De lo poco que puede presumir la Administración Peña Nieto
en su próximo informe presidencial, a la mitad del camino, es de las Reformas
Estructurales. Algo que fue imposible por mucho tiempo, ocurrió gracias a la colaboración
de los tres partidos mayores, muchas veces a costa de pagar un alto precio
político y a contrapelo de sus adherentes. Y, claramente, ese precio que
pagaron se hace patente en sus pérdidas en las elecciones del 2016 y la
profunda división en sus propias filas, que ha llevado a que sus artífices
hayan sido removidos de sus dirigencias.
Pero, por otro lado, el clima ha cambiado en la
Administración Peña Nieto. Al tono conciliador de las comunicaciones,
reconociendo la participación de todas las fuerzas políticas, ahora sigue un
tono triunfalista en el cuál se tiende a apropiarse los efectos benéficos de
las Reformas (por escasos que hayan sido, todavía) y a adoptar un talante
retador hacia otras fuerzas políticas y hacia la ciudadanía, diciendo que no
gobernarán para dar gusto a la crítica. Como si no tuvieran la obligación de
escuchar y atender a las voces disidentes.
Mal inicio de la segunda mitad de esta administración. Y,
sin pretender ser pronosticador, creo que hay que considerar algunos elementos
que influirán fuertemente en los escenarios de esta segunda mitad:
- Los dos partidos de oposición que perdieron participación en el Congreso en las pasadas elecciones, buscarán quitarse el estigma de “vendidos”, que una parte de la ciudadanía les endilgó. Y uno de los modos más fáciles es oponiéndose a ultranza al Gobierno de la República. El tono conciliador se ha ido de ambos lados y ahora la oposición venderá cara su colaboración, a cambio de prestigio y posibilidad de recuperar votos.
- El éxito de MORENA en sus primeras elecciones, después de haber sido la principal voz contra la administración Peña Nieto, les confirma que ese es el camino de ganar popularidad. Pero ahora, cuando todas las fuerzas estén criticando al Gobierno, se verán obligados a ser aún más radicales, aunque no sea más que para destacar entre el coro de los que habrán dejado de colaborar. Claro: podría haber otra opción. Podrían tratar de ganar el apoyo de la mayoría de la población, que prefiere posturas moderadas, haciendo ver que no son “un peligro para el País”, como muchos creen. Pero es poco probable: su talante no es en ese sentido ni tampoco coincide con el de sus bases. El papel de “oposición responsable” no se les da.
- El triunfalismo del Gobierno, en sus tres poderes y tres niveles continúa siendo motivo de enojo y de desconfianza. Mientras sigan creyendo que las elecciones validaron su desempeño, es muy difícil que haya cambios de fondo. Aparentemente el Gobierno cree que algunas declaraciones tronantes y unos cuantos comerciales de 60 segundos, diseñados por el mejor publicista del país y repetidos 10 millones de veces, son suficientes para recuperar la confianza de la ciudadanía. La realidad nos muestra que, a pesar de ese gasto enorme, la confianza de la ciudadanía hacia los tres poderes de la Unión sigue a la baja. Porque es fácil perder la confianza, pero extraordinariamente difícil recuperarla.
- En último lugar, pero no necesariamente en importancia, la lucha interna en el partido gobernante de cara a las elecciones del 2018, seguramente se recrudecerá, a pesar de la firme posición del Presidente para contenerla y las declaraciones de los actores de la sucesión. La lucha entre los grupos afiliados a los mexiquenses (Videgaray), los hidalguenses (encabezados por Osorio Chong) y los independientes (encabezados por Beltrones) seguirá y pudiera volverse una lucha sucia o, por lo menos percudida.
En este entorno, la
confianza de la ciudadanía y de los inversionistas no necesariamente
crecerá; sobre todo los nuevos actores de la inversión nacional y extranjera,
poco habituados a las peculiaridades del Sistema Mexicano, posiblemente tomarán
una actitud de “esperar y ver”. Lo cual significará que los inversionistas
serán mayormente los de siempre: las míticas “trescientas familias” ricas y los
inversionistas extranjeros que ya operan en el país. Y eso significará que estos actores seguirán
manteniendo su “palanca” sobre el Gobierno y que el crecimiento de la economía
tendrá como límite sus capacidades de inversión así como las
opciones más rentables que les ofrezcan otras economías.
¿Qué pasará? No soy ni quiero ser profeta. Esto que
discutimos hoy no llega ni siquiera al nivel de escenarios; solo son elementos
para empezar a construirlos. El próximo informe presidencial dará mucha luz a
este respecto; habrá que ver sobre todo si se confirma el triunfalismo de esta administración
y si está tratando en serio de recuperar la confianza ciudadana, por medios
distintos. Porque si no hacen nada distinto para cambiar su deteriorada imagen,
no ocurrirá dada diferente.
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