¿Porqué Cuenta Larga?

¿Porqué cuenta Larga? Los mayas tuvieron dos maneras de llevar el calendario: la cuenta corta (el año o tun) y la cuenta larga, de 144,000 días, el baktun, equivalente a 395 años y medio, aproximadamente.

Las organizaciones deberían tomar en cuenta esta filosofía. Hay decisiones de corto plazo (Cuenta Corta) y de largo plazo (Cuenta Larga). Este blog está orientado a las situaciones de largo plazo y su influencia en las organizaciones

viernes, 31 de enero de 2020

¿Cómo le pinta el 2020?

Ya se acabó enero y seguimos haciéndonos unos a otros la misma pregunta: ¿Cómo piensa usted que será este año 2020? Yo seguramente estoy tan confundido como los demás. Desde mi ignorancia, mi respuesta ha sido la misma: no creo que haya cambios. Y no lo creo porque no veo que se estén haciendo cosas diferentes. Y si no hacemos cosas diferentes, los resultados serán, en el mejor de los casos,  iguales.

No veo que el Movimiento en el poder esté haciendo las cosas diferentes. Evidentemente, están muy satisfechos con su desempeño, y no muestran ni una pequeña señal de autocrítica. El tímido intento de proponer una tregua a la oposición, a finales de          diciembre pasado, quedó ahogado en el barullo del inicio de año. Y a un mes del año nuevo, siguen teniendo la rara mezcla de no ver problemas en su actuación y sentirse, dicen ellos, injustamente atacados. De modo que estaremos viendo lo mismo: ataques viciosos en los medios y las redes, grupos de choque enfrentando a las legítimas manifestaciones de la población, en una escalada de violencia que, por lo pronto, se queda en lo verbal. Pero que fácilmente puede ponerse peor.

Tampoco veo cambios en los políticos en el poder. Siguen tan divididos como siempre, como han sido sus raíces,  su historia, y tal parece que ya están peleando por la sucesión de AMLO como sí les pareciera que no durará mucho. O que su tiempo en el poder, se pasará demasiado pronto. Ante esa urgencia irracional, es muy probable que traten de acelerar el paso de una transformación que quieren dejar consolidada por los siglos de los siglos.

Ni hablar de la oposición. Cero autocríticas, cero análisis de sus errores anteriores y cero propuestas de ideas novedosas. Han perdido la iniciativa y no logran encontrar propuestas atractivas para el electorado. Con lo cual, no tendría nada de raro que el reparto del poder en el legislativo y en los gobiernos estatales siga aproximadamente igual después de las elecciones del 2021.           

Claramente, tienen una crisis de liderazgo. La mayoría de los ciudadanos, ni siquiera tiene claridad de cuál es el nombre de los dirigentes de esos partidos. Usted mismo, amable lector: ¿recuerdan los nombres de los presidentes del PRI, del PRD, del Partido Verde? Yo recuerdo el nombre del presidente del PAN, pero estoy seguro de que la mayoría de la población no lo recuerda. Pero ese no es el tema fundamental. Mucho más grave es el hecho de que nadie recuerda cuáles son sus propuestas en los temas que están a discusión, en qué son diferentes entre sí y con la propuesta de la presidencia, y mucho menos en que son diferentes los unos de los otros. Tal vez, y esto es una débil esperanza, los nuevos partidos que se están formando puedan hacernos propuestas atractivas y visionarias. Hasta la fecha, poco hemos oído de ellos.

Lo más importante es si los ciudadanos, si usted y yo, estamos dispuestos a hacer algo diferente. Hemos pasado un año quejándonos, repitiendo chistes y elaborando “memes”. ¿Cuál es la propuesta ciudadana? ¿Estamos dispuestos a dejar nuestra actitud pasiva? ¿Tenemos claro que las soluciones no van a venir de la clase política y que, a nosotros, los sin poder, nos toca proponer soluciones para que los partidos las tomen y, actuando como nuestros empleados, las implementen? Ya no podemos seguir pensando que nuestro papel en la política es el de la queja. Nuestro papel debe ser el de la propuesta. No podemos seguir desorganizados: debemos construir organizaciones grandes y pequeñas que vayan más allá de la queja y que propongan soluciones. Es un cambio fundamental en la agenda pública: un debate con razones, no con quejas y mucho menos con insultos y mentiras.

Dije al principio que, desgraciadamente, no veo señales claras de un cambio para este año. Mi esperanza, la única esperanza, está en la ciudadanía. Una ciudadanía que ya está aburriéndose de tener más de lo mismo. Y que se merece un mejor trato. 

