¿Porqué Cuenta Larga?

¿Porqué cuenta Larga? Los mayas tuvieron dos maneras de llevar el calendario: la cuenta corta (el año o tun) y la cuenta larga, de 144,000 días, el baktun, equivalente a 395 años y medio, aproximadamente.

Las organizaciones deberían tomar en cuenta esta filosofía. Hay decisiones de corto plazo (Cuenta Corta) y de largo plazo (Cuenta Larga). Este blog está orientado a las situaciones de largo plazo y su influencia en las organizaciones

martes, 23 de diciembre de 2014

¿Fin del embargo a Cuba?


"Que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba": Juan Pablo II, visita a Cuba, 1998

Después de 11 meses de conversaciones en Canadá, los presidentes de Cuba y Estados Unidos llegan a una serie de acuerdos. Más de 50 años habían pasado sin que hubiera acuerdos formales; en esta ocasión se logra una liberación de presos de ambas naciones, la promesa de levantar algunas de las previsiones del embargo que Estados Unidos había decretado en contra de Cuba y de pedir al Congreso de Estados Unidos que elimine el embargo permanentemente.
Es claro que no a todo mundo le parecerá buena esta situación. Huber Matos (1918-2014), Armando Valladares y otros miles de presos de conciencia sentirán que no se ha hecho justicia. Yoani Sánchez y otros perseguidos por tratar de expresar libremente su opinión sentirán que quienes los persiguieron se salen con la suya. Pero no son los únicos: ya han empezado a circular en las redes sociales comentarios sobre los miembros del Partido Comunista Cubano que van a devolver su carnet del partido porque sienten que el gobierno de Raúl Castro ha traicionado sus principios.
Pero, finalmente, lo importante es la gente, lo importante es el pueblo de Cuba. Es cierto que el bloqueo que se les impuso no logró quebrantar al gobierno de los Castro, pero también es cierto que a pesar de que otros países comerciaban con Cuba, su situación económica era y es bastante angustiante para la población. En 1959 Cuba era uno de los países más desarrollados de América Latina[1], desde la Revolución  no ha podido eliminar la carestía de bienes de consumo, el racionamiento de alimentos, el deterioro de la infraestructura urbana y otros muchos males.
Las familias, separadas por el exilio, todavía encuentran muchas dificultades para poder reunirse o al menos visitarse. El nivel de vida de los cubanos se mejora en parte gracias a las remesas se les envía el exilio cubano, pero claramente todavía es insuficiente. Entre las promesas de Obama está la de facilitar el las visitas y las remesas de los exiliados cubanos a sus familias. Pero claramente eso no es lo más importante. Lo ideal sería que el gobierno cubano liberalice las posibilidades de inversiones extranjeras para poder ampliar el mercado de trabajo y mejorar los ingresos de los cubanos. Algo que no es nada fácil, pero que los chinos ya demostraron que puede hacerse.
Es muy pronto para poder decir que resultados tendrán estas nuevas condiciones en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Al desaparecer el bloqueo, desaparece también el gran pretexto para explicar por qué el sistema económico cubano no ha dado resultados de desarrollo y bienestar que siempre han prometido. Habrá que ver sí, sin el bloqueo, ahora podrán tomar un camino de desarrollo acelerado. Algo que, si lo logran, a los capitalistas duros les causaría una gran desazón.
Yo espero fervientemente que todo esto sea para bien de los cubanos. Que estos convenios les permita mejorar su situación económica, que favorezcan la democratización de su sistema de gobierno, que den una mayor suma de libertades a los intelectuales, opositores al régimen y al pueblo en general. También espero fervientemente que ambas partes, Estados Unidos y Cuba, puedan lograr relaciones abiertas y leales; nada sería más decepcionante que encontrar que se negoció tramposamente y que lo único que se buscara fueran los reflectores de los medios.
Espero que sea así, no sólo para el bien del pueblo de Cuba sino también para el de Estados Unidos.



