Sin duda una gran sorpresa. Después de muchas
décadas de guerra entre el gobierno colombiano y la guerrilla, finalmente se
llega a algunos acuerdos. Éstos, firmados preliminarmente en La Habana, son
puestos a consulta en un plebiscito y rechazados, por una pequeña diferencia de
votos.
Aparentemente, una parte mayoritaria de los colombianos
no está dispuesta a aceptar la paz a cualquier costo. Posiblemente los
negociadores confiaron en el cansancio del pueblo colombiano y supusieron que
aceptarían cualquier arreglo, con tal de tener la paz. Aparentemente, la
realidad es diferente.
Claramente, la diferencia no es en cuanto a
lograr una paz o seguir en guerra. La diferencia está en los contenidos de los
arreglos para la paz. Particularmente, parece como que se dará un perdón
generalizado por todos los crímenes cometidos por ambos bandos. A una buena
parte de la población le parece que esto es excesivo.
El otro recuerdo es más personal. En el año
2000, a punto de iniciar la alternancia de sistemas de gobierno en México, tuve
la oportunidad de conversar un aguerrido clérigo de la Teología de la Liberación,
sobre las condiciones en que se daría ese cambio. El buen fraile estaba muy a
disgusto porque el nuevo gobierno no estaba proponiendo una acción generalizada
para meter en la cárcel a todos los funcionarios de los gobiernos anteriores.
Comentando sobre la posibilidad de una amnistía general, como la que ha
ocurrido en otros países en situaciones parecidas, el hombre se horrorizó.
"Primero que nada hay que cumplir con la justicia", decía. A lo cual
le pregunté: "Qué va primero, ¿la justicia o la misericordia?". El
hombre empezó a decir que la justicia, pero lo pensó mejor y se quedó sin
respuesta.
Probablemente este es el fondo del tema en los
acuerdos de paz de Colombia. Se planteó la paz sin considerar la necesidad de
tener un balance entre la justicia y la misericordia. Como es costumbre en
muchos gobiernos, por desgracia, los acuerdos no se llevaron a un debate
público. No se hicieron consultas públicas y se confió que todo el pueblo
estaría feliz de lograr la paz a toda costa. Hicieron los acuerdos "en lo
oscurito", lejos de la patria, en una nación que no era neutral en este
conflicto. No se cuidaron de trabajar en un terreno neutral, como se ha hecho
en otras ocasiones para conducir negociaciones complicadas. Y el resultado está
ahí.
También, como de costumbre desgraciadamente,
no se consideraron los derechos de las víctimas. Grave falla en los organismos
de defensa de los derechos humanos. Y esto es algo importante. El sufrimiento de
una parte importante de la población en este conflicto, no ha sido tomado en
cuenta. No soy un experto en Colombia, pero pude vivir una parte del terror y
la zozobra diaria que vivía este pueblo tan querido. En el año de 1989 tuve la
oportunidad de pasar, junto con otros colegas mexicanos, algo
más de 100 días, 10 días de cada mes de ese año, trabajando en ese hermoso
país. Desde mi primera visita, antes de 24 horas, la capital se paralizó, se
pusieron retenes militares en todos lados porque acababa de explotar una bomba.
A lo cual siguieron varios atentados y crímenes a lo largo de ese año. En
varias ocasiones, personas a las que había entrevistado eran asesinadas horas
después de que nos habíamos visto. Mis colegas y conocidos colombianos se desvivían
por darnos consejos para evitar ponernos en peligro y siempre veíamos en ellos
el temor de que algo nos pudiera pasar.
Yo sólo tuve una pequeña muestra de ese
terror. No puedo imaginarme como es vivir así por muchos años. Y entiendo que
es demasiado pedir a todas estas víctimas, directas e indirectas, que renuncien
a que se haga justicia. Claramente, la respuesta al clérigo que antes mencioné
es que, al menos en teoría, la misericordia debe estar por encima de la
justicia. Pero tampoco se puede aceptar que no haya alguna medida de restitución
de la justicia. Para ambos campos, no sólo para algunos.
Una situación compleja, para la cual los
negociadores que acordaron a espaldas del pueblo colombiano, no están dando una
respuesta. Parece indispensable revisar los términos de los acuerdos, escuchar
a esa parte mayoritaria de la población que no está de acuerdo y lograr con
ello soluciones que contengan una medida de justicia, de restitución para las
víctimas y las familias de estas. La posición de que "los acuerdos no son
negociables", no contribuye a la paz. Por el bien de esta querida nación,
ambas partes deben de ceder un poco. Deben buscar el balance entre justicia y
misericordia, prefiriendo la última pero sin olvidar la primera. Quiera Dios
que ambas partes encuentren la sabiduría y la generosidad para lograr una paz
duradera en Colombia.
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