¿Porqué Cuenta Larga?

¿Porqué cuenta Larga? Los mayas tuvieron dos maneras de llevar el calendario: la cuenta corta (el año o tun) y la cuenta larga, de 144,000 días, el baktun, equivalente a 395 años y medio, aproximadamente.

Las organizaciones deberían tomar en cuenta esta filosofía. Hay decisiones de corto plazo (Cuenta Corta) y de largo plazo (Cuenta Larga). Este blog está orientado a las situaciones de largo plazo y su influencia en las organizaciones

viernes, 29 de octubre de 2021

Ancianos y COVID-19

 

Para todos es bastante claro que, por lo menos en nuestro país, a los ancianos se les dio un tratamiento preferencial en el aspecto de la vacunación para prevenir su contagio por el COVID-19. Y para ello había razones: el tema de que son más vulnerables por su edad y por el hecho de que, teniendo otros padecimientos, es más probable que su contagio sea grave. Y la población, en general, acepto con gusto. Las ventajas, por supuesto, era reducir la progresión de la pandemia y desahogar los servicios de terapia intensiva como la llamada intubación. En términos generales, los jóvenes y los adultos aceptaron esto que en otras circunstancias podría haberse sentido como  una imposición. Incluso por el hecho de que, por regla general, los adultos mayores ya contribuyen poco en los aspectos económicos a la sociedad.

Recientemente estuve en una cola de un hospital público, donde una buena cantidad de derechohabientes estaban  en la calle, antes de la salida del Sol, esperando para entrar a recibir un servicio de laboratorio clínico. La cola era relativamente larga y todos trataban de guardar más o menos la distancia prescrita. En medio del silencio de los que estaban esperando llegó un taxi que se estaciono en la parte más cercana a la puerta.  El conductor se bajó y ayudó a un adulto bastante mayor a bajar del automóvil. Lo acercó a la banqueta, le ayudó a subir a la misma, y se retiró. El anciano pregunto a los que hacían cola por donde había que formarse y de inmediato los que estaban cercanos a él le hicieron hueco. Alguno le dijo a los demás que estaban esperando, si aceptaban que se le dejara entrar, con lo todos que estuvieron de acuerdo, y el anciano tuvo un lugar. Casi inmediatamente una señora encontró en algún sitio un banco, lo ofreció al anciano, y una joven fue hasta la puerta del hospital y regresó con una silla de ruedas para que el anciano pudiera estar más cómodo. Todo esto, sin protestas, sin enojos, con la aceptación de todos los que estaban en el lugar. Lo cual no es algo común, pero nos muestra cómo la pandemia, que ha descubierto muchas carencias, ha dado visibilidad a los mejores sentimientos de la población. Algunos minutos después llegó una joven, evidentemente familiar del anciano, y se hizo cargo de él. Pero ya había sido cobijado y apoyado por una serie de desconocidos, sin relación con él, y que se ocuparon de ayudarlo.

Independientemente de estas situaciones, hay un tema de salud mental del cual se ha hablado relativamente poco. El confinamiento ha separado muchas veces al anciano de sus familiares, sobre todo en las primeras etapas de la pandemia. Lo cual vino a agravar el tema de soledad que enfrenta la gente de la tercera edad. Varios de ellos resintieron fuertemente el que se les separara de los hijos y de los nietos, sobre todo en los casos de aquellos ancianos que viven solos. Pero aún en los que viven en una familia extensa, acostumbrados a tener muchas veces una “soledad en compañía”, sintieron que el hecho de que toda la familia estuviera reunida durante todas las horas hábiles reducía el tiempo que podían tener para compartir con hijos y nietos.

¿Cuáles son las consecuencias médicas de este aislamiento? ¿De qué manera se deteriora la salud mental del adulto mayor qué resiente un mayor grado de aislamiento que el que de por sí estaba padeciendo debido a su edad? Es claro que en nuestra sociedad el adulto mayor se siente cada vez más inútil, cada vez menos necesario, cada vez menos apreciado. Que reciban las vacunas antes, obviamente tiene un aspecto positivo. Pero también es cierto que, normalmente, el adulto mayor tiene menor contacto con hijos y nietos. Aun cuando puede aprovechar las ventajas de la tecnología que le permite tener algún contacto, aunque no sea igual de satisfactorio. Ventajas que los adultos mayores están adoptado con singular alegría. Encontramos abuelas que son unas verdaderas tigresas del WhatsApp y del Zoom. Pero los abrazos y besos, los efectos del contacto físico no están ahí. ¿Cómo podemos suplir esa carencia del adulto mayor?

Estamos viviendo, en opinión de pensadores muy apreciados, la llamada cultura del descarte, que empieza en parte por un consumismo que lleva a sus víctimas a descartar una parte importante de sus propiedades, simplemente por razones de novedad o de moda, y que se ha ido trasladando a otros segmentos de la sociedad: a los pobres, a los que tienen alguna discapacidad, incluso los que tienen un origen racial diferente, y con mucha frecuencia a los ancianos. Una cultura que desecha a todos aquellos que por diversas razones no pueden aportar lo mismo que lo que aporta la parte mayoritaria de la población. Y, en el extremo, incluye también descartar a los niños, naturalmente incapaces de aportar a la economía de la sociedad y que son muchas veces vistos como una carga. Con todas las consecuencias de esta manera de pensar.