[1] El fin de la confusión, Macario Schettino, Editorial Paidós, 2014,

lunes, 8 de diciembre de 2014

Declaración Patrimonial


Probablemente la noticia  de los últimos tiempos y un primer caso en toda la historia México: el Presidente y su señora esposa declararon públicamente sus patrimonios. Algo  muy importante: un hecho, un ejemplo que debería hacerse obligatorio para todos los funcionarios públicos de primer nivel, en los tres órdenes de Gobierno. Y no porque haya que responder a señalamientos o acusaciones. Porque eso es importante para que los gobernantes vuelvan a merecer la confianza que necesitan para tener verdadera gobernabilidad. Algo que hay que hacer aunque la Ley no los obligue.  Por salud del Estado.
Desde luego, los parientes de esos funcionarios también deberían declarar sus patrimonios. De otra manera, un corrupto cubriría sus bienes mal habidos poniéndolos a nombre de sus familiares. Si los parientes no declaran, la desconfianza persistirá. Sí, deberían declararlos aunque no sean funcionarios públicos ni la ley los obligue.
Además, habría que anexar las declaraciones al fisco del declarante, de manera que el contribuyente pueda ver si hay proporción entre los ingresos legales y el monto de su patrimonio. El patrimonio sin referencia  a los ingresos dice muy poco.
También puede ocurrir que el funcionario haya obtenido ingresos ilícitos y no se hayan reflejado en su patrimonio; que se hayan usado para “comprar voluntades” o para adquirir poder. No es un tema fácil; la declaración de patrimonio e ingresos son importantes, pero no cuentan toda la historia. Ni son totalmente determinantes para demostrar que el funcionario no haya caído en actos de corrupción.
Y, por supuesto, deberían acompañarse por los comprobantes respectivos, De otro modo, volvemos al principio: creerle al funcionario se vuelve un acto de fe. Y la  ciudadanía ya no está para hacer actos de fe basados en la palabra del funcionario.
¿Por qué hemos llegado a este punto?  La pregunta sobra. Como dice el ranchero, la mula no era arisca; la hicieron así a palos. Ahora tenemos que ir más allá de los mínimos a nos obligan las leyes. Si lo quiere ver  así, por interés propio de nuestros políticos. O por patriotismo, si quiere verlo románticamente.
Por supuesto, eso también requeriría que la ciudadanía se comprometiera a revisar y validar esas declaraciones y a pedir todas las explicaciones necesarias. Y no solo un grupo, sino varios para tener diferentes opiniones. Y hacer más difícil que coopten a los participantes.
Estamos en una situación de una gran desconfianza. Y la confianza es un factor fundamental para la gobernabilidad democrática. Claramente las dictaduras (perfectas o imperfectas) no necesitan de la confianza de los gobernados. Lo único que necesitan en una gran capacidad de coacción para silenciar a las voces disidentes. Y, por cierto, como se ha demostrado una y otra vez, la confianza es un factor determinante para el desarrollo económico y social de los países.
Un Estado fuerte no es el que puede imponer su voluntad sobre la ciudadanía. Un Estado fuerte es uno que tiene la confianza de los gobernados, que se ha ganado una autoridad moral de manera que la población sigue a sus gobernantes, los apoyan y contribuyen a los objetivos que han hecho suyos. Un Estado fuerte no necesita manipular a la ciudadanía mediante el engaño, la mercadotecnia o la violencia. O las dádivas a sus grupos clientelares actuando, como decía Octavio Paz como el Ogro Filantrópico.
Y esto, por supuesto, aplica a los gobernantes, y también a los demás políticos que desean sustituirlos. Ya desde ahora, sin estar en el Poder deben ir construyendo la confianza. No basta con que derroten a los que son indignos de confianza.
Nosotros, ciudadanos de a pie, ya no podemos seguir dejando algo tan importante como es la ´política en manos de los políticos. No podemos, por indolencia o desinterés, esperar a que el cambio de personas mejore las cosas. La mejoría del Estado es una función de todos los ciudadanos. Dejar esa mejora en manos de los políticos, la Historia lo ha demostrado, es una i

jueves, 4 de diciembre de 2014

¿Y si no hubiera partidos políticos?

