¿Porqué Cuenta Larga?

¿Porqué cuenta Larga? Los mayas tuvieron dos maneras de llevar el calendario: la cuenta corta (el año o tun) y la cuenta larga, de 144,000 días, el baktun, equivalente a 395 años y medio, aproximadamente.

Las organizaciones deberían tomar en cuenta esta filosofía. Hay decisiones de corto plazo (Cuenta Corta) y de largo plazo (Cuenta Larga). Este blog está orientado a las situaciones de largo plazo y su influencia en las organizaciones

miércoles, 26 de mayo de 2021

Preguntas a los candidatos (2)

 

Las preguntas que tienen respuesta fácil nunca son las fundamentales.

Richard P. Rumelt

 

¿Qué hará para mejorar la educación?

Ya antes de la pandemia teníamos un severo problema en la educación de acuerdo con las evaluaciones internacionales. Hace ya bastante tiempo que salimos muy bajos en muchos de los temas, mayormente en los de matemáticas y comprensión del lenguaje. Las preocupaciones de nuestros gobiernos en estos temas han sido mínimas, y en particular no le han importado a la 4T. O al menos, nunca lo han expresado. No faltan los típicos adeptos de las teorías de la conspiración que dicen que, a la casta política, lo que menos les interesa es que la población mejore su capacidad de pensamiento crítico.

Viene la pandemia y nos encontramos con una disminución importante del nivel educativo. Baja que no es atribuible a los profesores, que han hecho hasta lo imposible por aprovechar las condiciones de enseñanza remota, pero que no pueden evitar el problema inherente al hecho de que la comunicación entre profesor y alumno se limita de manera importante. Sobre todo, en los aspectos de relación, de inteligencia emocional. Y eso en los casos donde puede haber comunicación. En los casos de amplias zonas del país donde no hay comunicación con una calidad aceptable, la situación es peor. Y, por supuesto, la enseñanza asíncrona mediante la televisión tiene complicaciones aún mayores. Y tampoco es un problema de alumnos y padres de familia: es un hecho que la mayoría han hecho grandes esfuerzos para tratar que la educación continúe con buen nivel, pero les ha sido imposible influir de un modo decisivo

Algunos de los candidat@s han dicho, palabras más, palabras menos, que para mejorar la educación, aumentarán el número de horas de clase y la calidad del profesorado. Suena lógico, pero la implementación no es tan fácil. Si se aumentara al doble las horas de clase en las escuelas públicas, nos encontraríamos con varios problemas:

  •  Prácticamente todas las escuelas públicas trabajan dos turnos. ¿Dónde se pondrá a los alumnos si se ocupa el doble de horas? La infraestructura actual no basta. ¿Cuánto costará duplicar el número de salones de clase? ¿Cuánto tiempo se llevará hacerlo? Claramente no alcanza un sexenio para llevarlo a cabo. Si, además, al regresar a clases se ocupará solo una fracción de las aulas existentes a causa de la pandemia, el problema es aún mayor. Simplemente, seguiremos teniendo clases remotas, con sus inconvenientes. Y se necesitarán clases remediales para reponer el deterioro que ya tenemos y que no va a reducirse apreciablemente.
  •  Más importante: ¿De dónde van a salir el doble de maestros? Porque, dados los salarios actuales, casi todos los maestros trabajan más de un turno. ¿De dónde vamos a sacar un millón de maestros para poder duplicar la plantilla de los maestros actuales, y que además sean maestros de alta calidad?
  • La pregunta fácil, es la tercera: ¿De dónde saldrá el dinero para ese gasto? La respuesta es sencilla: del sufrido causante cautivo, el que siempre paga por todas estas cosas. ¿Cuánto nos aumentarán los impuestos?

No es que no quiera que mejoren las cosas o que me guste ver obstáculos. Mi punto es que no veo un plan concreto, un estudio formal, para hacer que este ofrecimiento se vuelva una realidad.  Creo que nosotros, ciudadanos de a pie, tenemos el derecho de hacer esta pregunta y pedir una respuesta razonable.

Antonio Maza Pereda

 

viernes, 21 de mayo de 2021

Elecciones 2011... la recta final

 

Estamos ya a poco más de 2 semanas de las elecciones más grandes de la historia de México. Y ciertamente, una de las más discutidas: probablemente a nivel de aquellas donde por primera vez en 70 años tuvimos la oportunidad de un cambio democrático. Y, seguramente, mucho más discutidas porque en este momento las redes sociales, mucho más difundidas que entonces, están teniendo un papel protagónico. Seguramente no se han discutido tanto unas elecciones como estas que tenemos enfrente.

Independientemente de lo anecdótico, en estas elecciones se ha dado un papel preponderante a iniciativas de la sociedad civil, algunas en muy pequeña escala, grupos de una docena de participantes, y otras con una dimensión mayor. Grupos de amigos, ex compañeros de escuelas y universidades, grupos que se formaron en el trabajo e iniciativas de muy diverso origen, están discutiendo de política.  Lo cual es una verdadera novedad. En general, en México existía el círculo rojo, un grupo muy minoritario que discutía de política de una manera consistente.  Al resto de la población se le consideraba fuera de este círculo y, en el mejor de los casos, era objeto de las intenciones de dicho círculo rojo para lograr alinearnos en uno u otro sentido.

Otra característica es que en estas elecciones la clase política, sobre todo la oposición, pero no nada más ellos, están en un estado de confusión. No saben qué hacer y no se les ocurre mucho. De ahí los intentos verdaderamente lastimosos de atraer votantes por medios tan peregrinos cómo poner a los candidatos a bailar en el Tik Tok. Parece bastante claro que no encuentran argumentos para convencer a quienes opinan de manera diferente y ni siquiera para atraer a los indecisos. Al parecer sólo encuentran argumentos que son capaces de convencer a los que ya están convencidos: a su propio bando. Se han abandonado los razonamientos, las argumentaciones, y se ha centrado el “debate”, así entre comillas, en el insulto y la descalificación. Como si la ciudadanía no pudiera entender otros argumentos.

Y ante esta situación de debacle nacional de la clase política, no atinan a qué hacer. Y como en situaciones de urgencia, como los grandes terremotos del siglo pasado y este siglo, mientras que la casta política no encuentra qué cosa hacer, quiénes se movilizan son decenas de miles de pequeñas iniciativas para informarse, discutir, transferir información fuera de los canales tradicionales y entenderse, comunicarse e influir en pequeña escala. Esfuerzos que, en mi opinión, van a tener un efecto importante.

Es claro que la clase política no está entendiendo que estas elecciones, como en ocasiones anteriores, pero en una escala mucho mayor, van a ser decididas por los indecisos, por los que hoy no tienen claro todavía por quién deberían de votar. Los miembros de la clase política están convencidos de que sus argumentos (es un decir) son tan poderosos que solo los tontos no los pueden entender. Parece como si estuvieran diciendo: “si fueran inteligentes, estarían de mi lado”. Están tan convencidos de sus propias posiciones que ni siquiera ven la necesidad de demostrar sus puntos de vista.  Según ellos es suficiente con comunicarlos, sin mayor explicación.

Claramente, puede ser que ese porcentaje de dudosos, que algunos consideran entre el 20 y 30% del electorado, seguirá indeciso y no ejercerá su voto. En cuyo caso, las evaluaciones actuales y las doctas interpretaciones de las encuestas, serían correctas. También ocurre que hay quienes no quieren votar como porque no creen en el sistema ni en las distintas expresiones de la clase política. Hay algunos casos interesantes. Hay quienes, desesperando de hacer sentido en medio de esta confusión, deciden conscientemente no votar pensando que la mayoría tiene la razón y están dispuestos aceptar la decisión mayoritaria y colaborar con ella. Lo cual no es de desdeñarse: estos votantes creen en la democracia y que la mayoría tiene razón.