El tema no es simple. Poner la economía en primer lugar, como ocurre en muchas tendencias políticas tanto de derecha como de izquierda, está teniendo consecuencias desastrosas, al considerar que los que tienen menos que aportar deben ser desechados, descartados, discriminados. Finalmente, una sociedad bien constituida, tiene claro que una parte de la sociedad, los adultos, se tienen que hacer cargo del apoyo a los niños, a los ancianos, a los pobres y a los discapacitados. La solución fácil es descartar a todos aquellos que no generan ingresos económicos similares a los que puede aportar la mayoría. Lo difícil es encontrar en nuestros corazones la compasión, en el buen sentido del término, para rechazar esa cultura del descarte y adoptar una cultura de solidaridad hacia todos.

Antonio Maza Pereda

 

viernes, 1 de octubre de 2021

Patriotismo, un concepto confuso

En estos días terminamos el mes de la patria. Uno de los meses con mayor número de festividades y celebraciones, por lo menos en la mayoría de los años. En estos años de pandemia y también en aquellos de crisis económica, generalmente se observan menos celebraciones, pero al menos en el seno de las familias no se dejan pasar desapercibidas estas festividades.

Sin embargo, pese a lo difundido de las celebraciones, no hay duda de que es un concepto que a veces se nos escapa. ¿Qué es Patria? Con alguna frecuencia pensamos: ¿qué es lo que celebramos? ¿Qué significa ser patriota? ¿A qué le llamamos patriotismo? ¿Consideramos como parte de la patria a todos nuestros conciudadanos? En ocasiones, nos parece que únicamente las Fuerzas Armadas y los niños de las escuelas primarias deliberadamente veneran los símbolos patrios. Para el resto de la población, estos símbolos sólo sirven como un adorno para festividades que marcan el otoño, parecidas a otras de muchas culturas que marcan el final de las cosechas.

Porque ser patriota no significa únicamente celebrar las festividades de este mes u otras como el 5 de mayo, el 5 de febrero y similares. Tampoco significa únicamente respetar y rendir honores a los símbolos patrios, a la bandera, a sus colores, al escudo nacional. Cada vez es menos frecuente el que se rindan honores a la bandera, con la excepción ya mencionada de los niños de la primaria, las Fuerzas Armadas, los honores a funcionarios de alto rango y otros similares. Algo parecido ocurre con el himno nacional. Todavía no hace mucho tiempo, cuando en algún lugar público sonaba el himno nacional, por ejemplo, en las estaciones de autobuses o en los puertos aéreos, una parte importante de los presentes se ponían de pie, guardaban silencio y algunos hacían el saludo civil a la bandera. Algo que ya no ocurre. Sí, algunos conservan estos honores. Por ejemplo, la última vez que estuve invitado a una reunión en la Coparmex, hubo una sencilla ceremonia de honores a la bandera. Y no sé si sigue ocurriendo, pero ya en aquella época era algo raro de ver.

Pero estos no son más que síntomas. Los símbolos patrios son eso: símbolos. Lo importante es lo que representan. Representan la tierra de nuestros ancestros, pero también la nación que algunos escogieron para vivir, y que muchas veces son tanto o más patriotas que los que tienen un largo historial de antepasados en nuestro país. Y eso, a pesar de que muchos han sufrido discriminación, como los mexicanos de origen judío y hasta genocidio, como el que sufrieron los mexicanos de origen chino al principio del siglo XX, en varios estados del norte de nuestro país.

En muchos casos, los regímenes dictatoriales canalizan y procuran el odio y el descontento hacia las minorías, con el fácil recurso de acusarlos de antipatriotas. Como cuando se dice que los que tienen cierto tipo de ideología son forzosamente antipatriotas. Como cuando se acusa de antipatriotas a los neoliberales o, como ocurre en Cuba, cuando se acusa de antipatriotas a los que no aceptan a su régimen dictatorial. A veces, incluso se acusa de antipatriotas hasta a las diferentes etnias que sobreviven en este país.  Que a veces es todo lo contrario: Hace ya muchos años, cuando el levantamiento Zapatista en Chiapas, muchos vimos la imagen de la comandante Ramona, llevando en sus brazos con cariño y respeto la bandera nacional. Y yo me cuestionaba cuantos de los que nos decimos patriotas tratamos con esa ternura el símbolo de nuestra patria.

“La Patria es primero”, es la frase que resume el concepto de patriotismo. Pero hay que ir más allá del símbolo. Ser patriota no significa solo un concepto hermoso, pero abstracto. Tiene que llegar a lo concreto. A un modo de ser, respeto y cariño a los símbolos patrios, a “sus volcanes, a sus praderas y flores”, como dice esa bella nación México lindo y querido. Un respeto y cariño a todos los mexicanos por el solo hecho de serlo, un buscar paz y concordia, aborrecer la división y la discriminación. Rechazar la siembra de odio entre los mexicanos, porque también hay que reconocer que, tal vez sin querer, no hemos dado cariño y respeto a nuestros compatriotas. Ojalá que, al iniciar el tercer centenario de vida independiente de nuestra Patria, hagamos más vigente y fuerte nuestro patriotismo.

Antonio Maza Pereda