Con los acontecimientos de los últimos años y, más pronunciadamente, los de los últimos dos meses es claro que hay una demanda social. No estamos conformes con ninguno de los partidos políticos. Y, razones más o razones menos, la ciudadanía siente que los partidos no nos representan, que no les importa lo que nos importa a los ciudadanos, que lo que hacen legalmente nos sale bastante caro y que lo que hacen por fuera de la ley posiblemente nos sale más caro todavía. Y, de vez cuando, actúan criminalmente. De ahí que muchos ciudadanos, cuando se les señalan los asuntos de Ayotzinapan o cualquier otro que han ocurrido durante la gestión de uno u otro partido, una respuesta común es la de: "A mí no me importa cuál es el partido, se trata del Gobierno". Todos son igual de malos.
Y, ante ese descontento, hay muchos que se preguntan: ¿No podríamos vivir sin partidos políticos? De hecho, los partidos políticos un fenómeno relativamente nuevo; antes del siglo XVIII o XIX  se hablaba muy poco de partidos. Y no sólo porque los sistemas fueran monárquicos: en la democracia griega no había propiamente partidos. No deja ser un fenómeno relativamente moderno. Pero, ¿cuáles serían las opciones? Muy en concreto, ¿qué se podría hacer en México?
Desde luego, está la opción del anarquismo. El cual, al menos conceptualmente, parte de la base de que el ser humano es bueno por naturaleza y que es el Gobierno quien lo corrompe. Pero, claro, resulta difícil creer en esa bondad de la naturaleza humana. Francamente no creo que la ciudadanía estuviera tranquila encomendando nuestro Gobierno a quienes proclaman que “la violencia es la partera de la Historia”.
Están, desde luego, las formaciones políticas que dicen no ser partidos, sino movimientos. Algunos más conocidos, otros menos. Pero, al final, hablamos del mismo tipo de grupo con otro nombre.
Luego están los ejércitos. De muchos tipos: desde el EZLN, el ELN, el ERPI y otros. Varios de ellos comprometidos a llegar al poder mediante las armas; uno de los argumentos menos democráticos. Y no faltarán quienes pongan su esperanza en el Ejército Nacional. No, decimos la mayoría: el nuestro es un ejército institucional. Pero, si hacemos memoria, también se consideraba al Ejército chileno como uno de los ejércitos más profesional, institucional y democrático de América. Y no faltará quien, de pura desesperación, consideren que la salvación del país está en tener una dictadura militar, similar a las que han tenido en diversos momentos los países sudamericanos.
¿Otras opciones? ¿Darle el poder a los civiles? Lo hicieron en Sudamérica con Collor de Melo y con Fujimori y los resultados no fueron precisamente brillantes. Al parecer, hay quienes consideran que no ser político es garantía de honestidad y de buen acierto para gobernar. A mí me parece que esa argumentación  es muy poco sólida. ¿Confiarlo a los académicos? Conociendo algunos, francamente me parecería que no todos tienen las capacidades. ¿A la prensa? ¿A los organismos empresariales? ¿A las ONGs? ¿Al clero? La verdad, no se ve claro una agrupación que tenga la plena confianza de la ciudadanía y que pueda sustituir a los partidos políticos. De manera que cuando, viniendo de gente de buena fe y preocupada por la situación del país, escucho la propuesta de que no tengamos partidos políticos, me quedo pensando: ¿y cómo los sustituimos?
Seamos claros: para nada estoy de acuerdo en que sigamos dentro de lo que algunos llaman "la partidocracia". Los resultados han sido fatales, y ellos no parecen tener ninguna idea clara de cómo deberían cumplirle mejor a la ciudadanía. No en el discurso: ahí sí es fácil arreglar el mundo. El chiste es dar resultados, sistémicos y de largo plazo, en la práctica.
Creo, sin embargo, que tiene que haber soluciones. Y la respuesta tiene que venir de esta masa informe que somos la ciudadanía. Hasta ahora nos ha sido fácil desentendernos de la labor de vigilar y controlar a aquellos que hemos elegido para qué, supuestamente, nos representen. Necesitamos construir instituciones ciudadanas, estas sí, escrupulosamente ajenas a los políticos de cualquier signo, con fuerza legal para ejercer una auditoría de las acciones de nuestros representantes. Y no sólo con el voto: el mecanismo de hacer pagar sus fallas en los partidos en las elecciones es un mecanismo demasiado lento y las leyes y reglamentos han sido construidas de manera que fácilmente se pueda evitar ese tipo de control.
¿Quiere oír mi utopía? Conste que es una utopía, algo prácticamente irrealizable. Habría que desbandar a todos los partidos políticos. Darles un tiempo para reorganizarse pero con algunas limitaciones: no podrían tener entre sus miembros a aquellos políticos que hayan ganado puestos de elección, o que hayan recibido algún nombramiento dependiente de los presidentes y gobernadores. Por otro lado, tendrían obligatoriamente que cambiar de nombre y de colores. Esto porque, a través de decenios, todos los partidos han creado una “imagen de marca” usando para ello nuestras contribuciones. Y, por supuesto, se limitaría el número de partidos mediante el número de firmas que podrían recabar para su constitución y se les asignaría a todos un presupuesto bajo e igual. De esta manera, ningún partido podría tener ventajas sobre los demás excepto por la calidad de las propuestas y los candidatos que seleccionen.
Y, complementariamente, a las compañías de medios se les limitaría severamente para que no puedan hacer publicidad en mayor proporción a unos políticos que a los otros. Y esto, mediante con penalidades tan severas como la de poder quitarles, en un extremo, hasta la concesión.