Antonio Maza Pereda

 

jueves, 23 de enero de 2020

El fin de la Reforma Penal

En medio de la chunga y el cotorreo en torno a la lotería para vender el avión presidencial, se han introducido al Congreso modificaciones a la Reforma Penal, mejor conocida por establecer juicios orales, aprobada en el año 2008 y que, según lo que decían los artículos transitorios de la misma, debía haber quedado plenamente implementada en el año 2016. Al terminar ese plazo, ocurrió lo que fue una constante durante la dictadura perfecta: inaugurar obras, en este caso la Reforma Penal, sin que en realidad estuviera lista para funcionar.

No, no soy abogado. Tampoco jurista. Pero tuve el privilegio de trabajar muy cercanamente, por un plazo amplio, en el diseño de la planeación de la implementación de esta Reforma, al lado de María Novoa quien es, muy probablemente, quien más sabe de este tema en nuestro país. De esa experiencia me quedaron claros algunos aspectos que hicieron muy difícil la implementación de dicha Reforma:

·       La Reforma le fue impuesta, de alguna manera, al Poder Judicial. En particular, los jueces y abogados litigantes no estuvieron particularmente entusiastas con este cambio. El sistema penal inquisitorio, el que estaba en vigor hasta el año 2016, está basado en que todas las actuaciones se registraban por escrito, con lo cual un proceso podría tener millares de folios conteniendo todos los argumentos en favor o en contra del acusado. Dado que es humanamente imposible que un juez pudiera leer en un plazo razonable esa documentación, se creó la figura de abogados “proyectistas”, que se dedicaban analizar a detalle ese mar de documentos y proponer al juez un proyecto de resolución. El juez, por supuesto, tenía acceso a los documentos con los que se generó ese proyecto, pero el proceso de elaboración de la resolución era extraordinariamente largo, con lo cual se tenía un gran rezago de casos a resolver, de modo que los penales estaban (y todavía están) llenos de acusados esperando que su proceso se complete.

·       Al entrar en vigor la reforma penal, el método cambia y en vez de ser el sistema inquisitorio, se implementan los juicios orales, con el propósito de facilitar los procedimientos penales y desahogar el rezago en los tribunales. Desgraciadamente, no se consideró que los abogados proyectistas quedaban sin trabajo y sin capacitación para intervenir, en un plazo razonable, en el nuevo sistema penal. Con lo cual se crearon una gran cantidad de resistencias para el nuevo sistema.

·       Por otro lado, la Reforma estableció dos figuras muy importantes: la de los jueces de control, que establecen si hay materia suficiente para llevar a cabo un proceso penal y poder eliminar rápidamente las acusaciones infundadas. Por otro lado, se creó la figura de los mediadores. Estos funcionarios actuarían en el caso de que el juez de control considerara que el litigio se podía resolver mediante una conciliación de las partes involucradas. Esto debería desahogar una gran cantidad de asuntos muy menores que no requerían de las capacidades muy especializadas de un juez. Desgraciadamente, no se definió con precisión cuál es el perfil, las competencias y capacidades de esos mediadores y, en muchos de los Estados ni siquiera se definió como deberían ser remunerados. No faltó quién hizo la suposición de que estos funcionarios deberían actuar sin remuneración, lo cual está totalmente fuera de la realidad. Al no establecerse esta figura, una parte fundamental de la Reforma Penal quedó truncada y los jueces quedaron con una enorme cantidad de asuntos menores que pudieron haberse resuelto de una manera mucho más sencilla.

·       Por otro lado, no se logró tener un código de procedimientos penales homogéneo para todos los Estados del país. Lo cual complicó enormemente la puesta en práctica de la Reforma Penal. Ahora, según los rumores en torno a la iniciativa de Reforma Penal, se volverá a tratar de lograr un código penal nacional. Entre otros temas, ya se empieza a rumorar que la propuesta contendrá la despenalización del aborto, que hoy en día sólo existe en algunos Estados, la aprobación de los matrimonios homosexuales y otros temas igualmente candentes.

Habrá que analizar con sumo cuidado las nuevas propuestas. La impresión que tiene una opinión pública muy distraída es que se trata de volver sin más al antiguo sistema penal inquisitorio. Probablemente uno de los temas más importantes tiene que ver con la presunción de inocencia de los acusados, un tema fundamental para salvaguardar los derechos humanos y evitar la fabricación de culpables. Los medios y una buena parte de los litigantes han asignado una buena parte de la culpa de la impunidad al hecho de que los jueces han dejado en libertad o han decidido procesar en libertad a una buena cantidad de acusados. En buena parte, porque no hay pruebas suficientes para convencer un juez de que hay materia suficiente para un juicio, pero también porque la Reforma Penal establece nuevas modalidades de proceso en libertad. Se dice que la nueva propuesta incluye la admisión de la tortura como un medio para generar confesiones y que esas confesiones puedan ser válidas en un proceso penal. Con lo cual volveríamos a las épocas en que a los acusados se les presumía culpables mientras ellos mismos no lograran demostrar su inocencia, sin que fuera la policía y el ministerio público quien tuviera que llevar la carga de la prueba.

Ciertamente, hay temas muy importantes en esta discusión. Independientemente de la importancia de las reformas al Código Penal que se supone que se quieren introducir y que son particularmente rechazadas por muchas religiones, podríamos caer en el riesgo de centrarnos en esos como los únicos temas importantes y abrir la puerta al regreso a los tiempos en que el ciudadano estaba indefenso ante acusaciones dolosas e infundadas. Y también, volver al tiempo en que la justicia no podía ser, como dice la Constitución, expedita. Porque el mismo sistema penal hacía necesarios procedimientos extraordinariamente lentos y dificultosos con lo cual los inocentes podrían estar encarcelados por años antes de recibir el proverbial “usted perdone” sin que nadie le pudiera compensar los años de vida perdidos y el descrédito que de todas maneras iba a recibir en la Sociedad.

Creo que el tema tiene mucho más que analizar. Desgraciadamente, mientras la ciudadanía esté distraída con las gracejadas de esta administración y su inoperante oposición, el proceso de modificar nuestro sistema penal podría sufrir un retroceso muy importante. Sí, hay cosas que deben mejorarse inmediatamente. Atender el tema de los litigantes que quedan sin empleo en un sistema de juicios orales, resolver finalmente el tema de los mediadores que permitirían aligerar los procedimientos, lograr de una vez por todas la modernización de las policías y de los ministerios públicos, de manera que puedan reunir las pruebas necesarias para que los jueces consideren que existe materia suficiente para que haya un proceso oral. Posiblemente, habrá que volver establecer un período de reajuste para que estas modificaciones se lleven a cabo.

No es poca cosa. Hay que entender que la ciudadanía necesita que se reduzca la impunidad, pero sin crear culpables para dar la impresión de eficacia. Hay que educar a la ciudadanía y en particular a los medios para poder entender la importancia de la presunción de inocencia y no pretender resarcir a las víctimas del delito, generando unas nuevas víctimas: los acusados sin fundamento y los culpables fabricados mediante pruebas falsas o, en el peor de los casos, con la tortura aceptada como un método de investigación y prueba del delito. Una vez más, la clase política no está tomando este tema con la profundidad necesaria y a la comentocracia el tema se le está pasando por alto. Hay que hablar del tema y no permitir que se trate superficialmente.

Antonio Maza Pereda

             

sábado, 18 de enero de 2020

La vergüenza como arma política

En estos primeros meses del gobierno de MORENA, el debate de los temas nacionales ha sido bastante limitado. En vez de razones, hemos tenido insultos, falacias y un uso cada vez mayor de frases tratando de avergonzar al contrincante, para acallarlo. La vergüenza como arma, se podría decir. De eso, sí ha abundado. Y hasta creen que eso es debate. Eso, además de las “fake news” y los “otros datos”, tan socorridos.

Y esto no ha sido privativo de ningún bando: toda la clase política y la comentocracia han entrado a este juego. Lo cual quiere decir que a la mayoría no les funcionan los razonamientos, que no tienen la capacidad de debatir a ese nivel. Por otro lado, es curioso ver que ambos bandos piensen que pueden convencer a otros avergonzándolos. A menos que no les interese convencer: puede ser.

Algunos modos de avergonzar a otros se basan en aspectos físicos o de la personalidad de sus contrincantes. Desde las críticas por la edad del Presidente, hasta las burlas brutales contra una legisladora por su obesidad, con toda clase de calificativos, comparándola con animales, riéndose de su modo de alimentarse y más. Un ataque más propio de un “bullying” de la secundaria que de los debates legislativos. Y muchos, con eso, ya sienten que no necesitan analizar sus argumentos contra los de la legisladora. Como si el ser obeso, flaco, viejo o joven fuera una señal de que la persona no puede pensar. Como si eso signifique que no vale la pena analizar sus ideas. Al final, lo que se busca el que el atacado ya no siga participando en el debate. ¿Será acaso que les tienen miedo a sus ideas? Podría ser.

Otro tipo de ataque consiste en mostrar y demostrar que la persona cayó en contradicción. Que alguna vez proponía algo y en otras proponía lo contrario. La implicación en que la gente no puede o no debe cambiar de opinión y que debería avergonzarse de ello. No se analiza ni el momento, ni las circunstancias: basta demostrar que su contrincante dijo algo diferente hace 5 años, hace 10 años para demostrar que está equivocado. En realidad, no contradecirse no es señal que se tiene razón. Los argumentos deben ser válidos por sí mismos, sin importar cuando se dijeron, quién los dijo o cómo había opinado en otra ocasión.

Una variante es avergonzar a los otros preguntándoles por qué no hicieron algo o no tuvieron resultados cuando estuvieron en el poder o cuando eran comentaristas. “¿Dónde estaba usted cuando se cayó el sistema?” le preguntaron a un comentarista. “¿Por qué no protestó entonces?” “Probablemente porque estaba en el Kínder, peleándome por una paleta” respondió el comentarista. Bromas aparte, la idea es avergonzar a otros por su pasado y decir que, si cometió un error en el pasado, ya no tendrá derecho a opinar en el resto de su vida. Si les creyéramos, viviríamos perpetuamente paralizados por un pasado que nos apena y del que ya no podemos redimirnos.

¿Y nosotros, los ciudadanos? ¿Los sin-poder como decía Vaclav Havel? A nosotros nos toca estar alertas. No dejarnos manipular con las mentiras, las falacias, las sinrazones de la casta política. Cometimos un grave error en el pasado: darles demasiado poder a los políticos. Desinteresarnos de la política al grado de considerar de mal gusto tratar este tema en público. Sí, cometimos ese error, pero nada ganamos con avergonzarnos ni dejarnos paralizar por esa vergüenza. Nos toca reconstruir nuestro poder ciudadano. Interesándonos, estudiando, debatiendo de buena manera los grandes temas nacionales.

Nunca más, callar y obedecer. Nunca.

Antonio Maza Pereda

 

viernes, 10 de enero de 2020

Autoritarismo contra Democracia

De las críticas que se hacen a Andrés Manuel, una de las importantes es su autoritarismo. Otras críticas llegan a lo infantil: que si es viejo, que si habla despacio, su acento, hasta sus hábitos alimenticios o si ha ganado peso. Cosas que nada tienen que ver con su toma de decisiones. Pero, ¿es un caso único, o vivimos todos los mexicanos en una cultura del autoritarismo?

Un gran tema de nuestra sociedad es este: ¿lograremos vencer al autoritarismo o solo queremos cambiar de autoridades? Es claro que la clase política no busca un cambio en este tema. La base del autoritarismo es ver a los gobernados como inferiores. El concepto de la casta política es: “Solo nosotros, la elite, tenemos derecho a decidir. Somos los únicos que sabemos. Los súbditos solo tienen el derecho a obedecer. Ellos, pobrecitos, son tan ignorantes: no entienden, no saben que hacer. Solo les toca callar y obedecer, como se decía en la Colonia. Solo nosotros,  los mejores (que somos pocos), tenemos  el derecho a decidir”. Así parece actuar la clase política. Claro, nunca lo van a decir. No son tontos. Pero esa es su actitud.

 Una actitud que está presente  en toda nuestra sociedad. Desde las relaciones familiares: “Porque soy tu madre”, como el gran argumento con el adolecente rijoso. En las relaciones laborales,  sindicales, las ONG’s, los grupos filantrópicos, en las escuelas, y también en el clericalismo, tan criticado por el Papa  Francisco. No, no requerimos eliminar toda autoridad y llegar al anarquismo. Pero sí hay que lograr que, para las decisiones, el argumento único no sea el argumento de autoridad.

Por otro lado, tenemos la actitud de la ciudadanía. Si hoy, por algún tipo de milagro, desapareciera el autoritarismo de los políticos, ¿estaríamos dispuestos  a asumir el cambio y participar responsablemente en la toma de decisiones? Tristemente, lo dudo. Es cómodo dejar las decisiones a otros. Es cómodo no participar. Muchos preferimos dejar la carga a otros. Ni siquiera queremos estar informados y debatir las opciones para decidir. Siempre es más fácil, y divertido criticar sin proponer. Y tampoco se nos da la autocrítica: nos parece un deporte de alto riesgo y no nos interesa practicarlo.

El tema de fondo es: ¿queremos hacernos responsables? ¿Proponer en lugar de dedicarnos al sabroso deporte de la crítica, constructiva o no? Porque eso requiere de un trabajo serio. Informarnos, cosa nada sencilla en estos tiempos de la post verdad y los “fake news” Formarnos, para aprender a dar opiniones sólidas. Desarrollar capacidad de análisis, de generación de opciones y toma de decisiones. Cada cual a su nivel: los obreros, como obreros y miembros de sindicatos, las parejas para la educación de los hijos, los empleados, los patrones, los clérigos y hasta los políticos y gobernantes. Necesitamos todos crecer en nuestras capacidades para poder dejar atrás la plaga del autoritarismo y vencer esta actitud de permitir que nos mangoneen.

No será fácil. Y, sobre todo al principio, deberemos aceptar que cometeremos errores. Es un gran trabajo. Pero ese trabajo y esos errores son el precio que hay que pagar para dejar atrás este autoritarismo. Qué los países desarrollados, aquellos  que se consideran modelo de civismo, no lograron de la noche a la mañana. Ni en un solo sexenio.

Antonio Maza Pereda