Cada poco tiempo, nos vuelven a recordar que estamos en uno de los
peores lugares en la educación entre los países de la OECD, gracias a la prueba
del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA por sus siglas en inglés). Dado
que es una evaluación independiente, es tomada muy en cuenta para ver el avance
de nuestros estudiantes y, en consecuencia, de nuestro sistema educativo.
Como se ha vuelto costumbre, volvimos a ocupar
los últimos lugares en las habilidades básicas de matemáticas, lectura y ciencia. También ocurrió el acostumbrado
torneo de críticas y evasivas, en redes sociales y medios tradicionales. La
imputación más frecuente fue al Secretario de Educación, a los distintos grupos
magisteriales y, como era de esperarse, se usó el magro resultado como una demostración
de lo insuficiente de la Reforma Educativa.
¿Qué tan justas son estas críticas? ¿Qué tan
acertadas son las evasivas? En términos generales, creo que ambos lados se
quedan cortos. El tema se ha vuelto un proyectil que puede arrojarse al enemigo
político, sin que nadie sienta la necesidad de proponer maneras de aumentar
nuestra eficiencia educativa. No se ve un análisis a fondo fuera del sobado
“pónganse a trabajar” y el novedoso “déjennos el futuro a los niños”, que
podría discutirse ampliamente.
En particular vale la pena revisar la idea de
que esto es una crisis y que hay que atenderla rápidamente. Suena lógica. Lo
que no hay es una guía de ruta. La exhortación es a hacer algo, pronto y bien.
Pero, ¿qué? La realidad es que la mejora de la educación no ocurrirá
rápidamente. Y mientras sigamos atorados en temas políticos, menos. El tema del
manejo sindical del profesorado, sigue usando los criterios corporativos de
“los gobiernos emanados de la Revolución”, tratando de tener control político
de varios millones de maestros y sus familiares. Y eso ya no funciona.
El problema, en mi opinión, es que la
educación es del tipo de tema qué, siendo extremadamente importante, nunca ha
sido visto como urgente. Es algo que no da resultados rápidos y, por lo tanto,
no puede ser mostrado como resultado de una administración. Y a nuestros
políticos les gustan los resultados rápidos y vistosos, que son los que pueden
ayudar electoralmente. Es el tipo de temas en donde los resultados tardan años
de crearse y medirse. Al muchacho que entra hoy a la educación preescolar,
tardaremos 15 años para ver si verdaderamente quedó preparado para para ser un
buen ciudadano, capaz de contribuir a la sociedad y de actuar en el mercado
laboral de manera que pueda generar riqueza al país. Mientras tanto, podremos
medir si memorizó, si puede resolver problemas, si entiende lo que lee. Pero la
adquisición de hábitos sociales y de aprendizaje está por verse. Mediremos su
actividad; y solo cuando egrese del sistema, podremos medir los resultados.
Hay otros temas de fondo que revisar. A lo que
estamos llamando educación en realidad es solo instrucción. La educación
incluye la formación de valores, la forja del
carácter, el desarrollo de la posibilidad de formar convicciones
propias. Y eso, usted perdone, no es lo que propicia nuestro sistema educativo.
Solo da instrucción y lo hace mal, como lo demuestra la multicitada prueba PISA.
Nuestra
Constitución, en su artículo 3º dio en la práctica un monopolio casi total del
Estado sobre la Educación, sujetando a la educación privada a ser supervisada y
vigilada por los burócratas de la educación. Se siguió el modelo de los regímenes
totalitarios y los teóricos del control del Estado sobre la población. Al auto
asignarse la educación, estos estados buscaron y buscan tener a una ciudadanía
que no tenga elementos para cuestionar al Ogro Filantrópico que describió
magistralmente Octavio Paz.
Pero lo peor fue que la población, las familias, aceptaron el modelo y
no se cuestionó ni se trató de
complementar sus deficiencias. Lo padres más conscientes se aseguraron de que
los hijos hicieran lo que se les decía en la escuela. Los menos conscientes,
abdicaron su responsabilidad en profesores y autoridades, sin cuestionar los
resultados. Y al desaparecer los exámenes, la mayoría de los padres de familia
supusieron que las autoridades sabrían lo que hacían. Los pocos que estaban en
desacuerdo no protestaban por temor a causarles problemas a los hijos.
Una minoría trató de dar una educación privada a sus hijos y hoy se dan
cuenta, a causa de las pruebas PISA, de que pagaron por la educación dos veces:
una con sus impuestos y otra con cuotas a escuelas privadas que, de acuerdo a esas
pruebas, no mejoran la capacidad de sus hijos. Como dijo Macario Schettino: el
sistema ha logrado unificar la
educación en México: es igual de mala en todos los niveles socioeconómicos.
El tema ha sido enfocado mal desde el principio. La educación es un
tema multifactorial. No se resuelve regalando tablets, creando escuelas de
elite., evaluando a los maestros y corriendo a los malos. No se puede mejorar
si los padres de familia siguen convencidos de que el Gobierno es el principal responsable
de la educación y el único que tiene que opinar, porque nos está haciendo el
favor de educar a nuestros hijos. Hay que romper con estructuras de poder
políticas, convencer a los padres de responsabilizarse de la educación, darles prestigio y relevancia social a los maestros y
remunerarlos de acuerdo a ello. Como han hecho Singapur, Korea, Finlandia y
otros países campeones en este tema. Y, lo siento mucho, pero no será rápido. Porque es un cambio
social y de valores muy profundo. Razón de más para que empecemos lo antes
posible. Porque este es nuestro problema más importante.
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