¿Porqué Cuenta Larga?

¿Porqué cuenta Larga? Los mayas tuvieron dos maneras de llevar el calendario: la cuenta corta (el año o tun) y la cuenta larga, de 144,000 días, el baktun, equivalente a 395 años y medio, aproximadamente.

Las organizaciones deberían tomar en cuenta esta filosofía. Hay decisiones de corto plazo (Cuenta Corta) y de largo plazo (Cuenta Larga). Este blog está orientado a las situaciones de largo plazo y su influencia en las organizaciones

miércoles, 26 de octubre de 2016

Revelaciones del debate Clinton-Trump

                                  

El último debate de Hillary Clinton y Donald Trump, probablemente, fue el más interesante. Empujados por las preguntas del moderador, ambos trataron temas que habían evitado muy cuidadosamente. Ahora los campos están mucho más definidos y el votante de Estados Unidos tiene mejores conocimientos para elegir.

La señora Clinton había evitado definir durante los debates su postura hacia el aborto. No que fuera ningún secreto, pero no es lo mismo decirlo abiertamente en un evento que se calcula que tuvo una audiencia de 100 millones de votantes. No es casual que no lo haya abordado anteriormente, porque sabe bien que una parte importante del electorado no comparte sus puntos de vista sobre este tema. Además, al tratar de atraer a votantes tradicionalmente republicanos pero opuestos a Trump, esta posición puede provocar más abstenciones que adherentes. Y ella no se puede dar el lujo de ignorar a los indecisos ni a los republicanos descontentos.

La respuesta de Donald Trump sobre el tema del aborto fue clara, pero al mismo tiempo con una fundamentación muy débil. Atacó al aborto apoyándose en la crueldad del procedimiento de “nacimiento parcial”. Lo cual deja en el aire que la verdadera fundamentación de los oponentes al aborto es sobre el hecho de que se trata de una persona humana a la que se está suprimiendo. Si se matara al feto cuidadosamente, evitando la crueldad, de cualquier manera seguiría siendo un homicidio, de acuerdo a las creencias de los movimientos pro vida.

Era de esperarse ese tipo de respuesta por parte de la señora Clinton. En toda su trayectoria, ella se ha apoyado en el concepto de la libertad de la mujer para escoger,  como la razón para defender el aborto. Y a pocos días de haber recibido una donación importante en un homenaje por parte de la organización Planned Parenthood, era de esperarse que no cambiara de posición y que se viera obligada a renunciar a su estrategia de no mencionar su postura frente al aborto.

Más compleja fue la revelación de Donald Trump. Al decir primero que no diría si reconocería los resultados de las elecciones, y decir pocos días después que sólo las reconocerá si las gana, hizo evidente en los que muchos ya sospechaban: que no tiene una postura realmente democrática  y está aprovechando el sistema democrático para empujar una agenda autoritaria. Muy del estilo de algunos empresarios que creen que la autoridad del director general es incuestionable. Algo que muchos ya habían denunciado al observar sus actitudes y sus argumentos, pero que él  había tratado de ocultar jugando con la careta del  creyente en la democracia.

A ambos le hacen daño estas revelaciones. Por eso se habían cuidado de no dejar claras sus posiciones, sobre todo en un evento tan esencial para los votantes como son los debates. En otros campos sus posiciones eran mucho mejor conocidas. El asunto de la libertad de adquirir y portar armas de fuego, estaban claramente establecidas. Algo similar ocurrió con el comercio internacional, los tratados, el proteccionismo, los impuestos, la relación con México y otros temas más. Estas últimas revelaciones lo que hacen es dejar claro para el votante por quien va a votar.

La alternativa es, en realidad, decidir quién es el peor para el país y votar para minimizar los males que entre ambos le pueden traer. Posiblemente, la salida más lógica sería votar de manera que el Congreso pueda ser un contrapeso eficaz contra cualquiera de los dos que sean seleccionados. Esto hace la decisión mucho más compleja. El que va a votar la señora Clinton pensando que es el mal menor, debería votar por senadores y representantes que se opongan a sus posiciones y lo mismo tendrían  que hacer los que van a votar por el señor Trump pensando que es el menor de los males. Dada la situación, la abstención no es una opción, aunque el discurso de ambos candidatos pudiera inclinarlos a seguir ese camino.