Pero quitando ellos, hay quienes no votarán por desinterés, desidia, o alguna otra razón inconfesable. Para todos debe ser claro que la abstención o la emisión de un voto en blanco, es equivalente a votar por la continuidad de la situación actual. No hay remedio. Había un analista, cuyo nombre he olvidado, que decía que no tendremos una auténtica democracia mientras en las boletas para votar no exista la opción de decidir diciendo: por ninguno de estos candidatos. Y una provisión para que, sí esa manera de votar fuera mayoritaria, se anularían las elecciones y se citaría a nuevas elecciones con candidatos diferentes, en un plazo preventorio. Pero, mientras no tengamos una provisión así, la manera más adecuada de ser ciudadano es votando: de la mejor manera posible, con la mejor información disponible, con un voto en conciencia, buscando lo mejor para nuestro país y nuestra sociedad.

Por lo pronto, hay que felicitar y felicitarnos por esta enorme cantidad de pequeños grupos, apoyados por las tecnologías disponibles, y que están haciendo su esfuerzo por entender, hacer sentido e iluminar el voto ciudadano. Bien por esos grupos. Y ojalá esos grupos no sé desbanden después de las elecciones: claramente los necesitaremos para asegurar la vigilancia ciudadana sobre una clase política que no ha estado a la altura de una sociedad que lentamente, pero de manera sostenida, está creciendo en madurez ciudadana. Y para los demás, es importante ejercer nuestros derechos y nuestras obligaciones ciudadanas. Que para eso sirven las elecciones.

Antonio Maza Pereda

miércoles, 19 de mayo de 2021

Preguntas a los candidatos(1)

¿Por qué es importante pensar en hacer preguntas relevantes a los candidatos? Porque debemos conocer a los que están buscando nuestro mandato. O, lo que es lo mismo, nuestro voto.

Necesitamos conocerlos para poder votar responsablemente. Y la mercadotecnia política no nos permite conocerlos a fondo; entre otras cosas porque ellos mismos la pagan y no es de esperarse que nos digan que son deficientes en algo. Tampoco bastan los debates ni las entrevistas, con preguntas preparadas y formuladas a modo, para el lucimiento del candidato.

Nosotros, los ciudadanos, tenemos que hacer nuestras propias preguntas. Pero, más importante aún, estas y otras preguntas hay que difundirlas por todos los medios: redes sociales, conversaciones familiares, reuniones de amigos, cartas a los periódicos.

Hagamos preguntas importantes. Si nos responden, los habremos conocido mejor. Si evitan responderlas, nos daremos una idea de los temas a los que no pueden o no quieren entrar. Y, posiblemente, eso nos permitirá conocerlos aún mejor.

Algunos ejemplos:

Hablando de finanzas públicas, ¿Cómo va a mejorar el cobro de los impuestos?

Algunos datos: según el Banco Mundial, los mexicanos  pagamos menos de la mitad de impuestos de lo que se  paga en  Chile y menos de la cuarta parte de lo que pagan los italianos, medido como porcentaje del PIB. Un estudio del CIDE dice que la evasión de impuestos es del 60%, o sea que solo 4 de cada diez de los contribuyentes pagan lo que deberían. . ¿Cómo piensan hacer para aumentar los ingresos del Gobierno? Porque con todas las promesas que Ustedes nos están haciendo, el dinero no va a alcanzar

Una opción es seguir aumentando los impuestos a los sufridos causantes cautivos, y a los que, no siendo cautivos, son cumplidos. O podrían proponer leyes más estrictas para castigar la evasión. Lo cuán requeriría más inspectores, auditores, vigilancia. Porque, en este país, lo fácil es crear nuevas leyes; lo difícil es lograr que se cumplan. Y no por otra cosa, sino porque no hay recursos suficientes para vigilar el cumplimiento de esas leyes. Con lo cual, muchas veces lo que ha aumentado es la corrupción. Otra posibilidad, dicen algunos, es reducir los impuestos, simplificarlos y exigirlos plenamente. Según algunos estudiosos, eso tiene el efecto de que se recauda más. La receta contraria a la que nos han dado sus antecesores: subir los impuestos y hacerlos aún más complicados.

Mire, candidato: lo que no aguanta más son las muy sobadas cantinelas de siempre. “Que pague más el que más tiene”. ”Todo el peso de la Ley para el infractor”. “Leyes más estrictas”. Todo eso nos han ofrecido ya, y la realidad es que  en México sigue siendo un excelente negocio evadir o eludir el pago de los impuestos. Ni siquiera el llamado “terrorismo fiscal” ha funcionado. Mientras siga siendo un buen negocio, la evasión seguirá ocurriendo. Usted, ¿Qué nos propone? ¿Qué va a hacer diferente de lo que sus competidores están ofreciendo y sus antecesores han intentado sin éxito? Porque, usted sabe, la 4T ya nos está amenazando con que, al pasar las elecciones, vendrá una reforma tributaria. Y es muy de dudarse que nos rebajen los impuestos.

¿Cómo hay que usar las reservas internacionales?
En el momento de escribir esta nota, México tiene unas reservas internacionales sin paralelo en la historia del país: algo más de 195,000 millones de dólares a finales del 2020, según Banxico. O sea, tres billones, 850,000 millones de pesos. ¿Qué uso va a hacer usted de esa cantidad tan importante?

A los ciudadanos nos preocupa pensar en todos los corruptos que ya están buscando desde este momento en cómo quedarse con una buena tajada de ese dinero. ¿Cómo piensa usted evitar la rapiña?

Tal vez algunos de ustedes piensen en dejar las reservas como están, con el propósito de dar estabilidad a la moneda, a las importaciones y exportaciones, y contribuir a una inflación moderada. Tal vez otros piensen en ocupar ese dinero para hacer grandes cantidades de obra pública, como una manera rápida para generar empleo, aunque sea un empleo temporal y generalmente mal pagado. Tal vez otros más piensen en repartirlo directamente a los pobres. Efectivamente, si se repartiéramos ese dinero a cada mexicano, nos tocaría algo más de $30,000 pesos. No lo suficiente como para dejar de ser pobres, pero… Aún otros, piensan en remediar las grandes pérdidas de PEMEX o en los programas clientelares

Claramente podemos pensar en términos muy diferentes. Usted ¿qué nos propone? ¿Cuáles son los argumentos para fundamentar su propuesta? ¿Qué beneficios y que costos podría tener la manera que usted propone de usar unas reservas que no son del gobierno, sino de la ciudadanía, de la Nación. ¿Cómo piensa aplicar ese dinero que procede del esfuerzo de millones de mexicanos, en México y en el extranjero?

 Por supuesto que hay otras propuestas. Por ejemplo, pagar una parte sustancial de la deuda pública externa. Generar empresas paraestatales, esperando que en esa nueva racha de inversiones tengamos más sabiduría que la que tuvimos en épocas anteriores. Sanear a la CFE. En fin, por propuestas no paramos. ¿Cuál es la suya? ¿Por qué es mejor que la de sus contrincantes?

Por supuesto, hay más preguntas. Las haré en otros artículos.

Antonio Maza Pereda

 

viernes, 14 de mayo de 2021

Democracia, democracia…

 Es bastante claro que no todos entendemos lo mismo por democracia. Lo cual no es algo menor: parafraseando una frase muy conocida, en nombre de la democracia se han cometido muchos crímenes. Y no porque la democracia los propicie, sino porque el concepto es deformado o, en el extremo, prostituido.

Se habla de que nuestra democracia es una democracia que aún no se consolida, y es de esperarse. Si nos comparamos con países de una larga tradición democrática, de varios siglos, es evidente que 20 años o un poquito más de experiencia democrática significan que todavía estamos aprendiendo qué es lo que significa y como la debemos aplicar.

Hasta aquí la teoría. La verdad es que nadie en nuestra clase política se atreve a decir que no es demócrata, como ocurría en algún momento en los sistemas políticos fascistas del siglo pasado, basados en un caudillo o un líder carismático que no se sometía al escrutinio de los votantes, y se veía este desprecio por la democracia como algo que convenía a la nación. Por otro lado, muchos regímenes, sobre todo en la órbita soviética, se autodenominaban “democracias populares”, donde se hacían simulacros de votaciones donde, oh casualidad, los miembros del partido en el poder siempre ganaban con porcentajes mayores al 95%. O, tristemente, el caso mexicano de la Dictadura Perfecta, que presumía de democracia en la propaganda interna y en los foros internacionales.

Si entendemos por democracia un sistema que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica, tenemos que reconocer que pocos verdaderamente son demócratas.

Todo parte de la definición lo que es el ciudadano o, en el peor de los casos, la definición de lo que es el pueblo. Sí sólo algunos son parte del pueblo y todos los demás no tienen derecho a opinar, lo que verdaderamente estamos encontrando es un simulacro de democracia. Partiendo del sistema original de los griegos, que sólo consideraban ciudadanos a los varones libres, mientras que mujeres y esclavos, que probablemente formarían un 70% de la población, no tenían derecho al voto. O como en el antiguo sistema estalinista donde solo los miembros del Partido tenían derecho a votar, y normalmente votaban por consigna. O en regiones de los Estados Unidos donde los esclavos negros recién emancipados, sólo podían votar si sabían leer, escribir y estaban al corriente de sus impuestos. Con lo cual, en la práctica, no tenían acceso al voto.

En la situación actual de México, esto todavía no se está dando. Pero ya está viendo una intención de considerar que el pueblo son solo los pobres, y de estos sólo los que son revolucionarios. La clase media, a los que se les dice ingratos que han olvidado que en algún momento fueron pobres, no se les considera dignos de opinar ni mucho menos de criticar las situaciones de Gobierno. Tal vez tienen el concepto del Conde de Floridablanca, durante el tiempo de las colonias españolas, que decía a los habitantes de estas: Sepan los americanos que nacieron para callar y obedecer y no para intervenir en los altos asuntos del Gobierno.  Y la situación no era muy diferente en España: sólo la nobleza tenía derecho a opinar temas públicos.

¿Será que vamos allá? De hecho, en parte lo que se juega en estas elecciones del año 2021 es el modelo de democracia que tendremos en las próximas décadas. Una democracia completa, con amplia participación, con respeto a los derechos de las minorías que no alcanzaron la mayoría en el voto, y el fortalecimiento de los ciudadanos o, como algunos desean, el regreso al tiempo de los caudillos, aquellos pocos que gobiernan aprovechando las formas democráticas, pero que en el fondo son profundamente autoritarios.

Sí, hay muchos que están seguros de querer la democracia, pero todavía no entendemos que la democracia es un modo de caminar; aun no les queda claro el esfuerzo que hay que invertir para construir una democracia razonablemente madura. También hay que reconocer que la clase política no entendió o no quiso entender de qué se trata el cambio democrático. Que, al dejar el autoritarismo, dejaron vacíos de poder y que, ante la falta de control, se multiplicó la corrupción. Pero eso no es un problema del sistema democrático.  La solución no es regresar al autoritarismo más o menos abierto.

Al final de cuentas, la construcción de la democracia es tarea de la ciudadanía. Es algo tan importante que no se le puede confiar a la clase política. Y es algo tan fundamental que sobrepasa el ámbito de lo electoral y se debe llevar a todos los aspectos de la vida pública, incluyendo en primerísimo lugar, el manejo interno de los partidos políticos. Porque si los propios partidos políticos no tienen en su manejo interno formas democráticas, malamente las van a aplicar cuando se les confíe el Gobierno.

De modo que hay que tener en cuenta que la tarea nos toca a nosotros, a los ciudadanos y si la democracia no arraiga en nuestro país, probablemente la parte mayoritaria de culpa la tendremos la propia ciudadanía, que no exigimos con suficiente fuerza y sabiduría a nuestros empleados, la clase política, que actúen conforme a nuestros deseos. ¿Está dispuesto a tomar su papel de ciudadano en estas próximas elecciones y dar su voto a quienes están en contra del autoritarismo?

Antonio Maza Pereda

 

martes, 11 de mayo de 2021

Nos urge una reconciliación… a fondo

 

Si alguna lección nos deja esta campaña electoral 2021 es que estamos viviendo una profunda división. No solo entre los políticos, también entre políticos y ciudadanía y entre los propios ciudadanos.

Una campaña viciosa, rabiosa, basada en lastimar y desacreditar al oponente. Por cualquier medio: válido o inválido, real o inventado. Las primeras víctimas,  han sido el cuidado de la verdad, de la decencia, de la cortesía más elemental. Todo se vale.

Y no han sido solo los políticos profesionales. También sus seguidores, los que no son profesionales pero que adoptan sus candidaturas como propias. Basta leer las notas en Twitter o en Facebook para sentir el odio. El insulto, antes del razonamiento. O, mejor, el insulto porque no se tiene argumento.

Hay quien siente que solo puede demostrar su independencia política, odiando al contrincante y  demostrándolo con el enojo. Muchos, cuando ven a quien no insulta a otros que opinan diferente que ellos, de inmediato lo califican de “vendido”. La demostración de sinceridad, algunos piensan, es el grado del odio hacia el otro.

Pero no han sido los únicos. Vemos el odio en las relaciones personales, familiares, matrimoniales, comerciales, hasta entre las culturales y en actos menores como el transportarnos, ir de compras, con el mero hecho de entrar en relación con otro. Y es como un cáncer, silencioso y mortífero, que no se nota hasta que es demasiado tarde.

¿Cómo ha nacido esto? ¿En qué momento perdimos la cordura y el sentido común? No lo sé, y posiblemente no tiene sentido averiguarlo. Sí, ha habido quien ha sembrado el odio. Sistemáticamente, por décadas. Contra los de otra raza. Contra los de otras creencias religiosas. Contra el rico y contra el pobre. Contra el que no opina como nosotros. Contra el que es diferente. Pero no actuaron solos. Ellos sembraron, muchos otros aceptamos esa semilla, la cultivamos y la propagamos. Y eso es lo importante; no quién sembró ese odio, sino quienes lo hemos aceptado.

Y no quisiera recargar las tintas. Por supuesto, hay muchos que  no odian; desgraciadamente no tienen voz. Y también es cierto que muchos actuaron y actúan contra la sociedad, y se han ganado a pulso que se les recrimine. No se trata ni de decir que todos somos malos ni que todo mundo es bueno. Somos… humanos, de barro, débiles y egoístas. Y por eso, precisamente por eso, es que debemos tener muy presente que hoy tenemos una gran cantidad de odio entre nosotros, en nuestra sociedad, en nuestras relaciones. Y esto, por supuesto, se refleja en la política. Pero no nada más en la política. Estar contra el odio no significa condonar los delitos, ser complacientes con los abusivos ni disimular cuando se está dañando a la sociedad. Tenemos un contrato social, tenemos leyes que nos protegen o nos deberían proteger. Y debemos exigir su complimiento. Pero por el bien común, sin odio.

Hace tiempo G.K. Chesterton dijo (cito de memoria) que un soldado combate, no porque odie a sus enemigos, sino porque ama a los que se quedaron atrás: su familia, sus amigos, su pueblo y su gente. Y así debería ser la política y nuestras relaciones sociales. Deberíamos hacer política (y esto es deber de todo ciudadano) no porque odiemos a nuestros contrincantes políticos, sino porque amamos a nuestra sociedad. Porque queremos lo mejor para nuestra familia, para nuestros hijos, nuestros vecinos y conocidos. Y también para muchos desconocidos. Sostenemos con vigor nuestras ideas, porque las consideramos las que más bien harán a todos. Sin odiar al que opina diferente. Entendiendo que otros tienen  puntos de vista distintos y qué, muchas veces, no comparten nuestras ideas, no porque sean malos, sino porque no hemos sido capaces de ser convincentes.

Pronto pasarán las elecciones. Dado lo rijosos que están los partidos, habrá conflictos postelectorales. Es casi inevitable. Después vendrán las recriminaciones al interior de los partidos. Algunos se desbandarán, otros quedarán gravemente heridos. Odio y más odio.

Pero después regresaremos a lo que llamamos “normalidad”. Y tendremos que convivir, que cooperar, que trabajar juntos, que construir la economía, que hacer negocios, que competir.  Y para todo ello necesitamos dejar de odiar. Necesitamos Confianza, así, con mayúscula. No hay otro camino. Las sociedades no se construyen en el odio. Se construyen en la cooperación, el apoyo mutuo, en la solidaridad, en el aprecio de lo bueno que cada quién puede aportar. Y entre más pronto lo reconozcamos, mejor nos irá.