¿Porqué Cuenta Larga?

¿Porqué cuenta Larga? Los mayas tuvieron dos maneras de llevar el calendario: la cuenta corta (el año o tun) y la cuenta larga, de 144,000 días, el baktun, equivalente a 395 años y medio, aproximadamente.

Las organizaciones deberían tomar en cuenta esta filosofía. Hay decisiones de corto plazo (Cuenta Corta) y de largo plazo (Cuenta Larga). Este blog está orientado a las situaciones de largo plazo y su influencia en las organizaciones

sábado, 28 de noviembre de 2015

¿Cuáles son los argumentos en contra de la independencia de Catalunya?


¿Qué argumentos hay en  contra de la independencia de  Catalunya? ¿De qué manera quieren los demás españoles convencer a los catalanes de que no se independicen? En los medios ha aparecido una gran diversidad de argumentos, de distinto mérito y profundidad.

Hay argumentos muy superficiales. Por ejemplo: el hecho de que el  Club de Fútbol Barcelona deje de estar presente en las competencias internacionales, por no ser parte de la liga Española. Como si el Mónaco no fuera parte de la Eurocopa. O que los colores de la Señera, la bandera catalana, están en la bandera Española. Es como si dijeran que, ya que el partido mexicano PRI usa los colores de la bandera mexicana, todos los mexicanos deberían de votar por ese partido (lo que, de paso, creen muchos dirigentes de ese partido). O el hecho de que Catalunya ha formado parte de España por muchos siglos, un argumento que podían haber esgrimido los musulmanes en contra de la Reconquista de Andalucía. O el argumento de que los partidos separatistas están tratando de ocultar su corrupción a través de sus campañas secesionistas. Como si los partidos españoles fueran ejemplo de probidad. Es como el comal que le dice a la olla: “no me toques porque me tiznas”.

Tiene más fuerza el argumento económico, porque no es difícil argumentar que Catalunya perdería al no tener los mercados de la Península y quedar fuera de la Unión Europea. Si es que fuera así: Catalunya es la 14ª economía de Europa, algo nada despreciable. Pero también es cierto que España perdería casi el 20% de su producto interno bruto y algo más de eso en recaudación fiscal, así como una parte importante de su comercio interior y sus exportaciones. Todo ello, perdiendo casi el 16% de la población. Sí, Catalunya perdería, pero también perdería el resto de España. España es más fuerte económicamente y más competitiva internacionalmente con Catalunya que sin Catalunya.

El otro argumento, el electoral, señala que sólo el 46% de los votantes en las pasadas elecciones votaron por los partidos separatistas. Pero eso, en realidad, tiene arreglo: basta que al declarar independiente a Catalunya se les desconozcan los derechos electorales a los andaluces, murcianos y valencianos que han emigrado a esas provincias. Lo cual puede hacerse dándoles derechos legales para trabajar, sin darles derechos electorales. O bien, dejando que abandonen las provincias para darles trabajo a su gran número de desempleados. Cosas que puede hacer un país independiente, como lo hicieron algunos países hispanoamericanos al declarar sus independencias y expulsar a un número importante de españoles.
Está el argumento de la legalidad: la independencia catalana va contra la Ley. Cierto. Pero, de fondo, la mayoría de los procesos de independencia de los países, han sido ilegales. Lo fue Irlanda, lo fue Israel, lo fueron muchos países africanos, lo fue la India en la mayor parte de su proceso de independencia. Lo fue toda Hispanoamérica, y los reinos de Europa tardaron mucho en reconocer su independencia.
Probablemente el argumento más fuerte es el argumento de la unidad de España. Un logro de muchos siglos, de una larga lucha de reconquista y una historia de toda clase de calamidades, incluyendo la invasión francesa y la pérdida de Gibraltar así como de las colonias y la  guerra  civil. Pero dentro de este argumento hay una parte formal y una parte sustantiva. La parte formal es la legislación, la Constitución. Éstas, tienen fuerza en tanto cuanto reflejen la realidad de la ciudadanía. De otro modo, es un formalismo en el cual no cree la población. Si, por supuesto que se puede obligar, incluso con la fuerza de las armas y con acciones policiacas, a que se conserve una unidad que vaya a contrapelo de una parte importante de la población. Se puede lograr, pero no se puede convencer por esos medios. Pueden encarcelar a los dirigentes secesionistas, a riesgo  de convertirlos en mártires y profundizar en el descontento de la población que no quiere ser parte de España. Otras medidas, como un bloqueo económico en caso de que se dé la independencia, tendrían un efecto parecido. Puedes rendir por hambre a la población, pero los ejemplos históricos de aislamiento económico a países como Cuba y como el que ocurrió en los cuarentas para la España franquista, demuestran que raramente esas medidas cambian fundamentalmente las cosas. Porque se trata de convencer, no de vencer. 