La elección se decidirá mayormente mediante una decisión apoyada en la jerarquía de valores de los estadounidenses. Si se piensa que la defensa de la democracia es más importante que la defensa de los bebés no nacidos, el votante elegirá a la señora Clinton. Los que piensan que la defensa de los bebes  por nacer es más importante que la democracia, votarán por el señor Trump.
¿Por qué habría de importarnos a ustedes y a mí, amable lector? Por supuesto, por la fuerte influencia y capacidad de presión de la presidencia de los Estados Unidos hacia las autoridades mexicanas, de todos los signos políticos. Y también, de una manera mucho más cercana porque como yo, muchísimos mexicanos tenemos parientes y amigos en los Estados Unidos, algunos legales y otros ilegales.

Ojalá el electorado estadounidense tenga la sabiduría para salir de este terrible dilema en que los ha puesto la clase política. Es muy posible que no se encuentre una solución buena, y que haya que aceptar la menos mala y habrá que encontrar maneras de seguir como sociedad enfrentando los resultados de una mala decisión. A mediano y largo plazo, la solución es evitar la cómoda posición de dejar en manos de los políticos la conducción del Estado. En México, como en Estados Unidos y sospecho que en el resto del mundo, los ciudadanos tenemos que inconformarnos, formarnos, y organizarnos para diseñar nuevas maneras de participación ciudadana que eviten la dictadura de los partidos y de la clase política.

                   

domingo, 16 de octubre de 2016

Ya se nos olvidó la educación


Después de muchas semanas donde el tema de los maestros estuvo en el "ojo del huracán", poniendo en las primeras planas los bloqueos, la cancelación de clases, las declaraciones en uno u otro sentido e incluso las amenazas del sector privado de negarse a pagar impuestos, el tema ha dejado de ser el foco de la atención de la ciudadanía.

Por supuesto, hay un natural cansancio cuando un tema se repite una y otra vez sin agregar nada nuevo de contenido. Lo que ocurrió en este caso. Una vez que la mayoría de los profesores regresaron a dar clases el asunto dejó de ser noticia. Tal pareciera que lo esencial es que no hubiera conflicto, aunque no se hayan hecho algunas de las cosas necesarias para que la educación del país mejore.
Porque queda mucho por hacer. Decidir en temas de corto plazo es importante, pero mucho más es ver un horizonte amplio. ¿Qué clase de egresados serán los niños que hoy entren a la escuela primaria? Si no empiezan a cambiar contenidos, programas, capacitación de docentes, y mejora de las condiciones mínimas de las escuelas, nos encontraremos con que los egresados a nivel secundaria dentro de nueve años no serán muy diferentes de los que hoy están egresando.

Se han anunciado y llevado a cabo parcialmente algunas medidas. Evaluar a los maestros, lo cual generó una gran resistencia. Posiblemente por el modo como se manejó por las autoridades que empezaron la implementación de la reforma y también por un enfoque sensacionalista de los medios que culpabilizaron a los docentes de todos los males de la educación. Se mejoraron algunas escuelas, se implementaron algunas escuelas de elite, se repartió una buena cantidad de tablets. Medidas interesantes, pero parciales. Se extraña un enfoque sistémico. La mejora de la educación no puede hacerse a pedacitos.

Todo esto ocurrió y sigue ocurriendo con una mínima consulta a familias y docentes. Ha habido una fuerte repulsa a los contenidos orientados a la educación sexual y la respuesta ha sido la descalificación, en lugar de dar seguimiento y escuchar las inquietudes de los que están en desacuerdo. Que nadie sabe en realidad si  son mayoría o no, pero aún si fueran una minoría deberían ser escuchados y atendidos. Claramente la clase política sigue sin entender que cada vez es más difícil ser autoritario e imponer sus puntos de vista supuestamente basados en "las necesidades de las grandes mayorías".

Pero, por otro lado, también hay que señalar que una vez que expresan las opiniones, que se hacen manifestaciones concretas para pedir modificaciones en todo el sistema educativo, se olvida que eso no debe ser todo. Marchas y manifestaciones no son más que el principio. Sirven para expresar el descontento, para presionar a las autoridades, pero también deberían de servir para concientizar a la ciudadanía de la necesidad de participar, de contribuir y de opinar con propuestas concretas que vayan más allá de la protesta. Qué bueno que haya grandes concentraciones, qué bueno que haya pliegos petitorios. Pero también es necesario que haya propuestas concretas que puedan oponerse y debatirse con otras propuestas. Propuestas bien armadas, con argumentos convincentes y sustentados de la mejor manera posible.

