Es grave. Ni partidos políticos, ni comentaristas, ni
encuestadores tienen una idea clara. Sí, saben que pasó. Saben por los números
quien ganó y quién perdió. Pero PORQUÉ, eso es otro asunto. Y si no tienen una
idea clara del porqué, seguirán dando palos de ciego. Como hasta ahora. Y están
arriesgándose a nuevas y desagradables
sorpresas, para todos.
Los primeros perdedores en las elecciones de 2016 fueron
comentaristas y encuestadores. Nadie previó con razonable aproximación qué iba
a ocurrir. Millones gastados en encuestas previas y encuestas de salida, fueron
dinero tirado a la basura. Información inútil para tomar decisiones. Todavía al
día siguiente de las elecciones, los partidos políticos seguían creyendo en sus
encuestas. Y muchos comentaristas no sabían que decir.
Ahora, los mismos que fracasaron estrepitosamente en
interpretar las realidades y las tendencias, nos dan sesudos análisis explicando
qué pasó. ¿Qué tanta credibilidad pueden tener? Los métodos que usaron para
interpretar la realidad, ¿han cambiado? ¿Por qué ahora deberíamos creerles?
Las “explicaciones” suenan huecas. Que por la impopularidad
de Peña Nieto. Pero el presidente era aún menos popular en 2015, y su partido
tuvo éxito en las elecciones federales. Qué porque los candidatos “no
conectaron” con los votantes. Que por las fallas de los virreyes a nivel
estatal. Que por las alianzas. Pero todo
eso se sabía antes de las elecciones, y no fue considerado por los expertos
como puntos relevantes.
Otro sonoro fracaso
es el de la mercadotecnia política. Probablemente esta haya sido una de las
campañas más costosas, medida por gasto contra número de votos emitidos. Y todo
ese gasto no hizo el bien que se esperaba. Hubo saturación de spots, millares
de llamadas grabadas, los “call centers”
que trabajaron fuertemente. Y,
aparentemente, no hay relación entre las cantidades erogadas y los resultados
en las urnas.
El intento de última hora de “rebasar por la izquierda” que
hizo el presidente con la propuesta de matrimonio igualitario, fue señalado por
priistas como la causa de las derrotas. Es difícil de creer. Es como si todos
hubieran estado muy dispuestos a votar por el partido en el gobierno y esa
propuesta haya cambiado la tendencia. No es creíble. Aquí aplica la falacia de
creer que si un evento ocurre antes que el otro, entonces el primero es causa
del segundo. Es la falacia conocida como
Post Hoc ergo Propter hoc, que
está descrita ampliamente en la literatura de la lógica formal. Puede ser que
en algunas localidades haya sido la gota que derramó el vaso. Pero no fue la
única causa de la derrota priista, ni mucho menos. En cambio sí es claro que,
si la idea era atraer votantes a la causa del presidente, la maniobra no
funcionó. Las fuerzas a favor del matrimonio igualitario no le dieron más votos al PRI.
La izquierda opositora no creció, Es más: posiblemente haya
disminuido. El crecimiento de MORENA ha sido a expensas del PRD y otros
partidos de izquierda. Se ha vuelto un juego de suma cero: lo que ganan los
unos, lo pierden los otros. Ahora, si contamos al PRI, la caída de la izquierda
es mayor. Porque, aunque muchos no lo crean, el PRI es un partido de izquierda,
miembro de la Internacional Socialista quien agrupa y certifica en cierto modo
qué partidos se pueden considerar de Izquierda.
En suma, este es un momento que requiere de objetividad.
Urge hacer sentido de lo que ocurrió hace una semana y extraer las lecciones
relevantes. Entender el alcance de los mitos que dominan el “saber político”.
Como la fe en el gasto electoral como predictor del resultado en las urnas.
Como el peso que se le da a redes sociales y a los independientes. Creer que con correr a los responsables de la
derrota tenemos la solución. El mito de
que ganamos porque la ciudadanía está con nosotros, cuando bien puede ser que
ganamos porque odiaban a otros.
Rechazar los mitos y enfocarnos a entender con objetividad
las realidades: esa es la tarea. ¿Estarán los partidos políticos a la altura de
este reto?
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