Lo que no se lee en las argumentaciones publicadas, es un ánimo de convencer a los catalanes de que España los quiere. No he visto, salvo alguna excepción, argumentaciones en las que se diga que los españoles quieren a Catalunya, que necesitan la unidad porque son valiosos para España. Es muy difícil convencer a alguien de que se quiere la unidad acusando a los catalanes de separatistas, sediciosos, vanidosos, engreídos y tontos. Qué, sin usar estas palabras exactas, ése es el tono que se desprende de la lectura de muchos artículos en contra de la independencia de Catalunya. No alcanzo a comprender cómo habrá quien crea que, a través de escarnios,  se puede convencer a alguien de que buscamos la unidad. Si yo fuera catalán, la lectura de la prensa que se opone a la independencia de Catalunya me convencería de que, efectivamente, los españoles no aprecian a los catalanes y que quieren solamente seguir teniendo una fuente de impuestos y un mercado disponible, pero que no buscan de fondo una unidad basada en el aprecio mutuo.

¿Hay otros medios de lograr la unidad? Sí, pero no son rápidos de implementar y los resultados pueden tardar en materializarse. Se trata de reconstruir la Unidad así, en mayúsculas, basada en el convencimiento de que nos queremos y nos necesitamos. La secesión de  Catalunya es una tragedia, porque ya existe en los corazones y solo falta formalizarla. Es una tragedia  como cuando un esposo abandona a su mujer e hijos. Ni los argumentos legales ni los económicos lo van a convencer, porque la separación ya ocurrió, solo falta formalizarla. ¿Se puede reparar esa separación? Sí, pero no es sencillo. Los argumentos jurídicos, económicos, sociales y hasta religiosos no bastan para reconstruir esa unidad.


En el caso de Catalunya, habría que empezar por entender las razones que tienen los  catalanes para creer que los demás españoles los han tratado injustamente. Y, una vez entendidas, pedir perdón.  Muy difícil, pero si la Iglesia por medio de San Juan Pablo II pidió perdón por hechos ocurridos hace muchos siglos, otros podrían hacerlo. Claro, entiendo que esto es lo último que los partidos políticos van a hacer. Esto tiene que salir de la Ciudadanía y es la Ciudadanía la que debe convencer a los políticos de hacerlo. Y también los catalanes deben estar dispuestos a hacer lo mismo. Porque  ante una tragedia de esta magnitud, no es momento de mezquindades, legalismos ni demostraciones de fuerza.  Hay que, con magnanimidad, reconstruir una relación que nunca debería haberse roto. Con reglas claras, con generosidad, con amor. Porque así hay que tratar a todos los españoles.

lunes, 23 de noviembre de 2015

¿Giro a la derecha en América Latina?



Argentina rechaza a los peronistas y elige a Mauricio Macri, un empresario y ex alcalde de Buenos Aires, para presidente de la nación. El próximo 6 de diciembre, en las elecciones parlamentarias venezolanas, las encuestas dan al chavismo en tercer lugar en la intención del voto. Pero no son los únicos casos en que la población rechaza a las izquierdas en Sudamérica.

Dilma Rousseff, tiene en Brasil, según diferentes encuestas, entre 8% y 20% de aprobación. Michelle Bachelet, en Chile, un 30% de aprobación. En Paraguay, desde agosto de 2013 hay un gobierno de derecha, encabezado por Horacio Cartes, quien sustituye a Fernando Lugo, de izquierda y ex obispo, destituido ese año. 

¿Significa esto un giro a la derecha en Latino-américa? Bueno… eso depende de lo que usted entienda por Derecha… o por Izquierda, si a esas vamos. Porque hoy en día las definiciones se han vuelto confusas. No hay claridad en lo que se llama Izquierda, y el término Derecha se ha vuelto un epíteto que todos, hasta la más rancia derecha, trata de evitar.

