¿Porqué Cuenta Larga?

¿Porqué cuenta Larga? Los mayas tuvieron dos maneras de llevar el calendario: la cuenta corta (el año o tun) y la cuenta larga, de 144,000 días, el baktun, equivalente a 395 años y medio, aproximadamente.

Las organizaciones deberían tomar en cuenta esta filosofía. Hay decisiones de corto plazo (Cuenta Corta) y de largo plazo (Cuenta Larga). Este blog está orientado a las situaciones de largo plazo y su influencia en las organizaciones

lunes, 28 de febrero de 2022

Paz para Ucrania

Nosotros somos pacifistas. Acepten nuestras condiciones, y les concederemos la paz.” Anónimo.

El tema del momento es la paz. Desde la guerra de los Balcanes en los 90, no ha ocurrido en Europa una situación como la actual. Esta temporada de casi 30 años sin guerra europea, se ha interrumpido. Bueno, no del todo. La realidad es que hace unos cuantos años hubo la invasión por Rusia del territorio de Crimea, una parte importante de Ucrania. De hecho, ocurre que ciertas guerras son más noticiosas y por lo tanto llaman más la atención mundial.

Pero el mundo sigue en guerra. La guerra en Afganistán apenas termina con la retirada de las fuerzas de los Estados Unidos y en África continuamente está viviendo guerras en pequeña o gran escala. Así como en el Medio Oriente, donde no se puede hablar de una paz auténtica. Por no hablar del caso de Colombia, con guerrillas activas desde los sesentas y que no termina de resolverse. Y muchos otros ejemplos.

Independiente de las razones o sinrazones de las guerras y en particular del actual enfrentamiento entre Rusia y Ucrania, en general ocurre que para muchos la guerra es un evento sanitizado por la televisión, donde el sufrimiento de la población se minimiza y los temas del conflicto se resuelven en un tiempo muy limitado. Tal vez por esto no tenemos una concepción clara de lo que verdaderamente es la paz. Y, como la mayoría de nosotros no hemos vivido la guerra ni tenemos testimonios de primera mano de lo que significa vivir en guerra, no apreciamos la bendición que significa la Paz. Porque en una guerra todos pierden. Hasta los que ganan.

En su definición clásica, la paz es la tranquilidad en el orden. No es un orden impuesto, no es una tranquilidad obligada por un orden injusto, no es una vida tranquila a cualquier costo. No basta que todos los contendientes terminen con un arreglo aceptable o irremediable. Lo cual, por supuesto, es muy difícil. Ciertamente, existe un cierto modo de paz, una paz impuesta. Una paz que se genera por la opresión de los vencidos por los vencedores: el fruto de la rendición.

Cabría cuestionarnos: ¿cuál es la paz que queremos? ¿Cuál es la paz que pedimos de la comunidad internacional para este momento? No es la paz que el mundo nos da o nos impone: una paz como la mera ausencia de violencia física. No basta una paz que incluya la no violencia pero que signifique una violencia psicológica o cultural. Todo un tema, del que no tenemos una idea clara. Y mientras no la tengamos, posiblemente nos conformemos con un mero cese al fuego, como el que tienen ambas Koreas desde hace casi 70 años.

Una vez más nos damos cuenta de que los acuerdos internacionales, los organismos de las Naciones Unidas y otros mecanismos que se supone que buscan la paz sólo funcionan en cierta medida, en la medida que sus miembros estén dispuestos a respetarlos. Lo cual no es el caso en este momento. Incluso las alianzas de defensa mutua cómo es la OTAN, están mostrando sus limitaciones. Sí, se han puesto de acuerdo en poner sanciones económicas a Rusia. Pero también es muy claro esas medidas sólo surtirán efecto en el largo plazo y posiblemente no lleguen a tiempo para remediar los problemas inmediatos. Al final quien tiene una resolución más poderosa, quién esté dispuesto a someter a su población a mayores penalidades, ese será quien tenga el triunfo. Y, como nos muestra la historia, esas alianzas no solo previenen, sino que extienden las guerras.

Pedimos paz para Ucrania; no sólo que dejen de caer las bombas. Pedimos paz con libertad y autodeterminación. Y queremos, necesitamos, para toda la humanidad una verdadera paz interior. Una paz de cada quién conmigo mismo. No sólo una paz entre países sino también, y de modo preponderante, una paz al interior de nuestras comunidades, tanto las locales como las nacionales. Bien está que protestemos, bien están las campañas de oraciones y las de repudio: es importante dar a conocer a los gobiernos que los ciudadanos de todos los países no estamos dispuestos a que se continúe utilizando la guerra como mecanismo para resolver problemas. Pero no basta con ello. Para que exista paz duradera tenemos que empezar por construir la paz en el interior de cada uno, en nuestras familias y en nuestras pequeñas comunidades. Que la paz este en uno de los primeros lugares en nuestra jerarquía de valores para que podamos exigir a los gobernantes que cesen estos eventos tan costosos para la humanidad.