Todo esto requeriría, imprescindiblemente, de una amplia participación de los ciudadanos como contralores de las agrupaciones políticas. Ya pasó el momento en que podríamos desentendernos de las acciones de los políticos y llegó el de darnos cuenta de que la política es demasiado importante como para dejársela a los políticos. ¿Estaremos a la altura?

lunes, 24 de noviembre de 2014

¿Autoritario, yo?


Al parecer en este inicio del siglo XXI la gran batalla política, cultural y social es la del autoritarismo contra la democracia. No de izquierdas contra derechas: igual hay autoritarios de izquierda como de derecha o de centro. No en los sistemas económicos: lo mismo hay autoritarismos liberales o neo-liberales como populistas o de economías con predominio estatal. El autoritarismo es una actitud trasversal: se da lo mismo en la familia, en el Estado o en la Iglesia así como en los organismos intermedios, las empresas, las ONG ’s.
Revisemos por mera curiosidad las noticias de las últimas semanas en México. Lo mismo en Tlatlaya como en Iguala, se asoma el autoritarismo.  En la imposición del reglamento de una gran institución de educación superior, vemos el autoritarismo. Lo vemos en la construcción de una presa en propiedad de un gobernador. En la negativa a informar a la ciudadanía, en las maniobras para sellar la información de obras de  infraestructura por 25 años así como en la definición de la Corte  Suprema de que la información del Poder Legislativo no es de interés público y, por lo tanto no hay obligación de informar a la ciudadanía.
Y no es diferente el caso de la familia: el “porque lo digo yo” es el grito de guerra del autoritarismo paterno o materno. En la Iglesia, el Papa ha hablado en contra del clericalismo; y hay que reconocer que buena parte del fondo del clericalismo es el autoritarismo. No únicamente las actitudes "principescas" de algunos miembros del alto clero, sino también en las actitudes de otras instancias menores, incluyendo las de algunos catequistas y sacristanes. Y qué decir de las empresas. No sólo hay autoritarismo en el "Olimpo". Son autoritarios la alta gerencia, la gerencia media y en muchos casos hasta las secretarias y los porteros.
Pero, eso sí, prácticamente nadie lo reconoce. Señale usted el autoritarismo de un político, un empresario, un padre de familia o un clérigo y este, por regla general, reaccionará indignado. "¿Autoritario, yo?". Y no hablemos de los legisladores en los diversos órdenes de Gobierno. Porque pocas cosas se reconocen menos que nuestro propio autoritarismo. Siempre hay razones. Siempre hay "principio de autoridad". Siempre hay un “infantilismo de los gobernados, incapaces de decidir por sí mismos”. Sin entender, por supuesto, que el fruto natural del autoritarismo es el infantilismo de los subordinados. O, a veces, la rebelión. Siempre se invocará el "Principio de autoridad". "Soy yo o el caos", dice el autoritario.
En un estudio muy interesante, realizado por Geert Hofstede[1] y que se ha venido actualizando por varias décadas, se presenta el autoritarismo como el valor cultural de "la distancia al poder". Un valor donde las sociedades aceptan que los superiores tienen derechos diferentes al resto de la sociedad. Donde se considera que ese es el modo normal como ocurren las cosas. El poder está lejano e inalcanzable, es intocable. Se le critica, pero de fondo se le respeta. Porque se respeta ese orden de cosas. ¿Le suena algo parecido a lo que tenemos en nuestra sociedad? De hecho, en ese estudio, se coloca a México en el lugar diez de los países con mayor autoritarismo entre los setenta y cuatro países analizados.
Un virrey de la Nueva España, el Marqués de Croix dijo en una ocasión: “deben saber los súbditos del gran monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir, ni opinar en los altos asuntos del gobierno”. Cambie usted la redacción, el estilo y adáptelo a las situaciones actuales y encontrará ese mismo espíritu en muchos espacios. No hemos cambiado mucho.
No me gusta decir que esto es un problema cultural. Porque cuando decimos que algo es cultural, es casi tanto como decir que ya no hay nada que hacer y que tenemos que resignarnos. Pero en parte es cierto. Hemos vivido tan inmersos en un ambiente autoritario que casi no lo sentimos. Y, por supuesto, los autoritarios son los que menos lo notan. Para ellos, esa es la situación natural. El pez no se da cuenta de que está mojado.
Probablemente la batalla más importante tiene que ocurrir dentro de nosotros mismos. Observándonos, entendiendo como es nuestra relación con los demás. Tratando de encontrar en qué actitudes y en qué momentos nos estamos mostrando autoritarios. Si un número importante de nosotros, los ciudadanos, empezamos a actuar de una manera que no sea autoritaria,  seguramente podremos hacer la diferencia. Y ya urge.
(Publicado el 1º de Octubre de 2014)




