¿Porqué Cuenta Larga?

¿Porqué cuenta Larga? Los mayas tuvieron dos maneras de llevar el calendario: la cuenta corta (el año o tun) y la cuenta larga, de 144,000 días, el baktun, equivalente a 395 años y medio, aproximadamente.

Las organizaciones deberían tomar en cuenta esta filosofía. Hay decisiones de corto plazo (Cuenta Corta) y de largo plazo (Cuenta Larga). Este blog está orientado a las situaciones de largo plazo y su influencia en las organizaciones

sábado, 26 de septiembre de 2015

Acercamiento social


Desde hace bastante tiempo, sobre todo la caída del famoso muro de Berlín, se habla muy poco sobre el marxismo. Incluso entre los marxistas, pocos han leído las obras de Carlos Marx. Sin embargo, nos encontramos que sus criterios y sus maneras de ver el mundo siguen estando vigentes, si bien de un modo inconsciente, en una parte importante de la población.

No se trata aquí de hacer un análisis riguroso de sus doctrinas o de su aplicación. Pero es interesante ver que su concepto de la lucha de clases ha penetrado profundamente  la manera como nuestra sociedad se ve a sí misma. En el marxismo, un instrumento imprescindible es provocar y exacerbar las contradicciones en la sociedad. Obviamente, en su concepto original, se trataba de las lucha entre las clases socioeconómicas.

Sus seguidores han ampliado el concepto; buscando y explotando las contradicciones entre otros grupos sociales: mujeres contra hombres, religiosos contra no religiosos, indígenas contra mestizos, jóvenes contra adultos, gobernantes contra gobernados. El esquema se ha ampliado: para lograr una revolución, cualquier tipo de contradicción puede ser aprovechada. Cuando uno observa con detenimiento ciertos eventos, ciertas interacciones en la sociedad, empieza a descubrir cómo se genera y se provoca este tipo de lucha de clases; no sólo se observan y aprovechan, sino que se busca  radicalizarlas, llevarlas al punto donde no hay solución posible.

En particular, el concepto de lucha entre pobres y ricos es algo profundamente aceptado y penetrado en la manera de pensar de nuestra sociedad. Un ejemplo superficial: hace poco, platicando con un taxista, comentamos de los que asaltan a personas pobres en los microbuses de las zonas marginadas. El chófer estaba sumamente indignado. "Si robaran a la gente rica, estaría bien. ¡Pero robar a los pobres!". No pude convencerlo de que un robo es un robo, no importa a quien se le robe. Porque con ese argumento, lo mismo se puede justificar robar al gobierno, que a  las empresas, robar a los turistas, y a cualquier otro que no sea pobre.

No es de extrañarse. En las escuelas normales de donde egresa la mayoría de los profesores de las escuelas públicas, la enseñanza está impregnada de categorías del marxismo. No se trata sólo de algunas de las normales rurales, ni las de alguna de las centrales sindicales. Es algo generalizado.

Claro, dado que todavía mantenemos el mito de que en México no hay clase media, todo el que no es un pobre es automáticamente considerado como rico. Y, por lo tanto, un blanco válido para provocar el odio entre las clases. Interesantemente, cuando se habla de la violencia en México, nunca se ha considerado como un elemento este concepto de la lucha de clases, fomentado de mil maneras, muchas veces subliminales y la mayoría inconscientes, como una de las  causas del  crecimiento y recrudecimiento de la violencia.

Si queremos paz auténtica en este país, necesitamos romper con esta visión de la sociedad. Entender que el rico no es necesariamente malo, como a veces nos presentan las telenovelas, ni necesariamente el pobre es bueno y angelical. Es muy importante romper con todos los prejuicios y las clases sociales tienen respecto a las otras. Algunos ejemplos: el criterio de muchas personas de que los pobres son así porque son flojos, viciosos, irresponsables y que tienen demasiados hijos, como dijo alguna ex secretaria. El criterio de que la pobreza genera violencia, como si todos los pobres por el de serlo puedan ser violentos o, por lo menos deshonestos. Criterio que muchas veces choca con la realidad: el que asalta a un banco con armas de alto poder no es un pobre; obviamente tiene los recursos necesarios para acceder a ese tipo de armamento. Pero, para muchos, ser pobre es sinónimo de ser deshonesto y mentiroso. Y yo estoy dispuesto a apostar lo que sea a que la mayoría de los pobres son gente de bien, pacífica y honesta que desean progresar y dar una vida mejor a sus hijos. Muchos años de trabajar con obreros con salarios bajos me permite afirmarlo con certeza.

Hay que reconocer que nuestra sociedad hay miedo: los ricos y la clase media le tiene miedo a los pobres, los pobres le tienen desconfianza a la clase media y a los adinerados. Es urgente romper con esas barreras. Es necesario encontrar un acercamiento entre las clases sociales. No desde un punto de vista del servilismo de los pobres para obtener algún beneficio de los ricos, ni desde el punto de vista de un filantropismo narcisista, que busca el reconocimiento y el halago. ¿Qué es difícil? ¡Por supuesto! Nadie dijo que fuera fácil. No hay recetas fáciles y probadas. Sólo puede haber algunos principios muy generales, por ejemplo: reconocer que todas las clases sociales podemos aprender y admirar valores en los demás. Por ejemplo, aunque suene muy trillado: la muy generalmente aceptada la regla de oro, de hacer a los demás lo que no queramos que nos hagan a nosotros mismos. Aunque suene a mocho: amar al prójimo como a sí mismo.

Pero hay mucho más. Esto no se puede quedar en el ámbito de las ideas, de los sentimientos o de las emociones. Se necesitan proyectos concretos. Se necesitan acciones específicas. Se necesita mucho más que el dinero, sea por parte del que lo recibe o el que lo da. Es dar tiempo, es dar esfuerzo, es dar la presencia personal, no un cheque frío que se entrega un administrador de donaciones.


Seguro que puede haber muchos campos y muchas maneras de lograr este acercamiento entre las clases sociales. Que los ciudadanos ricos y de clase media tengan contacto directo con los pobres, entiendan sus problemas, reconozcan sus valores y aprendan de ellos. Y que los pobres tengan oportunidad de conocer otro lado de la sociedad, aprender de ellos lo que puedan recibir y que les pueda ayudar a mejorar. Y todos nosotros, toda la colectividad, necesitamos buscar maneras de acercarnos, de apreciarnos, de acabar con los odios y los miedos que hoy paralizan a nuestra sociedad.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Los costos de la indecisión: septiembre de 1985

A 30 años ya, y para todos los que lo vivimos nos parece como si hubiera sido ayer. La angustia de un temblor que parecía no terminarse. La interrupción de la luz eléctrica que, en algunas zonas, fue hasta de tres o cuatro días. La interrupción de las comunicaciones telefónicas. Al no haber electricidad, las gasolineras no podían servir combustible. Falta de agua. Poquísima información y, la mayoría, muy sesgada. Y, como si fuera poco, casi 36 horas después otro nuevo temblor, que a todos nos parecía igual de fuerte, que provoca aún mayor pánico. Para muchísimas familias, la angustia de no saber qué había pasado con sus familiares y si las consecuencias habrían sido igual de desastrosas en algunas otras ciudades del país.

En medio de todo este desastre, salió a relucir una joya oculta: los valores de la ciudadanía. Ante el pasmo de las autoridades, que no atinaban a tomar las decisiones necesarias, la ciudadanía y muchos jóvenes que todavía no alcanzaban la edad ciudadana salieron a las calles para ver en qué podían ser útiles. Muchachos que apenas llegaban a la edad de adolescentes, contribuyendo a dirigir el tráfico para evitar los enormes embotellamientos causados por la falta de electricidad. Ciudadanos que se abocaron a buscar entre las ruinas a las personas que habían quedado sepultadas, posteriormente apoyados por los heroicos "Topos", mineros de Pachuca que se trasladaron de inmediato la Ciudad de México para arriesgar sus vidas para salvar las de otros. Señoras que se dedicaban a preparar alimentos para los rescatistas, sin que nadie se los pidiera, entregándolos y retirándose rápidamente sin esperar a que les dieran las gracias.  Colas  interminables de ciudadanos donando sangre, al grado de que, días después, las autoridades sanitarias pedían a la gente que regresaran a sus casas, porque no tenían manera de almacenar todos esas donaciones. No sabemos a ciencia cierta el número de muertos y desaparecidos; muchísimo menos sabemos cuál es el número de personas que deben su vida a este esfuerzo espontáneo y generoso de la ciudadanía.

Mientras todo esto ocurría, las autoridades no daban instrucciones. El ejército qué, según se dice, ya había tomado las fotografías aéreas para conocer las áreas de desastre y tenían preparado el plan DN3, fue detenido por consideraciones políticas: el Departamento del Distrito Federal consideró que eso era vulnerar su área de responsabilidad. Se opuso a que otros participaran, pero no hizo lo necesario para sustituir su acción. Las autoridades del país hicieron una declaración que consideraron de la mayor importancia: dijeron a la Comunidad Internacional que México no necesitaba ayuda. Días después tuvieron que retractarse. Nadie sabe cuántas vidas y cuánto sufrimiento se podía haber ahorrado si las decisiones necesarias se hubieran tomado a tiempo.

Pocas veces ha sido tan palpable el divorcio entre la clase política y lo que les importa, contra los valores de la ciudadanía. Mientras a unos les preocupaban sus ámbitos de autoridad y su imagen, los ciudadanos abocaron a lo importante. Y este divorcio no fue privativo del partido en el poder; los partidos de oposición tampoco se ocuparon de apoyar y organizar la ciudadanía para darle mayor efectividad a su labor. Incluso organizaciones dedicadas a estas situaciones, se vieron rebasadas. Recuerdo un testimonio de primera mano de una química farmacéutica que estaba dedicada, junto con  una gran cantidad de voluntarios, a clasificar los donativos de medicamentos que estaba entregando la ciudadanía. Mientras estaba dirigiendo esta labor, llegó el presidente de una de las organizaciones internacionales de apoyo en situaciones de desastre, con periodistas y un gran séquito a tratar de intervenir. Y esta gran dama le dijo: "Señor, ¿nos trae materiales, nos trae expertos, nos trae algún tipo de apoyo?". Cuando el gran personaje le dijo que sólo venía a supervisarlos, esta fuerte mujer le dijo: "Entonces Señor, déjenos trabajar: que se nos va el tiempo".

Cada quien tiene una gran cantidad de anécdotas que podría contar sobre esta heroica participación ciudadana. Difícilmente se puede agotar el tema en un breve recuento periodístico. La lección más clara es el modo como la ciudadanía mexicana tiene bien puesto el corazón y bien claros los valores. Ante la tragedia, ante la indefensión, supimos unirnos y hacer cada quien su parte. Mientras la clase política estaba pensando en sus propios intereses, los ciudadanos, los mandantes estaban supliendo la inacción de los mandatarios en distintos niveles.

Obviamente hay excepciones, obviamente se pueden contar historias que discrepen, pero el gran panorama es el de un divorcio entre los valores en los mandantes y los mandatarios. Esta discrepancia se hizo visible ante una tragedia, pero sigue estando presente hasta nuestros días. La clase política tiene una jerarquía de valores diferente de la de los ciudadanos: lo que a nosotros, los mandantes, nos parece prioritario, a ellos, los mandatarios, no les parece importante. Y luego se cuestionan porque no se les aplaude y les asombra cuando, después de gastar millones en mercadotecnia política, sigue a la  baja la confianza sobre los partidos y las instituciones del Estado.

Estamos conmemorando a los fallecidos. Ceremonias, simulacros, discursos sonoros. Pocas palabras de agradecimiento a una ciudadanía que demostró tener el corazón en su sitio. Que tuvo su mejor hora. Y ninguna, verdaderamente ninguna disculpa de una clase política que no supo estar a la altura de la ocasión.


sábado, 12 de septiembre de 2015

Combate a la pobreza


Magros los resultados del Combate a la Pobreza, nos reporta el tercer informe de Gobierno de la administración Peña Nieto.

En su administración ha aumentado en más de un millón 990 mil el número de pobres. En cambio, la pobreza extrema ha mejorado: Hay 86,647 personas que ya no están en la pobreza extrema. Y qué bueno. Una reducción del 0.8% en la pobreza extrema, mientras que la pobreza total ha aumentado un 3.7%. Todo ello gracias a un gasto en Desarrollo Social del Presupuesto Federal que excede los 200,000 millones de pesos en dos años. O sea, poco más de dos millones  de pesos por persona que dejó de estar en pobreza extrema, en estos mismos años. Esto sin contar las múltiples aportaciones de la Sociedad, desde las “Patronas” que alimentan migrantes, los Hogares Providencia, los Kilos de Ayuda, los Bancos de Alimentos y otras múltiples iniciativas que en algo habrán contribuido a reducir esa pobreza extrema, aunque no se les reconozca.

Números fríos, hasta que uno considera que esos no son números: son familias, son niños, son adultos mayores. Son gente que, literalmente muere de hambre. Qué bueno que se estén haciendo estos esfuerzos. Que mal que tengamos más de 11 millones de personas en pobreza extrema y que casi dos millones de personas más hayan caído en la pobreza o han nacido en ella. 

No se ve autocrítica, al menos en público, por parte de esta Administración. Pero la artífice del programa contra la pobreza ya no está al frente. Ojalá el nuevo Secretario traiga nuevas ideas, porque urge un cambio de enfoque.

Es fácil  criticar el modelo de los comedores para gente en pobreza extrema. Yo no lo critico: por humanidad, por decencia, nuestra Sociedad no puede dejar que haya gente que muera de hambre o viva muy disminuida por su deficiente nutrición. Lástima que no se hayan dado datos de la reducción de muertes o enfermedades por desnutrición. Hubiera sido mucho más indicativo de los resultados del combate a la pobreza. Es cierto, sin embargo,  que este modelo se presta a usos clientelares y electorales. Habría que demostrar que hay abusos, porque ahí está el riesgo. Pero no compro el argumento de dejar a la gente con hambre para no caer en esos peligros.

Otra crítica se centra en el dicho “No hay que darle un pescado al que tiene hambre, hay que enseñarlo a pescar”. Lo cual también tiene algo de cierto. Las personas que asisten a los comedores del gobierno, no han salido de pobres; han salido de su inanición. Pero, si no se le da el pescado al hambriento, mañana estará muerto y no habrá manera de enseñarlo a pescar. O estará tan débil por el hambre que le costará mucho trabajo aprender. Hay que hacer las dos cosas: darle de comer y darle las capacidades para que pueda salir de pobre. Y en esto hay un punto clave. Se trata de que la gente sea independiente en lo económico, no que se construya una codependencia entre pobres y gobiernos. Y en eso hay mucho por hacer para el nuevo secretario del ramo.

Lo que me parece inaceptable fue la excusa que dio la ex secretaria a cargo de este programa, para su pobre desempeño. No sé por qué me recordó a un grupo de señoras de la “alta” sociedad, criticando a sus sirvientas: “Estas no pueden salir de pobres, porque tienen muchos hijos”. Porque ese fue su argumento. No señora. Las cosas son mucho más complejas. En México la natalidad ha bajado a la mitad desde 1970 a la fecha y, con la pena, las familias no viven mejor. Y esto es cierto a nivel rural como el urbano. Hay que generar riqueza, empleos bien pagados. No se trata de hacer cuentas pueriles del tipo de que “entre menos burros más olotes”. Si eso fuera la única solución, las zonas despobladas por la emigración serían áreas prósperas.

Lo que hay que hacer es dejarse de excusas. Una sana autocrítica, preferentemente pública, no vendría mal. Reconozcamos que no somos un país rico en recursos naturales. Solo el 14% del territorio es cultivable y solo la mitad de este tiene riego. Nos estamos acabando la pesca y ya nos gastamos el petróleo que, para colmo, ahora vale menos. Nuestra población tiene un pésimo nivel educativo y, aunque pueda haber honrosas excepciones, la gente sin las capacidades básicas que deberían dar las escuelas, no pueden prosperar, aunque les den “tablets”. Los emprendedores en pequeño no necesitan dadivas, necesitan simplificación administrativa de a de veras, que les permita ser eficientes. Necesitan un sistema de impuestos fácil de administrar y cumplir, no uno que le cueste al micro empresario casi lo mismo que paga en impuestos. Y esto es solo una parte de lo que se podría hacer.

Ojalá ahora sí, en serio, sin buscar protagonismos ni el aplauso de los medios o de los políticos, el Estado, Gobierno y Sociedad, nos pongamos a impulsar este proceso. Que no es un proceso de un sexenio: si empezamos ahora y no quitamos el dedo del renglón en una generación habremos reducido sustancialmente esta vergüenza nacional.


sábado, 5 de septiembre de 2015

¿Tuvo algo de bueno el Informe?

A riesgo de que se enojen conmigo algunos de mis amigos y Usted, amable lector, le daré mi opinión honesta. He  tratado de oír y leer lo más posible de los comentarios sobre el Informe Presidencial, presentado en público el pasado 2 septiembre. El consenso no puede ser más negativo: difícilmente se encuentra en la prensa independiente, ni en las redes sociales a alguien que no le haya parecido que el Informe fue malo. Pero creo que no hay nada tan malo que no tenga un poco de bueno. Creo que en el Informe y en el proceso en torno a su presentación hay cosas positivas que destacar.

Para empezar, a diferencia de otros Informes presidenciales que me ha tocado escuchar, en este se puso el énfasis en los resultados, no en las actividades. Y eso es muy importante: en la mayoría de los Informes presidenciales y gubernamentales se encuentra una larga relación de actividades, sin explicar si esas han dado los resultados que buscaban. Así, se reportan por ejemplo inauguraciones de hospitales que después no entran en funcionamiento por falta de médicos, como ha ocurrido en varios estados de la República. Otro ejemplo: en algunos Informes se ha hablado de una actividad de educación para 25 millones de niños y adolescentes. Nunca se ha mencionado la calidad de educación ni se han precisado los resultados que se están obteniendo de esta actividad. Y eso, desde un punto de vista totalmente técnico de la Administración es muy importante. De manera que este Informe, al enfatizar los resultados,  ha hecho un cambio notable.

Otro tema diferente es la veracidad de esos datos. En el estado de desconfianza con el que la ciudadanía está juzgando el desempeño de esta administración, es de esperarse que la mayoría opine, muchas veces sin bases, que las cifras están "maquilladas". Algo extraordinariamente positivo, en mi opinión, es la actividad de grupos de la sociedad civil que han asumido la responsabilidad de validar esa información. Por ejemplo, @ElSabuesoAP que, asociado con otros grupos, emprendió la tarea de convocar y capacitar a un grupo de ciudadanos para revisar el sustento de las afirmaciones que tiene el Informe. Interesantemente, de 21 temas revisados sólo encontró dos verdaderos. De los demás, cinco se calificaron como verdades a medias, nueve se calificaron de engañosos, uno discutible y cuatro difíciles de probar. Ninguno fue calificado de falso o casi falso. Independientemente del resultado, lo que me parece un gran logro es que grupos de la sociedad civil hayan asumido esta responsabilidad y hayan hecho públicos sus resultados. Bien hecho. Ojalá tengamos más grupos así; ojalá pronto estemos evaluando con el mismo rigor todas las declaraciones de nuestros mandatarios.

Por otro lado, la información que se nos dio, aún si hubiera sido escrupulosamente cierta, le hace falta un elemento muy importante: el contexto. ¿A qué me refiero? Los logros que se reseñaron no nos dan ninguna referencia respecto a lo planeado. Por ejemplo: se construye una determinada cantidad de kilómetros de carretera. ¿Es mucho o es poco de acuerdo a lo que decía el Plan Nacional de Desarrollo? Se nos habla de un buen número de escuelas de tiempo completo. ¿A qué porcentaje de cumplimiento van de acuerdo a las promesas de campaña, debidamente registradas ante notario? Esto es otro elemento fundamental en cualquier tipo de administración, sea pública o privada. Los resultados son relevantes en comparación con los planes y las obligaciones que se han asumido. Sin ese contexto, esa información es muy poco valiosa. En descargo de esta administración, debo decir que esto ha sido una falla común en todos los Informes presidenciales que he podido revisar. Pero esa unanimidad no sirve para disculpar: para que se pueda juzgar correctamente esos resultados no basta con compararse lo que ocurrió en otras administraciones o lo que ocurre en otros países.

Pero, para mi gusto, lo más importante y destacable es el hecho de que por primera vez en la historia de México un presidente reconoce públicamente y mediante su Informe al Congreso, que existe una profunda desconfianza hacia su administración. Yo no encuentro ningún ejemplo parecido de ninguno de los presidentes que hemos tenido en nuestra historia. Y eso me parece un excelente principio: todo funcionario público debería admitir públicamente el hecho de que la ciudadanía no le tiene confianza, si es el caso. Esto, obviamente, no es suficiente. Pero sin empezar por ahí, es muy difícil avanzar más. Por supuesto, estoy consciente de que no se ha logrado frenar esa desconfianza y me cuesta mucho trabajo creer que con el " Decálogo" que se nos propone, la remedie. Me pregunto, amable lector y lectora: ¿ha aumentado su confianza hacia esta administración, a raíz de escuchar el Informe o leer sus transcripciones y comentarios? Francamente, lo dudo mucho. Y es que la confianza no se gana fácilmente. En épocas anteriores, se creía que bastaba con una buena oratoria, con la elocuencia de los gobernantes para ganar la confianza de la ciudadanía. Ahora se confía, ciegamente, en las técnicas de mercadotecnia política. Y, claramente, ninguno de los dos enfoques está resultando en un aumento de la confianza ciudadana.

Es claro que para ganar de nuevo la confianza se necesitan hechos, muy visibles y que no requieran de la validación de los propios miembros de la administración. Hechos que sean tan claros que a la ciudadanía no les quede duda de los mismos. Es una tarea por hacer. Un buen principio sería que, junto con el reconocimiento de la desconfianza generalizada, se dijera a la ciudadanía y al Congreso, que en teoría nos representa, cuáles son las medidas concretas que se tomarán para enmendar esa peligrosísima brecha entre nuestros mandatarios y nosotros, los mandantes.


Esos son mis razones para no poder ver este Informe totalmente en negro o totalmente en blanco: es claramente un conjunto de luces y sombras. De poco sirven ambos extremos. Una ciudadanía madura debe tener la capacidad de reconocer aciertos sin caer en la adulación y reconocer también las fallas sin satanizar a quien las comete. Nosotros, ciudadanos, no debemos caer en el pesimismo, pero tampoco podemos ser ilusos. Hay que ver cuáles son los elementos sobre los cuales podemos construir, reconocer los obstáculos y las dificultades, y no quitar el dedo del renglón. Somos los ciudadanos, somos los mandantes y no se nos debe olvidar que los mandatarios están ahí para cumplir con nuestro mandato.