¿Porqué Cuenta Larga?

¿Porqué cuenta Larga? Los mayas tuvieron dos maneras de llevar el calendario: la cuenta corta (el año o tun) y la cuenta larga, de 144,000 días, el baktun, equivalente a 395 años y medio, aproximadamente.

Las organizaciones deberían tomar en cuenta esta filosofía. Hay decisiones de corto plazo (Cuenta Corta) y de largo plazo (Cuenta Larga). Este blog está orientado a las situaciones de largo plazo y su influencia en las organizaciones

sábado, 26 de diciembre de 2015

España, 80 años después



El año próximo se cumplirán 80 años de una situación, en España, que tiene un espeluznante parecido con su situación actual, al menos en algunos aspectos. En 1936, ante la imposibilidad de que ninguno de los partidos de izquierda pudiera derrotar a los partidos de derecha, se crea el Frente Popular, una coalición de partidos de izquierda desde los moderados hasta los más radicales, incluidos los anarquistas así como liberales anticlericales y grupos autonómicos mediante los cuales toman el poder en ese año. Poco tiempo después vendría el asesinato del líder más importante de la oposición de derecha, José Calvo Sotelo, y a los pocos meses el levantamiento militar que llevó a una guerra civil que duró varios años y costó, al menos, 1 millón de muertos.

Los resultados de las elecciones españolas el pasado 20 diciembre dejan a España en una situación de indefinición. Los partidos de centro-derecha, el Partido Popular y el partido Ciudadanos, no alcanzan la votación necesaria para formar un gobierno. Las distintas izquierdas, fundamentalmente el PSOE (Partido Socialista Obrero Español) y el partido Podemos, tienen una votación aún menor pero, si logran una alianza con partidos nacionalistas, podrían formar un gobierno. De hecho, algunos analistas ya empiezan a hablar de un Frente Popular como el de 1936. De no  formar gobierno ninguna de las fuerzas principales, la ley Española prevé una segunda ronda de votación.

Claramente, estamos hablando de una situación muy diferente. No es creíble que empiece una ronda de asesinatos políticos: el desarrollo industrial y económico de España, aún en las condiciones actuales de crisis, ha reducido las diferencias socioeconómicas en el país y muchos años de paz han cambiado también la cultura de la población. Pero no deja de ser muy notorio que después de tantos años la sociedad española sigue profundamente dividida. Como en 1936, no existe un consenso claro sobre el camino a seguir y las posiciones tienden a radicalizarse, no necesariamente en el sentido de la violencia, pero sí en el sentido de un rechazo un tanto visceral a entender los puntos de vista de los que opinan diferente. 

En el fondo, lo que hay es una profunda desconfianza sobre los partidos políticos. Los nuevos partidos han crecido en base a los afiliados a los partidos más tradicionales, que han perdido credibilidad: el partido Ciudadanos crece con las defecciones del Partido Popular y el partido Podemos crece, en buena parte, con los que abandonan al PSOE y también con una gran parte de la población joven, con un desempleo brutal y con una desconfianza profunda por el sistema.

Es claro que los poco menos de 40 años de transición democrática española, no han sido aprovechados para formar partidos sólidos, con modelos de nación claramente entendibles para la ciudadanía y tampoco se ha buscado desarrollar una cultura democrática que abarque a la gran mayoría de la sociedad. A cambio de ello, los partidos han sido aprovechados como un botín que permite enriquecimiento ilícito de algunos representantes muy conspicuos de la clase política. Ninguno de los bandos en contienda puede decirse inmune a los casos de corrupción escandalosos que han sacudido al país y, tristemente, ni la propia Casa Real ha dejado de tener algún caso de este estilo.

En esta situación no es de sorprender el rechazo de la mayoría de la ciudadanía por una clase política que no es percibida como promotores y abanderados del bien común. Los dichos de "que se vayan todos" y "todos son iguales" podrán ser injustos, pero son  muy entendibles.

Es importante que en esta situación veamos nosotros paralelos para la situación de la democracia mexicana. Y, dicho sea de paso, de la democracia en el mundo entero. Tenemos el mismo desencanto con los partidos políticos. Nuestros partidos no han aprovechado la transición democrática para formar a la ciudadanía en una cultura democrática que vaya más allá de una participación electoral, sino que realmente abarque todos los aspectos económicos, sociales y políticos de nuestra sociedad. Si nos quejamos de la falta de democracia y  corrupción en los partidos políticos, deberíamos voltear a ver la falta de democracia y corrupción en las demás instituciones del país. Claramente, tenemos una visión reducida y reduccionista de lo que significa el concepto de democracia. No vamos más allá del aspecto de los votos emitidos con libertad y contados con imparcialidad, asuntos fundamentales pero que no agotan el sentido de lo democrático. Pero sentirse auténticamente democrático debería incluir el aceptar los resultados de las elecciones y colaborar a que se cumpla la voluntad de la mayoría. Entender que ser democrático incluye el aceptar ponerse bajo el gobierno de otros que opinan diferentes de nosotros, solamente por el hecho de que son más. Y colaborar con ese consenso.

En nuestro país, se han desperdiciado los años de la transición democrática en debates partidarios sobre el modo de repartirse privilegios y facultades y muy poco se ha hecho para formar, en primer lugar, las bases democráticas entre los afiliados a esos partidos y mucho menos para formar a la ciudadanía en una cultura que le permita actuar como los mandantes que les señalan a los mandatarios como deben ser en su actuación y cómo deben llevar a cabo su gobierno. Logramos salir del autoritarismo, pero hemos caído ahora en la partidocracia. Y, tristemente, estamos viendo en muchas partes un retorno claramente planeado para volver a los tiempos autoritarios. Una parte importante de la población no sale de la crítica, más o menos agresiva, y no está dispuesta a hacer su parte para el desarrollo democrático de nuestro país. Que es, claramente, un asunto de la mayor importancia. El gran tema de los próximos años, el gran resultado al que debían abocarse no sólo los partidos políticos sino también los grupos intermedios de la sociedad.


Y no sólo esos grupos: Usted, yo, todos los ciudadanos debemos hacernos responsables de la creación de esta cultura. Porque nadie lo va a hacer por nosotros. Porque la mayoría de los grupos políticos y cuerpos intermedios tienen mucho de que beneficiarse con la situación actual y con una reducción de los espacios democráticos. Ellos actuarán por presión, por nuestra presión. La ciudadanía tendrá que actuar por convencimiento.

sábado, 19 de diciembre de 2015

¿A dónde se fue la Navidad?


Casi cada Navidad escucho o leo lo mismo. ¡Cómo se ha perdido el concepto de la Navidad! ¡Cómo hemos perdido la idea central de esas fiestas! ¡Cómo se ha paganizado!. Yo también he escrito artículos como esos. Algunos quisiéramos que la Navidad se viviera de otro modo, más sencilla, más centrada en lo fundamental, menos consumista.

Pero tal vez hay otros ángulos en este tema. Otros puntos que tomar en cuenta. Y, sin perder ese ideal de lo que creemos que debería ser la Navidad, pudiéramos ver lo que hay en el modo más generalizado de celebrarla.

Porque la Navidad se ha vuelto una celebración global. Aún en países donde la cultura no es cristiana,  han adoptado esta celebración. Cada cual a su manera, en su contexto y de acuerdo a sus valores. Hoy en día, en nuestra sociedad, lo común es ver la Navidad como una celebración de la paz y la esperanza, una ocasión  de celebrar la Familia, de revivir tradiciones que tal vez ya no se entienden del todo. Una ocasión de regalar y recibir regalos, de mostrar cariño y aprecio por los demás, de renovar comunicación y relaciones que tenemos olvidadas.

Y todo ello es muy bueno. Un momento del año en que hacemos un alto y recordamos cosas que valoramos. Momentos de celebración. Y probablemente eso ha ocurrido hace siglos, con distintas modalidades, con diferentes recursos, con diferente nivel de vida que el que se podía tener en otros siglos y que hacía que todo fuera más austero. Y también desde una vivencia diferente de la fe y de los valores.

Celebración, regalos, reuniones, son cosas muy buenas. Pero son lo adicional. Lo fundamental es que en Navidad celebramos que el Hijo de Dios se hizo Hombre y puso su morada entre nosotros. Y que, con ello, nos trajo la Redención del pecado y de la muerte y nos concedió llegar a  ser Hijos de Dios. El mayor regalo que ha recibido la Humanidad. Pero, ¿cuántos lo saben? ¿Cuántos tienen claro este concepto? ¿Para cuántos forma parte de sus creencias?

Claro, también hay un esfuerzo por desvalorizar la Navidad. Están, por supuesto, quienes han contribuido a su secularización a propósito, por diseño. Como los que han quitado toda referencia religiosa a esta fiesta, los que han prohibido en algunos países que se expongan públicamente los nacimientos, los que ya no hablan de Navidad, sino de las Fiestas, o las celebraciones de la temporada. Los que han despojado a los villancicos de cualquier sentido religioso. Los que nos hablan de la “Magia de la Navidad”. Los que han creado el frenesí de consumismo y que, comprensiblemente, quieren que estén incluidos los de cualquier creencia y temen que si la celebración es “demasiado” religiosa, ahuyentarán a consumidores con otras creencias.


En mi opinión, no debemos criticar ni atacar estos síntomas. Debemos ir a la raíz. Si no conocemos, entendemos y vivimos nuestra fe, la consecuencia será vivir tradiciones y costumbres  alejadas de su sentido original. Si volvemos a hacer de nuestra fe el fundamento de nuestras acciones, sabremos darle a la Navidad su sentido, sin necesidad de quitar nada a estas celebraciones. El reto es enriquecer nuestra vivencia de la Navidad y gozar de su sentido profundo. Que su propósito central sea el agradecimiento, el agradecimiento a nuestro Padre Dios por el magnífico regalo que recibimos mediante este Niño que nos ha nacido y que nos ha traído los mayores bienes.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Por fin, ¿un acuerdo contra el calentamiento global?


Termina la reunión COP21 (Conference of Parties 21), en París, el encuentro para obtener un acuerdo sobre el cambio climático y una meta clara sobre cuánto debe reducirse ese  cambio. No es que haya sido un acuerdo fácil: lo único que se ha logrado es una meta aceptada por los 195 países representados en dicha conferencia. Falta todavía que esos 195 países obtengan de sus respectivos congresos la aprobación para ese tratado. Después de lo cual, para el año 2018 deberán presentar un plan de trabajo para cada país. Y todavía quedarán muchos puntos que ver en la implementación de ese plan.

Hay muchas cosas que observar en este aspecto. Los dos países que más contribuyen a la huella de carbono en el entorno son Estados Unidos (24%) y China (14%), las economías número uno en número dos del mundo. El grueso de la huella de carbono procede de los países desarrollados y de las economías más poderosas. ¿Están dispuestos a hacer los gastos necesarios? Los países en desarrollo dicen, y de alguna manera no les falta razón, que para que ellos puedan crecer sus economías  en condiciones que limiten el uso de combustibles orgánicos, tardarán más y les costará más. Por lo cual se ha hablado de algunas transferencias de dinero a estos países para que puedan adoptar medidas para limitar la huella de carbono. Un nuevo modo de ayuda internacional que, comprensiblemente, genera mucho escepticismo, cuando se analiza el pobre resultado de la ayuda mundial al desarrollo en los últimos 70 años.

Puede discutirse mucho la importancia de la huella de carbono en el calentamiento global. Se toma como referencia la temperatura promedio global en el año 1778, antes de la era industrial, hasta nuestros días. El calentamiento global en el período 1778-2014  fue de 0.8 °C, pero se pronostica un crecimiento de la temperatura global de entre 1.4 °C y 5 °C antes del año 2100. El acuerdo propone una meta de no más de 2 °C de calentamiento comparado con la temperatura global del año 1778, es decir, que la temperatura para el año 2100 no haya aumentado más que 1.2 °C comparado con la temperatura actual. Parece que no es mucho, pero las consecuencias pueden ser importantes. Y hay muchas dudas sobre la temperatura global en el año 1778: las mediciones se hacían solo en países muy desarrollados y los termómetros no eran igual de precisos que los actuales. Todavía en 1960, una buena práctica era calibrar los termómetros nuevos, porque podían tener fallas hasta de 2 grados centígrados, aunque hubieran pasado el control de calidad de sus fabricantes. También hay otras razones para las dudas sobre el impacto de la huella de carbono. Las fuerzas de la naturaleza tienen una influencia mucho mayor que la que nos imaginamos. Por ejemplo, las erupciones volcánicas importantes pueden bajar la temperatura global más que los esfuerzos que pueden hacer los Estados.
Se habla mucho de medidas regulatorias y de inversiones fuertes en investigación y desarrollo. Pero, muy probablemente, el papel de la ciudadanía mundial será mucho más importante para lograr una reducción importante en la huella de carbono. El tema es si la población, en general, está dispuesta a hacer los sacrificios necesarios para que esto se logre.

Hay varios puntos en donde los ciudadanos podríamos hacer una diferencia. Desde luego, tendremos que estar dispuestos a pagar mayores impuestos. La investigación y desarrollo no es barata, el cambio de equipos generadores de electricidad para eliminar los que usan combustibles basados en carbono, no es barato. Sí, es cierto que se  generarán muchos empleos con estos cambios, pero de alguna manera habrá que pagar por ellos. Y los gobiernos no tienen más dinero del que les puedan extraer a los contribuyentes. En México, antes incluso del anuncio de los resultados de esta reunión, el sector privado ya estaba exigiendo al gobierno que no les pida que pague por el cambio a una economía más sustentable. En otras palabras, lo que están pidiendo es que los contribuyentes sean quienes paguen por ese cambio. Lo cual ocurriría de todas maneras; si los negocios tienen que gastar más para ser más sustentables, habrán de repercutir esos costos adicionales en los precios de lo que vendan.

A un nivel más personal: ¿estaría usted dispuesto, si es que tiene un automóvil, a no usar automóviles grandes y preferir los autos más pequeños que generan menor huella de carbono? Porque, en promedio, una “mini van” deja casi el triple de dióxido de carbono en el ambiente que un auto de los más pequeños, por kilómetro recorrido. ¿Estaría usted dispuesto a conducir a una velocidad menor en las carreteras? Los autos emiten menos gas carbónico cuando trabajan en su velocidad de crucero más eficiente, entre 80 y 90 km/h. ¿Estaría usted dispuesto a caminar más en distancias cortas y usar cuando fuera posible el transporte público? Porque, cuando se comparte el transporte, la emisión de carbono al ambiente por persona transportada se reduce.


De hecho, independientemente de lo que se logre a través de acuerdos como los que se están diseñando en este momento, una parte importante de la solución está en manos de la ciudadanía. Somos nosotros los que podemos reducir la demanda de gases invernadero, a través de nuestras costumbres que muchas veces han aumentado la presencia de gas carbónico en el medio ambiente. La gran pregunta es: ¿Estamos dispuestos a asumir nuestra parte?

lunes, 7 de diciembre de 2015

¿El principio del fin en Venezuela?


Una paradoja, casi como las de Chesterton, fue parte de un discurso de Churchill diciendo,  a propósito de algunos de los eventos de la Segunda Guerra Mundial: “Esto no es el principio del fin, pero sí es el fin del principio”.

Espero de todo corazón que las elecciones parlamentarias en Venezuela sean el principio del fin de una larga noche de autoritarismo, de populismo, de medidas antidemocráticas y de sumisión a los últimos estalinistas del mundo. Lo deseo ardientemente: que Venezuela vuelva a ser el ejemplo de democracia en América Latina que fue durante la larga temporada de dictaduras militares y dictaduras de partido que sufrimos en  nuestro continente.

Aunque a la hora de hacer este artículo aún no se sabe el resultado final de las elecciones, ya es un hecho que la oposición gana 99 escaños en el Congreso, mientras que los Chavistas-Maduristas tienen 46 y están indecisos 22 puestos. Lo  cual no es cosa menor: la ley Venezolana marca diferentes atribuciones a diferentes mayorías: la mayoría simple (la mitad más uno), la de tres quintos más uno y la de dos tercios más uno. Solo esta última puede evitar que Maduro gobierne por decreto, como podría ser autorizado por el actual Congreso en los 30 días que le quedan en el poder. O sea que, aun habiendo ganado por mayoría, la oposición podría quedar inmovilizada para detener los desplantes autoritarios de Maduro, si no logra más de los dos tercios.

Como ve Usted, hay un real motivo de alegría en Venezuela, pero todavía no es el fin. Hasta el 2018 serán las elecciones presidenciales que podrían sacar finalmente a Maduro del poder. Y quedaría también por ver si la oposición se mantendrá unida, cosa que apenas ahora se ha logrado.

Según un estudio de varias universidades venezolanas, el 73% de los hogares en ese país están en condición de pobreza por ingreso[1]. Una clase pobre que desconfía de la clase media y adinerada así como de los partidos de centro y de izquierda moderada. Las décadas de bonanza petrolera, que podrían haber sido aprovechadas para crear una infraestructura económica que no dependiera del petróleo, se desperdició en subsidios que no generaron empleo estable y en subsidiar a otros países afines ideológicamente al Chavismo,  mediante generosos apoyos en petróleo. La historia económica de Venezuela pudo haber dejado de ser la historia de los precios internacionales del petróleo. Hubo la oportunidad. Chávez y sus sucesores la desperdiciaron.

Ahora la tarea es mantener el impulso. Mantener la unidad arduamente obtenida y ganar las mentes y los corazones de los venezolanos pobres, mediante hechos más que  con discursos. Maduro está achacando su derrota a la guerra económica que, dice él, han desatado los países ricos y la burguesía venezolana. Ignorando, mañosamente, que la parte sustancial de la penuria venezolana viene de los precios que fija la OPEP, de la cuál es fundadora y miembro Venezuela. Y olvidando que subsidiar absurdamente el consumo de gasolina y mantener un tipo de cambio artificial, solo propiciaría importaciones y, a la larga, la inflación que hoy padecen. Pero, si el viento cambia y el petróleo puede volver a estar caro, Venezuela volvería a tener prosperidad.

La reconstrucción de la confianza es la orden del día y de muchas semanas y meses. Una actitud triunfalista de los hoy ganadores, puede generar un desastre a mediano plazo. Hoy, más que nunca, en Venezuela como en América Latina y en el mundo entero, tenemos que reconstruir las sociedades mediante el rechazo de la lucha de clases, que se ha mostrado enormemente dañina y reconstruir relaciones de acercamiento y apoyo mutuo ente las clases sociales. Por el Desarrollo, “el otro nombre de la Paz”, como dijo Paulo VI. Por la concordia. Por la confianza entre los miembros de la sociedad. Por nuestro futuro.



[1] http://www.eluniverso.com/noticias/2015/11/20/nota/5251059/pobreza-venezuela-alcanzo-73-hogares