Este no es un tema que esté ocurriendo nada más en México. En todos los países hay disconformidad con los resultados de los sistemas educativos. El año pasado, el Foro de Davós publicó un estudio abarcando un centenar de países en el cual se demuestra que en países de todos los niveles de desarrollo, no están teniendo los contenidos educativos que necesitarán los niños del siglo XXI cuando lleguen a ser adultos. Obviamente, esto es más grave en los países de bajo nivel de desarrollo, pero también ocurre en los países más poderosos. Aparentemente, no es cuestión de dinero nada más. Los contenidos y los métodos educativos han cambiado poco desde el siglo XX y algunas cosas desde antes. Una educación que no atiende las necesidades de la población, es bastante inútil. Enseñar habilidades que ya no se necesitan y dejar a las empresas la tarea de complementar la educación, de manera que las personas pueden trabajar de una manera adecuada, es la falla más mencionada en ese estudio.

Y el tema no termina con la capacitación para el trabajo. El propio Foro de Davós señala la necesidad de incorporar aspectos culturales, de ciudadanía, y otros conceptos que tienen que ver con la vida más allá del mundo del trabajo. Porque no se trata nada más de formar buenos trabajadores. Hay que formar buenos ciudadanos, hay que formar gente decente, como decía uno de mis maestros más apreciados.

Y todo esto sin perder de vista los derechos de las familias a formar a sus hijos de acuerdo a sus creencias y valores. El Estado no puede, no debe imponer ideologías que las familias no aprueben. Y hay que hacer conciencia en las autoridades políticas y educativas sobre este punto fundamental.
En fin, que hay mucho por hacer. Es un tema de muy largo plazo. Algunos cínicos dicen que no se resolverá del todo hasta que se retiren los profesores que actualmente tenemos. Me parece exagerado, pero es cierto que hasta que no haya cambiado de una manera fundamental todo el sistema educativo, y se haya tenido la constancia de mantener el esfuerzo por 20 o 30 años, no tendremos resultados como los que necesitamos.


Vale la pena que nos preguntemos padres de familia, docentes y ciudadanía en general sí estamos dispuestos a hacer este esfuerzo de largo plazo, para no quitar el dedo del renglón y a aportar ideas, sugerencias, y también nuestro mandato a nuestros mandatarios. Desde el primero hasta el último.

sábado, 8 de octubre de 2016

Colombia: ¿Justicia o misericordia?

                                                          

Sin duda una gran sorpresa. Después de muchas décadas de guerra entre el gobierno colombiano y la guerrilla, finalmente se llega a algunos acuerdos. Éstos, firmados preliminarmente en La Habana, son puestos a consulta en un plebiscito y rechazados, por una pequeña diferencia de votos.

Aparentemente, una parte mayoritaria de los colombianos no está dispuesta a aceptar la paz a cualquier costo. Posiblemente los negociadores confiaron en el cansancio del pueblo colombiano y supusieron que aceptarían cualquier arreglo, con tal de tener la paz. Aparentemente, la realidad es diferente.

Claramente, la diferencia no es en cuanto a lograr una paz o seguir en guerra. La diferencia está en los contenidos de los arreglos para la paz. Particularmente, parece como que se dará un perdón generalizado por todos los crímenes cometidos por ambos bandos. A una buena parte de la población le parece que esto es excesivo.

Esto me trae dos recuerdos. Poco más de un año antes de la Segunda Guerra Mundial, el primer ministro británico,  Chamberlain, le entrega Checoslovaquia a los alemanes y regresa feliz a su país diciendo: "Paz con Honor. Paz en nuestro tiempo". No le importó el sufrimiento de Checoslovaquia. Al poco tiempo, Hitler desconoce todos los acuerdos e inicia la Segunda Guerra Mundial. La política de apaciguamiento no funcionó. Y normalmente no funciona. Y esto es posiblemente el temor de muchos colombianos.

