A riesgo de que se enojen conmigo algunos de mis amigos y
Usted, amable lector, le daré mi opinión honesta. He tratado de oír y leer lo más posible de los
comentarios sobre el Informe Presidencial, presentado en público el pasado 2
septiembre. El consenso no puede ser más negativo: difícilmente se encuentra en
la prensa independiente, ni en las redes sociales a alguien que no le haya
parecido que el Informe fue malo. Pero creo que no hay nada tan malo que no
tenga un poco de bueno. Creo que en el Informe y en el proceso en torno a su
presentación hay cosas positivas que destacar.
Para empezar, a diferencia de otros Informes presidenciales que
me ha tocado escuchar, en este se puso el énfasis en los resultados, no en las
actividades. Y eso es muy importante: en la mayoría de los Informes
presidenciales y gubernamentales se encuentra una larga relación de
actividades, sin explicar si esas han dado los resultados que buscaban. Así, se
reportan por ejemplo inauguraciones de hospitales que después no entran en
funcionamiento por falta de médicos, como ha ocurrido en varios estados de la
República. Otro ejemplo: en algunos Informes se ha hablado de una actividad de
educación para 25 millones de niños y adolescentes. Nunca se ha mencionado la
calidad de educación ni se han precisado los resultados que se están obteniendo
de esta actividad. Y eso, desde un punto de vista totalmente técnico de la Administración
es muy importante. De manera que este Informe, al enfatizar los resultados, ha hecho un cambio notable.
Otro tema diferente es la veracidad de esos datos. En el
estado de desconfianza con el que la ciudadanía está juzgando el desempeño de
esta administración, es de esperarse que la mayoría opine, muchas veces sin
bases, que las cifras están "maquilladas". Algo extraordinariamente
positivo, en mi opinión, es la actividad de grupos de la sociedad civil que han
asumido la responsabilidad de validar esa información. Por ejemplo, @ElSabuesoAP
que, asociado con otros grupos, emprendió la tarea de convocar y capacitar a un
grupo de ciudadanos para revisar el sustento de las afirmaciones que tiene el Informe.
Interesantemente, de 21 temas revisados sólo encontró dos verdaderos. De los
demás, cinco se calificaron como verdades a medias, nueve se calificaron de engañosos,
uno discutible y cuatro difíciles de probar. Ninguno fue calificado de falso o
casi falso. Independientemente del resultado, lo que me parece un gran logro es
que grupos de la sociedad civil hayan asumido esta responsabilidad y hayan
hecho públicos sus resultados. Bien hecho. Ojalá tengamos más grupos así; ojalá
pronto estemos evaluando con el mismo rigor todas las declaraciones de nuestros
mandatarios.
Por otro lado, la información que se nos dio, aún si hubiera
sido escrupulosamente cierta, le hace falta un elemento muy importante: el
contexto. ¿A qué me refiero? Los logros que se reseñaron no nos dan ninguna
referencia respecto a lo planeado. Por ejemplo: se construye una determinada
cantidad de kilómetros de carretera. ¿Es mucho o es poco de acuerdo a lo que
decía el Plan Nacional de Desarrollo? Se nos habla de un buen número de
escuelas de tiempo completo. ¿A qué porcentaje de cumplimiento van de acuerdo a
las promesas de campaña, debidamente registradas ante notario? Esto es otro
elemento fundamental en cualquier tipo de administración, sea pública o privada.
Los resultados son relevantes en comparación con los planes y las obligaciones
que se han asumido. Sin ese contexto, esa información es muy poco valiosa. En descargo
de esta administración, debo decir que esto ha sido una falla común en todos
los Informes presidenciales que he podido revisar. Pero esa unanimidad no sirve
para disculpar: para que se pueda juzgar correctamente esos resultados no basta
con compararse lo que ocurrió en otras administraciones o lo que ocurre en
otros países.
Pero, para mi gusto, lo más importante y destacable es el
hecho de que por primera vez en la historia de México un presidente reconoce
públicamente y mediante su Informe al Congreso, que existe una profunda
desconfianza hacia su administración. Yo no encuentro ningún ejemplo parecido
de ninguno de los presidentes que hemos tenido en nuestra historia. Y eso me
parece un excelente principio: todo funcionario público debería admitir públicamente
el hecho de que la ciudadanía no le tiene confianza, si es el caso. Esto,
obviamente, no es suficiente. Pero sin empezar por ahí, es muy difícil avanzar
más. Por supuesto, estoy consciente de que no se ha logrado frenar esa
desconfianza y me cuesta mucho trabajo creer que con el " Decálogo" que
se nos propone, la remedie. Me pregunto, amable lector y lectora: ¿ha aumentado
su confianza hacia esta administración, a raíz de escuchar el Informe o leer
sus transcripciones y comentarios? Francamente, lo dudo mucho. Y es que la
confianza no se gana fácilmente. En épocas anteriores, se creía que bastaba con
una buena oratoria, con la elocuencia de los gobernantes para ganar la
confianza de la ciudadanía. Ahora se confía, ciegamente, en las técnicas de
mercadotecnia política. Y, claramente, ninguno de los dos enfoques está resultando
en un aumento de la confianza ciudadana.
Es claro que para ganar de nuevo la confianza se necesitan
hechos, muy visibles y que no requieran de la validación de los propios
miembros de la administración. Hechos que sean tan claros que a la ciudadanía
no les quede duda de los mismos. Es una tarea por hacer. Un buen principio
sería que, junto con el reconocimiento de la desconfianza generalizada, se dijera
a la ciudadanía y al Congreso, que en teoría nos representa, cuáles son las
medidas concretas que se tomarán para enmendar esa peligrosísima brecha entre
nuestros mandatarios y nosotros, los mandantes.
Esos son mis razones para no poder ver este Informe
totalmente en negro o totalmente en blanco: es claramente un conjunto de luces
y sombras. De poco sirven ambos extremos. Una ciudadanía madura debe tener la
capacidad de reconocer aciertos sin caer en la adulación y reconocer también
las fallas sin satanizar a quien las comete. Nosotros, ciudadanos, no debemos
caer en el pesimismo, pero tampoco podemos ser ilusos. Hay que ver cuáles son
los elementos sobre los cuales podemos construir, reconocer los obstáculos y
las dificultades, y no quitar el dedo del renglón. Somos los ciudadanos, somos
los mandantes y no se nos debe olvidar que los mandatarios están ahí para
cumplir con nuestro mandato.
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