A raíz de las elecciones federales del pasado junio y las
estatales de los pasados junio y julio, se ha vuelto a escuchar el tema de la
“democracia imperfecta”. Efectivamente, después del análisis de esas campañas y
esas elecciones en algo hay que darle la razón a los que nos califican así.
Algo, pero no del todo. Es cierto que volvieron a verse, sobre todo en las elecciones
estatales, las tradicionales “compras de votos”, amenazas de suspender apoyos y
una cantidad de atentados contra candidatos y sus ayudantes, atentados que a
veces fueron mortales. Ya no se habló de “ingeniería electoral” ni de los
“operadores políticos” pero claramente siguieron presentes y actuantes.
Con todo, sigo sin aceptar ese concepto de la “democracia
imperfecta”. A veces suena a lamento, a veces a disculpa. A veces suena a que
hay que buscar otro camino, que sea menos imperfecto. La realidad es que todas
las democracias son imperfectas. En donde quiera que haya democracia. Aún en
los países con una larga tradición democrática. La democracia no es un destino
al que se llega, es una manera de caminar. Y quejarse de lo áspero del camino,
de lo imperfecto que es, resulta inútil y solo sirve para desanimar al
caminante.
Hace más de treinta años, Enrique Krause escribió un ensayo
fundamental, uno que modificó el modo de ver la política en México. Y que
influyó en todos, aún en el partido dominante, si bien muy a su pesar.
Recientemente se volvió a publicar en la editorial Clío. El ensayo, al que el
autor le llama “una modesta utopía”, se titula “Por una democracia sin adjetivos” y ha servido de guía a toda una
generación de personas que reflexionan sobre la política. En efecto, en aquella
época se hablaba de “democracias populares” que no tenían nada de democrático,
de “democracia orgánica”, “democracia social”, “democracia corporativa” y de
muchas otras maneras. Y cada uno de los adjetivos le quitaba algo de su esencia
a la democracia. Para el autor, la utopía es modesta: “que los votos se cuenten
y cuenten”. Nada más, pero nada menos. Y, para este escribidor, esta es una
gran gesta, digna de continuar y tratar de cumplir. A sabiendas de que nunca
será perfecta.
Porque es absurdo hablar de la perfección en temas humanos
y, sobre todo, en termas políticos. ¡Muéstreme un sistema de gobierno perfecto!
¡Muéstreme un grupo humano, una asociación, un Organización No Gubernamental,
que sean perfectas! No, no las hay. Solo los autoritarios creen perfectas sus
visiones del mundo, sus maneras de operar, sus modos de concebir y ejecutar sus
objetivos. Vamos, ni la ciencia es perfecta y los verdaderos científicos lo
reconocen de muy buen grado. La ciencia no da explicaciones definitivas;
siempre nos da la mejor explicación disponible dados los recursos que tenemos
para entender la realidad. Siempre hace teorías provisionales y siempre está
buscando el modo de demostrar que tienen algo incorrecto. Porque así avanza la
ciencia, atacando a sus propias explicaciones.
La gran batalla de los próximos años no es entre izquierdas
o derechas. La gran batalla es entre el autoritarismo y la democracia. Entre
los que piensan que los súbditos deben “callar y obedecer” y los que creemos
que todos deben expresarse y aceptar lo que la mayoría acepte. Y no solo
aceptar, sino contribuir a que esa decisión de la mayoría se cumpla. Porque
creemos que todos vamos en el mismo barco y no tiene sentido que unos remen en
una dirección y otros en direcciones diversas. Sin temor a equivocarnos, a sabiendas de que
fallaremos pero que cada falla, bien discutida y analizada, nos dará enseñanzas
que nos acercarán a ser mejores. Solo los autoritarios nunca se equivocan.
Siempre encuentran argumentos, pretextos y complots para explicar y negar sus fallas. Sus
planes eran perfectos; solo la realidad falló.
¿Qué nos falta mucho? Sin duda. Razón de más para comprender
qué es la democracia, librarla de adjetivos, adornos, y componendas. Razón de
más para entenderla, apreciarla y tratar de enseñarla a los demás, a nuestros
conciudadanos, a nuestros hijos e hijas y también a nuestros padres y madres,
que no la vivieron y no la entienden.
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