El otro recuerdo es más personal. En el año 2000, a punto de iniciar la alternancia de sistemas de gobierno en México, tuve la oportunidad de conversar un aguerrido clérigo de la Teología de la Liberación, sobre las condiciones en que se daría ese cambio. El buen fraile estaba muy a disgusto porque el nuevo gobierno no estaba proponiendo una acción generalizada para meter en la cárcel a todos los funcionarios de los gobiernos anteriores. Comentando sobre la posibilidad de una amnistía general, como la que ha ocurrido en otros países en situaciones parecidas, el hombre se horrorizó. "Primero que nada hay que cumplir con la justicia", decía. A lo cual le pregunté: "Qué va primero, ¿la justicia o la misericordia?". El hombre empezó a decir que la justicia, pero lo pensó mejor y se quedó sin respuesta.
Probablemente este es el fondo del tema en los acuerdos de paz de Colombia. Se planteó la paz sin considerar la necesidad de tener un balance entre la justicia y la misericordia. Como es costumbre en muchos gobiernos, por desgracia, los acuerdos no se llevaron a un debate público. No se hicieron consultas públicas y se confió que todo el pueblo estaría feliz de lograr la paz a toda costa. Hicieron los acuerdos "en lo oscurito", lejos de la patria, en una nación que no era neutral en este conflicto. No se cuidaron de trabajar en un terreno neutral, como se ha hecho en otras ocasiones para conducir negociaciones complicadas. Y el resultado está ahí.
También, como de costumbre desgraciadamente, no se consideraron los derechos de las víctimas. Grave falla en los organismos de defensa de los derechos humanos. Y esto es algo importante. El sufrimiento de una parte importante de la población en este conflicto, no ha sido tomado en cuenta. No soy un experto en Colombia, pero pude vivir una parte del terror y la zozobra diaria que vivía este pueblo tan querido. En el año de 1989 tuve la oportunidad de pasar, junto con otros colegas mexicanos,   algo más de 100 días, 10 días de cada mes de ese año, trabajando en ese hermoso país. Desde mi primera visita, antes de 24 horas, la capital se paralizó, se pusieron retenes militares en todos lados porque acababa de explotar una bomba. A lo cual siguieron varios atentados y crímenes a lo largo de ese año. En varias ocasiones, personas a las que había entrevistado eran asesinadas horas después de que nos habíamos visto. Mis colegas y conocidos colombianos se desvivían por darnos consejos para evitar ponernos en peligro y siempre veíamos en ellos el temor de que algo nos pudiera pasar.

Yo sólo tuve una pequeña muestra de ese terror. No puedo imaginarme como es vivir así por muchos años. Y entiendo que es demasiado pedir a todas estas víctimas, directas e indirectas, que renuncien a que se haga justicia. Claramente, la respuesta al clérigo que antes mencioné es que, al menos en teoría, la misericordia debe estar por encima de la justicia. Pero tampoco se puede aceptar que no haya alguna medida de restitución de la justicia. Para ambos campos, no sólo para algunos.

Una situación compleja, para la cual los negociadores que acordaron a espaldas del pueblo colombiano, no están dando una respuesta. Parece indispensable revisar los términos de los acuerdos, escuchar a esa parte mayoritaria de la población que no está de acuerdo y lograr con ello soluciones que contengan una medida de justicia, de restitución para las víctimas y las familias de estas. La posición de que "los acuerdos no son negociables", no contribuye a la paz. Por el bien de esta querida nación, ambas partes deben de ceder un poco. Deben buscar el balance entre justicia y misericordia, prefiriendo la última pero sin olvidar la primera. Quiera Dios que ambas partes encuentren la sabiduría y la generosidad para lograr una paz duradera en Colombia.





sábado, 1 de octubre de 2016

Hay que hacer debates… ¿Estamos preparados?


En estos tiempos en que se nos ataca con una “policía del pensamiento", donde volvemos a caer en la situación donde se trata de acallar a las voces disidentes, en que estamos bajo la dictadura de lo "políticamente correcto", todas las personas libres debemos estar preparados para dar las razones de nuestras creencias. Y el método para ello es el debate de las ideas, de las razones. Una necesidad urgente en la que coinciden pensadores tan destacados como Enrique Krauze, entre otros.

El debate ha sido desde hace siglos un método de enseñanza y de diálogo. Desgraciadamente, en nuestra era postmoderna donde se le da mucho más crédito a las emociones y sentimientos que a las razones. El homo sapiens -el hombre que sabe- ha sido sustituido por el homo videns - el consumidor de la televisión-, hemos perdido la costumbre y los criterios para un debate que enriquezca a todos los participantes. Y que haga honor a la lógica y a la razón.

Recientemente presencié un debate. El tema es lo de menos. El modo como transcurrió el debate, si es que se le puede llamar así, es lo que importa. El vocero de una asociación civil debatía con un "especialista" en el tema en cuestión. Dos presentadores de la televisión estaban jugando el papel de moderador. Para empezar, los moderadores se dedicaron atacar al vocero de la asociación, con lo cual el debate se volvió una pelea de tres contra uno. Bastante injusto, diría yo. El "especialista" desde el principio se dedicó a interrumpir al vocero. Al modo de Trump, tal vez de un modo incluso más insistente. El hombre no tenía argumentos, a lo único que se dedicaba era a distraer a su oponente. Si decide alguna idea que no le gustaba, interrumpía diciendo: "Falso, eso lo toma de la Biblia, es un oscurantista". Sin explicar por qué afirmaba eso y, por supuesto, tratando de sacar de balance a su oponente en el debate.

Cuando el representante de esa asociación le hizo ver que su ataque lo único que demostraba era que no tenía argumentos, el "especialista" se dedicó a desprestigiarlo diciendo: “Usted trabaja para una asociación que trata de cerrar las escuelas públicas para poder enseñar que la tierra es cuadrada, para imponer sus maneras de pensar. La escuela donde trabaja fue fundada por un pederasta. Ustedes están en favor del odio”. Nada de lo cual estaba a debate: ni el representante ni la escuela en la cual trabaja. Aparentemente, una persona que trabaja en una organización deficiente no puede como ciudadano tener el derecho de sostener y defender ideas con las que está de acuerdo, según el multicitado “experto”. Probablemente piensa, como muchos, que si su adversario está mal el “experto” ya no tiene la obligación de demostrar que sus argumentos son lógicos. Qué es exactamente lo que estaba ocurriendo. Una actitud muy parecida tomaron los presentadores de la televisión. Olvidando que su papel de moderadores es de fomentar el debate, asegurar imparcialidad,
profundizar en los razonamientos, se dedicaron a distraer al representante de la organización e impedirle que completara sus razonamientos mediante nuevas preguntas y nuevos cuestionamientos, sin dejarlo completar lo que quería decir. Se pregunta uno para que invitan a una organización a un programa de televisión si luego no le van a permitir  a  su representante decir lo que quiere decir.

Pero, por otro lado, esto es de esperarse. Estamos en un ambiente en el que las verdades y las razones resultan muchas veces insoportables para algunos sectores de la sociedad. Y al no tener argumentos, al no poder mostrar una lógica, se dedican a desprestigiar, a manipular y a tratar de hacer quedar mal al contrincante.

¿Qué hacer? Una opción es evitar el debate. "Ya conocemos cómo son las estaciones de televisión, para qué vamos este tipo de programas si ya sabemos que lo manipularán todo". Esta es una visión derrotista. Es dejar el campo libre a los oponentes de nuestra manera de pensar. Otra opción, mucho más realista me parece a mí, es la de aprender a debatir. Aprender a usar la lógica, a usar nuestra razón. La Razón, así con mayúsculas, es un instrumento que tiene el ser humano para encontrar la verdad. Y así hay que tratarlo. Hay que entender ese instrumento, afinarlo, volvernos virtuosos de su ejecución. Porque en la medida en que una parte mayor de la sociedad quiera participar en la vida pública, los que queramos participar tendremos que enfrentarnos a debates, formales e informales, preparados o espontáneos, verbales, por escrito o mediante imágenes.

Uno de los grandes maestros del debate en la historia de la humanidad fue Tomás de Aquino. Cuando uno lee sus escritos, no puede evitar la sensación de que está presenciando un debate. Tomás de Aquino empieza presentando al detalle la posición de su oponente, establece con toda claridad el pensamiento y la lógica que tiene su contrario explicando  todos los argumentos que lo avalan. Una vez que ha completado esa presentación, procede metódicamente a desmontar la argumentación del contrincante encontrándole las falacias de lógica, la falta de validez de la información en la que se basa o lo inadecuado de sus conclusiones.

Este método, inmejorable en mi opinión, es muy exigente. No sólo debemos acostumbrarnos argumentar con lógica, cosa difícil porque muy pocos están preparados para hacerlo. También debemos de emplear bastante tiempo en analizar la lógica de los que opinan de manera diferente, entender sus motivaciones, la lógica de sus argumentos, la validez de la información que usan y lo adecuado de sus conclusiones. Evitar los argumentos de autoridad, que en opinión de Tomás de Aquino son los menos fuertes, y evitar los argumentos Ad Hominem, los que se basan en desprestigiar al contrincante sin entrar en la materia del debate.

En nuestra sociedad no se aprecia ni se enseña a debatir. En otros países, desde la preparatoria  a los alumnos se les enseña a debatir, se crean clubes de debate y se forman entrenadores de debatientes. El resultado es que, al menos en algunas áreas de la sociedad, hay la capacidad de pensar y razonar para poder sostener sus creencias.

En el futuro previsible, una parte importante de nuestra sociedad que no está de acuerdo con el sistema de la partidocracia, que no acepta la dictadura de lo "políticamente correcto" tendremos que aprender a debatir o, por lo menos, a entender los modos como se prostituye el debate para manipularlo en la dirección que desean los que quieren seguir viviendo en una sociedad de la mentira. ¿Estamos preparados?