Justamente en estos días vi en un letrero electrónico
advirtiendo a la ciudadanía que está prohibido insultar a la autoridad. Supongo
que es una campaña para dar a conocer el contenido del nuevo reglamento de
tránsito del Gobierno del Distrito Federal. El tema, sin embargo, me puso a
reflexionar. Si estoy equivocado y este ordenamiento forma parte de nuestra
Constitución, estoy y estamos en graves problemas.
No es que yo tenga muchas ganas de insultar a las
autoridades. Pero lo que me preocupa es el intento de silenciar a la ciudadanía
cuando quiere expresar su desacuerdo con alguna autoridad. Porque, en
principio, no es fácil definir qué cosa es un insulto. La Real Academia
Española define insultar como: Ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones.
Lo cual nos pone en grave predicamento. ¿Quién define lo que es ofender? A
partir de esta descripción, la definición de lo que es insultante depende de los
sentimientos que tenga el supuesto ofendido. Bastaría que yo, si fuera
autoridad, dijera que las palabras, las acciones o los escritos de cualquier
ciudadano me estuvieran provocando o irritando, para que esa persona o
institución cayera en una falta contra ese reglamento y fuera sujeto de una
sanción.
Da la impresión de que nos encontramos ante un intento,
apenas velado, de silenciar a la ciudadanía. Es un claro atentado contra la
libertad de expresión, desde el momento en que no se establece con claridad
dónde empieza y dónde termina el concepto de insulto. Pongamos algunos
ejemplos: si yo le digo corrupto a un policía que me está pidiendo
"mordida", el policía me podría acusar de insultos, porque se sintió
ofendido e incluso irritado por lo que yo le dije. En otro ámbito, si yo le
dijera inepto a algún funcionario público, es decir, a una autoridad, estaría
yo cayendo en el ámbito de las conductas prohibidas y sería sujeto a sanciones.
Ya hemos tenido el caso de algún senador de la República que ha intentado
prohibir que en las redes sociales se ataque a los funcionarios públicos, con
la sana intención de poner una mordaza no sólo los medios en particular sino a
la ciudadanía en general.
Me parece algo muy grave. Nuestras autoridades quieren
volver a los tiempos del virreinato, o posiblemente a épocas aún anteriores,
donde las autoridades eran sagradas e intocables y no era posible decirles que
no estaban funcionando. No cabe duda de que nuestra clase política, misma que
aprueba reglamentos como el que estamos comentando, no está ni siquiera en los
balbuceos de lo que significa ser una autoridad democrática.
Desgraciadamente, este reglamento ya está aprobado por la
Asamblea Legislativa del Distrito Federal y está en vigor. No es fácil echarlo
atrás. Y, dada su intención antidemocrática, es muy difícil lograr enmendarlo.
Habría que hacer un listado de las palabras altisonantes que deberían
considerarse como insultos. También habría que hacer un listado de adjetivos
que califican la actuación de las autoridades y que pueden ser usados sin que
se consideren insultos, por ejemplo: inepto, corrupto, descuidado, impreparado,
inadecuado para su puesto, dictatorial, antidemocrático, autoritario, y otros
muchos más qué, de acuerdo a la definición de lo que significa un insulto,
podrían provocar o irritar a nuestras beneméritas autoridades.
En pocas palabras: las autoridades, en lugar de ganarse el
aprecio y el reconocimiento de la ciudadanía, prefieren silenciar las justas
críticas y las observaciones que los ciudadanos pueden y deben hacer a los
funcionarios públicos que no están a la altura en de los requerimientos de los
puestos que ocupan. Una pésima señal.
De manera qué, de ahora en adelante, la ciudadanía tendremos
que ser particularmente cuidadosos y delicados para no ofender las
sensibilidades de las autoridades, las que han demostrado ampliamente que
tienen la piel muy delgada y a las que les molesta cualquier observación que se
les haga, independientemente de lo justificada que pueda ser. Porque, con toda
probabilidad, muchos se van a decir insultados.
Ni modo. Un clavo más en la tapa del ataúd que la clase
política está construyendo para sepultar nuestras libertades y nuestra recién
conquistada democracia. Y, tristemente, los medios formales, los que se dicen
opinión pública y en realidad son sólo la "opinión publicada", han
permanecido sospechosamente callados en este tema. Un ejemplo más de lo que nos
espera si la lucha contra la democracia que han emprendido las diversas
izquierdas y en algunos casos las derechas, no es detenida.
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