A una semana de elegir a los constituyentes de la Ciudad de
México, sigue reinando un gran desinterés ciudadano. Y la pequeña minoría que
sí está interesada dispone de muy escasos elementos de juicio para tomar una
decisión. Agregue usted un claro
desconocimiento del alcance que debe tener una Constitución y el resultado es
una gran confusión. Mal augurio para la Ciudad.
Hasta el momento, el debate público sobre lo que pretenden
las diferentes fuerzas políticas para la ciudad es prácticamente inexistente.
Un lector mediano de periódicos no tiene suficiente información como para decir
cuáles son las diferencias en las posturas de los diferentes partidos y
candidatos independientes. Y, recuerde usted, los lectores de periódicos son
una minoría en esta ciudad.
Sí, si usted consulta la página del Instituto Nacional Electoral encontrará la plataforma
electoral de los nueve partidos contendientes más la de los 21 candidatos independientes:
30 plataformas electorales. La cantidad de material de lectura es enorme. Entre
todos los partidos políticos las plataformas cubren 223 páginas, habiendo algún
partido que describe su plataforma en 39 páginas y el que menos presenta su
plataforma en 17 páginas. Los candidatos independientes tuvieron más
misericordia del electorado: la plataforma más extensa cubre 17 páginas pero
hay varios de ellos que lograron expresar sus ideas en dos páginas. De todas
maneras, el ciudadano concienzudo que quiera enterarse de las propuestas de partidos
e independientes tiene que leer poco más de 360 páginas, la extensión de dos
libros medianos. En un país donde la mayoría de la gente lee menos de un libro
al año, esto es una garantía de que la inmensa mayoría del electorado no leerá
estas plataformas.
Por otro lado, los partidos y los candidatos independientes
han hecho una mínima difusión de sus ideas. Hay algunos espectaculares donde
por toda propaganda se pone la cara del candidato. Eso sí, a todo color y con mucho Photoshop. ¿Qué nos dicen? Su nombre y
el número de su planilla. Como si esto fuera motivo suficiente para
preferirlos. Otros partidos han contribuido a reducir el desempleo, poniendo
muchachos y muchachas en los semáforos a exponer mantas con el nombre de su
partido y algún lema. Por ejemplo: “por una constitución chilanga". Bueno,
yo creo que hasta el menos ilustrado en cuestiones políticas se habrá imaginado
que nadie está proponiendo una constitución tapatía o regiomontana. Pero, por
lo visto, algunos partidos consideran que eso es un argumento de peso.
Finalmente, a lo que parece que están apostando los partidos
establecidos es a ganar por el prestigio de sus siglas, ya que solamente el
voto duro, es más, el voto durísimo será el que les dará escaños en esta
asamblea constituyente. No queda claro a qué le están apostando los candidatos
independientes. No disponen de un voto duro, no han hecho campañas convincentes
y seguramente estarán confiando en el hartazgo de la ciudadanía contra los
"políticos de siempre".
A menos que usted sea una persona entrenada en lectura
veloz, no habrá podido leer estas plataformas que fueron entregadas en su
mayoría a finales de abril. Su mera extensión las hacen difíciles de entender y
de establecer un mínimo cuadro comparativo de propuestas, muchas veces ahogadas
en un mar de palabrería. De una lectura superficial aparecen ideas de lo más
peregrino. Claramente, muchos de los candidatos no entienden la diferencia
entre crear una Constitución y crear un plan de gobierno, el cual contiene múltiples propuestas de campaña
que, generalmente, son en realidad proyectos con un principio y un fin
claramente determinados, no criterios jurídicos que permitan establecer con
toda claridad los derechos de los ciudadanos y las obligaciones de los
gobernantes.
En una rápida lectura de dichas plataformas hay propuestas
como, por ejemplo, poner como un precepto constitucional el que ya no se
construyan en la ciudad casas de un solo
piso y que sea una obligación el crecimiento vertical de las construcciones
habitacionales. Otros, proponen incluir los derechos de los animales, que sea
obligación del Estado incorporar el deporte en la vida diaria de los chilangos,
ofrecer Wi-Fi gratis a todos en la
Ciudad de México (y, por supuesto, cuando en 10 años ya no haya Wi-Fi…). Todas
cosas muy buenas, pero que no son de rango Constitucional y algunas ni siquiera
del dominio del Estado. Y, para ser justos, hay otras propuestas muy sensatas,
como la posibilidad de revocación de
mandato y el derecho al referéndum.
Mientras tanto, mi confusión persiste. ¿Por quién voto? ¿Por
los mismos que me han pedido mi sufragio desde que llegué a la edad ciudadana y
que me han decepcionado una y otra vez? ¿Por aquellos que se ostentan como
independientes y hacen propuestas que son lugares comunes y en muchos casos,
temas que no deben formar parte de una
Carta Magna?
Queda muy poco tiempo para aclarar todas estas confusiones.
Claramente, lo que ocurrirá es una votación escuálida, muy poco representativa
del sentir de la ciudadanía, y que tendrá en su base el pecado original de su
ilegitimidad, al haber sido impuesta a la mayoría de la ciudadanía por una
minoría que siguen a sus partidos por razones políticas. Ojalá esté equivocado.
Porque bien puede ser que esta Constitución nazca como letra muerta. Sujeta a
que muchas personas sensatas busquen la manera de ampararse contra sus
preceptos o encontrar la manera de evadirlos.
¿Habrá algo por hacer? No mucho. Golpe dado ni Dios lo
quita. Pero sí, nos queda algo. Seguir insistiendo sobre el tema. Dar
seguimiento cercano al documento preparatorio, discutirlo, proponer opciones y buscar que la
Constitución de la Ciudad de México se apruebe en referéndum. Aunque no sirva
para celebrar los 100 años de la constitución de 1917.
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