En Venezuela, de acuerdo con refugiados políticos de ese país, todos los partidos de oposición se consideran más o menos socialistas, con distintos matices e intensidades. De hecho, tres de los partidos de oposición en ese país, son miembros de la Internacional Socialista, organismo mundial que agrupa a partidos de esa denominación. Y, curiosamente, la propia Internacional no tiene entre sus miembros al Partido Socialista Unificado de Venezuela, el partido de Nicolás Maduro, sucesor de Hugo Chavez. La Coalición Mesa de Unidad Democrática (MUD), grupo que representa a muchos partidos de oposición tiene entre sus adherentes una mayoría de partidos socialistas, incluyendo a un partido marxista-leninista y algunos partidos autodenominados “progresistas”.

Aparentemente hay un giro a la derecha. O hacia el Centro, si usted prefiere. Todo depende de los parámetros que usted maneje en la geometría política. La siguiente parada en este giro son las elecciones venezolanas del próximo 6 de Diciembre. Unas elecciones que, si se respeta la voluntad democrática, tiene perdidas el chavismo de Nicolás Maduro. Pero las dudas son muy fuertes. Según la oposición venezolana, se está preparando un fraude en gran escala. El gobierno ha rechazado la presencia de observadores extranjeros, notablemente los propuestos por la Organización de Estados Americanos, OEA. A varios dirigentes de la oposición  se les mantiene presos. Nicolás Maduro hace amenazas, apenas disfrazadas.

De reconocer la derrota en las elecciones del 6 de Diciembre, Nicolás Maduro tendría que gobernar con un Congreso opositor. Situación por demás incómoda. Y es de esperar que un Congreso así, exponga la corrupción e ineptitud de su Gobierno, reduciendo aún más el ya pobre nivel de aprobación del Señor Maduro. ¿Qué puede hacer el chavismo?

Desde luego, intentarán el fraude. De no lograrlo o de resultar tan obvio que genere un rechazo generalizado, el chavismo tiene algunos escenarios. El primero es un golpe de estado militar. Nada increíble. Recordemos de Hugo Chavez saltó a la fama mediante un golpe de estado fallido y que siempre tuvo un gran apoyo entre los militares. Otro escenario es un golpe de estado “en el palacio”. Una destitución de Nicolás Maduro, organizada por los propios chavistas, mayormente los alineados con la hija favorita de Hugo Chavez, María Gabriela, representante permanente de Venezuela ante la ONU, dado que Don Nicolás ya no sirve para sus intereses.

Ojalá prevalezca ese sentido democrático que hizo a Venezuela ser reconocido y admirado como una de las democracias que mejor funcionaba en América Latina, en medio de una era de gobiernos militares o de dictaduras más o menos perfectas.

Este giro que se está dando hoy no es necesariamente un giro hacia la derecha. Ojalá sea un giro a favor de reducir el autoritarismo en América Latina. Ojalá sea para evitar la abusiva intervención de los gobiernos en la economía y la centralización de poderes económico, político e ideológico en unas cuantas manos. Ojalá sea un paso para tener sociedades más libres.

Felicidades al pueblo argentino. Nuestros mejores augurios para los demócratas venezolanos y de otros países de América Latina. Sin olvidar que en México todavía nos falta mucho por lograr en ese camino para construir democracias sin adjetivos: no somos quienes para dar lecciones a nadie y muy bien podríamos aprender de todos los países de América Latina que hoy están construyendo sus democracias.


sábado, 14 de noviembre de 2015

Prohibido insultar a la autoridad


Justamente en estos días vi en un letrero electrónico advirtiendo a la ciudadanía que está prohibido insultar a la autoridad. Supongo que es una campaña para dar a conocer el contenido del nuevo reglamento de tránsito del Gobierno del Distrito Federal. El tema, sin embargo, me puso a reflexionar. Si estoy equivocado y este ordenamiento forma parte de nuestra Constitución, estoy y estamos en graves problemas.

No es que yo tenga muchas ganas de insultar a las autoridades. Pero lo que me preocupa es el intento de silenciar a la ciudadanía cuando quiere expresar su desacuerdo con alguna autoridad. Porque, en principio, no es fácil definir qué cosa es un insulto. La Real Academia Española define insultar como: Ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones. Lo cual nos pone en grave predicamento. ¿Quién define lo que es ofender? A partir de esta descripción, la definición de lo que es insultante depende de los sentimientos que tenga el supuesto ofendido. Bastaría que yo, si fuera autoridad, dijera que las palabras, las acciones o los escritos de cualquier ciudadano me estuvieran provocando o irritando, para que esa persona o institución cayera en una falta contra ese reglamento y fuera sujeto de una sanción.