Antonio Maza Pereda

martes, 22 de febrero de 2022

Los beneficiarios

Existe, por desgracia, y se está promoviendo una cultura que divide a los ciudadanos entre una gran mayoría de beneficiarios y una escasa, muy escasa minoría de benefactores. No es que sea nada nuevo. Los sistemas socialdemócratas europeos fueron autodenominados Estados Benefactores, ofreciendo de la cuna a la tumba beneficios para la ciudadanía. Lo cual no siempre es completamente cierto, pero así funciona su propaganda.

Esta noción de dividir la población entre beneficiarios y benefactores es aún más dominante en el populismo de todos los signos. Se trata de convencer a la población de qué el Estado les da beneficios, que muchas veces se presentan como inmerecidos para los beneficiarios. La idea es tener una ciudadanía que se sienta en deuda hacia una minoría de benefactores. Por lo tanto, los beneficiados están obligados y de alguna manera deberán de pagar, fundamentalmente con votos a favor de los benefactores.

Pero esto no ocurre solo en el ambiente político. Esto ocurre en muchos ámbitos. Curiosamente, también se da en las instituciones del sector privado, aunque con menos frecuencia. Se da también en el sector salud, tanto en el público como ocasionalmente en el privado.

Parte del éxito consiste en ocultar cuidadosamente que esos beneficios que se le dan a la ciudadanía no son por cuenta y riesgo del benefactor. Todo beneficio que recibe la población ha sido pagado previamente por alguien. Todo lo que nos da el Gobierno es pagado por el sufrido consumidor, que paga su Impuesto al Valor Agregado de manera visible o invisible, O por el tantas veces vilipendiado causante cautivo, que además de estar pagando el Impuesto al Valor Agregado y el cúmulo de impuestos especiales que cada vez más tenemos vigentes, paga alguna proporción de sus ingresos a Hacienda. O el sistema de Seguridad Social, que se paga con aportaciones de los empleados, de los patrones y del Gobierno, quien saca ese dinero de nuestros impuestos. Incluso, en las instituciones de asistencia privada, una parte del ingreso viene directamente de que las aportaciones filantrópicas son deducibles de impuestos: o sea que, al final del día, es un dinero de la población, que podría ser aplicado a otras funciones del Gobierno.

El principio está viciado. El supuesto benefactor usa el dinero que la propia ciudadanía está entregando para su funcionamiento. Y muchas veces el asunto es que los representantes de los supuestos benefactores, funcionarios y empleados de estos organismos asumen una posición abusiva hacia el beneficiado. Muchas veces actúan como si el beneficiado no tuviera derecho a protestar por los malos tratos o los servicios deficientes. “Después de todo -asumen estos representantes- mal harían en exigir algo de nosotros, porque finalmente se les está ayudando”. Y como dice el refrán popular, “al caballo regalado no se le mira el diente”.

Ha habido intentos, desgraciadamente sin mucho seguimiento, de cambiar esta cultura. Algunos de los organismos de Seguridad Social han cambiado la nomenclatura: a los beneficiarios se les llama, desde hace algún tiempo, derechohabientes. Lo cual es mucho más preciso: la persona que asiste a los sistemas de Seguridad Social tiene derecho a lo que va a recibir, ya que esto está siendo pagado por sus aportaciones y por sus impuestos. Pero desgraciadamente no basta con cambiar un título: aunque es un hecho que ha cambiado mucho el trato en los sistemas de Seguridad Social, todavía se percibe con mucha facilidad que los funcionarios tratan a los derechohabientes con lo que algunos llaman rudeza innecesaria.

Y ahora que estamos cerca de una elección importante, por lo menos para la 4T, los grupos de servidores de la nación están llevando a cabo visitas domiciliarias a los beneficiarios de las pensiones por edad avanzada para convencerlos de que se necesita su voto para que esta aportación siga estando vigente. También hay quienes nos están convenciendo de que es el Gobierno quién nos está pagando las vacunas contra el coronavirus, y que por lo tanto debemos estar agradecidos. Cuando la verdad es que lo están haciendo con dinero de nuestros impuestos.

Repito: no es que esto sea algo nuevo. Durante la larga época de la dictadura perfecta, se siguió al dedillo la metáfora de Octavio Paz del ogro filantrópico. Aquel que te da bienes pero que te mantiene atemorizado por la posibilidad de quitártelos o de hacerte mucho mayor daño. Recientemente como parte de la defensa de la reforma energética, se rescató de las hemerotecas un discurso de Adolfo López Mateos, uno de los presidentes más querido, emanado del PRI. Y este discurso empezaba diciendo: “Mexicanos, les devuelvo la energía eléctrica”. Como si fuera él, en lo personal, con sus recursos, quien nos hiciera este beneficio. Lo cual, por otro lado, no era una gran ventaja. El costo de la electricidad en México era y en muchos casos sigue siendo uno de los más caros del mundo y sólo se le puede tener alguna medida de competitividad a base de los subsidios pagados con los impuestos de los contribuyentes. La misma historia, 62 años antes.

