Sí, finalmente voté para elegir a los Constituyentes de la
Ciudad de México. Lo hice con desgana. Con profunda desconfianza. Porque
no creía en ninguno de los candidatos. Y
sigo sin creer en ellos. Pero lo volvería a hacer, porque no se trata de ellos.
Se trata de un bien superior.
Pero, tratando de tomar perspectiva, lo que nos está pasando
a nosotros es un síntoma de un mal mucho mayor y muy extendido. Un mal que, me
temo, está atacando a las naciones que no tienen un sistema de gobierno
autoritario. Los síntomas abundan. La causa, no es tan clara. En lo superficial
hay una profunda desconfianza, un profundo descontento hacia los partidos
políticos. Los síntomas están por todos lados. El crecimiento de los partidos
independientes en España, en unos cuantos meses. El hecho de que los austriacos
estuvieran a punto de tener un presidente de extrema derecha, que no
corresponde a ninguno de los partidos políticos tradicionales. El crecimiento
de candidaturas independientes como la de Donald Trump, agregado en el Partido
Republicano de Estados Unidos, pero que se ha "vendido" como alguien
que viene de afuera del sistema político. La dificultad que encuentran cada vez
más los partidos tradicionales para formar gobiernos con legitimidad, teniendo
que recurrir a alianzas. Como están ocurriendo en estos mismos momentos en
nuestro país donde los partidos tienen que buscar alianzas para lograr primeras
minorías que les permitan gobernar.
Esta desconfianza está en todas partes. Eso es el síntoma y
la causa un poco más de fondo está en la quiebra del sistema de partidos. El
tema va más allá de la desconfianza: en muchos casos se pasa de la desconfianza
al enojo. En muchos casos, ya no se vota por alguien: se vota en contra de
alguien. Se vota por odio. Se vota con el hígado, no con la razón.
Es fácil concluir de ahí que es la democracia la que está en
quiebra. Yo no estoy de acuerdo. No es forzoso que haya partidos políticos para
que haya democracia. Los partidos políticos son un dispositivo, una
conveniencia para poder organizar a las distintas opciones políticas y poderlas
presentar a la ciudadanía de manera que pueda expresarse de una manera
coherente. Pero no son indispensables. Claro, los partidos políticos no quieren
ni pueden creer en esto. Porque les conviene no creerlo. Su mensaje para
nosotros es simple y aterrador: "sin nosotros, lo que queda es la
anarquía". Parafraseando a algún famoso rey absolutista, su mensaje es:
"O nosotros, o el Diluvio".
De hecho, muchas de nuestras formas e instituciones democráticas
proceden de una situación demográfica que ha cambiado radicalmente y de una
situación tecnológica completamente distinta. Cuando se empieza a generalizar
la democracia en los siglos dieciocho y diecinueve, el 80% o más de la
población de los países vivía en los campos, en comunidades pequeñas y muy
apartadas entre sí, con pueblos pequeños que servían de puntos de comercio y de
reunión, con comunicaciones muy primitivas y lentas así como con una gran
escasez de noticias.
Para producir un sistema democrático en esa situación, era
muy difícil tener un voto directo sobre la mayoría de los asuntos del Estado.
Por lo cual, esas comunidades elegían sus representantes, lo que ahora llamamos
diputados, para que presentaran sus puntos de vista a los congresos legislativos.
Por supuesto, para poder recoger la opinión de los ciudadanos, los diputados
tenían que dedicar normalmente una gran cantidad de tiempo en transportarse y
visitar a todas las comunidades relevantes y recoger las opiniones que deberían
presentar ante las diversas legislaturas. De ahí que los congresos sólo funcionaran
una parte del año en períodos ordinarios de sesiones y el resto del tiempo se dedicaba a cumplir su
función de comunicación.
Hoy la situación es completamente diferente. En la mayoría de
los países, el 80% de la población vive en ciudades. Los viajes se han vuelto
extraordinariamente rápidos; si antes un diputado por Sonora podría tardarse
semanas para llegar de la capital del país a su Estado, ahora sólo requiere
unas cuantas horas. Las comunicaciones, muy sujetas a ser interrumpidas,
podrían tomar mucho tiempo para que las noticias generadas en el Congreso
llegaran a todo el país; hoy se podrían estar recibiendo esas noticias
prácticamente en tiempo real. Y también se puede hacer un voto directo
prácticamente sobre cualquier tema: la tecnología está disponible y con 85
millones de teléfonos celulares para una población de 128 millones de personas de
los cuales 87 millones están empadronados, el tema de la consulta directa de
los ciudadanos ya no representa un problema: la infraestructura existe y está
funcionando. Lo que no está presente aún es nuestra preparación para hacer uso
de esa facultad. Pero no es imposible.
¿Nos podemos imaginar un futuro donde las decisiones
legislativas y otras decisiones de gobierno puedan ser consultadas directamente
a la ciudadanía? Si podemos, y probablemente estén más cerca de lo que nos
imaginamos.
Pero en un período intermedio, lo que se puede prever es que
los partidos políticos sean cada vez menos y menos relevantes, que cada vez
haya más cuerpos independientes que tomen parte de las funciones que hoy en día
monopolizan las formaciones políticas. Grupos intermedios, verdaderamente
ciudadanizados, totalmente apolíticos y apartidistas que asuman muchas de las
funciones que voy están llevando a cabo los partidos políticos, cada día más
desacreditados. O tal vez, el esquema que sea otro. A mediados del siglo dieciocho,
era difícil imaginarse un gobierno sin monarquías. Unas décadas después, era
claro que eso no era un imposible.
Claramente, a casi nadie nos gusta el sistema actual de los
partidos. El sistema ha quebrado, porque su único sustento que es la confianza
ciudadana, ya no está ahí. Pero nos cuesta trabajo imaginar el sistema que
sigue. Podemos refugiarnos en el autoritarismo, o podemos buscar nuevas formas
democráticas que sí respondan a la confianza de la ciudadanía. O más que
buscarlas, habrá que construirlas. Es un rompimiento total con el pasado. Las
viejas formas, los viejos moldes, las instituciones que nos sirvieron en una
etapa, ya dieron todo lo que podían dar de sí. Llegó el momento de relevarlas.
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