Da la impresión de que nos encontramos ante un intento, apenas velado, de silenciar a la ciudadanía. Es un claro atentado contra la libertad de expresión, desde el momento en que no se establece con claridad dónde empieza y dónde termina el concepto de insulto. Pongamos algunos ejemplos: si yo le digo corrupto a un policía que me está pidiendo "mordida", el policía me podría acusar de insultos, porque se sintió ofendido e incluso irritado por lo que yo le dije. En otro ámbito, si yo le dijera inepto a algún funcionario público, es decir, a una autoridad, estaría yo cayendo en el ámbito de las conductas prohibidas y sería sujeto a sanciones. Ya hemos tenido el caso de algún senador de la República que ha intentado prohibir que en las redes sociales se ataque a los funcionarios públicos, con la sana intención de poner una mordaza no sólo los medios en particular sino a la ciudadanía en general.

Me parece algo muy grave. Nuestras autoridades quieren volver a los tiempos del virreinato, o posiblemente a épocas aún anteriores, donde las autoridades eran sagradas e intocables y no era posible decirles que no estaban funcionando. No cabe duda de que nuestra clase política, misma que aprueba reglamentos como el que estamos comentando, no está ni siquiera en los balbuceos de lo que significa ser una autoridad democrática.

Desgraciadamente, este reglamento ya está aprobado por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal y está en vigor. No es fácil echarlo atrás. Y, dada su intención antidemocrática, es muy difícil lograr enmendarlo. Habría que hacer un listado de las palabras altisonantes que deberían considerarse como insultos. También habría que hacer un listado de adjetivos que califican la actuación de las autoridades y que pueden ser usados sin que se consideren insultos, por ejemplo: inepto, corrupto, descuidado, impreparado, inadecuado para su puesto, dictatorial, antidemocrático, autoritario, y otros muchos más qué, de acuerdo a la definición de lo que significa un insulto, podrían provocar o irritar a nuestras beneméritas autoridades.

En pocas palabras: las autoridades, en lugar de ganarse el aprecio y el reconocimiento de la ciudadanía, prefieren silenciar las justas críticas y las observaciones que los ciudadanos pueden y deben hacer a los funcionarios públicos que no están a la altura en de los requerimientos de los puestos que ocupan. Una pésima señal.

De manera qué, de ahora en adelante, la ciudadanía tendremos que ser particularmente cuidadosos y delicados para no ofender las sensibilidades de las autoridades, las que han demostrado ampliamente que tienen la piel muy delgada y a las que les molesta cualquier observación que se les haga, independientemente de lo justificada que pueda ser. Porque, con toda probabilidad, muchos se van a decir insultados.


Ni modo. Un clavo más en la tapa del ataúd que la clase política está construyendo para sepultar nuestras libertades y nuestra recién conquistada democracia. Y, tristemente, los medios formales, los que se dicen opinión pública y en realidad son sólo la "opinión publicada", han permanecido sospechosamente callados en este tema. Un ejemplo más de lo que nos espera si la lucha contra la democracia que han emprendido las diversas izquierdas y en algunos casos las derechas, no es detenida.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Felicidad: las pequeñas cosas

Para mi gran sorpresa, me encontré qué México es uno de los países más felices del mundo. Al menos eso nos dice el Reporte Mundial de la Felicidad 2015[1]. De acuerdo a ese reporte, que mide la percepción de felicidad en 158 países, México ocupa el lugar 14º en felicidad, sobrepasando en este índice a las cuatro economías mayores de Europa, a todos los países asiáticos con la excepción de Israel, con una calificación ligeramente mayor a la de EEUU y siendo sobrepasado solo por Costa Rica, entre los países latinoamericanos. No solo está México en ese honroso lugar, sino que también ocupa el 15º lugar en crecimiento de la felicidad entre 2005 y 2014.

Los factores que se consideraron para explicar estos resultados fueron variables como el PIB per cápita, el apoyo social, la expectativa de vida con salud, la libertad de tomar decisiones de vida, la generosidad, la corrupción y la sensación de disfuncionalidad. En el caso de México el factor que más pesa es el llamado “residual” que abarca lo no explicado por las demás variables y, por cierto, es mucho más elevado en nuestro país que en todos los demás encuestados.