¿Hasta cuándo nos convenceremos de que el Gobierno sólo nos puede dar algo que nos ha quitado primero? ¿Hasta cuándo entenderemos que los impuestos los pagamos todos y no sólo los ricos y que, si a esas vamos, en proporción todos pagamos mucho más que los adinerados? Porque al final del día una parte muy importante la recaudación viene del consumidor final a través del impuesto del valor agregado. Viene de todos, de ricos y pobres. Y nadie nos está haciendo ningún favor con esos beneficios.

Nos hace falta entender lo que significa el concepto de mandatario, tanto el primer mandatario como todos los demás mandatarios que forman el Gobierno. Ellos son nuestros empleados, los elegimos para que usen nuestros recursos de la mejor manera posible. Y nosotros debemos dejar de considerarnos como beneficiarios. Somos en estricto sentido los mandantes y debemos de acostumbrarnos a exigir.

 

Antonio Maza Pereda

viernes, 11 de febrero de 2022

La educación en lo importante

No siempre es claro tener definido qué cosa es la educación. Con frecuencia la confundimos con instrucción e incluso con un conjunto de reglas de convivencia.  Por ejemplo, cuando decimos que una persona es bien educada, es alguien que en todo tiempo tiene presente las reglas de cortesía. Lo cual no siempre es cierto: muchas veces conocemos personas muy instruidas y que sin embargo son todo menos corteses. Su instrucción se basa fundamentalmente en lo técnico y no necesariamente en otras capacidades humanas.

Muchos dicen, y posiblemente tengan razón, que se nos ha perdido el concepto de lo importante. Y no es culpa de la gente: hemos vivido un cambio radical en los valores y en la manera de comportarnos. No tenemos acuerdo en aquello que es importante. Podríamos comentar algunos ejemplos: Acuerdo si la educación debe cumplir únicamente los requerimientos para un trabajo básico, si es lo necesario para progresar económica y socialmente, o al menos lo necesario para convivir en sociedad y para cumplir con nuestras obligaciones ciudadanas. Y mientras no tengamos un acuerdo respecto al alcance de lo que significa una educación en lo importante, o si lo quiere usted ver así, qué es lo importante en la educación, claramente seguiremos teniendo desacuerdos en este campo.

¿Será posible recuperar los mecanismos en el pasado permitía educar en lo importante? ¿Medios como las costumbres, tradiciones, la presión social, las prácticas familiares, el papel de los abuelos y el recuerdo de bisabuelos y tatarabuelos, por ejemplo?

Claramente hay una necesidad de recuperar la educación en lo importante. Valorar y tener acuerdos sobre el criterio de importancia, el manejo de conflictos, la lógica natural también conocida como el sentido común. y también otros tipos de criterios, no necesariamente fruto de la lógica. Criterios para definir lo importante, por ejemplo, ¿siguen teniendo vigencia actualmente, como tuvieron durante milenios en la historia de la humanidad?

Y esto, de por sí complejo, se nos ha complicado aún más por el efecto de la pandemia en que vivimos. Cuando miles de millones de seres humanos no están pudiendo tener los niveles de educación que, buenos o malos, teníamos antes de la pandemia. Cuando ya temíamos que mucho de lo que se enseña en las escuelas, manejaba muy ligeramente temas como la educación en la salud, las capacidades de análisis y de síntesis, el manejo del pensamiento crítico y del sentido común, la inteligencia emocional y otros muchos temas. Mientras se sobrecargaba a los alumnos con una serie de conocimientos poco útiles para su vida diaria y se estaba omitiendo lo que muchos consideran la habilidad más importante en los próximos siglos: la habilidad de aprender a aprender, sin seguir insistiendo en los sistemas basados en aprender memorizando.

Es un tema que da para rato. Sin embargo, no es una preocupación para la mayoría; estamos bastante cómodos con nuestra manera de educar en lo importante. O como diría una minoría, deseducar. Porque para algunos el tener criterios relativamente homogéneos de aquello que es importante, es percibido como una especie de tiranía. ¿Qué hacer? Lograr este tipo de acuerdos no será fácil ni rápido.

 Llevamos siglos de una revolución cultural no anunciada, no reconocida ampliamente y donde se nos ha convencido de que todo tiempo futuro será mejor. Creemos que todo lo pasado es desechable y no estamos logrando lo que la humanidad ha desarrollado: la habilidad de crecer apoyándose en nuestros conocimientos anteriores, ver la realidad subidos en los hombros de gigantes como dijo Newton, entendiendo por ello el conocimiento acumulado en la historia de la humanidad. No, no será fácil. Razón de más para empezar pronto.

 

Antonio Maza Pereda