[1] Hofstede , Hofstede: Cultures and Organizations. Mac Graw Hill, 2005.

¿Seguiremos como siempre, "resolviendo" las inconformidades?



Hay quien dice que están iniciando los jaloneos en vistas a las próximas elecciones federales. Se señala la inconformidad en el Instituto Politécnico Instituto Nacional, que no ha sido resuelta a pesar de los esfuerzos del gobierno Federal y que, coincidentemente, se inicia a unos cuantos días de las celebraciones del 2 octubre. Además están los hechos de  Iguala, el nuevo interés periodístico por los asuntos de Tlatlalpa. No es difícil ver detrás de esto una "conspiración" destinada a crearle problemas al gobierno federal ante las próximas elecciones donde, posiblemente, pudiera cambiar el balance de poder en el Congreso y hacer difícil a la actual administración seguir gobernando como lo han hecho hasta ahora.
Por principio, no me gusta razonar en términos de "conspiraciones". Las teorías del "complot" siempre me han parecido con un escaso sustento. Pero en fin, puede ser que algunos analistas políticos tengan razón o al menos parte de razón. El guion parece similar al de 1968: manifestaciones estudiantiles, seguidas por un abuso de fuerza de características criminales para "apaciguar" a los disidentes. En una versión sintética, por supuesto.
Creo, sin embargo, que vale la pena analizar otros aspectos. La inconformidad de los alumnos y profesores del Politécnico, tiene bases reales. Hay muchos puntos por resolver en nuestra educación, en la educación superior y el Politécnico no es la excepción. A esto agréguele el autoritarismo con el que se manejó el asunto y el resultado es el de esperarse: en una era de comunicación prácticamente constante, no se puede contar con que la gente de acepte dócilmente lo que le impone la autoridad, y menos diciéndole que el argumento a favor de sus reformas es que… las acepto la Junta de Gobierno.
Por otro lado seguimos atorados en un paradigma curioso. Para muchos, la solución a los problemas se da mediante manifestaciones. Y esto tiene varias aristas. La gente se manifiesta porque funciona. Porque la autoridad no hace caso de otra manera. Puede que no nos guste, pero así es. El premio por manifestarse, es que la autoridad les hace caso a los manifestantes. O pagan a los líderes, que para el caso es casi lo mismo. No hay consecuencias malas para los manifestantes; para la ciudadanía a la que se le provoca toda clase de malestares, las consecuencias son de una gran molestia, pero finalmente no hay un daño permanente. O no es visible. En realidad es de esperarse que sigamos teniendo gran cantidad de manifestaciones dado que no hay mecanismos confiables, respetados, aceptables para todas las partes, que permitan hacer una mediación en conflictos que tienen los ciudadanos. De modo que, cada vez más, veremos grupos de 20 o 25 ciudadanos alterando la vida de las mayorías, buscando que quiten a una profesora del kínder o que devuelva las entradas de un evento de entretenimiento. Si no hay mecanismo para conciliación, seguiremos resolviendo los problemas a través de manifestaciones y a través de demostrar que podemos reunir más personas a favor de nuestra idea que los que se oponen a esa idea.
Detrás de este curioso paradigma está una gran desconfianza en el poder y la imparcialidad de sus instituciones. Desconfianza en nuestros gobernantes, en nuestros partidos políticos, en los que se supone que nos representan, en los funcionarios de todo tipo de instituciones. Claramente estamos hablando de que nuestra democracia es mucho menos que perfecta. Muchos dirían que es inviable.
Claro, debemos resolver los problemas inmediatos. Debemos darle una solución adecuada a los estudiantes de todo México, en todos los niveles, no sólo a los del Politécnico. Debemos, por supuesto, investigar y llevar ante los tribunales a quienes cometieron atrocidades en las manifestaciones de Iguala y en otras ocasiones. Ésas son las soluciones de corto plazo. Pero, claramente, no podemos seguir así. Esta manera de resolver problemas, de atender inconformidades, cada vez resulta menos funcional. ¿Y qué solución da usted, me dirán? La verdad, yo creo que debemos reunir las mejores mentes y los mejores expertos de este país, a la gente pensante, para encontrar una solución a este modo de actuar de la ciudadanía. Y más vale que nos demos prisa, porque no será sencillo encontrar la solución e implementarla.

(Publicado originalmente el 14 de Octubre de 2014)

De regreso

Hace tres años que dejé de publicar este Blog, salvo por un artículo sobre Salarios Mínimos que publiqué este año.
Este 2014 ha sido un año terrible, "annus horribilis", como dicen los latinos. Un año en el que hemos visto mucho y malo, océanos de tinta y abismos de declaraciones. Pero, para variar, casi todo en "Cuenta Corta". Algo  he publicado sobre los acontecimientos de Septiembre de 2014 a la fecha, algo en tono de Cuenta Larga. Algunos me han dicho, y tienen razón, que algunos de esos artículos tienen sentido en términos de Largo Plazo y que debería reeditarlos para este Blog. Y aquí, con gusto, obedezco.

En los próximos días iré subiendo cuatro o cinco artículos ya publicados y es mi propósito seguir dando vida a una nueva etapa de este Blog. Ojalá me acompañen en esta aventura.

Un abrazo

Antonio Maza Pereda

martes, 12 de agosto de 2014

Productividad y Salarios Mínimos

Productividad y salario mínimo

Antonio Maza Pereda
Ahora que algunos políticos les ha preocupado lo poco remunerativo que es el salario mínimo y han decidido que es el momento de establecer consultas para decidir si este salario debería modificarse, han ocurrido, como era de esperarse, una serie de comentarios y ataques tanto a los políticos como, me parece, a los empresarios.
Quienes, aún sin decirlo esta manera, quisieran aumentar los salarios mínimos por decreto, seguramente suponen que las empresas tienen ganancias fabulosas y que fácilmente podrían aumentar los salarios mínimos sin que les afectara mayormente. En otras palabras, sería como "quitarle un pelo a un gato". Esto, por supuesto, viene del dogma marxista de la supervalía, la cantidad de dinero que, en opinión de Marx, se le roba al trabajador.  Obviamente, la inmensa mayoría de los más de 4 millones de empresarios que hay en México (de las empresas micro y pequeñas) no están en el caso de tener ganancias fabulosas.
Pero, por otro lado, algunos expertos y, por supuesto, los organismos empresariales dicen, no sin razón, que no se puede aumentar los salarios si no se aumenta la productividad del trabajador. Y ahí lo dejan. Tal parecería como que el tema está en manos del trabajador: “¿Quieren ganar más? Sean más productivos”.
Lo que probablemente nadie toma en cuenta es que la productividad laboral tiene muy poco que ver con el trabajador. De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) los factores que influyen en la productividad laboral son: el equipamiento del trabajador, la calidad y mantenimiento de su equipamiento, el entrenamiento que reciben, la disposición (lay out) de la planta, la aplicación de estudios de tiempos y movimientos, la planeación, administración y control de la producción, los arreglos ergonómicos que reduzcan la fatiga del trabajador, el "clima" laboral y, por supuesto, la disponibilidad del trabajador para llevar a cabo su tarea. La mayor parte de estos aspectos no dependen del trabajador. ¿Cree usted qué, en las empresas mexicanas, esos aspectos hemos mencionado están en su óptimo?