Esto, por supuesto, no ha sido noticia, no es tema de debate,  no ha tenido presencia en los medios tradicionales y no se ha vuelto “viral” en las redes sociales. En el clima colectivo de los medios, la clase política, el llamado “círculo rojo” y otros “líderes de opinión” este tema no ha sido importante. La pregunta es: ¿Debería serlo?

Parecería que la felicidad de los mexicanos no depende necesariamente de ese tipo de variables. De creerle a los medios de comunicación tradicionales y no tradicionales, el estancamiento económico, la disfuncionalidad del sistema incluyendo en ella las fallas en contener la violencia y la pobreza,   así como la deficiencia de apoyos sociales y de salud,  nos deberían llevar a ser profundamente infelices. Pero no parece que sea así. Algunos grupos políticos creen de manera casi religiosa que los mexicanos estamos al borde de la insurrección y la explosión social; hay  otros que  apuestan a la profunda insatisfacción popular para crecer en su posición política. En cambio, estudios serios muestran otra cara de la moneda.

¿Cómo nos lo explicamos? ¿Será que los mexicanos somos irremediablemente masoquistas y que gozamos del infortunio? Lo dudo mucho: estamos locos, pero no tanto. ¿Será que hay una obscura conspiración para falsear esos resultados y hacernos creer que no estamos insatisfechos? De ser así, los artífices de esa conspiración le habrían dado mucha difusión a estos resultados en lugar de dejar que los datos queden medio olvidados en un documento académico, de escaso impacto público. ¿O será que los mexicanos ponemos nuestra felicidad en otras cosas, en ese gran campo de lo no explicado que señala este estudio?

¿Será acaso que ponemos nuestra felicidad en las cosas aparentemente pequeñas, pero que son tremendamente importantes en la vida  diaria y son muy difíciles de medir científicamente? Cosas como  la vida familiar, la amistad, el cariño y el amor. Los pequeños detalles que llenan nuestra vida: las atenciones, el apoyo de los amigos, el trato cortés. O la certeza de que, en la desgracia, la familia será solidaria y suplirá con creces a la deficiencia de los apoyos gubernamentales. O tal vez nuestro sentido de lo estético que nos permite disfrutar de lo bello en la naturaleza y en el arte popular. Nuestra capacidad de gozar y amar profundamente. Y aunque a algunos no les guste que se señale, nuestro profundo sentido de lo religioso, que nos permite ver  con esperanza hasta los peores acontecimientos. No lo sé; estoy especulando. Reconozco de entrada que puedo estar totalmente equivocado, pero no lo creo.

Porque la felicidad no llega de golpe, con acontecimientos extremadamente importantes. Se va construyendo poco a poco y a lo largo del tiempo. Y depende más de nosotros que del entorno. Puede ser que la felicidad sea un hábito, que se edifica lentamente y que dependa solo en parte de la razón y en gran parte de la intuición y, aunque parezca raro, de la voluntad.

En mi opinión, es algo en lo que los gobiernos poco pueden hacer. Tal vez su mayor contribución es la de no crear obstáculos a la construcción de la felicidad. Dejar a la sociedad hacer su tarea sin pretender hacer la “ingeniería social” que tan contraproducente ha resultado.

Para nosotros, la ciudadanía, hay derechos y deberes en este campo. El derecho de que no nos estorben para alcanzar una felicidad duradera. Y el deber de ser felices, de contribuir a la felicidad de otros y de ser testigos de la felicidad que ocurre a nuestro alrededor. Para mí, esto último es fundamental. Ante este ambiente de pesimismo que los medios parecen construir y los políticos aprovechan para sus fines, la ciudadanía debe y necesita sembrar esperanza para poder tomar con sabiduría nuestras decisiones grandes y pequeñas.



