El proceso para establecer una nueva constitución en la
Ciudad de México es avalado por un proceso legal. Sin embargo, hay una serie de
circunstancias que ponen en duda su legitimidad, por varios vicios en su
génesis y en su procedimiento.
El punto no es sencillo. El que una determinación esté
avalada por las leyes no necesariamente la convierte en un acto legítimo. La
legitimidad en la actuación de los mandatarios la reciben del convencimiento de
la ciudadanía de que están siendo correctamente representados y que actúan de
acuerdo a las necesidades y los deseos de los que se supone están representando.
Por otro lado, si se hace una encuesta seria a la población
de la Ciudad de México, es un hecho seguro que la inmensa mayoría no se siente
representada ni por el gobierno de la Ciudad ni por la Asamblea Legislativa de
la misma. Lo cual agrava la sensación de ilegitimidad de los actos de gobierno,
sin que la elaboración de la nueva Constitución sea una excepción.
El proceso de crear un proyecto se ha mantenido en un
secreto bastante profundo, pero hay algunos datos que se han filtrado y que
avalan lo que antes mencioné. Se dice que
para la votación para elegir a una parte de los Constituyentes, se
espera un abstencionismo del 85%. Esto, suponiendo que se abran todas las
casillas para votar. Se dice que en el 50% de las casillas no se ha podido
nombrar ni siquiera al presidente de la misma, no digamos los otros
funcionarios que deben participar en el proceso. Lo que hace suponer que el
abstencionismo podría ser aún mayor. Pero, aun suponiendo que se puedan abrir
todas las casillas, bien puede pasar que la mitad de ese 15% que va
a votar, supongamos un 8% del electorado, le podrá imponer sus puntos de vista
al 92% del electorado existente.
Por otro lado, el grupo de autonombrados “Notables”, grupo
notoriamente faccioso que sólo ha admitido a miembros de una corriente
ideológica con exclusión de los representantes de otras maneras de pensar,
están trabajando en riguroso secreto en
el proyecto de Constitución, sin permitir que la ciudadanía pueda debatir sus
propuestas, que es de temer que serán claramente sesgadas en el sentido de sus
preferencias ideológicas. Nada nuevo: la izquierda mexicana que se las da de
incluyente, pierde las ganas de incluir cuando tiene que presentarse en un
debate público con proponentes de otros puntos de vista. Y esto no es la
primera vez que ocurre. Las "consultas ciudadanas" que han hecho
estos gobiernos a lo largo de más de dos décadas han sido auténticas farsas,
sin controles ciudadanos, sin posibilidades de asegurar que los resultados que
se publican sean fidedignos. Muchas veces llevadas a cabo mediante encuestas elaboradas a modo y llevadas a cabo
por empresas que son designadas para este trabajo sin seguir la formalidad de
un concurso público. Lo cual lleva a suponer que le deben el trabajo al gobierno de la Ciudad y que, es
de temerse, no presentarán resultados diferentes a los que desean sus
empleadores.
De lo poco que se ha sabido, los rumores son en el sentido
de que se están tratando de incorporar como derechos constitucionales el
derecho a obstruir la vialidad por razones políticas, sin importar los derechos
de las mayorías ni la salud de los habitantes de la Ciudad. También se teme,
porque ya ha habido una declaración al respecto, que se vuelva un derecho
constitucional el "paracaidismo", la ocupación ilegal de predios que
tienen propiedad privada y cuyo derecho se pretende anular pretextando
"motivos sociales". Una táctica muy común de muchos líderes
populistas y que ha sido extraordinariamente rentable tanto políticamente como
económicamente. Todo ello a espaldas de la ciudadanía y sin exponerse a un
debate público.
Es claro que el grupo en el poder en la Ciudad de México
está empujando una agenda legislativa que no corresponde a las demandas de la
mayoría de la población sino a las de minorías con fuerza política y que
contribuyen a crear la imagen de "progresismo" y de "ciudad
social" como está promoviéndose el gobierno de la Ciudad mediante anuncios
en toda la misma. Como si pudiera haber ciudades que no fueran sociales. Pero
el tema de la ignorancia de algunos sectores no es lo que nos ocupa.
Por otro lado, y para añadir mayores motivos a las sospechas
de la ciudadanía, una parte importante de los constituyentes no serán elegidos
sino nombrados por los partidos políticos, de acuerdo con la fórmula
misteriosa, un algoritmo poco conocido, que no deja claro cuáles son los
motivos para que cada cual tenga un grado de participación. Lo cual deja el
proceso de construcción de la Constitución en manos de los políticos y no de
los ciudadanos. Sí, es cierto que se van a permitir candidatos independientes.
Pero dados los mecanismos que están previstos, será muy sorprendente que haya
más de dos o tres representantes independientes en el Congreso constituyente
que tendrá 100 miembros.
Además, los tiempos que se dan para discutir algo tan serio
como la Constitución se han definido con un criterio de tipo propagandístico.
Habrá que festinar la discusión de manera que la nueva Constitución se deba de
promulgar el 5 febrero 2017, de modo que sirva para celebrar los 100 años de la
Constitución Federal que hoy nos rige. Si hay diferendos importantes, si hay
cosas que requieran mayor análisis, habrá que evitar su discusión o manejarlos
mediante el conocido "fast track”, la vía rápida mediante la cual se
aprueban muchos caprichos de los políticos, también llamada la
"legislación al vapor". O por
“mayoriteo”.
Y todavía falta por ver el contenido. Una constitución
moderna debería de ser corta, muy clara,
con postulados muy precisos y que no se presten a la discreción y a la
interpretación abusiva. Debería contener fundamentalmente derechos (que en su
mayor parte son los de la ciudadanía) y obligaciones (que en su mayor parte
deberían ser de los gobernantes). Deberían atender las grandes inquietudes de
los ciudadanos, como por ejemplo conceptos constitucionales contra la
corrupción, tema que no ha pasado por las mentes de nuestros
"notables", mientras les parece muy importante legislar derechos para
minorías olvidando que las mayorías, por lo menos en un sistema democrático,
también tienen derechos y que, en caso de conflictos de derechos y
obligaciones, la constitución debe de establecer los mecanismos para dirimir
las diferencias.
¿Qué es mucho pedir? Puede ser que usted tenga razón. No
podemos esperar mucho de los “notables”
ni de los constituyentes. O de los políticos, si a esas vamos. Ante el
poder que se han asignado a espaldas de la ciudadanía, estamos desarmados.
Debería someterse esa Constitución a un referendo, después de un amplio debate
público que permita a la ciudadanía tomar una decisión informada.
Si no se hace esto, claramente tendremos una Constitución.
Lo que no tendrá tal constitución, será la legitimidad que sólo la ciudadanía
puede dar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario