¿Porqué Cuenta Larga?

¿Porqué cuenta Larga? Los mayas tuvieron dos maneras de llevar el calendario: la cuenta corta (el año o tun) y la cuenta larga, de 144,000 días, el baktun, equivalente a 395 años y medio, aproximadamente.

Las organizaciones deberían tomar en cuenta esta filosofía. Hay decisiones de corto plazo (Cuenta Corta) y de largo plazo (Cuenta Larga). Este blog está orientado a las situaciones de largo plazo y su influencia en las organizaciones

viernes, 21 de febrero de 2020

Discriminación, violencia, feminicidio y más

 


Uno de los temas más complicados para la actual administración, un asunto que no es solamente mexicano sino también mundial. Al no atenderlo, nuestros gobernantes están metiéndose en un problema mayúsculo. En México, como en otras partes del mundo, se agudiza una fuerte molestia de las mujeres qué, con toda razón, sienten que reciben un trato desigual y desfavorable por parte de la sociedad y, por supuesto, de los gobiernos que deberían asegurar que no ocurran esas situaciones.

Desde los aspectos menos importantes, relativamente. Por ejemplo, los chistes que ridiculizan a las mujeres, las burlas a su modo de pensar o hasta su modo de conducir, como sí los hombres siempre tuviéramos pensamientos acertados o condujéramos de manera perfecta. Chistes que a muchos les parecen graciosos y que son ampliamente aceptados en la sociedad.

De esta falta de respeto se pasa a asuntos mucho más graves. Como, por ejemplo, la discriminación laboral. No es difícil demostrar qué, para un trabajo igual, a las mujeres se les paga a veces hasta 20 o 25% menos que a los hombres, muchas veces con el pretexto de que los hombres son el sostén de su familia. Como si no hubiera muchas, muchísimas familias donde el sostén es la mujer. Así como el hecho de que no se les da acceso a puestos de responsabilidad.      

Más grave aún, la violencia contra las mujeres. Una violencia que ya se considera como algo consustancial en nuestra cultura. Una cultura que promueve y premia el machismo. Hace algunas generaciones, en la llamada “ época de oro” del cine mexicano no era raro ver escenas donde los grandes ídolos, como Pedro Infante y Jorge Negrete golpeaban a sus novias o esposas. Y las golpeadas se derretían de amor por el golpeador. Escenas que hoy nos parecen nauseabundas pero que tenían una gran popularidad y que crearon una manera de ver la violencia contra la mujer en la sociedad. No era raro, y a mí me consta de primera mano, que cuando alguien trataba de defender a una mujer golpeada, la víctima se ponía en contra de quien trataba de defenderla con la frase: “ Usted no se meta: si me golpea es porque me quiere.” Poco ha cambiado: cierta prensa da difusión a imágenes de mujeres víctimas y no faltan editorialistas que defienden esa “libertad de expresión”.

En el extremo, esta violencia lleva a la muerte, por supuesto. Muertes pasionales y también muertes sádicas, con tortura, que no vienen de un arranque pasional sino de una distorsión profunda de la personalidad. Y esta violencia no respeta edades, condición social, económica, o de nivel educativo, como les consta a los especialistas en la atención a las víctimas.

¿Habrá algo peor? Pues sí, yo creo que hay algo peor. Y ese algo es la indiferencia una parte importante de la sociedad. Cuando la sociedad le parece, como dijo algún reportero, que ya se ha hablado demasiado del feminicidio. Cuando se rechazan las manifestaciones pidiendo justicia y apoyo, basándose en que hay grafitis o daños al mobiliario urbano. Como si una puerta pintada, por antigua o simbólica que sea, tuviera más valor que una niña o mujer violentada. O asesinada, como es el caso.

La búsqueda de pretextos, de “explicaciones”, de estos horrorosos hechos son declaraciones que pueden traducirse como: “La culpa no es mía, sino de otros”. Achacar la violencia a oscuras conspiraciones de la oposición o verla como el fruto del neoliberalismo. Después de lo cual, se sienten plenamente justificados para no hacer nada concreto, más allá de declaraciones o decálogos, que establecen buenas intenciones que darán resultado a muy largo plazo, y no tomar acciones para atender los problemas actuales, en el corto plazo. Porque, si no tomamos acciones inmediatas, la situación sólo puede empeorar.

Me decía un gran amigo: “¿Cómo es posible que, en un país como México, donde hasta los ateos son guadalupanos y se profesa una gran devoción por María, haya tan poco respeto por las mujeres?” Yo le doy la razón. Tampoco es comprensible que un país en donde tenemos mucho aprecio por la cortesía, por la caballerosidad, a la hora de los hechos se trata las mujeres tan mal. ¿Por qué los cristianos, incluyendo a los católicos, que creemos en la igualdad de hombres y mujeres, no estamos protestando y proponiendo acciones concretas?

Sí, lo más preocupante es que a la gran mayoría no nos preocupa, no nos angustia, no nos mueve esta situación para exigir acciones específicas. Acciones que necesitan un componente policiaco, judicial. Acciones en las que deberá usarse la legítima violencia que debería ser monopolio del Estado. También debería preocuparnos el trato que se da a las víctimas. Y no solo el trato que las instituciones y la autoridad a deberían de darle. Porque toda la sociedad y en particular los hombres deberíamos estar particularmente atentos al modo como se debe tratar a las víctimas de ese trato infame contra las mujeres. No basta, como creen nuestros legisladores qué, aumentando las penas por los delitos, ya se hizo suficiente. Cuando el gran tema es que la impunidad es estimada por algunos especialistas en más del 90% de los casos.

¿Podemos pensar que somos ajenos a este problema? Yo creo que no. Y aun los que ven con claridad este problema, se conforman con protestar y criticar a las autoridades, sin proponer ni proponernos actividades concretas en toda la sociedad para reducir este horror. Sí, en el siglo dieciocho y diecinueve, se tenían actividades de protección para las mujeres. Muchas de ellas restrictivas y con un fuerte tufo patriarcal, como mantenerlas en la casa y no permitir que salieran solas sin acompañamiento. Acciones que, sin duda, procedían de un fuerte machismo. Pero que también respondían a una necesidad muy real: los secuestros, violaciones y ataques que sufrían las mujeres que se percibían indefensas.

Seguimos viendo el pasado como una época idílica. Probablemente no tenía nada de ello. La protección a las mujeres procedía de verlas como propiedad de padres y maridos, pero también de situaciones reales. No podemos tampoco volver a esas épocas. Ya es hora de que hombres decentes hagan equipo con las mujeres y diseñen medidas adecuadas para lograr un cambio social, un cambio cultural. Muy importante, pero no suficiente. En lo que estas medidas empiecen a dar frutos, hombres y mujeres debemos exigir a la autoridad que tome su papel a y defienda a la población.

Antonio Maza Pereda

 

miércoles, 12 de febrero de 2020

Paz, que nos hace falta.

 


Antonio Maza Pereda

Generalmente cuando se trata de paz, de una manera o de otra terminamos citando a Jesucristo. Sea en las bienaventuranzas, sea en el famoso dicho “Mi paz les dejo, mi paz les doy. No como la da el mundo …” por eso, tal vez resulta novedoso que la premiación de los premios Oscar, el actor que ganó el premio a la mejor actuación que aprovechó su discurso recordando a su hermano que decía: “Si yo doy amor, la paz seguirá”. Un concepto muy importante: en ello queda claro que la paz es algo que debemos de construir, no esperar que nos llegue sin esfuerzo.

Coincide con la asamblea anual de SIGNIS -México donde se dijo que la misión de SIGNIS es contribuir a construir la paz. SIGNIS, asociación de comunicadores católicos con presencia en más de 100 países, es una organización gremial, que agrupa a especialistas dedicados a la comunicación. Al declararse católicos,  se ven como una parte del gran proceso de comunicación que es reseñado en las sagradas escrituras y personalizado en el mismo Jesucristo, el verbo encarnado.

Pero para entender esta intención de construir la paz, hay que empezar por entender qué significa ese concepto. Porque la paz no es meramente la ausencia de guerra ni la falta de violencia. Los incluye, pero no bastan. Porque, si a esas vamos, consideraríamos que los cementerios serían un modelo de paz, puesto que en ellos ya no hay ni violencia ni guerra. Creíamos en el concepto de la “Pax Romana”, fruto de la ocupación militar de una parte de Europa y el cercano oriente. Creeríamos que dictadores como Franco, Pinochet y Trujillo, así como otros dictadores de la historia, fueron artífices de la paz. Una “paz” fruto de la imposición, del olvido de los derechos humanos y de la democracia, a cambio de una suspensión de la violencia pública, aunque de manera soterrada continuaba la violencia contra los opositores.

La paz, dijo Paulo VI, es un fruto de la justicia. A la ausencia de violencia como fruto de la injusticia, no se le puede llamar paz. Muchas veces, la justificación de las dictaduras, militares o civiles está en que han traído paz a la nación. Una paz entendida como la ausencia de guerra, paz entendida como una reducción de la violencia o, en muchos casos, el ocultamiento de esta.

La paz, decía San Agustín de Hipona , “es la tranquilidad en el orden”. Lo que nos lleva a debatir cuál es el orden que queremos. A qué valoramos más. Por dar un ejemplo: si nos dijeran que tuviéramos 10,000 policías nuevos por Estado, bien entrenados, bien equipados y abastecidos, con acceso a equipo científico, con seguro de vida y gastos médicos y que eso costara 120,000 millones al año, pero que mejoraría la situación de violencia, ¿lo aceptaríamos? Por supuesto. Pero si nos dijeran que, por usar así los impuestos del erario, tendríamos escasez de medicamentos para nuestros hijos, ¿pensaríamos igual? ¿Qué va primero, la reducción de violencia o la salud de nuestros hijos? Ojalá nunca tengamos que tomar esa decisión.

El punto es muy importante. Un comunicador no solo debe reportar con veracidad. Eso se da por hecho. Además, debe incluir sus valores en su trabajo. Lo cual ocurre de muchos modos: cuando se le da importancia a un tema sobre otro, cuando hace claro que valores están en juego en las decisiones de la sociedad, cuando promueve un orden justo, la justicia plena, ese comunicador está construyendo la paz.

El comunicador siempre influye. Para bien o para mal. Y parte de su tarea es ayudar a quienes son destinatarios de sus mensajes para que tomen mejores decisiones, decisiones justas. Para que consideren todos los puntos de vista en una decisión y analicen las consecuencias y secuelas de cada opción.

Una carga pesada, sin duda. Si los miembros de SIGNIS están (estamos) dispuestos a asumir esa misión, hay que estar muy conscientes de lo que eso implica. En términos de estudio, de profesionalización, de cansancio y también en muchos casos de riesgos que se asumen, la dificultad para tener ingresos honestos y a la vez suficientes.

Pero hay que llevar a cabo esta misión, tan importante. Porque la sociedad lo requiere. Todos necesitamos la paz, una paz verdadera. Y los comunicadores necesitamos hacer nuestra parte en su construcción.

jueves, 6 de febrero de 2020

Alimentando el odio

 Es una cosa rara el odio. Algo que se siembra en el corazón, se alimenta con recuerdos, se incrementa con resentimientos    y que, en el extremo, puede llevar a la destrucción del odiado. Y a la destrucción del espíritu del odiador.

Diferente del enojo. Porque el enojo, siendo un sentimiento, es volátil. Y así como aparece repentinamente, también puede desaparecer. El odio, del mismo modo que el amor, es una decisión. Es un acto consciente y, si se hace con pleno consentimiento y conocimiento, es un acto humano del cual somos responsables.

Cuando a una sociedad la domina el odio, los daños son extremos. Pueden pasar décadas en las que los odios no se olvidan, los descendientes de quienes iniciaron el odio lo continúan, a veces sin conocer del todo cuál fue el origen de esa enemistad. Divide familias, destruye amistades, hace imposible el funcionamiento de las sociedades.

Tristemente, estamos viviendo un incremento muy importante del odio en nuestra sociedad. Un odio que ha sido sembrado metódicamente, con pleno conocimiento de causa, casi podría decirse: de un modo científico. Y como ya he dicho en esta columna, nadie puede decirse inocente de esta siembra. Derechas e izquierdas, conservadores y transformadores, fachos y chairos, todos han abandonado la civilidad, la concordia y han hecho del odio un arma para reclutar a miembros para sus facciones.

Cuando se odia, todo se vale. La mentira, las falacias, los sobornos, las traiciones siempre se considerarán válidas con tal de hacerle daño al odiado. Y el odio no admite que haya quien no lo comparta. Si no odias a quien yo odio, eres mi enemigo y te trataré en consecuencia. De manera que, idealmente, sólo habrá dos posibilidades: odias como yo odio, y en ese caso eres de los míos o, si no odias al otro con la misma intensidad, eres mi enemigo mortal.

La historia nos muestra que quienes han usado el odio como método para ganar el poder, terminan destrozándose los unos a los otros. Como ocurrió en la revolución francesa, donde el caso más notorio fue el de Robespierre. O en la revolución bolchevique, donde los miembros del grupo principal terminaron destrozándose unos a otros, como fueron los casos de Zinoviev, Kamenev, y muy notoriamente el de Leon Trotsky.

Desgraciadamente, en los últimos años y en particular en el 2019 e inicio del 2020, la siembra de odio se ha multiplicado. No que antes no ocurriera. Por supuesto, en nuestra historia abundan los actos de odio. Pero de un modo muy localizado. No afectaba a la mayoría de la población. Las facciones diversas, movidas por sus ambiciones y pasiones, odiaban y trataban de destruir a quienes pensaban diferente de ellos. Ahora nos encontramos con que grandes partes de nuestra sociedad se han embarcado en una competencia para ver quién odia más, quien hace más daño, quien logra atraer más personas a su manera particular de odiar. Apoyándose en tecnologías de información, con un desprecio de la razón y de la lógica, así como una ausencia de valores fundamentales, el odio crece sin límites.

Porque al odio no se le puede combatir con odio. Y en la dinámica actual de nuestra sociedad, diversos bandos han visto que el odio es una manera efectiva de controlar y manipular a la población y lo ven como una herramienta, no sólo aceptable, sino preferible para derrotar a sus contrincantes.

Desgraciadamente, y lo digo con pena, muy pocos están dispuestos a combatir el odio con lo único que le hace verdaderamente daño: el amor, el perdón sin adjetivos, el bien. Thomas Merton, un místico de Estados Unidos, decía que las guerras mundiales no se evitaron porque no había santos. Y la santidad no es cuestión de mayorías. Decía Merton que un solo santo podría haber detenido esas terribles guerras. Sí, parece iluso pensar que la salvación de nuestra patria se dará si hay santos. Pero yo prefiero parecer iluso.

Ni usted ni yo somos santos. Y es muy difícil pedirle a quienes han sufrido en sus familias, en sus bienes, y en su honra, que eviten odiar. No nos podemos imaginar el sufrimiento tan intenso que han sufrido muchísimas personas en nuestro país. No tenemos cara para pedirles que perdonen y olviden. Tal vez lo único que podemos hacer es estar cerca de ellos, acompañarlos, darles cariño. De poco o de nada servirá exhortarlos a no odiar. Sólo nos queda mostrarles a esas personas que existen quienes los quieren. Que existen quienes se preocupan por los demás y que tratan, muchas veces con graves errores, de hacer el bien.

Realistamente, no hay otro camino. Tratar de odiar a otros con mayor intensidad que aquellos quienes nos odian, no va a remediar las cosas.

Antonio Maza Pereda