En estos tiempos en
que se nos ataca con una “policía del pensamiento", donde volvemos a caer
en la situación donde se trata de acallar a las voces disidentes, en que
estamos bajo la dictadura de lo "políticamente correcto", todas las
personas libres debemos estar preparados para dar las razones de nuestras
creencias. Y el método para ello es el debate de las ideas, de las razones. Una
necesidad urgente en la que coinciden pensadores tan destacados como Enrique
Krauze, entre otros.
El debate ha sido
desde hace siglos un método de enseñanza y de diálogo. Desgraciadamente, en
nuestra era postmoderna donde se le da mucho más crédito a las emociones y
sentimientos que a las razones. El homo
sapiens -el hombre que sabe- ha sido sustituido por el homo videns - el consumidor de la televisión-, hemos perdido la
costumbre y los criterios para un debate que enriquezca a todos los
participantes. Y que haga honor a la lógica y a la razón.
Recientemente
presencié un debate. El tema es lo de menos. El modo como transcurrió el
debate, si es que se le puede llamar así, es lo que importa. El vocero de una asociación
civil debatía con un "especialista" en el tema en cuestión. Dos
presentadores de la televisión estaban jugando el papel de moderador. Para
empezar, los moderadores se dedicaron atacar al vocero de la asociación, con lo
cual el debate se volvió una pelea de tres contra uno. Bastante injusto, diría
yo. El "especialista" desde el principio se dedicó a interrumpir al
vocero. Al modo de Trump, tal vez de un modo incluso más insistente. El hombre
no tenía argumentos, a lo único que se dedicaba era a distraer a su oponente.
Si decide alguna idea que no le gustaba, interrumpía diciendo: "Falso, eso lo toma de la Biblia, es un
oscurantista". Sin explicar por qué afirmaba eso y, por supuesto,
tratando de sacar de balance a su oponente en el debate.
Cuando
el representante de esa asociación le hizo ver que su ataque lo único que
demostraba era que no tenía argumentos, el "especialista" se dedicó a
desprestigiarlo diciendo: “Usted trabaja
para una asociación que trata de cerrar las escuelas públicas para poder
enseñar que la tierra es cuadrada, para imponer sus maneras de pensar. La
escuela donde trabaja fue fundada por un pederasta. Ustedes están en favor del
odio”. Nada de lo cual estaba a debate: ni el representante ni la escuela
en la cual trabaja. Aparentemente, una persona que trabaja en una organización deficiente no puede como ciudadano tener el derecho de sostener y defender ideas con las
que está de acuerdo, según el multicitado “experto”. Probablemente piensa, como
muchos, que si su adversario está mal el “experto” ya no tiene la obligación de
demostrar que sus argumentos son lógicos. Qué es exactamente lo que estaba
ocurriendo. Una actitud muy parecida tomaron los presentadores de la
televisión. Olvidando que su papel de moderadores es de fomentar el debate,
asegurar imparcialidad,
profundizar en los razonamientos, se dedicaron a
distraer al representante de la organización e impedirle que completara sus
razonamientos mediante nuevas preguntas y nuevos cuestionamientos, sin dejarlo
completar lo que quería decir. Se pregunta uno para que invitan a una
organización a un programa de televisión si luego no le van a permitir a su representante
decir lo que quiere decir.
Pero,
por otro lado, esto es de esperarse. Estamos en un ambiente en el que las
verdades y las razones resultan muchas veces insoportables para algunos
sectores de la sociedad. Y al no tener argumentos, al no poder mostrar una
lógica, se dedican a desprestigiar, a manipular y a tratar de hacer quedar mal
al contrincante.
¿Qué
hacer? Una opción es evitar el debate. "Ya
conocemos cómo son las estaciones de televisión, para qué vamos este tipo de
programas si ya sabemos que lo manipularán todo". Esta es una visión
derrotista. Es dejar el campo libre a los oponentes de nuestra manera de
pensar. Otra opción, mucho más realista me parece a mí, es la de aprender a
debatir. Aprender a usar la lógica, a usar nuestra razón. La Razón, así con
mayúsculas, es un instrumento que tiene el ser humano para encontrar la verdad.
Y así hay que tratarlo. Hay que entender ese instrumento, afinarlo, volvernos
virtuosos de su ejecución. Porque en la medida en que una parte mayor de la
sociedad quiera participar en la vida pública, los que queramos participar
tendremos que enfrentarnos a debates, formales e informales, preparados o
espontáneos, verbales, por escrito o mediante imágenes.
Uno
de los grandes maestros del debate en la historia de la humanidad fue Tomás de
Aquino. Cuando uno lee sus escritos, no puede evitar la sensación de que está
presenciando un debate. Tomás de Aquino empieza presentando al detalle la posición
de su oponente, establece con toda claridad el pensamiento y la lógica que
tiene su contrario explicando todos los
argumentos que lo avalan. Una vez que ha completado esa presentación, procede
metódicamente a desmontar la argumentación del contrincante encontrándole las
falacias de lógica, la falta de validez de la información en la que se basa o
lo inadecuado de sus conclusiones.
Este
método, inmejorable en mi opinión, es muy exigente. No sólo debemos
acostumbrarnos argumentar con lógica, cosa difícil porque muy pocos están
preparados para hacerlo. También debemos de emplear bastante tiempo en analizar
la lógica de los que opinan de manera diferente, entender sus motivaciones, la
lógica de sus argumentos, la validez de la información que usan y lo adecuado
de sus conclusiones. Evitar los argumentos de autoridad, que en opinión de
Tomás de Aquino son los menos fuertes, y evitar los argumentos Ad Hominem, los que se basan en
desprestigiar al contrincante sin entrar en la materia del debate.
En
nuestra sociedad no se aprecia ni se enseña a debatir. En otros países, desde
la preparatoria a los alumnos se les
enseña a debatir, se crean clubes de debate y se forman entrenadores de
debatientes. El resultado es que, al menos en algunas áreas de la sociedad, hay
la capacidad de pensar y razonar para poder sostener sus creencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario