¿Porqué Cuenta Larga?

¿Porqué cuenta Larga? Los mayas tuvieron dos maneras de llevar el calendario: la cuenta corta (el año o tun) y la cuenta larga, de 144,000 días, el baktun, equivalente a 395 años y medio, aproximadamente.

Las organizaciones deberían tomar en cuenta esta filosofía. Hay decisiones de corto plazo (Cuenta Corta) y de largo plazo (Cuenta Larga). Este blog está orientado a las situaciones de largo plazo y su influencia en las organizaciones

lunes, 27 de febrero de 2017

¿Viene el fin del cuarto poder?


A raíz del enfrentamiento cada vez más fuerte entre el Presidente Trump y los principales medios de comunicación de Estados Unidos, se podría hablar de la declinación del llamado cuarto poder, es decir, la prensa y los medios. Pero esta declinación no empezó con el Presidente Trump y muy probablemente no terminará cuando él complete su mandato. Los medios tienen cada vez menor poder de influencia, menor viabilidad económica, y lo más importante: menor credibilidad. A corto plazo, no se ve que esta situación vaya a cambiar.

En la democracia occidental hablamos de tres poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Ese esquema de tres poderes provee límites y balances que, en teoría, evitan que las democracias se vuelvan tiranías. Por otro lado, la Prensa, los Medios, al informar el desempeño de los poderes, proveen otro modo de limitar y balancear las democracias. El mecanismo es el de dar información a la ciudadanía para que puedan limitar los abusos de la clase política. De ahí que se le ha llamado el Cuarto Poder.

Por eso   las dictaduras tratan de subordinar todos los poderes a la voluntad del poder ejecutivo. Quienes hemos vivido en la dictadura perfecta, nos queda claro el concepto: una Presidencia imperial, que domina sobre el Congreso y sobre la Suprema Corte. Que domina la prensa y los medios de diversas maneras, además.

Eso, por supuesto, ha dado como resultado que en los países democráticos hay una tensión entre el ejecutivo y los medios. Y que una señal clara de dictadura es la existencia de una prensa que no difiere de la opinión de los gobernantes. Así, las naciones de la órbita soviética tenían una prensa muy domesticada. Como sigue ocurriendo en Cuba, Corea del norte y China. Como lo intenta cada vez con mayor fuerza el gobierno de Venezuela.

Ahora nos encontramos con una crisis entre el Presidente de los Estados Unidos y los medios tradicionales. El enfrentamiento va   escalando: de no responder preguntas, a expulsar algún preguntón, a prohibir algunos medios, a retrasar la entrega de información a los mismos, y últimamente a declinar la invitación tradicional a la cena anual de la asociación de reporteros de la Casa Blanca.

Por otro lado, los medios han reaccionado dejando de asistir a algunas ruedas de prensa, y llenando los espacios de noticias sobre la presidencia con múltiples maneras de alabar la verdad. Diciendo, por supuesto, que ellos son la verdad. En la versión electrónica del New York Times ahora dice en la primera línea algo similar a un brindis: algo que traducido de una manera libre podría ser algo como: “Brindo por ti, brindo por la verdad”. Y el Washington Post está publicando en las redes un anuncio casi lastimero, pidiendo que los apoyen para que pueda haber una prensa fuerte y con ello pueda haber democracia. Y para hacer fácil el asunto, ofrecen un sustancial descuento en sus cuotas de suscripción.

La verdad es que la crisis de los medios tiene muchas aristas. En otro tiempo eran la Opinión Pública, así en mayúsculas. Después empezó a cuestionar eso y se hablaba de la diferencia entre la verdadera opinión pública y la “opinión publicada”. Esto significa, por supuesto, que cada vez se confía menos en la veracidad de los medios. Pero mientras los medios tuvieron un cierto monopolio de la información, podrían ser útiles como un modo de influir en la sociedad. Pero, en un cortísimo período, la tecnología ha puesto en manos de todos los miembros de la sociedad su propio un modo de trasmitir información y de trasmitir opiniones. Sólo en México se habla de cien millones de líneas de teléfono celular; cien millones de personas que están emitiendo sus opiniones sin tomar en cuenta necesariamente las de los políticos y las de los medios. Para todo efecto práctico, ya no es posible influir de una manera tan completa sobre la sociedad.

Por otra parte, muchos medios están en una crisis económica. La fuente de sus ingresos, la publicidad, ahora se reparte entre más medios tradicionales y también en medios electrónicos. Pero los presupuestos de publicidad no han crecido en la misma proporción. La consecuencia ha sido la quiebra de varios periódicos tradicionales, situaciones económicas muy adversas como la que está pasando La Jornada y otros medios que encuentran cada vez más difícil sostenerse. Algunos han reaccionado tratando de cobrar la conexión a sus medios a través de la Redes, pero hay tal oferta de acceso gratuito en estos momentos que el público cada vez está menos dispuesto a pagar por tener acceso electrónico a periódicos y revistas. A esa    crisis económica se le agrega una crisis de credibilidad. En un estudio en 28 países, incluyendo México[1], los medios tienen menor calificación de confianza que las empresas, las ONG’s y solo arriba de los gobiernos.

El Presidente Trump habla de noticias falsificadas (fake news) y este concepto resuena con una parte importante de la sociedad estadounidense. Los ha llamado “enemigos del pueblo” y al parecer no habido muchos que se levanten a defenderlos. Pero esto no es exclusivo de la sociedad norteamericana. Ni es nuevo tampoco.

Hay otro concepto fundamental. Los medios, tradicionales o electrónicos, deberían tener en sus códigos de ética un manejo escrupuloso de la verdad. Porque hay muchas maneras de faltar a la ética. Una es distorsionar el concepto clásico de la verdad: que lo que se dice corresponda con la realidad. El modo más crudo de falsificar la verdad es deformando u ocultando los hechos. Lo cual es cada vez más difícil, en un ambiente híper-comunicado. Otro modo es negar que haya una sola verdad posible, hablando de la post verdad o de los  hechos alternativos”. Lo que en realidad está ocurriendo es que la interpretación de los hechos, que es la segunda parte del “producto” de los medios, es mucho más sujeta a discusiones. Claramente podremos encontrar un hecho que tiene una explicación única, pero a veces no. Y no es cierto que todas las posibles interpretaciones de un hecho sean válidas. Un aspecto muy delicado. Y que requiere una gran sutileza para distinguir la verdad del error.

¿Qué nos espera el futuro si continúa la decadencia de los medios tradicionales? Muy posiblemente, mayor confusión, mayor dificultad para lograr acuerdos en la sociedad, entre los mandatarios y los mandantes, entre las naciones y entre éstas con los organismos internacionales. También significa que los usuarios de los medios tendremos que aprender el difícil arte de validar la información que recibimos y su interpretación. Intoxicados por el exceso de información, podríamos ser fácil presa de demagogos y manipuladores
.
En mi opinión, la salvación de los medios esta en volver a una ética muy exigente en el aspecto de investigar, interpretar y difundir la verdad. Y también el tener un concepto de imparcialidad que les haga presentar todas las posibles interpretaciones de los hechos y dar   voz a los que difieren de su línea editorial y a los que le señalen sus fallas de información e interpretación. Veracidad e imparcialidad, fáciles de definir y no necesariamente fáciles de aplicar. Particularmente, el gran reto será convencer a la sociedad de su buena fe y de que están al servicio de todos, no solamente al de alguna ideología. Sin que ello signifique que no tengan un punto de vista, pero sin ocultar otras maneras de ver diferentes de la de su medio.

¿El fin de los Medios? No necesariamente. Pero si un cambio fundamental. Una reinvención en lo económico y posiblemente en su manera de presentar sus contenidos. El fin, posiblemente, del sensacionalismo. Un cambio de fondo de cara a la sociedad y a su derecho a la verdad. Ojalá sea para bien.



[1] http://imco.org.mx/competitividad/barometro-de-confianza-edelman-2016/

Los políticos no van a cambiar. ¿Podrá cambiar la ciudadanía?



Ante un tiempo de incertidumbre importante y extrema desconfianza hacia la clase política, urge una reforma profunda, la más importante de todas: la reforma de la ciudadanía. Una reforma a fondo en por lo menos tres aspectos: Conocimiento, Actuación y Respeto en la procuración del bien común, que es el otro nombre de la Política.

Los que hemos vivido la dictadura perfecta, es decir, la mayoría de los ciudadanos de este país, hemos transitado desde una época en que era de mal gusto hablar de política y pensábamos que ser político no era algo de gente decente, pasando a una época en que para ser un buen ciudadano bastaba con dar un voto razonado, en conciencia, hasta la situación actual de desesperanza en la posibilidad de que la política sirva a la ciudadanía. Como me dijo hace unos días un buen amigo: “Yo ya no leo periódicos, no veo noticieros y, en la radio, solo pongo estaciones gruperas. Cada vez que oigo noticias y oigo a los políticos, nacionales o extranjeros, me siento enfermo”, concluía.

Creo que muchos pensamos que la clase política, esta clase política que hoy tenemos, ya no tiene remedio. No es cosa de más leyes, más organismos, de nuevos planes, No van a cambiar, porque no quieren hacerlo y porque les ha convenido enormemente su situación actual, con sus privilegios y prebendas.

Por otro lado, cuando se ha intentado sustituir a los políticos mediante candidatos independientes, los resultados no han sido extraordinariamente mejores. Allí están los resultados de Fernando Collor de Melho en Brasil y de Alberto Fujimori en Perú. Por no mencionar al casi omnipresente Sr. Trump, del que todavía no sabemos cómo serán sus resultados.
Probablemente la dificultad consiste en que estamos buscando al hombre o mujer providencial que resuelva las cosas solamente con su presencia y con la mayor comodidad para los ciudadanos. Una visión probablemente ilusa; aunque una sola persona puede hacer muchas diferencias, reformar una estructura tan podrida como la del Estado Mexicano y su clase política, no es posible sin un cambio más de fondo. Y el cambio tiene que venir en la ciudadanía.
Usted perdone mi atrevimiento. O mi crítica. Para nosotros, la ciudadanía, la situación ha sido bastante cómoda. En el mejor de los casos, votamos y después abandonamos el control de la nación en manos de la clase política. Eso en el mejor de los casos, porque todavía tenemos un alto índice de abstencionismo. Pero el abstencionismo no se queda en el voto. Los que sí votamos no nos ocupamos suficientemente de controlar y de exigir a los políticos el cumplimiento de sus obligaciones, de las promesas mediante las cuales obtuvieron nuestro voto o el cumplimiento de los mandatos de la Constitución. Si es que acaso la conocemos; en la mayoría de los casos no sabemos cuáles son nuestros derechos ni cuáles son los límites y las obligaciones de nuestros mandatarios. Eso sí: somos buenísimos para criticar, para poner motes y para transmitir chismes en aspectos de política. Para efectos prácticos, le hemos dejado el campo a la clase política. Y ahí están los resultados.
Una vez más, perdóneme por esta autocrítica. Yo mismo no me escapo de esto que estoy criticando. Para mí hay tres aspectos de esta reforma, para que pasemos de ser un mero votante, más o menos consciente, más o menos manipulado, a ser un ciudadano que influye en la procuración del bien común.

En mi opinión, el primer aspecto es el de tener un Conocimiento fundamental de los asuntos políticos. Saber lo que pasa, opinar en todos los ámbitos en los que nos movamos, dar seguimiento a los temas de interés nacional, en pocas palabras estar enterados y crear opinión. Algo, me parece a mí, al alcance de todos. Pero que, obviamente, requiere un esfuerzo. Saber escoger la información que recibimos, por ejemplo, y aprender a diferenciar la manipulación que muchas veces nos hacen pasar por información.

Pero, generalmente, el conocimiento no basta. Tenemos también que Actuar. Y actuar con congruencia. Actuar de la misma manera como pensamos. Esta actuación comienza por las cosas sencillas. Primero, cumplir con mis obligaciones ciudadanas, cumplir con las leyes. Rechazar la corrupción. Claro, encontraremos muchas veces ordenamientos que son muy difíciles o casi imposibles de cumplir. Algunos parecen haber sido diseñados de manera que sólo se puedan enfrentar mediante la corrupción. En ese caso, nuestra actuación sería la de protestar en los términos más enérgicos y de todas maneras que nos sea posible.

Finalmente, tenemos que hacer que el Respeto vuelva a ser la norma en el trato político. Recordar el dicho: “cuando empiezan los insultos, es porque se acabaron las razones.” Hemos perdido uno de los valores mexicanos más distintivos: el respeto, la cortesía, el buen trato. Hay que acostumbrarnos a pensar sin insultar. Destacar lo positivo y hacer crítica constructiva.

Estoy seguro de que esta corta lista es incompleta. Ciertamente, si tuviera la solución completa probablemente no estaría yo aquí escribiendo: estaría haciéndome millonario vendiendo la solución. Mi punto es que entre todos los ciudadanos tenemos que desarrollar, implementar y dar seguimiento a esta reforma de la ciudadanía. Una reforma particularmente urgente, ante la bancarrota moral de la clase política y las amenazas económicas y políticas que nos vienen del extranjero. Por no hablar de otros tipos de amenazas, más sutiles, como las que permanentemente están ocurriendo en nuestros valores, en nuestra cultura.

No será fácil. No será cómodo. Costará un gran esfuerzo y, frecuentemente, parecería una labor imposible o posiblemente inútil. Pero es algo fundamental. No importa si tardaremos décadas en ver los resultados. Esta sería una razón más para empezar lo más pronto posible. Pero, francamente, no veo, no se ve en el horizonte otra solución. O cambiamos nosotros, la ciudadanía, los mandantes o las cosas seguirán igual.


lunes, 13 de febrero de 2017

¿Qué pasó con las marchas por la Unidad?



No se les puede llamar un fracaso, pero tampoco fueron el éxito que se esperaba. ¿por qué las marchas organizadas para ser una demostración de unidad nacional no tuvieron el éxito esperado? La respuesta puede estar en el nivel de desconfianza que existe hacia el sistema en general y hacia la clase política en particular.

Los reportes han sido bastante vagos. Algunos se aventuran a decir que se reunieron 7,000 personas, otros hablan de 20,000. Pero, en todo caso, a juzgar por las fotos de la reunión, la afluencia fue mucho menor a la de la marcha del 2004 para protestar contra la violencia e incluso respecto a la marcha del Frente Nacional por la Familia, hace algunos meses en contra de los matrimonios igualitarios. ¿Qué ocurrió? ¿Qué hizo que no funcionara la amplia información y difusión que se dio a estos eventos? ¿Por qué no funcionó el poder de convocatoria de la mayor institución educativa del país, así como el de otras grandes universidades ni el de más de 80 organizaciones de distintos tipos? ¿En que fallaron los medios y la mercadotecnia?

Habría que cuestionarnos el modo como se planteó la unidad y también los orígenes de esta unidad. Porque a la ciudadanía la puede unir el miedo, el enojo, el hecho de no sentirse escuchada, el sentir que no se respeta su dignidad, y otras muchas causas. Pero debe haber algún terreno común, de otra manera esta es una unidad que dura poco, porque depende mucho de las emociones. Sí, puede ser que las manifestaciones nos sirvan para desahogarnos, pero habría que preguntar a la ciudadanía si cree que verdaderamente son efectivas. Y si no tenemos claro cuál es el motivo que nos unifica, la convocatoria se puede quedar bastante debilitada.

En el caso concreto, estamos apostando a que nos molestan las posiciones del Sr. Trump, que nos da miedo que nos devuelvan a diez millones de personas, que nos ofende  la manera como nos tratan y, tal vez en un sentido más amplio, que deseamos hacer algo contra la discriminación, el racismo, la misoginia y la xenofobia que vemos con un problema grave y no sólo para nuestro país, sino para toda la humanidad. Pero, por lo visto, a la ciudadanía no le parecieron razones suficientes.

Por otro lado, tal vez no tenemos claro la diferencia entre unidad y unanimidad. Porque no son la misma cosa. Sí, nos están pidiendo unidad en torno al Presidente de la República. Como dijo alguno, “poner en pausa nuestras diferencias” para darle a nuestro primer mandatario una posición fuerte para negociar. Pero, me temo, esto se leyó como un llamado a la unanimidad. La cual, seguramente, no es algo que estemos dispuestos a otorgar. Todos queremos seguir teniendo el derecho de opinar de manera diferente, de poder tener una mentalidad crítica, y de poner soluciones sobre la mesa.

Podemos unirnos ante el peligro y colaborar; podemos unirnos para aprovechar situaciones que convengan al país y contribuir. Pero es mucho pedir nos que todos opinemos igual, que no critiquemos, que renunciemos a nuestra individualidad. No podemos, no debemos volver a los tiempos donde nos gobernaba el “gran tlatoani” o a los tiempos donde éramos los que debíamos de “callar y obedecer”. Nos sentimos y queremos ser tratados como ciudadanos maduros, no como una masa de gente no pensante.

Por otro lado, es claro que la clase política no está entendiendo que para obtener colaboración tiene que haber confianza, que los gobernantes deben tener credibilidad frente a sus gobernados. El simplemente suspender nuestras opiniones puede ser válido en situaciones de extrema urgencia, siempre y cuando tengamos la confianza de que al terminar la emergencia nos serán devueltos nuestros derechos y se limitarán los poderes extraordinarios que asumieron los gobernantes.

Muchas pancartas en la marcha expresaban que el problema no es el Presidente Trump, sino la clase política mexicana. Lo cual nos habla de volúmenes de los motivos que hay para desconfiar. Quien tiene la confianza de la ciudadanía, puede pedir unidad. Si no le dan esa confianza, no le basta pedirla, tiene que ganársela con hechos y tiene que dar garantías de que esos hechos no son algo efímero, algo que sólo servirá para convencer a una ciudadanía que tiene a su clase política en los últimos niveles de confianza.

Tal vez sea el momento de proponer nuevos caminos para que la ciudadanía pueda verdaderamente confiar en quienes nos han defraudado por décadas y cada vez de una manera más profunda. Y ya que la clase política no ha tenido la imaginación suficiente para ofrecer propuestas convincentes para la ciudadanía, es momento de que la gente pensante de este país, las distintas organizaciones enfocadas al conocimiento y las organizaciones ciudadanas propongan caminos de acercamiento.

Sí, necesitamos unidad. Pero, pidiéndole perdón a Enrique Krauze por tomar su concepto de “democracia sin adjetivos”, aquí debemos de hablar de “unidad con adjetivos”. Necesitamos aclarar, debatir, detallar qué clase de unidad queremos, cual le vamos a pedir a la ciudadanía, como se le garantizará que ese capital político será bien empleado. Y debemos de renunciar a una unanimidad que no es deseable. Necesitamos aprender a vivir, a celebrar     y disfrutar la diversidad, verla como una riqueza y aprovecharla.

Dándole un giro laico al concepto de Agustín de Hipona, deberíamos decir: “En lo esencial, unidad; en lo demás, libertad. Y en todo, respeto.” Lo cual requiere establecer un terreno común, definir las pocas cosas son realmente esenciales y permitirnos una gran libertad para todo aquello que no es verdaderamente fundamental.


lunes, 6 de febrero de 2017

Contra el poder de la Ciudadanía


Fin de semana de Constituciones: viejas y nuevas. 160 años de la Constitución de 1857, 100 años de la del 1917 y promulgación de la Constitución del Estado Ciudad de México (CDMX). No cabe duda del amor de la clase política por las fechas históricas. O, tal vez, de un deseo de limitar el número de fiestas y de puentes. Vaya usted a saber.

La alegría y las auto-felicitaciones de la clase política no concuerdan con la indiferencia y hasta el pesimismo de la Ciudadanía que espera poco del nuevo mamotreto que encarna el modelo de país de las izquierdas en la CDMX y del parchado, ignorado y desobedecido monumento ruinoso que es la Constitución de 1917.

Y no es que haya habido altas expectativas. Las constituciones que se celebran no fueron el resultado de una petición de la sociedad. Fueron ideadas por grupos políticos en pugna, buscando un equilibrio de fuerzas en el caso del 1917 y un deseo de consolidar y “blindar” la ideología de quienes ven en la CDMX el bastión de la izquierda. El congreso constituyente, nombrado por las facciones militares en 1917 y el del 2016, electo parcialmente con el 15% del voto ciudadano, no son de ningún modo el reflejo de los anhelos de la Ciudadanía. Son legales. Pero la legitimidad no la dan las leyes, la da el consenso de la Ciudadanía. Y este no ha sido obtenido por una clase política que ocupa los últimos lugares en todos los estudios de confianza ciudadana.

Como ciudadano, yo esperaría de la Constitución los derechos fundamentales de la persona humana, las obligaciones de la Ciudadanía y los límites al poder de los gobernantes. Unos límites que establecen el poder del ciudadano. Nuestra Constitución General de la República y la novísima Constitución de la CDMX hacen muy difícil o casi imposible que la Ciudadanía pueda limitar o revertir las decisiones políticas. Hay instrumentos en las constituciones, como el referéndum, el plebiscito y la iniciativa ciudadana. Pero las condiciones para ejercerlos han hecho casi  imposible ejercerlos. Por poner un ejemplo: ¿Recuerda Usted cuando tuvimos el último referéndum o plebiscito? Yo, no.

A final de la carrera por entregar el documento de la Constitución de la CDMX, con más de una treintena de artículos transitorios que reflejan que se privilegió una fecha de entrega sobre los acuerdos, hubo una petición formal de poner esta Constitución a consulta en un referéndum. La respuesta de las autoridades de la CDMX refleja el miedo de la clase política a la Ciudadanía y, no en menor medida, la ignorancia de su papel como servidores y mandatarios de la misma. Su argumento es: “como los constituyentes fueron electos parcialmente y los demás nombrados por el Congreso”, el mandato ciudadano ya se expresó y no puede ser revocado”.

Con un argumento así, no podemos revocar ningún ordenamiento de la clase política porque ellos ya fueron elegidos como representantes populares (al menos en teoría) y sus decisiones, según este argumento, son inamovibles. En otras palabras, la Ciudadanía tiene prohibido enmendar lo que consideren un error de sus representantes. Una vez electos los gobernantes, los ciudadanos ya no tienen opción más que obedecer y callar, como nos decían los virreyes. Tal vez por este espíritu, profundamente pernicioso, nunca se ha ejercido la revocación del mandato que, supuestamente, es un derecho de la Ciudadanía. Ahora me explicó el ordenamiento de la Constitución de la CDMX que prohíbe modificarla, a no ser que sea para beneficiar a la población. Sin aclarar quién definirá que es beneficioso. Porque, al parecer, lo que los “progres” consideran beneficioso no le es para una parte importante de la Ciudadanía.

La Ciudadanía, como todo ser humano, tiene el derecho a equivocarse y también el derecho a reparar sus errores. Y las constituciones federal y estatales deben dar los instrumentos para enmendar esos errores y facilitar su aplicación, antes de que los daños de un error sean excesivos o irreparables.
En este mismo tenor está la urgente necesidad de la segunda vuelta electoral. La Ciudadanía tiene el derecho  de reconocer que su voto no tuvo el apoyo de sus conciudadanos y volver a emitirlo del modo que refleje lo mejor posible sus deseos para el gobierno del Estado. Algo que la clase política no está dispuesta a aceptar, con honrosas excepciones.


¿Hasta cuándo veremos a la clase política reconociendo que el poder le viene de la Ciudadanía y que no nos conceden derechos sino que únicamente pueden reconocerlos y honrarlos? ¿Hasta cuándo dejarán de asignarnos el papel de niños en asuntos políticos? ¿Cuándo aceptarán que son empleados de la Ciudadanía? Sus acciones, sus auto-felicitaciones y declaraciones en ésta celebración de las constituciones muestran que todavía falta bastante.

lunes, 30 de enero de 2017

Unidad Sí, cheque en blanco NO



Han sido días de una actividad frenética en los medios de comunicación tradicionales y en las redes sociales, con comentarios de todo tipo respecto a las primeras actividades y  órdenes ejecutivas del Presidente Trump. Obviamente, las que tienen que ver con México pero también las que tienen que ver con otros países.

La clase política, después de solicitar y obtener del Ejecutivo suspender la reunión entre los presidentes de los Estados Unidos y México, ha emprendido una campaña buscando la unidad en nuestra nación, como el medio de enfrentar lo que se percibe como la amenaza más importante a nuestro país en varias décadas. Este llamado ha tenido un apoyo bastante importante,

Valdría la pena, sin embargo, delimitar con cuidado que significa ese llamado a la unidad. Por desgracia, prácticamente todas las dictaduras han aprovechado momentos de crisis o de amenazas externas para solicitar, en nombre de la unidad, la limitación de las libertades civiles y políticas. No ha faltado quien ha aprovechado para posponer las elecciones, a veces de modo indefinido, con el motivo de evitar las divisiones que son inevitables en todo proceso electoral. Otros han  cancelado o limitado la libertad de expresión, con el pretexto de considerar cualquier desacuerdo como un ataque a la unidad. También es un buen motivo para evitar atender los temas que han dividido a la sociedad con la clase política; el argumento es posponerlos hasta que se haya resuelto esa amenaza.

Es obvio que tenemos una gran división en este país. Divisiones entre la ciudadanía y la clase política, principalmente, y muchas otras más. La clase política nos pide que olvidemos temporalmente, sin decir por cuanto tiempo, temas tan importantes como la corrupción, la intervención abusiva del Estado en la Economía, la violencia, las dificultades causadas por los errores en las Reformas Estructurales y otros muchos asuntos.

Es cierto que necesitamos tener unidad para enfrentar las dificultades que nos vienen desde el exterior, pero igualmente es importante sanar el rompimiento entre la sociedad y la clase política, cada vez más desprestigiada así como   con los gobiernos que de ella han emanado en todos los niveles federal, estatal y municipal.

Sí, necesitamos un pacto nacional de unidad. Unidad ante las amenazas del exterior, pero sin olvidar los asuntos pendientes en el interior ni dejar de atender las muy postergadas reivindicaciones de la ciudadanía. En otras palabras: la ciudadanía no podemos, no debemos extender a la clase política un cheque en blanco. Un “perdón y olvido”, que sólo posponga los cambios muy necesarios en nuestro país. La confianza no se obtiene mediante discursos emotivos y promesas vagas. Hemos tenido demasiadas promesas incumplidas y hemos sido decepcionados en muchas ocasiones por los oradores con brillante retórica que nos han mareado con frases bonitas.

 Hagamos formalmente un pacto de unidad. La clase política debe comprometerse a continuar resolviendo los problemas que más lastiman a la ciudadanía en nuestro camino de crecimiento democrático. También debe comprometerse a no limitar nuestras libertades ciudadanas ni a suspender el cumplimiento de las garantías que nos da la Constitución y la declaración mundial de los Derechos Humanos. Una vez teniendo este compromiso junto con una guía de ruta e indicadores de su cumplimiento, establezcamos en qué consistirán las actividades de la ciudadanía para generar unidad y que den soporte a nuestras autoridades para poder negociar desde una posición de fuerza con aquellos que están amenazando, ciertamente, a nuestra economía y a los derechos humanos de las familias de nuestros emigrantes que están allá y que quedaron acá.

Este es un momento muy complicado, de muy difícil solución y requiere también que la clase política permita la participación de la ciudadanía, de  las mejores  personas pensantes de este país. No es hora de llevarse medallas, no es hora de buscar imagen ni prestigio. Si logramos atender de una manera exitosa las amenazas que se nos presentan, será mérito de todos, sociedad y políticos. No deberá de ser un botín para las distintas formaciones electorales de cara a las elecciones del 2018. Las cuales, como otras elecciones estatales y municipales, deben ser escrupulosamente cumplidas, sin utilizar el momento crítico del país para posponer la toma de decisiones de la ciudadanía.

Si logramos atender esta situación, nuestro país, nuestra sociedad saldrá fortalecida. Todos, incluso la clase política hoy tan desprestigiada, saldremos ganando. Si atendemos el tema con mezquindad, buscando beneficios partidarios, buscando imagen y prestigio, podemos tener un retroceso en nuestro desarrollo de muchos años. La sociedad, la ciudadanía, está a la altura de este reto. ¿Lo estará a la clase política?


 

jueves, 26 de enero de 2017

Inicia la administración Trump: ¿Cómo reaccionar?


Si Usted, como muchos mexicanos y en particular políticos y empresarios, estuvieron escuchando el discurso de Trump en su toma de posesión, posiblemente le haya quedado una situación de mayor incertidumbre. Y no lo culpo.

El presidente Trump, como muchos políticos, es más claro  en cuanto a qué quiere lograr que en cuanto como lo quiere lograr, con pocas excepciones. No es fácil de entenderle, en parte porque hay bastante vaguedad y hasta contradicciones en sus  propuestas. De modo que aquí probablemente haya encontrado usted más dudas que soluciones. Pero creo que es valioso tener claras las dudas, para poder escoger cuales son los aspectos en los que debemos clarificar nuestras ideas y empezar a pensar nuestras reacciones ante este fenómeno llamado Donald Trump.

Probablemente su rasgo dominante es el aislacionismo. Un tema muy presente en los EEUU. Aunque la nación siempre ha intervenido en otras naciones, militar o comercialmente, siempre ha habido una parte importante de la población que no lo ve como algo deseable. El papel de primera potencia y gendarme del mundo, no es del gusto de todos. Ese es uno de sus mensajes fuertes: voltear hacia adentro, no ayudar a otras naciones, no contratar a extranjeros, comprar solo lo hecho en EEUU, concentrarse en su desarrollo económico, no apoyar el desarrollo de los demás.

La apertura de EEUU no ha sido necesariamente mala para ellos: es un hecho que los EEUU ha ayudado a otros, pero también que eso le ha generado mercados e influencias que le han convenido. El producir fuera de EEUU ha destruido empleos, pero ha mejorado su nivel de vida al tener productos más accesibles. Si, por poner algunos ejemplos, los estadounidenses tuvieran que comprar televisiones y smartphones hechos 100% en EEUU, ensamblados en su nación con mano de obra nacional y con componentes totalmente fabricados ahí,  sus precios estarían mucho más altos y esos productos no serían competitivos internacionalmente.

Desgraciadamente, como uno de los clientes y proveedores más importantes de EEUU, su aislacionismo nos pega directamente y de un modo relativamente rápido. Y el efecto será de largo plazo.

Ante estas actitudes del Señor Trump, hay que tener una idea clara de cómo debemos reaccionar. Hay que superar el enojo y la incertidumbre, dejar de preocuparnos y empezar a ocuparnos. No pretendo dar recetas, pero si algunos puntos para reflexionar.

Para comenzar, hay que tener claro que el Sr. Trump no acepta las reglas. En su discurso y en sus amenazas, ofrece cosas sin considerar que no tiene total libertad en un sistema de balances y límites, como es el de los EEUU. Actúa como si fuera el dueño de una empresa, que siempre tiene la última palabra. También desprecia los controles externos, como lo demostró al reconocer que evade impuestos siempre que puede evitar los problemas. Es muy probable que trate de hacer lo mismo con los controles que le intente poner el Congreso, tratará de gobernar por decreto siempre que pueda y tratará de evadir los convenios internacionales. Con las presiones que está llevando a cabo amenazando  con impuestos del 35% a nuestras exportaciones, está pasando por encima de su Congreso, quien aprueba los impuestos y también del tratado con la Organización Mundial del Comercio, en donde EEUU ha aceptado no poner barreras arancelarias. Y no le ha importado.

La mentalidad de Trump sobre la economía, es que se trata de un juego de suma cero. Para que a EEUU le vaya bien, a otros les tiene que ir mal. No entiende el concepto de sinergia que en este caso significa que si los aliados comerciales aportan sus mejores puntos fuertes, el resultado es que a ambos les irá mejor y lograrán prosperidad para todos. Por cierto que hay economistas y políticos que piensan igual que Trump. De modo que, para negociar con Trump habrá que tratar de demostrar que hay beneficio para los EEUU y no confiar en que quiera apoyar a otros. Y verá las cosas a corto plazo, no a largo plazo.

En este mismo concepto, está su enfoque sobre el empleo. Si hay desempleo en EEUU es porque se van empresas a otros países, le dice a su ciudadanía. Lo que no menciona es que EEUU tiene uno de los menores desempleos entre los países desarrollados y que la mayor parte de ese desempleo viene del impacto de la tecnología al sustituir a la mano de obra. Por eso, en este momento hay una recuperación económica, aunque débil,  sin una recuperación del empleo. Algo que ha ocurrido desde la Revolución Industrial. Pero la solución  no es detener la tecnología, sino en crear nuevos mercados.
La solución para Europa y Estados Unidos para  su desempleo y relativo estancamiento económico depende de que los países menos desarrollados crezcan y puedan ser mercados para otros países y que EEUU y Europa puedan ser más competitivos mediante desarrollar cadenas productivas con otros socios comerciales.

Para México y para otros muchos, la negociación tendrá que pasar por demostrarle el beneficio económico de colaborar con nosotros, y no será fácil. No creo que vayamos a convencerlo con manifestaciones, insultos, quebrando piñatas de Trump y mentándole la madre. Tampoco quemando banderas norteamericanas, apedreando su embajada o atacando a Wal-Mart y Starbucks. Los argumentos de lógica o de apelar a la filantropía no van a ayudar tampoco. Las amenazas, sobre todo de los países débiles, solo lograrán enfurecerlo. El único lenguaje que entiende es el de los negocios. ¿Tendrán nuestros negociadores la capacidad de demostrar con argumentos económicos y de negocios que a los EEUU les convienen ser nuestros aliados?



domingo, 15 de enero de 2017

COPARMEX: ¿Contra el Gobierno?

Una noticia inusitada en torno al llamado “gasolinazo”, fue el hecho de que la Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX) se negó a firmar el Acuerdo para el Fortalecimiento Económico y la Protección de la Economía Familiar que presentó el Ejecutivo Federal. Sus argumentos fueron que dicho  Acuerdo se presentó sin amplio estudio, en solo tres días, sin tener suficiente consenso así como sin metas, objetivos y medidores claros, entre otras razones. Días después la COPARMEX hizo públicas algunas propuestas para mejorar el Acuerdo firmado por otros sectores.

Se puede estar en acuerdo o en desacuerdo  con las propuestas de COPARMEX. Y qué bueno que puedan discutirse sus ideas. Este tipo de debate es, no solo sano, sino indispensable en este ambiente que,  por decir lo menos, es de “mal humor social”. La unanimidad forzada o fingida en un tema tan espinoso como los aumentos de precios de la gasolina, es lo último que necesitamos. Los acuerdos no deben ser considerados inatacables, por amplio que sea el apoyo que se pueda lograr por ellos. El hecho que se hayan cocinado en tres días, aunque hayan sido por catorce horas diarias como dijo uno de los participantes, no los hace infalibles. Seguimos con el método de negociar “en lo obscurito”, de espaldas a la ciudadanía. No logramos convencernos de que eso ya no funciona.

Pero lo inusitado no es que COPARMEX se haya opuesto cuando el resto del sector privado estuvo de acuerdo. No es primera vez. No en balde algunos consideran a esta Confederación como el “niño malo” del sector privado. Y esa actitud le ha granjeado apoyo de muchos empresarios y fama de independencia. Así como muchos odios.

No, lo novedoso es que algún organismo se oponga al Gobierno con propuestas. Otros sectores, sobre todos los políticos, no pasaron de los insultos o la negación. El “no al gasolinazo” que solo propone cancelar la decisión de quitar los subsidios a la gasolina, sin proponer nada a cambio. La clase política solo ve el “gasolinazo” como la bandera para ganar apoyo que pueden usar ante la ausencia de logros significativos en sus propias administraciones. Otros organismos empresariales callaron o hicieron veladas alusiones a la “incertidumbre” y a “la dura situación que enfrentaremos”, pero no presentaron sus propias propuestas.

Claramente, nuestro sistema político tiene que abrirse a la discusión de las propuestas, vengan de donde vengan. Ninguna propuesta es intocable. Debemos aprender a aceptar la oposición leal a las acciones o ideas del Gobierno y de otros organismos, cuando sean acompañadas con propuestas abiertas también al examen y discusión.

Desgraciadamente en nuestra cultura, no solo en los temas políticos, sino en muchos otros temas, el que alguien nos diga que nuestras ideas no son correctas, que son insuficientes o que podrían ser mejoradas, lo tomamos como un insulto personal. Necesitamos despersonalizar el debate. Acostumbrarnos a atacar las ideas sin atacar a quien las propone. Y aceptar que quien señala las fallas en nuestras ideas no está necesariamente tratando de desacreditarnos. Tal vez sea demasiado pedir en este momento, pero deberíamos tratar de llegar al punto donde consideremos que quien difiere propositivamente de nuestras ideas, nos está haciendo un favor. ¿Difícil? Seguro. No ocurrirá rápidamente.  No en este sexenio. No en el próximo. Puede ser que muchos ya no vivamos lo suficiente para verlo.


Por mientras, hay que felicitar a COPARMEX y tratar de copiar su ejemplo en nuestros propios campos. Acostumbrarnos a diferir proponiendo, sin personalizar la crítica y aceptando que nuestras ideas también sean atacadas, sin darnos por atacados en lo personal. En el ambiente social de este inicio de milenio, donde es cada vez más difícil silenciar las ideas o imponer la unanimidad, más vale que nos acostumbremos a oponernos propositivamente y lealmente así como a que se nos opongan del mismo modo.

lunes, 9 de enero de 2017

Gasolinazo: opacidad y búsqueda de culpables


Una vez más, la clase política ha demostrado que le importa más su muy deteriorado “capital político” que el respeto que le debe a la ciudadanía. Lo demuestra el tema del incremento del costo de la energía, el famoso “gasolinazo”, pero no se nos olvide el aumento del costo de la electricidad, el cual no ha quedado claro en cuanto nos afectará directa o indirectamente.

Recientemente declaró en el radio el Secretario de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz Esparza en una entrevista radiofónica (Radio Red, viernes 6 de Enero), que el aumento de la gasolina ya había sido aprobado por el Congreso. Lo cual es de esperarse: el presupuesto de ingresos y los medios para obtenerlos deben ser aprobados por el Congreso. Si no fuera así, el Ejecutivo hubiera cometido una transgresión mayúscula. Lo que no queda claro es porqué los partidos de oposición no se manifestaron entonces, en octubre de 2016,  en contra del aumento de los precios de la Gasolina. Lo supieron y no lo  comunicaron a la ciudadanía. Queda claro que este tipo de temas que afectan al bien común no son puestos a debate de la Sociedad. Como, por mínimo respeto, deberían hacer nuestros mandatarios.  Deberían avergonzarse.

El anuncio se hizo entre Navidad y Año Nuevo, donde una buena parte de la población y el Primer Mandatario estaban de vacaciones. Lo cual sirvió para que el único que diera la  cara fuera el Secretario de Hacienda. Solo hasta varios días después se dio una explicación que tuvo más un sabor a queja por la falta de credibilidad hacia el Gobierno y un intento de buscar culpables. Y la frase que quedará en el recuerdo como característica de esta administración: “Ustedes, ¿qué hubieran hecho?”. Claramente, lo importante fue proteger lo más posible el capital político del partido en el poder. Rendir cuentas a la ciudadanía no fue una prioridad.

El acusar a gobiernos anteriores puede funcionar en los primeros meses de una administración. Pero ¿cuatro años después? ¿No se dieron cuenta de que se cometía un error subsidiando la gasolina? Según sus cuentas, nos podrían haber ahorrado una buena cantidad. ¿Por qué siguieron con un sistema que daña a la economía?

Tampoco resulta claro el argumento del aumento del precio del petróleo. Eso no ocurrió de golpe el 20 de diciembre de 2016. Vino ocurriendo a partir de enero de 2016. ¿Por qué esperar un año? Ciertamente hay otros factores. La “depreciación” (para no decirle devaluación) del peso, cuenta si más de la mitad de la gasolina es importada. Pero no se discutió el costo alto de la gasolina producida en PEMEX, con refinerías  muy anticuadas (la más nueva con  casi 35 años de antigüedad) y con muy deficiente mantenimiento, con lo cual su productividad es muy baja. No lo sabemos, porque la información no es clara, pero dado el alto costo de extracción y refinación del petróleo mexicano (una vez que no contamos con los  campos de Cantarell) y por la escasa productividad de nuestras refinerías podría ocurrir que nos saliera más barato importar todas nuestras gasolinas que tratar de usar gasolina nacional. Pero esto no se ha debatido, ni creo que salga a la luz pública.

Se justifica el aumento comparando la cantidad que se reducirá de subsidios, comparado con el monto de gastos en seguridad social, por ejemplo. Podrían  haberse hecho otras comparaciones. Hay analistas que consideran que las cantidades desviadas por gobiernos estatales y municipales más  el costo del servicio de las deudas públicas fácilmente duplican lo que se ahorrará en subsidios. No sé si estos analistas tienen razón, pero vale la pena revisar las cuentas. En este tema energético, como en otros, el problema de fondo tiene que ver con el efecto de la corrupción. Otra comparación: ¿De qué tamaño es la evasión de impuestos o las condonaciones que ocurren a los mismos? Si todos pagaran, ¿podría evitarse el gasolinazo? Hay quien estima que solo la evasión del ISR es el 2% del PIB, casi el doble del subsidio a la gasolina.

Pero, en mi opinión, el problema de fondo es el concepto del subsidio. Como ciudadanos todavía no nos queda claro que los gobiernos solo pueden subsidiar si aumentan los impuestos o reducen los gastos. El petróleo en México, históricamente, se usó para lograr subsidios sin aumentar los impuestos. Ya no es posible. No hay ganancias petroleras para ello. Solo se puede subsidiar aumentando impuestos por otro lado. Pedir que baje la gasolina implica subir impuestos o reducir gasto público. Ya se anunciaron recortes de gastos, a funcionarios públicos de alto nivel. Una buena señal, pero insuficiente para compensar el subsidio que se está eliminando. También se habla de una reducción de 30,000 plazas. Que es otra señal, pero que no resuelve de fondo. Y, nadie lo comenta, significa desempleo.

No se ve una solución de corto plazo. A mediano plazo, un combate enérgico a la corrupción, en serio, sí generaría fondos importantes. Sí, como dicen algunos, el costo de la corrupción es el 10% del ingreso federal, esa cantidad es más que el doble del subsidio que se está eliminando. De modo que ahí sí hay un ingreso adecuado.

La solución de fondo, la de largo plazo, la más difícil, es que la ciudadanía nos hagamos cargo de la política. Que tengamos una participación mayor. No se trata de que todos seamos políticos. Se trata de que participemos más. No basta con votar. Hay que estar enterados, seguirle la pista a los tres Poderes en todos los órdenes de gobierno. Discutir, debatir, ofrecer soluciones. Algo que, a propósito, no ha ocurrido con el gasolinazo. Sí, hay enojo y hay manifestaciones. Y que bueno. Lo que no tenemos son propuestas más allá de que se dé marcha atrás en los aumentos. Lo cual reduciría un poco el enojo, pero no resuelve el problema. No basta con señalar soluciones. Hay que debatirlas, diseñar su implementación y darles seguimiento. En pocas palabras, la adversidad nos está obligando a ser una sociedad, una ciudadanía maduras. Ojalá lo asumamos. Yo tengo fe en que la ciudadanía lo puede lograr. De lo que no tengo tanta confianza es en que, por su propia iniciativa, la clase política nos proponga soluciones de fondo.


2017: ¡Huy, qué miedo!

La verdad, a primera impresión, da miedo el año que empieza. Bajo  crecimiento económico, devaluaciones (ligeras o severas), inflaciones altas, gasolinazos y por si fuera poco, el Presidente Trump cancelando el Tratado de Libre Comercio con México y regresándonos algunos millones de mexicanos para que ingresen a las filas de los desempleados. Esa es la dieta diaria que nos están dando los medios en sus comunicaciones, gran parte de las redes sociales, los “expertos” y los infaltables encuestólogos. Y lo peor es que hay bases para estos temores, que provocan desde la mera preocupación hasta el pánico.

La tendencia de los medios al sensacionalismo, y su idea de que lo trágico y lo pesimista vende periódicos o puntos de “rating”, los lleva a crear profecías que se auto cumplen. Si se crea miedo en la sociedad, la economía se paralizará y todo irá mal. Después de todo, pronosticar desastres es la apuesta más segura para un comunicador. Si pronostica bonanza y no ocurre, todos lo recriminarán. Si pronostica calamidades y no ocurren, el alivio de la Sociedad al ver que las cosas no fueron tan mal después de todo, le da tal alegría que nadie reclamará al pesimista.

Por otro lado, para la clase política esto es un premio inesperado. Con muy poco que mostrar de logros en sus propias administraciones, las situaciones como las que nos pronostican son las municiones que necesitaban urgentemente para  ganar adeptos y derrotar a los partidos en el poder.
Pero, en serio, ¿Hay otros escenarios posibles? Bajo estas circunstancias ¿Es posible ser un optimista y ser racional? Yo creo que sí. Sé que molestaré a muchos y que me ganaré muchos regaños pero,  en conciencia, me siento obligado a diferir del pesimismo generalizado que estamos viviendo. Y estoy consciente de que bien puedo estar equivocado.

MI mayor argumento es nuestra Sociedad. Una sociedad asombrosamente resistente, que ha sufrido y superado calamidades de todo tipo y ha salido fortalecida en cada una y, lo más importante, sin perder la esperanza y el buen humor que nos caracteriza. Aguantamos 300 años de colonia, un siglo de caudillos aderezado por múltiples intervenciones extranjeras, casi ochenta años de dictadura perfecta y doce de una alternancia democrática mal conducida, que no cumplió las expectativas de todos.
En toda nuestra historia es  casi imposible encontrar buenos gobiernos. Y a pesar de tener gobiernos muy malos, el país ha prosperado en buena medida. No gracias a los gobernantes, sino a pesar de ellos. Un ejemplo: en los últimos años los EEUU han deportado casi dos millones  de mexicanos que regresaron al país y se incorporaron a la sociedad trayendo conocimientos y, lo más valioso, el empuje y disposición a arriesgarse que los llevaron a emigrar. Sin hacer ruido, sin apoyos gubernamentales, están incorporándose y aportando sus capacidades. Un valor incomparable que, bien encauzado, puede mejorar mucho a nuestra sociedad. Su regreso fue y será beneficioso. Y es de esperarse que así ocurra si los siguen deportando.

No quiero decir con esto que debamos resignarnos a tener gobiernos malos. Pero sí que debemos estar convencidos de que podemos prosperar a pesar de ellos. De que nuestra sociedad es cada día más consciente, más fuerte y más interesada en los asuntos públicos. Que tenemos claro que no hay recetas fáciles ni programas mágicos que resuelvan nuestros problemas rápidamente. Debemos aceptar que esto es una “brega de eternidad” como decía Gomez Morín.

El miedo no sirve a nuestra Sociedad para nada bueno. No vamos a resolver nada paralizándonos como colectividad. Si algo necesitamos es evitar  que el miedo nos provoque desesperanza. En vez de angustiarnos, necesitamos apoyarnos unos a otros para encontrar soluciones, para hacer sentir nuestra fuerza de Sociedad a los mandatarios que no siguen nuestros mandatos. Asegurarnos de que la política sirva al país y no solo a la  clase política y sus beneficiarios.

¿Tendremos la fortaleza para ello? Creo que sí. Déjeme contarle una anécdota. Hace años tuvimos hospedada en nuestro hogar a una monjita revolucionaria, progresista y activista que había trabajado con pobres de varios países de América Latina. Ella, por supuesto, de inmediato fue a visitar las zonas más marginadas del país. Al despedirse nos dijo algo notable. “Los pobres mexicanos son diferentes de los pobres de otros países”, afirmó. “La diferencia es que los pobres mexicanos tienen esperanza”. Ahí, precisamente ahí está nuestra fortaleza.


Yo creo que eso es cierto y no solo de los pobres. El Mexicano, así con mayúscula, es una persona con esperanza. Ese es nuestro mayor tesoro. Amiga, amigo, le deseo que en este año 2017 todos cultivemos y apliquemos nuestra esperanza. Que no nos dejemos acobardar por el miedo y el pesimismo que están tratando de inyectarnos. Se nos vienen retos importantes. Pero, estoy seguro, estaremos a la altura de esos desafíos.