El referéndum que aprueba la
salida del Reino Unido (formado por Inglaterra, Gales,
Escocia e Irlanda del Norte) de la Unión Europea (UE), tiene una gran cantidad de consecuencias.
Independientemente de sus efectos económicos, las razones por las que se votó
en uno u otro sentido, la profundidad del análisis que hizo la ciudadanía al
votar y lo convincente de las argumentaciones en uno u otro sentido, plantean
interrogantes sobre la madurez de las democracias en el siglo XXI.
Un trauma para algunos, un júbilo
para otros, el apoyo a la salida del Reino Unido de la Unión Europea (por 52%
del voto), denominado BREXIT (por salida de Britania de la UE) puede ser
aplaudido como un éxito de la democracia. Una gran participación del voto y la
inscripción de centenares de miles de nuevos votantes, dan fe del interés que
despertó el tema y de la confianza en el poder del voto. Más del 72% de los
ciudadanos votaron, una altísima participación en una era donde en casi todos
los países escasamente logran que voten entre el 40 y el 50% de los ciudadanos.
En cuanto a quienes y como
votaron: los jóvenes de 20 años a 30 años, que optaron por quedarse en la UE,
fueron el 60% en promedio mientras que los mayores de 65 años que votaron por
quedarse son el 30% de los votantes de esas edades. El hecho de que haya una
gran población de mayor edad y que participa más que el promedio, impulsó el
voto por el BREXIT. En otros aspectos, las personas profesionales, con grados
universitarios y que tienen pasaporte (y, presumiblemente, viajan más fuera del
país) votaron por quedarse. En principio, los jóvenes de hasta 30 años tendrán
que vivir por 50 años o más con los resultados de esta decisión. Los mayores de
65, tendrán que vivir con esta decisión por 15 años o menos.
En cuanto a los motivos, hay
razones para preocuparse. Una gran parte de los que votaron por salir de la UE,
lo hicieron en protesta por la gran cantidad de emigrantes que están llegando a
la Gran Bretaña procedentes de otros países de Europa, mayormente de los países
de Europa Oriental. Otros lo hicieron, apoyándose en el hecho de que el Reino
Unido da una cantidad importante de dinero a la UE. Hubo una gran cantidad de
información sobre el hecho de que los emigrantes dan más en impuestos que lo
que cuestan al erario y de que la cantidad que se da a la UE es mínima
comparada con el producto interno bruto de La Gran Bretaña. Pero la votación se
dio por impresiones, atendiendo a la emotividad. Los razonamientos no
convencieron a una gran parte de la ciudadanía. Una gran cantidad de los
votantes que aprobaron la salida, buscaron castigar al gobierno, a los grandes
banqueros o a los burócratas de la UE,
sin mucha atención a otras consideraciones.
En una era de amplia
disponibilidad de la información, es interesante que, después del voto, se triplicó el número de búsquedas de los
británicos en Google sobre dos temas:
¿Qué significa dejar la UE? tuvo el primer lugar. ¿Qué es la Unión Europea? ocupó el segundo lugar. Un esperaría esas
consultas antes del voto, no después.
Seguramente habrá consecuencias y
tal vez sea pronto para decir cuáles. La caída de la libra esterlina a niveles
como los de hace 30 años o la caída de la Bolsa de Valores en mayor medida que
en la crisis que inició en el 2007, son efectos de una especulación de corto
plazo. Las consecuencias a largo plazo no se verán en el lunes 27 de junio. El
proceso de salir de la UE tomará dos años, aunque habrá temas que se estiman
tardarán hasta 5 años. El impacto se verá bastante después.
Lo que urge, me parece, es una
reflexión muy seria sobre la democracia en este inicio del siglo XXI. Si se
consolida el hecho de que se vote por impresiones y no por razonamiento, el
enojo o el contento guiarán las decisiones de los votantes. El pan y circo, el
populismo, las ofertas imposibles de cumplir, serán los motores del sentido de
las votaciones. Los jóvenes y los que tienen mayor educación, tendrán menos
peso mientras que los mayores y los que tienen menor educación serán los que
muevan las grandes decisiones. Lo cual no es nuevo. Este ha sido siempre el
gran argumento contra el sistema democrático. De ahí que en la antigua Grecia
se le negara el voto a los siervos y a las mujeres. Así como en el siglo XIX y
parte del siglo XX se le negara el voto a los analfabetas y a las mujeres,
alegando que no tenían la capacidad de votar racionalmente.
La ciudadanía del siglo XXI,
inundada de información no validada, de la que es difícil hacer sentido,
condicionada por los medios en un esquema donde lo emocional es mucho más
importante que lo racional, fácilmente votará por impresiones y sentimientos,
no por razones. Más que ganarse la inteligencia, ahora hay que ganarse los
sentimientos, los corazones de los votantes.
Lo cual no necesariamente es
malo, pero que supone una tarea muy urgente en la educación del ciudadano. Una
educación básica, escolarizada, de mayor calidad y una educación ciudadana que
nos permita ejercer con sabiduría nuestro papel de mandantes. Un gran déficit
en muchos países y no solo en los países en desarrollo.
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