[1] Helliwell, John F., Richard Layard, and Jeffrey Sachs, eds. 2015. World Happiness Report 2015. New York: Sustainable Development Solutions Network.

domingo, 1 de noviembre de 2015

La población, el problema a largo plazo de China


Por algunos años el "milagro chino" ha sido motivo de análisis y una situación que se nos ha puesto como ejemplo de modelo de desarrollo. Y, efectivamente, mediante el cambio de su sistema económico, la creación de zonas económicas especiales y, en particular, un gran apoyo de las empresas occidentales que han buscado maquila y abastecimiento en China, este país ha logrado un desarrollo económico muy importante y ha sacado de la pobreza a de millones de personas.
Ahora, sin embargo, se ha visto un freno importante en este crecimiento de China. En este año su crecimiento ha sido menos de la mitad de lo que tuvo los mejores años de la primera década de este siglo y no se ve con claridad cuál podría ser una solución.
La prensa de negocios anuncia hoy un cambio fundamental en las políticas sociales de China. Se levanta la política de "sólo un hijo"; una política que frenó en seco el crecimiento demográfico de ese país y que fue acorde con los conceptos recomendados por la Organización de las Naciones Unidas y poderosos grupos como el Club de Roma, urgiendo a las acciones para limitar  la población, en algunos casos, condicionando a los países los apoyos para el desarrollo a la aplicación de estas medidas restrictivas. China hoy da marcha atrás. La gran pregunta es: ¿llega a tiempo  esta medida?
China tiene un poco más de 1,400 millones de habitantes. De seguir de la misma manera, para el año 2050 tendría 1,384, millones de personas. En otras palabras, ya no  crecerá y, si no se toman medidas, para finales de siglo llegarían a tener menos de 1000 millones de habitantes. Lo cual, a primera vista, no suena mal. Pero, por otro lado, la mayoría de esa población estaría ya en la ancianidad.
Hoy en día, según las estadísticas, sólo uno de cada cinco chinos  tiene 15 años o menos. Dentro de 25 años, esos chinos tendrán que sostener a un hijo por persona y probablemente dos ancianos por persona. Esto, suponiendo que todas las mujeres estén en el mercado de trabajo; en las familias con un solo ingreso la pareja tendrá que sostener a seis personas. Una carga fuerte que hará que el consumo se centre fundamentalmente en la subsistencia y no permitirá una mejora importante en el nivel de vida.
Otro asunto del que se habla poco. Debido a la política de "un solo hijo", muchas familias por razones culturales abortaron a las niñas y la diferencia ya se nota en las estadísticas: en la población de 15 años y menores casi 13% más de niños que de niñas, mientras que la población de 15 a 65 años los hombres sobrepasan a las mujeres por más del 5%. Con lo cual, la natalidad se verá retrasada al haber menor cantidad de mujeres en edad reproductiva que las que ocurre normalmente en la población.
¿Será suficiente este cambio de política? ¿Será necesario, en el largo plazo, que China haga algo impensable: buscar emigración de jóvenes para poder impulsar su economía? Algo que iría contra las tendencias milenarias de los chinos. La verdad, no se ven muchas opciones diferentes.
Detrás de esto está el fracaso de los intentos de "ingeniería social". El impulso que se dio a la reducción de la natalidad desde los años 70 y todavía hasta la fecha, empiezan a mostrar sus efectos adversos en una Europa envejecida, urgida de nuevos ciudadanos y que tienen como una posible salida permitir la emigración de jóvenes y, como ya ha ocurrido en Suecia y en Alemania, establecer estímulos de todo tipo, incluyendo fiscales, para qué las parejas busquen tener mayor número de hijos. Los resultados todavía no son visibles y la pregunta es la misma que uno se puede hacer en el caso de China: ¿llegarán a tiempo que estas medidas para lograr vencer lo que se ha llamado "invierno demográfico".? ¿Y en México?
Claro, no faltarán los que todavía creen en los conceptos de control natal de los setentas; un ejemplo muy visible lo tenemos en una ex secretaria que justificaba las fallas en la lucha contra la pobreza echándole  la culpa a que la gente tiene demasiados hijos. Como de costumbre, en México estamos reaccionando muy lentamente a los problemas que se están dando en los países desarrollados. Estamos a tiempo de establecer un enfoque de familia en nuestra política social, sin condicionar los apoyos a la esterilización de las parejas o al uso de medios anticonceptivos de diverso tipo. Visto de otra manera, el camino es respetar la libertad de las parejas y permitir que ellos, responsablemente, decidan el número de hijos que deben tener. Y, en todo caso, plantear apoyos para las familias numerosas.
Yo sé que esto es casi una blasfemia para una parte muy importante de la población que creen religiosamente en que tener un solo hijo es lo mejor para el país. Ahí están los resultados en países que mucho antes que nosotros implantaron estas medidas llegando, en algunos casos, a esterilizaciones forzadas y hasta el infanticidio. Esos mismos países son los que ahora están buscando dar marcha atrás, porque ven hacia adelante un futuro desastroso.