptemos estas opciones. Vamos a debatirlas y adoptarlas. Porque lo que proponemos es mucho mejor”. Pero no: solo escuchamos el ataque y su propuesta parece ser dejar las cosas como estaban antes. Como si no fuera claro qué, si la ciudadanía estuviera conforme con la situación de los gobiernos anteriores, no hubiera votado como lo hizo en el 2018.
Hoy vemos abundancia de ataques personales al primer mandatario y algunos de sus subalternos. Que si está viejo, que sí tardó mucho en graduarse, que habla lento, que no ha cumplido lo que ofreció, que eligió mal a sus colaboradores. Que no sirve, en resumen. Pero no queda claro qué piensan hacer si la 4 T deja de controlar a los gobiernos estatales y municipales, a los congresos federal y estatales que debemos elegir en el julio próximo. Tal vez por eso yo, como ciudadano “sin poder”, me explico cómo los ataques a AMLO no han reducido su popularidad. ¿Será que la oposición no quiere “mostrar sus cartas” para evitar que les roben sus estupendas ideas? Puede ser, pero yo como ciudadano lo dudo mucho.
Es claro quesí la sociedad, la ciudadanía, los “sin poder” no exigimos propuestas efectivas, no será la casta política quien nos las den. De la sociedad tendrán que venir las propuestas: unas buenas, otras malas: importa poco. Habrá que debatir, reflexionar, entender a fondo los temas y llegar a conclusiones. Que esto es lo que nos hace falta.
Antonio Maza Pereda
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