El trabajador mexicano, si es debidamente equipado, entrenado, motivado, alimentado y se le dan las condiciones adecuadas de trabajo, es tan productivo como el que más. Y la mejor demostración nos la dan nuestros paisanos que son contratados por su productividad en las empresas de los Estados Unidos. También lo ha demostrado la Ford Motor Company que tiene en Hermosillo, Sonora uno de sus plantas armadoras con mayor productividad en el mundo. Y no tiene obreros extranjeros.
Pero, obviamente, dar al trabajador todas las condiciones para que tenga la máxima productividad no es algo barato. Pocas empresas tienen el equipamiento, o las condiciones adecuadas para tener la máxima productividad. De manera que parece que estamos en un círculo vicioso: no tenemos dinero para tener mejor productividad y, al no tener mejor productividad, no podemos pagar mejor a los trabajadores. ¿Cómo romper con ese círculo vicioso?
Por otro lado, y hay pocos que lo mencionen, cuando una empresa tiene mayor productividad y paga salarios adecuados, pero no vende más, el resultado es el desempleo. Por ejemplo, el trabajador español tiene una productividad de $50 dólares por hora de trabajo, mientras que el trabajador mexicano tiene una productividad de $17 por hora[i]. Un poco menos de la tercera parte. Pero, al no haber aumentado la capacidad de vender de las empresas españolas, el resultado es que una cuarta parte de su fuerza laboral está desempleada. Y en el caso de los jóvenes en edad laboral, están desempleados aproximadamente el 50%. Y, hasta donde yo sé, las ventas no están en manos de los trabajadores.
¿Habrán medido las consecuencias nuestros políticos? ¿Habrán medido nuestros líderes empresariales?
Creo yo que estamos ante un tema complejo, con múltiples aristas, y que no se puede resolver atendiendo sólo una parte de la situación. Mejorar los salarios laborales es un tema de justicia. Pero, por otra parte, se requieren inversiones importantes, que no se pueden hacer fácilmente. Se requiere también aumentar sustancialmente los mercados, tanto interno como externo, para evitar que ese aumento de productividad que permitiría aumentar los salarios, provoque desempleo. Nada fácil. En un tema complejo como éste las soluciones deben de atender simultáneamente a varios aspectos que por décadas hemos mantenido sin soluciones.
La mejora de las capacidades productivas de las empresas no puede lograrse de la noche a la mañana. La productividad, en los países que han logrado un aumento rápido, han sido en el mejor de los casos aumentos del 1 al 2% anual. O sea que, para poder alcanzar el nivel de productividad que tienen los europeos, probablemente deberíamos de hablar, si somos extraordinariamente buenos, de 25 años. Los españoles lo lograron en 32 años. Pero, por otro lado, no podemos esperar toda una generación para que nuestros trabajadores tengan salarios remuneradores.
No, no tengo la solución. Pero también sé que no tenemos una solución viable en todas las posiciones que está presentando este debate sobre los salarios. Y creo que hace falta hacer una labor extensa y profunda para encontrar soluciones viables. Porque, las que se han puesto sobre la mesa, no lo son.



[i]The Conference Board Total Economy Database™,January 2014, http://www.conference-board.org/data/economydatabase/